Que nadie se alarme por el título de este último artículo del año. Esta madrugada alguien me ha etiquetado en un tuit en el que se hablaba del genocidio del feminismo del siglo XXI. Me ha dado la risa y la idea de cómo comenzar este último artículo del año. Comenzaré diciendo que, al menos […]
Comenzaré diciendo que, al menos para mí, hay tantos feminismos como personas feministas, puesto que aunque los objetivos son comunes la forma en que cada persona lo vive y lo practica es única.
Precisamente por esta cualidad, unas personas feministas lo practican en el ámbito académico, otras en el laboral, el intelectual, otras desde el anonimato militante, en redes sociales, y así un largo etcétera que nos enreda y fortalece multiplicando el discurso para llegar a todos los ámbitos.
En el año que acaba hemos vivido una de las mayores movilizaciones de las mujeres en el Estado español para frenar la barbaridad que pretendía imponer el ya (afortunadamente) ex ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón: la reforma de la ley de aborto que nos devolvía a las cavernas en materia de derechos sexuales y reproductivos, y sobre el derecho a decidir de las mujeres sobre su maternidad y su cuerpo.
En su momento comenté mi opinión sobre los verdaderos motivos de la dimisión de Gallardón y que no fue únicamente la retirada de la ley que pretendía imponer con el rodillo de su mayoría absoluta en el Parlamento.
La movilización sostenida de mujeres de toda clase y condición y la demostración pública de nuestro rechazo visibilizada en la gran manifestación que tuvo lugar en Madrid el pasado 1 de febrero, fue una potente inyección de ánimos para no desfallecer en ningún ámbito y para fortalecernos y retroalimentarnos en nuestras propias convicciones feministas.
La necesidad del feminismo y de todas las personas feministas ya no se puede poner en duda puesto que los objetivos a combatir siguen vigentes. Las desigualdades entre mujeres y hombres en todos los ámbitos no sólo no desaparecen, sino que van aumentando con las medidas que este desgobierno facha está tomando con la excusa de esta estafa llamada crisis.
Y, por tanto, desde las diferentes militancias que cada cual lleva en su vida ha de integrar la de la igualdad real entre mujeres y hombres, de lo contrario, esas militancias no me sirven.
No me sirven propuestas de modelos económicos alternativos si no se contemplan medidas específicas de apoyo a las familias para que sobre todo las mujeres, pero también los hombres, podamos conciliar de verdad nuestra vida laboral, familiar y personal.
Tampoco me sirven modelos laborales en los que la igualdad sea sólo aparente y no se llegue al origen de las verdaderas desigualdades internas e inherentes a la condición de persona trabajadora.
Tampoco me sirven discursos políticos, sean del signo que sean, en los que la igualdad se reduzca a algo de maquillaje para acallar posibles voces discordantes y punto. No, todo eso ya lo hemos vivido en muchas ocasiones.
La traición sistemática e histórica hacia los Derechos Humanos de las mujeres hace necesaria la militancia feminista en todos los ámbitos de la vida. De ahí la importancia de la suma de las diferentes y legítimas voces feministas de todo signo y condición.
No me vale con que sólo las opiniones más consideradas sean las únicas referentes. Hemos de aprender a escuchar las voces de mujeres anónimas que nos dan cada día lecciones de trabajo militante desde su realidad.
Y las llamo anónimas porque sus nombres no aparecen en las redes sociales o en las listas de partidos políticos u otro tipo de organizaciones, pero su trabajo de militancia cotidiana les otorga todo mi respeto y admiración.
De mujeres y de hombres, porque el discurso de la necesidad de la igualdad también va calando entre los varones que ya comienzan a ver que con sistemas igualitarios salimos ganando todas las personas.
Es importante tener personas referentes a las que acudir en algunos momentos, pero considero más importante la observación cotidiana del trabajo continuado de la gente y aprender de ella.
Y en ese sentido la semana pasada leía un artículo que me provocó rabia puesto que al hablar del año que acaba se refería a él como «el año de las mujeres». Lo leí y la decepción dio paso a la rabia. En él se comentaba que hubo más mujeres en todos los ámbitos y todos los nombres que se exponían eran, obviamente, nombres de mujeres conocidas.
Incluso el nombre de Malala fue utilizado con ese fin. Y me enfadé porque 2014 no ha sido el año de las mujeres en el sentido que pretendía el artículo. Este año, en todo caso fue el de la manifestación explícita de la necesidad de la lucha feminista para frenar mayores retrocesos en nuestros Derechos Humanos en todos los aspectos y ámbitos.
Fue el año de las mujeres anónimas, de las que salieron a la calle para frenar la reforma de la ley de aborto. Las que se concentran cada mes y cada vez que se nos asesina porque el terrorismo machista no se detiene y, lo que es peor, cuenta con silencios cómplices de demasiada gente implicada.
Silencio por parte de quienes nos desgobiernan que recortan recursos en actuaciones, sensibilización y formación. Con el silencio de los de las faldas largas y negras que con su discurso misógino alientan desde confesionarios y púlpitos a aguantar esas situaciones.
Y con el silencio y las actuaciones de algunas gentes de los frufrús que con sentencias muy cuestionables llegan incluso a justificar este tipo de terrorismo que se ha llevado por delante de forma injustificada la vida de más de 70 mujeres.
Y estos son sólo algunos silencios, pero hay más, muchos más. Y todo ello sin contar el sufrimiento de las otras víctimas, las mujeres que lo sufren en la intimidad paralizadas por el miedo y por su propia cárcel invisible llamada dependencia emocional.
En dos días iniciamos un año con varios procesos electorales en los que las diferentes fuerzas políticas nos van a vender de nuevo en sus campañas diversas medidas para «mejorar» la situación. Pero seguramente se olvidarán de que la situación no se mejorará si se olvidan de la desigualdad existente de más de la mitad de la población que vive en peores condiciones que la otra mitad. Y para mí eso es fundamental.
El feminismo denuncia esa situación de desigualdad real todavía existente en nuestras sociedades. Y esto es considerado por demasiada gente como un atentado contra el poder establecido que sigue siendo patriarcal y, por supuesto, androcéntrico.
Por eso hay demasiada gente empeñada en criminalizar la militancia feminista, porque supone un peligro a los privilegios heredados a lo largo de la historia por la mitad de la población. Y esto es injusto desde cualquier punto de vista. O por lo menos para mí lo es.
Y, por supuesto, y a pesar de lo que algunos se empeñen en denunciar, el feminismo no asesina a nadie porque busca igualar situaciones y desmontar privilegios para que mujeres y hombres salgamos ganando.
El temor de quienes nos acusan a las feministas es el de perder su poder sobre las instituciones, comenzando por las familiares y envolverse con la capa del victimismo. Y miren señores troles, eso no cuela.
Nos acusan de ser feministas radicales. Pues yo les digo que si el término radical tal y como viene en el diccionario de la RAE y en su primera acepción «es un adjetivo relativo o perteneciente a la raíz», pues sí, somos radicales porque vamos a la raíz del problema para solucionarlo. Y esa raíz se llama patriarcado que conlleva privilegios para la mitad de la población en detrimento de la otra mitad.
Y si a ustedes esa situación de desigualdad les parece justa, allá ustedes, pero les recuerdo que el feminismo no asesina. El patriarcado machista sí.
Esperemos que el año que vamos a comenzar sea rico en cambios que igualen y nos permita seguir enriqueciéndonos con las aportaciones de todo tipo de las personas comprometidas con la igualdad.
Y que seamos capaces de echar a este desgobierno por habernos llevado a las mujeres en particular y a la gran mayoría de la sociedad en general a una situación peor de lo que estábamos cuando llegaron.