Hace poco el presidente Barack Obama presentó una nueva estrategia de seguridad y defensa que entraña varios cambios respecto a la adoptada por Bush. Destacan el énfasis en la cooperación y las alianzas, en lugar del uso de la fuerza, y el abandono de la guerra contra el terrorismo. Obama aclaró que lo que busca […]
Hace poco el presidente Barack Obama presentó una nueva estrategia de seguridad y defensa que entraña varios cambios respecto a la adoptada por Bush. Destacan el énfasis en la cooperación y las alianzas, en lugar del uso de la fuerza, y el abandono de la guerra contra el terrorismo. Obama aclaró que lo que busca no es una guerra mundial contra una táctica: el terrorismo, o una religión: el islam».
¿Se trata de un quiebre respecto a la anterior política? Hay al menos dos razones para dudarlo. La primera es que, pese al discurso suave, Obama está ampliando e intensificando las operaciones secretas en distintos puntos del mundo. La segunda es que, apenas unos días después de anunciada, la estrategia de Obama fue desafiada olímpicamente por el Estado de Israel cuando sus fuerzas atacaron a la Flotilla de la Libertad. Esta agresión se realizó en aguas internacionales, con lujo de violencia, sin consideración alguna por las leyes internacionales y los derechos humanos. El caso se agrega a la lista de abusos e ilegalidades sin fin consumados impunemente por el Estado israelí contra otros países y en especial contra el pueblo palestino. El Gobierno de Obama prácticamente volteó para otro lado.
El Gobierno de Israel se comporta como si no existiesen normas ni poder alguno que pueda contenerlo. El mundo contempla, asombrado, cómo este Estado parece responder sólo a sus propios designios. Y esto ha estimulado un debate acerca de esa especie de «condición especial» que ha alcanzado Israel.
El enigma ha recibido varias explicaciones. Nadie ignora que el Estado sionista goza de absoluta impunidad porque cuenta con el apoyo irrestricto de las grandes potencias occidentales. ¿Pero qué explica, a su vez, tal respaldo incondicional? Una primera respuesta, quizás la más difundida, dice que el sionismo se ha enquistado con tanta fuerza en las estructuras de poder y opinión occidentales, particularmente de Estados Unidos, que ha conseguido invertir la relación que indicaría el sentido común: en lugar de ser determinado por la política de las grandes potencias occidentales, es el sionismo el que marca las pautas a éstas. En ensayos y libros muy serios se ha sostenido esta hipótesis. Hay aquí una cierta idea de «externalidad» entre una fuerza y las otras; y ello refuerza la imagen del gran poder sionista imponiéndose a Occidente.
La otra interpretación, desarrollada especialmente por pensadores judíos, me parece más pertinente. Sostiene, en síntesis, que lo que explica el comportamiento del Estado israelí se encuentra en su propia configuración histórica. El judío argentino León Rozitchner, en un penetrante texto de 2009, expone que el Estado de Israel fue constituido por un segmento específico de la comunidad judía: lo que llama «los judíos europeos asimilados» que, mediante la ideología sionista, terminaron por convertirse en «judeo-cristianos». Occidente estimuló el proyecto de instalarse fuera de Europa, en Palestina, y fundar allí un Estado «al servicio del poder cristiano-imperial» primero de Gran Bretaña y luego de Estados Unidos. Jacques Hersh ha recordado que Winston Churchill manifestó en 1920, con su conocida incontinencia verbal, que la creación de un Estado judío concordaría con «los intereses más genuinos del Imperio Británico».
Rozitchner agrega que se creó «un Estado teológico» cuya dimensión secularizada «siguió siendo la del Estado cristiano». Así, en un extraño vuelco, regresaron «como judíos para culminar en Israel la cristianización comenzada en Europa». Acabaron siendo «neoliberales en la política y en la economía», con todas sus premisas iluministas-cristianas: el capitalismo al fin los había vencido luego de dos mil años de resistencia.
El cambio político-cultural, la nueva «conversión judía», requirió de un paso más: «permutar al enemigo». El Estado israelí, continúa Rozitchner, se transformó «en la punta de lanza del capitalismo cristiano» que lo armó hasta los dientes para enfrentar al nuevo enemigo de éste: el mundo musulmán. «Pero ni los musulmanes ni los palestinos -dice- fueron los culpables de la Shoah: los culpables del genocidio son ahora sus amigos, que los mandan al frente». Hasta la Segunda Guerra Mundial, lo que daba fundamento teológico a la política era la ecuación «amigo/cristiano-enemigo/
Este enfoque transforma profundamente el punto de interrogación inicial. Ya no se trata de un Estado con un proyecto propio, ferozmente independiente y capaz de imponerse a otros (EEUU y Europa) para garantizar así protección y anuencia en cualquier circunstancia. Las acciones del Estado israelí en Medio Oriente no son más que las intrigas de EEUU y sus socios para imponer su proyecto en aquella convulsionada región. ¿Lo que sigue es un ataque vicario de Israel contra Irán?
El giro de la judeofobia a la islamofobia es la síntesis, en el plano ideológico y político, de la expansión de la frontera imperial en una zona estratégica para los actuales propósitos del proyecto neoliberal. Siendo así, el primer responsable de los crímenes que allí se han cometido (y de los que se cometan) es la constelación de intereses occidentales que se prolonga en Medio Oriente. Todo indica que el «cambio» de estrategia de Obama es más bien seguir haciendo lo de siempre de modo encubierto, mientras se edulcora el discurso; y, en el caso de Medio Oriente, mantener el juego de EEUU como promotor del «diálogo» y las buenas maneras, en tanto garantiza que el Estado de Israel cumpla el papel que se le ha asignado.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/06/25/index.php?section=opinion&article=012a1pol
rCR