Traducido para Rebelión por LB
El otro día, el todopoderoso Servicio General de Seguridad (Shabak, antiguamente Shin Bet) necesitaba un nuevo jefe. Es un trabajo de enorme importancia, ya que en las reuniones del gabinete ningún ministro se atreve a contradecir la opinión del jefe del Shabak.
Había un candidato obvio, conocido solamente como J. Sin embargo, en el último momento el lobby de los colonos se movilizó. Resulta que como director del «departamento judío» J. había puesto entre rejas a algunos terroristas judíos. Así que su candidatura fue rechazada y Yoram Cohen, el chouchou con kippa de los colonos, fue nombrado en su lugar.
Eso ocurrió el mes pasado. Justo antes, el Consejo de Seguridad Nacional también necesitaba un nuevo jefe. Bajo la presión de los colonos el general Yaakov Amidror, que había sido el oficial con kippa de más rango en el ejército, un hombre de ideología abiertamente ultra-ultra-nacionalista, se hizo con el puesto.
El Jefe Adjunto del Estado Mayor del ejército es un oficial con kippa adorado por los colonos y antiguo jefe del Comando Central, que incluye a Cisjordania.
Hace algunas semanas escribí que es posible que el problema no sea la anexión de Cisjordania por Israel, sino la anexión de Israel por los colonos de Cisjordania.
Algunos lectores reaccionaron con una sonrisa. Parecía una humorada.
De eso nada.
Ha llegado el momento de examinar seriamente este proceso: ¿Está siendo Israel víctima de una OPA hostil por parte de los colonos?
En primer lugar debemos examinar el propio término de «colono».
Formalmente no cabe la menor duda. Son colonos los israelíes que viven más allá de la frontera de 1967, de la Línea Verde (en este caso la palabra «verde» no tiene ninguna connotación ideológica. Simplemente ocurrió que ése fue el color elegido para distinguir esa línea en los mapas).
Los números se inflan y desinflan en función de las necesidades de la propaganda, pero se puede calcular que hay unos 300.000 colonos en Cisjordania y más o menos otros 200.000 en Jerusalén Este. Los israelíes por lo general no suelen llamar «colonos» a los jerusalemitas y los colocan en una categoría diferente. Pero, por supuesto, son colonos.
Ahora bien, cuando hablamos de colonos en el contexto político hablamos de una comunidad mucho más grande.
Es cierto que no todos los pobladores son colonos. Mucha gente [que vive] en las colonias de Cisjordania se instaló en ellas sin ninguna motivación ideológica, sólo porque podían construirse a precio de ganga villas de ensueño con vistas panorámicas de minaretes árabes. Es a este tipo de colonos al que el presidente del Consejo de Colonos Danny Dayan se refería cuando, en una conversación secreta (recientemente filtrada) que mantuvo con un diplomático de EEUU, admitió que podrían ser fácilmente persuadidos de regresar a Israel si mediaba el suficiente dinero.
Sin embargo, toda esta gente tiene un interés en [mantener] el status quo, y por esa razón apoyarán a los verdaderos colonos en la lucha política. Como dice el proverbio judío, quien empieza cumpliendo un mandamiento por motivos equivocados acabará cumpliéndolo por las razones correctas.
Pero el campo de los «colonos» es muchísimo más amplio.
La totalidad del llamado movimiento «nacional-religioso» apoya completamente a los colonos, a su ideología y sus objetivos. Y, cosa nada sorprendente, la empresa de asentamiento surgió de sus entrañas.
Eso merece una explicación.
Los «nacional-religiosos» eran originalmente una diminuta facción de los judíos religiosos. El gran campo de los ortodoxos consideraba el sionismo como una aberración y un pecado atroz. Puesto que Dios había exiliado a los judíos de su tierra a causa de sus pecados, sólo Él -a través de Su Mesías- tenía derecho a retornarlos. Los sionistas se sitúan por encima de Dios e impiden la llegada del Mesías. Para los ortodoxos, la idea sionista de una «nación» judía secular sigue siendo una abominación.
Sin embargo, unos pocos judíos sí abrazaron el incipiente movimiento sionista. Siguieron siendo un grupo anecdótico. Los sionistas despreciaban la religión judía, igual que el resto de las cosas relacionadas con la diáspora judía («Galut», exilio, un término peyorativo en la jerga sionista). A los niños que (como yo mismo) fueron educados en las escuelas sionistas de Palestina anteriores al Holocausto, se les enseñó a mirar con compasión a las personas que «todavía» eran religiosas.
Ello coloreó también nuestra percepción de los sionistas religiosos. El verdadero trabajo de construcción de nuestro futuro «Estado hebreo» (nosotros nunca hablábamos de un «Estado judío») lo llevaron a cabo los ateos socialistas. Los kibutzim y moshavim, aldeas comunales y cooperativas, así como los movimientos juveniles de «pioneros», que fueron el fundamento de toda la empresa, seguían en su mayoría la doctrina de la escuela socialista tolstoiana, y algunos eran incluso marxistas. Los pocos que eran religiosos estaban considerados como marginales.
En aquel tiempo, en los años 30 y 40, pocos jóvenes llevaban kippa en público. No recuerdo a un solo miembro del Irgun, la organización militar («terrorista») clandestina a la que yo pertenecía, que llevara kippa, aunque había un buen número de miembros que eran religiosos. Preferían llevar una gorra menos ostentosa o una boina.
El partido nacional-religioso (originalmente llamado Mizrahi -Oriental-) desempeñó un papel menor en la política sionista. Era decididamente moderado en los asuntos nacionales. En los históricos enfrentamientos de los años 50 entre el «activista» David Ben-Gurion y el «moderado» Moshe Sharett, [los nacional-religiosos] casi siempre se colocaban del lado de Sharett y ponían a Ben Gurion contra la pared.
Sin embargo, nadie le prestó mucha atención a lo que estaba ocurriendo bajo la superficie, es decir, en el movimiento nacional-religioso juvenil Bnei Akiva y en sus Yeshivot. Allí, fuera de la mirada del público general, se estaba destilando un peligroso cóctel de sionismo ultra-nacionalista y de una agresiva religión «mesiánica» tribal.
La aplastante victoria del ejército israelí en la Guerra de los Seis días de 1967, que estalló tras tres semanas de ansiedad extrema, marcó un punto de inflexión para este movimiento.
De pronto se encontraron con que tenían en sus manos todo aquello con lo que habían soñado: un milagro divino, el corazón histórico de Eretz Israel (alias Cisjordania) ocupado, «El Monte del Templo es nuestro!», como informó sin aliento cierto general.
Como si alguien hubiera extraído un corcho, el movimiento juvenil nacional-religioso se escapó de la botella y se convirtió en una fuerza nacional. Crearon Gush Emunim («Bloque de los Creyentes»), el centro de la dinámica empresa colonizadora en los nuevos «territorios liberados».
Hay que comprender bien esto: para el campo nacional-religioso 1967 fue también un momento de liberación dentro del campo sionista. Como profetizara la Biblia (Salmo 117): «La piedra que los constructores despreciaron se convirtió en la piedra angular». El despreciado movimiento juvenil nacional-religioso y kibutzim saltó de repente al centro del escenario.
Mientras que el viejo movimiento kibutz socialista moría de agotamiento ideológico y sus miembros se enriquecían vendiendo terrenos agrícolas a los tiburones inmobiliarios, el campo religioso nacional eclosionó con toda la potencia de su vigor ideológico, henchido de fervor espiritual y nacional, predicando un credo judío pagano trufado de lugares santos, piedras sagradas y tumbas santas, mezclado con la convicción de que la totalidad del país pertenece a los judíos y de que «los extranjeros» (es decir, los palestinos, que llevan viviendo aquí como mínimo 1.300 años, si no son 5.000) deben ser expulsados.
La mayoría de los israelíes de hoy han nacido o han emigrado [a Israel] después de 1967. El Estado ocupante es la única realidad que conocen. El credo de los colonos se les antoja una verdad evidente por sí misma. Las encuestas muestran la existencia de un creciente número de jóvenes israelíes para quienes la democracia y los derechos humanos son frases huecas. Un Estado judío significa un Estado que pertenece a los judíos y solo a los judíos: nadie más pinta nada aquí.
Este clima ha creado un escenario político dominado por un conjunto de partidos de derecha, desde los racistas de Avigdor Lieberman hasta los seguidores abiertamente fascistas del difunto rabino Meir Kahane, todos ellos totalmente subordinados a los colonos.
Aunque es cierto que el Congreso de EEUU está controlado por el lobby de Israel, a su vez este lobby está controlado por el gobierno israelí, el cual es controlado por los colonos. (Es como el chiste del dictador que dice: El mundo le tiene miedo a nuestro país, el país me tiene miedo a mí, yo le tengo miedo a mi esposa, mi esposa le tiene miedo a ratón. Entonces, ¿quién gobierna el mundo?).
Así que los colonos pueden hacer lo que se les antoje: construir nuevos asentamientos y ampliar los ya existentes, hacer caso omiso del Tribunal Supremo de Justicia, dar órdenes a la Knesset y al Gobierno, atacar a sus «vecinos» cuando les apetece, matar a niños árabes que tiran piedras, arrancar olivos, quemar mezquitas. Y su poder está creciendo a pasos agigantados.
La toma del control de un país civilizado por parte combatientes fronterizos más endurecidos no es en absoluto algo inusual. Al contrario, se trata de un fenómeno que se repite con frecuencia a lo lagro de la historia. El historiador Arnold Toynbee confeccionó una larga lista de casos similares.
Alemania estuvo dominada durante mucho tiempo por la Ostmark («la marca del Este»), que se convirtió luego en Austria. El culturalmente avanzado territorio centroalemán cayó bajo el dominio de los prusianos, más primitivos pero más correosos y cuya patria no formaba en absoluto parte de Alemania. El imperio ruso lo formó Moscú, que originalmente era una población primitiva situada en una zona marginal.
La regla parece ser que cuando la gente de un país civilizado se echa a perder merced a la acumulación de cultura y riqueza, desde la periferia llega una raza más resistente, menos mimada y más primitiva que toma el control, como Grecia fue dominada por los romanos y Roma por los bárbaros.
Lo mismo puede sucedernos a nosotros. Pero no necesariamente. La democracia secular israelí todavía tiene mucha fuerza. Los asentamientos aún pueden eliminarse (en un próximo artículo trataré de mostrar cómo). La derecha religiosa todavía puede ser rechazada. La ocupación, que es la madre de todos los males, aún puede ser desmantelada.
Pero para eso tenemos que reconocer el peligro… y hacer algo al respecto.
Fuente: http://zope.gush-shalom.org/