Los Acuerdos de París para lograr que el repunte de la temperatura del planeta no supere los 2 grados centígrados en 2025 no van por buenos derroteros. Por si fuera poco, el gran emisor de gases de efecto invernadero -EEUU- ya ha avanzado que no acudirá a la cumbre para la Acción Climática de Naciones Unidas de septiembre.
La quema de combustibles fósiles es una de las principales causas del aumento del CO2. AFP
En 2016, en las postrimerías de su segundo mandato, Barack Obama, tan sólo unos meses antes de conocer a su sucesor en la Casa Blanca, firmaba los Acuerdos de París, a los que definió como «el más ambicioso pacto contra el cambio climático de la historia». Tras estampar su rúbrica, el líder demócrata preconizó que EEUU sería el abanderado mundial en esta lucha. Es más, señaló la estela a seguir: la mayor potencia económica del planeta está en condiciones de recortar en más de un 26% sus niveles de emisiones de CO2 a la atmósfera en 2025.
En línea con el objetivo del tratado parisino. Sin embargo, la fumata blanca se ha tornado negra. En 2018, los niveles de polución volvieron a aumentar, después de que la Administración Trump echara por la borda las normas de protección medioambiental redactadas por Obama. Una vez más. Porque la promesa internacional de EEUU en esta materia nunca ha sido sólida.
Pese a que la Casa Blanca ha suscrito cuatro grandes protocolos para combatir el efecto invernadero -cumbres de Río de Janeiro, en 1992; Kyoto, en 1997, Copenhague, en 2009 y el mencionado de París, en 2015- EEUU ha fallado, como muchos otros grandes emisores de CO2, en sus intentos, mínimos, de mantener a raya sus cotas de polución. En buena medida, porque han sido incapaces de añadir a sus ordenamientos una regulación rigurosa al respecto. El resultado es paradigmático. El mayor PIB del mundo ha lanzado al espacio 20.000 millones de toneladas de dióxido de carbono más de su compromiso internacional de 1992 .
Mientras las previsiones auguran que, para 2025, sobrepasará en otras 5.000 toneladas los límites previstos en la capital francesa.Este superávit contaminante podría parecer testimonial para una economía que ronda ya los 20 billones de dólares. Pero no lo es. Baste decir que estos 25.000 millones de toneladas adicionales es una cantidad que superan las emisiones totales procedentes de China, India y la UE el pasado año. Más en concreto, y según cálculos del propio gobierno federal americano de 2016, basado en una prospección matemática que contabiliza el daño causado por cada tonelada de emisión de CO2 en 42 dólares, el coste para la economía mundial del exceso contaminante de EEUU será superior al billón de dólares en los próximos años.
Donald Trump ha calificado de «irracionales» y de «exigencias económicas y financieras draconianas» para EEUU el cumplimiento de los pactos de París. Falacia. Porque Washington siempre ha logrado obtener cuotas más reducidas en todos los acuerdos ecológicos de referencia. Por ejemplo, en Kyoto, su objetivo era menos ambicioso que los del resto de países cosignatarios. E, incluso, su delegación logró incluir en el protocolo el mercado de derechos de emisión, con el que quiso asegurarse que la consecución de su meta conservacionista tuviera un coste más efectivo.
Cambio de paradigma económico
El giro hacia la transición energética no sólo es la única alternativa para mantener la salud del planeta. Es, quizás, la más clara estrategia económica hacia la estabilidad y la prosperidad. Para los expertos climáticos, EEUU no tiene barreras, ni técnicas ni financieras, a la hora de avanzar por la senda de las energías renovables. En su opinión, las inversiones en la economía verde se sufragan por la propia industria y los costes asociados a su implantación son mínimos en relación a los amplios beneficios hacia la sociedad . Según la Comisión Global sobre la Economía y el Clima (GCEC, en sus siglas en inglés), el PIB global añadiría 26 millones de dólares si se consumaran los negocios relacionados con la preservación del medio ambiente en 2030. Suma equivalente a los PIB de EEUU y Japón, primera y tercera economías globales, a precios actuales de mercado.
Las 90 compañías con mayores índices de polución han sido las responsables de casi el 50% del aumento de la temperatura del planeta desde el final de la Revolución Industrial
Un salto de prosperidad que se consolidaría si, como se reclama Naciones Unidas, los gobiernos que han suscrito los Acuerdos de París sellan alianzas de colaboración con el sector privado idóneas para potenciar la economía ecológica. Bajo directrices aceptadas como que las inversiones en la energía solar o eólica exigen menos costes efectivos que la generada por el carbón. Sin embargo, todas las propuestas legislativas planteadas en el Congreso norteamericano desde la era Trump se han saldado con la férrea oposición de la mayoría republicana en el Senado. Aunque también por parte de las filas demócratas; en concreto, la de sus representantes de estados con industria del carbón. Un estudio de Boston Consulting Group (BCG) estima que el impacto de las políticas medioambientales de EEUU, de cumplirse estrictamente en su totalidad, apenas serviría para reducir en un 11% las emisiones estadounidenses de CO2 en 2050.Por si fuera poco, sus grandes consorcios energéticos están entre los son los más contaminantes. De acuerdo con la revista académica Climate Change, las 90 compañías con mayores índices de polución han sido las responsables de casi el 50% del aumento de la temperatura del planeta desde el final de la Revolución Industrial.
Periodo que enmarcan entre 1880 y 2010. De ellas, 83 extraen carbón, petróleo o gas natural. Es decir, se dedican en mayor o menor medida al negocio de los combustibles fósiles. Mientras que las otras siete son cementeras. Su gigante Chevron es el principal agente contaminante, seguido de la saudí Aramco y de la rusa Gazprom. Tras estas tres multinacionales, aparecen otro tridente estadounidense: ConocoPhillips, Consol Energy y Peabody Energy . Que anteceden a las británicas BP y British Coal Corporation, a la holandesa Royal Dutch Shell, a la francesa Total y a la australiana BHP Billiton. Desde Oriente Próximo y el norte de África surgen la National Iranian Oil Company, Kuwait Pretroleum y la energética de Argelia Sonatrach. También están entre las veinte primeras PetroChina, Coal India, la mexicana Pemex y la venezolana PDVSA. Sus emisiones -dice el informe- revela que los productores de las energías fósiles «son los que más impacto están teniendo en la temperatura de la superficie de la Tierra».
La última vez que las emisiones de CO2 a la atmósfera registraron las históricas cotas actuales, hace tres millones de años, el nivel del mar era 18,6 metros más alto y existía vida arbórea en la Antártida
Sus efectos son «cuantificables y substanciales» en el aumento del efecto invernadero y en su persistencia en mantener sus negocios subyacen «condicionantes históricos, legales y, por supuesto, de falta de ética» que impiden el combate contra el cambio climático con capitales y fondos monetarios tendentes a mitigar sus daños, a apoyar bases jurídicas que conduzcan a un cambio de paradigma hacia economías sostenibles y limpias y a la compensación de los daños por excesos de emisiones de CO2.
Más madera… fósil
Pero, sin duda, la Administración Trump va por otros derroteros. Los últimos datos oficiales dan sobradas muestras de la apuesta de la Casa Blanca por las prospecciones de gas y petróleo en su territorio. En 2018, el gobierno federal liberalizó 2,1 millones de acres para que las empresas energéticas continuaran con sus trabajos de prospección y extracción que, en su gran mayoría, se destinó al fracking, la dañina técnica mediante fractura hidráulica que se ha erigido en una práctica habitual en el sector estadounidense. En 2017, concedió otros 1,6 millones de acres a la industria petrolífera. Así lo cifra la Oficina de Gestión de la Tierra (BLM), cuyos datos han sido analizados por el think-tank Center for American Progress (CAP). Mayoritariamente, en Nevada, Utah, Wyoming, Montana, Arizona, Colorado y Nuevo México. Un año antes, bajo el mandato de Obama, la cesión fue de 289.000 acres de terreno. Ellen Kustin, directora del CAP, afirma que «las acciones del gobierno Trump indican que la visión occidental continúa siendo la de entregar terreno a la industria para mantener sus técnicas extractivas».
En contra de ponerle freno a las estrategias contra el cambio climático. A pesar de que, la última vez que las emisiones de CO2 a la atmósfera registraron las históricas cotas actuales (410 partes por millón), hace tres millones de años, el nivel de los mares era 18,6 metros más alto y existía vida arbórea en la Antártida, dicen los investigadores del Instituto Postdam (PIK) sobre Investigación del Impacto Climático en un estudio publicado en Science Advances. Las emisiones globales de CO2 en 2018 alcanzaron una cifra sin parangón : 37.100 millones de toneladas. Con casi todas las naciones alejándose de sus objetivos de control. India lo superó en un 6,3%; China, en un 4,7% y EEUU, en un 2,5%, acaba de revelar Global Carbon Project. Aunque consultoras privadas como Rhodium Group lo incrementan hasta un 3,4% en el caso de EEUU. El mayor aumento de los últimos ocho años. Y lo que es peor. Washington acaba de corroborar que no acudirá a la cumbre de Naciones Unidas para la Acción Climática que se celebra en septiembre. Trump ni está, ni se le espera en la lucha por la preservación del medio ambiente.