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El escándalo Al-Jazeera

Fuentes: Shalom.org

Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

Siempre he pensado que éste es un rasgo específicamente israelí: siempre que estalla un escándalo de dimensiones nacionales no hacemos caso de las cuestiones cruciales y concentramos nuestra atención en algún detalle secundario. Esto nos ahorra la necesidad de afrontar los verdaderos problemas y tomar decisiones dolorosas.

Hay ejemplos a porrillo. El clásico centrado en la pregunta: «¿Quién dio la orden?». Cuando se conoció que en 1954 un círculo espía israelí había ordenado poner bombas en instituciones estadounidenses y británicas en Egipto, para sabotear los esfuerzos para mejorar las relaciones entre Occidente y Gamal Abd-al-Nasser, una enorme crisis sacudió Israel. Casi nadie se preguntó si la idea en sí misma había sido sabia o estúpida. Casi nadie preguntó si fue realmente por el interés de Israel desafiar al nuevo y vigoroso líder egipcio, que rápidamente se convertía en el ídolo de todo el mundo árabe (y que ya en secreto había indicado que posiblemente podría hacer la paz con Israel).

No, la cuestión fue solamente: ¿Quién dio la orden? ¿El Ministro de Defensa, Pinhas Lavon, o el jefe de la inteligencia militar Binyamin Gibli? Esta pregunta sacudió a la nación, derribó al gobierno e indujo a David Ben-Gurion a dejar el partido Laborista.

Recientemente, el escándalo de la flotilla turca se centró alrededor de la pregunta: ¿fue una buena idea de los comandos deslizar cuerdas al barco o deberían haber adoptado otra forma de ataque? Casi nadie preguntó: En primer lugar, ¿Gaza tiene que estar bloqueada? ¿No habría sido más inteligente hablar con Hamás? ¿Fue una buena idea atacar a un buque turco en alta mar?

Parece que este particular modo israelí de tratar los problemas es contagioso. A este respecto nuestros vecinos (también) están empezando a parecerse a nosotros.

La emisora de televisión Al-Jazeera siguió el ejemplo de WikiLeaks esta semana publicando un montón de documentos secretos palestinos. Pintaron un cuadro detallado de las negociaciones de paz israelíes-palestinas, especialmente durante la época del Primer Ministro Ehud Olmert, cuando la brecha entre las partes se hizo más pequeña.

En el mundo árabe esto originó una enorme conmoción. Incluso mientras la «Revolución del Jazmín» en Túnez estaba todavía en pleno apoge y masas de gente en Egipto se enfrentaban al régimen de Mubarak, las filtraciones de Al-Jazeera suscitaron una intensa controversia.

¿Pero sobre qué fue el conflicto? No sobre la posición de los negociadores palestinos, no sobre la estrategia de Mahmud Abbas y sus colegas, sus suposiciones básicas, sus pros y contras.

No, en el estilo israelí, la pregunta principal era: ¿quién filtró los documentos? ¿Quién está acechando en las sombras detrás de los soplones? ¿La CIA? ¿El Mossad? ¿Cuáles eran sus siniestros motivos?

En Al-Jazeera, los líderes palestinos fueron acusados de traición y de cosas peores. En Ramala las oficinas de Al-Jazeera fueron atacadas por muchedumbres pro Abbas. Saen Erekat, el jefe negociador palestino, declaró que Al-Jazeera estaba realmente llamando a su asesinato. Él y otros han negado que hayan hecho jamás las concesiones indicadas en los documentos. Parecían decir en público que tales concesiones equivaldrían

A la traición, aunque estuvieran de acuerdo en secreto.

Todo esto es absurdo. Ahora que las negociaciones israelíes y palestinas se han hecho públicas -y nadie negará seriamente su autenticidad- la verdadera discusión debería ser sobre su esencia.

Para alguien implicado de algún modo en el proceso de paz israelí-palestino no hubo nada realmente sorprendente en estas revelaciones, al contrario, éstas muestran que los negociadores palestinos se adhieren estrictamente a las directrices establecidas por Yasser Arafat.

Sé esto de primera mano porque tuve la oportunidad de hablar de ello con el propio Arafat. Fue en 1992, después de la elección de Isaac Rabín. Rachel y yo fuimos a Túnez a encontrarnos con «Abu Amar», como le gustaba que le llamaran. El punto álgido de la visita era una reunión en la cual, además del mismo Arafat, participaron varios líderes palestinos; entre ellos Mahmud Abbas y Yasser Abed-Rabbo.

Todos tenían mucha curiosidad por la personalidad de Rabín, a quien yo conocía bien, y me preguntaron atentamente sobre él. Mi comentario de que «Rabín es tan honesto como un político puede serlo» fue saludado con una risa general, sobre todo por parte de Arafat.

Pero la parte principal de la reunión estuvo dedicada a una revisión de los problemas claves de la paz israelí-palestina. Las fronteras, Jerusalén, la seguridad, los refugiados etc., lo que ahora se conoce como los «asuntos centrales».

Arafat y los otros lo discutieron desde el punto de vista palestino. Yo traté de transmitir que -en mi opinión- podría se posible que estuviera de acuerdo. Lo que surgió fue una especie de esqueleto de acuerdo de paz.

De regreso a Israel me reuní con Rabín en su domicilio privado un sábado, en presencia de su asistente, Eitan Haber, y traté de contarle lo que había sucedido. Más bien para mi sorpresa, Rabín evadió toda discusión seria. Ya estaba pensando en Oslo.

Unos años después, Gush Shalom publico un detallado borrador de acuerdo de paz. Estaba basado en el conocimiento de la posición palestina como se reveló en Túnez. Como cualquiera puede ver en nuestra página de Internet, era muy similar a las recientes propuestas del lado palestino como se revela en los documentos de Al-Jazeera.

Más o menos, es como sigue:

Las fronteras estarán basadas en las líneas de 1967, con mínimos intercambios de territorio los cuales unirían a Israel los grandes asentamientos inmediatamente adyacentes a la Línea Verde. Esto no incluye los grandes asentamientos que sobresalen adentrados en Cisjordania y que cortan el territorio en pedazos, tales como Ma’aleh Adumim y Ariel.

Todos los asentamientos en lo que se convertirá en el Estado palestino tendrán que evacuarse. Según los documentos uno de los palestinos abrió otra opción: que los colonos se queden donde están y se conviertan en ciudadanos palestinos. Tzipi Livni -entonces Ministra de Exteriores- puso objeciones inmediatamente, diciendo directamente que todos ellos serían asesinados. Estoy de acuerdo en que no sería una buena idea; causaría una fricción interminable, puesto que dichos asentamientos están ubicados en territorio palestino, ya sean propiedades privadas o en reservas de terrenos de ciudades y pueblos.

Sobre Jerusalén, la solución sería como la formulada por el presidente Bill Clinton: Lo que es árabe deberá ir a Palestina, lo que es judío se unirá a Israel. Ésa es una enorme concesión palestina, pero es sabia. Estoy contento de que no estén de acuerdo en aplicar esta regla a Har Homa, el monstruoso asentamiento, construido en lo que una vez fue una bella y arbolada colina donde he pasado muchos días y noches (y casi pierdo mi vida) en protesta contra su construcción.

Sobre los refugiados está claro para cualquier persona razonable que no habría un retorno masivo de millones de personas que convertirían Israel en otra cosa. Ésta es una amarga (e injusta) píldora para tragarse los palestinos; pero que cualquier palestino que desee de verdad una solución de dos Estados debe aceptar. La pregunta es: ¿a cuántos refugiados les sería permitido regresar a Israel como un gesto sanador? Los palestinos propusieron 100.000, Olmert propuso 5.000. Hay una enorme diferencia, pero una vez comencemos a discutir de números, puede hallarse una solución.

Los palestinos quieren una fuerza internacional apostada en Cisjordania que salvaguarde su propia seguridad y la de Israel. No recuerdo si Arafat me lo mencionó, pero estoy seguro de que estaría de acuerdo.

Éste, entonces, es el plan de paz palestino; y no se ha cambiado desde que Arafat llegó, a finales de 1973, a la conclusión que la solución de los dos Estados era la única viable. El hecho de que Olmert y compañía no dieran el salto para aceptar estos términos, en vez de lanzar la mortífera operación Plomo Fundido, habla por si mismo.

Las revelaciones de Al-Jazeera son inoportunas. Unas negociaciones tan delicadas están mejor conducidas en secreto. La idea de que «el pueblo debe ser parte de las negociaciones» es simplista. Ciertamente se debe consultar al pueblo pero no antes de poner un borrador de acuerdo sobre la mesa para que el pueblo pueda decidir si quiere todo el paquete o no. Antes de eso, las revelaciones solamente pueden provocar cacofonías demagógicas de acusaciones de traición (en ambos lados) como las que están sucediendo ahora.

Para el campo de la paz israelí las revelaciones son una bendición. Prueban, como Gush Shalom expresó en la declaración semanal de ayer, que «Nosotros tenemos un interlocutor para la paz. Los palestinos no tienen interlocutor para la paz».

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1296254339/