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Las personas, lo primero

El empleo como síntoma de sociedad saludable y ciudadana

Fuentes: Rebelión

El empleo, en un sistema globalizado, depende de la estructura productiva, de cómo se adecua ésta a la demanda y necesidades de la población en un espacio y tiempo determinado, un país, Europa, el mundo en general. En el caso español, son varios los factores que han hecho que durante las pasadas décadas se desaprovecharan […]

El empleo, en un sistema globalizado, depende de la estructura productiva, de cómo se adecua ésta a la demanda y necesidades de la población en un espacio y tiempo determinado, un país, Europa, el mundo en general. En el caso español, son varios los factores que han hecho que durante las pasadas décadas se desaprovecharan posibilidades de conservar empresas o bancos públicos relevantes. Ante las políticas de la Unión Europea y la derecha, y frente a las puertas cerradas con las que se encuentran los trabajadores y trabajadoras, se hace imprescindible aunar esfuerzos con quienes hace tiempo anunciaban lo que iba a pasar.

En el caso español ha habdo carencias en el tejido productivo desde siempre. La capacidad productiva ha estado por detrás de las necesidades y ha sido tradicional considerar que las balanzas comercial y de pagos eran el cuello de botella de nuestro desarrollo. Éstas han sido tradicionalmente deficitarias. Es decir, que importamos más de lo que exportamos. Aunque el turismo ha compensado las cifras deficitarias comerciales, los otros elementos de la balanza de pagos han hecho al crecimiento económico español dependiera del exterior, con la entrada de capitales e inversiones (sean a corto o largo plazo) ante la insuficiencia del ahorro interno. Ese tejido productivo español ha diversificado y mejorado aparentemente su capacidad para cubrir demandas. Pero no la productividad e integración tecnológica como otros lo han hecho. Hemos ganado posiciones en muchos ámbitos, pero seguimos con lagunas relevantes.

Pies de barro

Ahora, cuando estamos en el G-20, sabemos que tenemos los pies de barro. Durante los ochenta y noventa se tiró por la borda la posibilidad de conservar empresas o bancos públicos relevantes. El capital exterior es el que domina en muchas parcelas y una vez acabada la Guerra Fría, al no existir ya barreras comerciales, hay un chantaje permanente de deslocalización fabril y de externalización de actividades por parte de las multinacionales a los estados nacionales y a los trabajadores. Amenazan con irse si no se abaratan costes (incluidos los laborales) para conseguir más subsidios u otras aportaciones en especie.

Poca industria. Son varios los factores que inciden en la reducción del tamaño industrial de España y de otros países antes muy industrializados, como la dependencia exterior en la toma de decisiones, donde el precio de la mercancía no se ve afectado por aranceles. Por supuesto, hay otros factores logísticos (cercanía del «mercado», atención al cliente, etc.) que pesan en la decisión de localización fabril del productor y de elección del comprador que corrigen lo anterior, pero la tendencia está clara. Influyen en los empleos industriales las infraestructuras disponibles, la formación de los trabajadores y el precio global (ya sea por las materias primas o por el coste laboral).

Muchos servicios, pero muy heterogéneos y de dispar valor añadido. Existen «servicios» que se podrían mimetizar al industrial. De hecho, el telemarketing y la contabilidad entrarían en muchas ocasiones en ese capítulo y muchos tenemos la experiencia de haber sido atendidos por personas que se encuentran a miles de kilómetros de nuestros hogares. Por tanto, habría que diferenciar cada vez más entre los servicios personalizados y los otros. En los primeros (todo lo que es atención a las personas, donde la proximidad física es un elemento imprescindible) el empleo puede crecer.

Pero muchos de estos empleos están ligados a que sean satisfechos por los poderes públicos y a la capacidad económica familiar que, a su vez, depende de sus ingresos fiscales o personales. Hay otros empleos «personalizados» privados (hostelería, reparación de bienes, comercio de proximidad, etc.) que dependen del resto de la estructura productiva, suelen tener escasa remuneración y no se exige para ellos una cualificación media alta, aunque el dominio de idiomas sería recomendable.

En los servicios no personalizados hay de todo, pero cada vez tienen más peso en la generación de valor añadido. Es decir, hay una deriva de valor favorable al sector financiero o al creativo, por ejemplo, al que le pagan más por lo que hace que al trabajo estandarizado industrial y de servicios. Eso significa que aquellas personas, empresas o economías que dominen esas parcelas, aunque sean más volátiles, se les pagarán más que a otra persona, empresa, país que no los tenga en el mercado.

Éste es un elemento clave del mercado capitalista: puede valorar más un bien o servicio sobre otro, independientemente de las horas de trabajo que suponga y de las necesidades que cubra. Es la oferta y demanda referidos a ese bien y servicio, inducidas por la capacidad de renta que fija los precios.

Valorar la «suerte»

España, entre los países occidentales europeos, ha tenido «suerte» durante décadas y sus dirigentes se han adecuado a las demandas externas. Desde la década de los sesenta hasta ahora se ha pasado de una autarquía basada en la exportación de mano de obra a una política de captación de multinacionales ávidas de un mercado interno relevante.

El turismo incentivó toda una fiebre inmobiliaria y productiva espectacular que ha generado otros problemas décadas después: mucho trabajo estacional, una baja productividad ligada a un turismo masivo y de poco precio y un gran peso del sector de la construcción, sea residencial o de infraestructuras.

No es inusual que Emiliano Revilla11, relevante fabricante de embutidos, cayese tentado en la venta de su empresa a una multinacional y dedicase ese dinero al negocio inmobiliario. En todo caso, hay muchas fortunas nacionales forjadas en el cemento y/o en oligopolios procedentes del designio de la reconstrucción franquista, incluidos el sector eléctrico o el financiero.

Esto es relevante porque los economistas y empresarios que generan y dominan la opinión pública en los medios de comunicación abstraen la política macroeconómica de la economía que tiene nombres y apellidos y que, las más de las veces, han diseñado esa estrategia al servicio de sus intereses particulares. Si en el franquismo se consolidaron e hicieron fortunas, la etapa democrática ha sido continuista, favoreciendo un desarrollismo bancario, inmobiliario y eléctrico.

El club del euro

La pregunta de por qué no se ha podido corregir esa deficitaria situación comercial y de pagos no ha sido respondida en varias generaciones. Los responsables económicos de este país efectuaban, periódicamente y de forma coyuntural, una devaluación de la peseta que compensaba el diferencial de inflación con nuestros socios comerciales más cercanos y nuestra pérdida de competitividad. Al mismo tiempo que se tomaba esa medida, se reducían unos tipos de interés inflados por un mantenimiento artificial de la peseta.

Con la introducción del euro se cortan de raíz esas respuestas cíclicas. Si bien en un momento determinado una serie de países, en función de una serie de parámetros, pueden fijar un valor común para el euro y sus equivalentes en sus monedas nacionales, con diferentes estructuras económicas y sin políticas fiscales, presupuestarias y de fondos de compensación que funcionen ante las asimetrías, la disparidad a medio y largo plazo aumentará la divergencia con esos valores equivalentes tomados en su día.

La estructura económica determina la capacidad de una economía para solventar sus necesidades. España disfrutó de unos tipos de interés bajos para un nivel de inflación relativamente más alto que sus otros socios. La inflación española ha sido cerca de 17 puntos más alta desde 1999 a 2008 que la alemana, y 12 puntos superior a la del conjunto de los países de la Unión Monetaria.

Por otro lado, España ha crecido en estos años de boom con bienes de poco valor añadido. El crecimiento de la productividad ha sido menor que la de sus socios: construcción, comercio, hostelería, etc. Los convenios han mantenido el nivel adquisitivo y el porcentaje de las rentas salariales en el conjunto del Producto Interior Bruto (PIB) ha disminuido a favor de los impuestos (indirectos) y de las rentas del capital.

Crédito y asfixia

El mantenimiento del consumo y de la fiebre de adquisición inmobiliaria se ha hecho a base de créditos que los intermediarios financieros concedían endeudándose a su vez, en gran parte, por medio de petición de créditos a entidades exteriores y a corto plazo. Éste es el motivo de la restricción de liquidez que asfixia a cajas de ahorros y otras entidades financieras y de la dificultad para que las políticas de estímulo de liquidez realizadas por parte del Gobierno lleguen a empresas y particulares.

La política deflacionista competitiva liderada por Alemania en Europa, de reducción galopante de gasto público y, consecuentemente, de reducción de derechos y de prestaciones públicas, es todo lo contrario de lo que se vislumbraba en las primeras reuniones que celebró el grupo del G-20 en los inicios de la crisis. Es una política que intenta que «otros» países tiren del carro para aumentar la demanda: al hacerla todos, al mismo tiempo, no es fácil que se logren esos propósitos. La caída del valor del euro con respecto a otras divisas, ante las incertidumbres creadas sobre el ritmo de recuperación, puede beneficiar a los países netamente exportadores y con balanza de pagos con superávits (como Alemania y Holanda). Esto choca con la búsqueda de que el euro se convierta en moneda refugio y de alternativa a las transacciones comerciales y de atesoramiento, y perjudica a los países deficitarios y con gran intercambio sólo con los otros socios europeos (por ejemplo, España).

En esta deflación competitiva, contraproducente para el crecimiento económico, el Gobierno español actual, que siguió la estela del Partido Popular (PP) y que compitió en desfiscalizar2 las rentas más altas y de las empresas, ahora se encuentra en un punto de plena política especulativa bajista y quiere ser un buen aprendiz de las lecciones del neoliberalismo. Sus medidas son las que marcan los rectores de la política conservadora (alemana, pero también de la derecha local y de siempre). Su estrategia es seguir lo que hagan los líderes de los recortes de derechos y prestaciones.

Durante la presidencia europea ni siquiera envidó para lograr un impuesto sobre las transacciones financieras internacionales. No quiso rectificar con un nuevo impuesto del patrimonio o incrementar la base y tipos del impuesto de la renta. Su lucha contra el fraude, la opacidad y los paraísos fiscales no se ha traducido de la oratoria a la norma de forma eficaz.

Puerta cerrada

Pero esta Europa no debe ir a una competitividad a la baja en salarios, impuestos y prestaciones sociales. No es eliminando el Estado de Bienestar y la redistribución de la renta y privilegiando al sector financiero como se logrará una salida más equitativa a la crisis. Esto es lo que han dictado los poderes neoliberales y donde acomplejadamente se ha metido el Gobierno socialista español. La tarea es implantar un modelo productivo eficiente y sostenible acorde a las necesidades y un sistema fiscal (europeo y mundial) que palie las inequidades.

El empleo como derivado de la estructura económica y de las dinámicas de políticas de crecimiento económico, consolidación fiscal, búsqueda de otro perfil productivo y la realidad de su entorno tiene como resultado una línea plana a corto plazo, con una disminución inicial y una recuperación lenta. ¡Hemos retrocedido al año 2003 en cuanto a niveles de empleo!

Los trabajadores y trabajadoras, las empresas españolas y las administraciones tienen muchos retos por delante. Todos ellos conocidos y no remediados durante el boom económico 1994-2008. Quizá agravados por una inconsciencia de «nuevos ricos». Ahora contemplamos que el fracaso escolar y el dinero fácil de trabajos no cualificados han dejado una juventud (que afronta una tasa del 40 por ciento de paro) o bien sin formación, o bien super formada pero con limitadas ofertas empresariales, dado que no ha habido una diversificación ni un crecimiento empresarial que les reclame. Una I+D+i (investigacion, desarrollo e innovación) creciente que ante el vendaval de la crisis se tambalea. Una gran dependencia de las decisiones de multinacionales que invierten poco aquí en departamentos de más valor añadido. Unos turistas extranjeros que dependen de cómo les vaya en sus países.

Por supuesto que hay que ahorrar, evitar gastos poco eficientes y alterar la importancia de unos sectores por otros, ir hacia una economía más sostenible y un estado más redistributivo. Para ello hay que confrontar con los afectos al neoliberalismo aunando esfuerzos con los agentes que están siendo, a pesar de todas las lagunas, más coherentes, como los sindicatos y las organizaciones sociales que ya venían advirtiendo de la debilidad económica del crecimiento español y de la ideológica de nuestros gobernantes.

Santiago González Vallejo es economista

Notas:

1 Ver «Emiliano Revilla se queda con el 96 por ciento de la división inmobiliaria de Rumasa y con las Torres de Jerez». El País, 08/06/1986.

2 El Impuesto sobre el Patrimonio se eliminó en 2008, con Pedro Solbes como vicepresidente segundo y ministro de Economía y Hacienda, en pleno momento de conciencia acerca de la intensidad de la crisis.

Información y debate «PUEBLOS». Septiembre 2010, Número 44

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.