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El fin de ETA

Fuentes: Rebelión

Notas escritas con anterioridad y reordenadas para una reflexión post-ETA. Un enfoque que difiera de la tesis de que no ha existido (ni existe) un conflicto político de carácter nacional, sino la lucha del Estado de Derecho contra el terrorismo, y que el fin de ETA supone la victoria del «bien sobre el mal» (según la formula acuñada por Busch); pero diferente también, de la versión que nos presenta una heroica lucha (la de ETA) repleta de sacrificios y a resultas de la cual el pueblo vasco esta en la antesala de conquistar su libertad nacional.

ETA, ha cerrado la persiana. La mayoría de la sociedad vasca llevaba tiempo deseado el final de ETA. Yo también. Pero las razones para desear y argumentar tal fin eran y son diversas y condicionadas por el cristal con que miramos, o la forma en que nos afecta personal o políticamente.

Mis razones nunca han sido ni son las del sistema y sus defensores, ni están fundamentadas en unos preceptos éticos abstractos, los cuales, al igual que la aspirina, valen para todo tipo de dolores. La noción del bien y del mal del PP (por ejemplo, en el tema del aborto), o de cualquier demócrata neoliberal, y la de un anticapitalista y antiimperialista no pueden ser iguales o similares, por más que todos nos declaremos fervientes defensores de los derechos humanos. Con la excusa del antiterrorismo el Estado español ha restringido libertades (ley de partidos, etc) y conculcado derechos humanos (claramente denunciadas por Amnistía Internacional por torturas en comisarias y penosa situación de los presos).

Hablando claro: yo no he deseado un final policiaco-represivo de ETA del tipo «derrotado y cautivo el ejército rojo, la paz reina en España»; o el orden constitucional, que no es lo mismo pero algo se le parece. El discurso sobre el final de ETA que se va imponer supondrá una cerrada defensa de la política antiterrorista, de la legislación desarrollada y de la política represiva efectuada, incluida la «guerra sucia», aunque esta se defienda por lo bajin. Lo cual nada tiene que ver son lo que se supone es inherente a un Estado verdaderamente de derecho.

No por casualidad el ejército vencedor de la guerra civil impuso una Transición a la medida de sus deseos (que rechazó la república y no reconoce más soberanía que la de la nación española), y posibilitó, además, que los que hoy claman «¡ni olvido ni perdón!» se beneficiasen del borrón y cuenta nueva. El PP tiene por presidente a un ex ministro franquista responsable directo de masacres como la del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz. Esto es, quienes durante la Transición alabaron el cambio de chaqueta de tantos falangistas convertidos en demócratas de toda la vida, pretenden negar a las gentes de la Izquierda Abertzale la posibilidad de liderar un cambio de estrategia.

Por lo contrario, he deseado una decisión unilateral de ETA, tal como ha ocurrido al final.

En primer lugar, para dar fin a una estrategia que además de generar un terrible e inútil dolor entre sus partidarios y adversarios, entorpecía y envilecía la lucha en pro de la soberanía del Euskal Herria.

En segundo lugar
, para superar los obstáculos existentes para logar un acuerdo satisfactorio en torno a las víctima, los presos y exiliados y, en general, a todos los directamente afectados.

Si bien, en el tema de las víctimas, merece la pena resaltar el contraste existente entre el protagonismo simbólico que juegan las víctimas de ETA y sus familiares, y el ostracismo que sufrieron (durante toda la Transición) y sufren las víctimas de la guerra civil y sus familiares. Ello poco tiene que ver con una cuestión de responsabilidad generacional ni con cuestiones de mayor urgencia en materia de memoria o reparación, sino con la construcción de un discurso que hace de la Transición nuestro alfa y omega, y todo lo que cuestiona esa versión no interesa.

En tercer lugar, para que desapareciese el tutelaje que ejercía ETA sobre el plano político-general. En este sentido, ha sido muy positivo que la actual izquierda abertzale abogue por una clara separación entre las demandas políticas relativas al derecho de autodeterminación, la territorialidad y el respeto de los derechos civiles y políticos, etc., y lo concerniente a la confrontación entre el Estado y ETA, y ETA y una parte de la sociedad vasca (víctimas, presos, exiliados, la legislación antiterrorista, ley de partidos, etc,).

Aunque debe de quedar claro que por desgracia no desaparecerá otro tutelaje bien nefasto. El de unas FFAA encargadas de la defensa de la soberanía y unidad territorial del Estado…

En cuarto lugar, porque no comparto el argumento de que vivimos en el mejor de los mundos posibles y que todo intento de trasformarlo de raíz mediante una estrategia rupturista nos llevaría a horrores sin cuento. Tampoco la cultura del consenso para todo (basada en la en la búsqueda sistemática de intereses comunes; por ejemplo, entre en capital y el trabajo) en detrimento del disenso y de la cultura de la insumisión y la disidencia ante la injusticia, y que lucha armada de ETA ha reforzado por contraposición.

El consenso sirve par la convivencia entre culturas, identidades, o choque entre derechos similares. Sin embargo, no sirve, para conflictos en cuya base está la explotación, la opresión y la discriminación de clase, de género y o nacional; ni que decir de las agresiones al medio ambiente. El ejemplo palestino es de lo mas ilustrativo.

La cultura del consenso, como paradigma de la buena política, ha sido uno de los cánceres de la izquierda y de los movimientos de emancipación. Hemos adolecido de disenso y sufrido una intoxicación de consenso.

Y en quinto lugar, para que se facilite y allane el camino ya iniciado por la izquierda abertzale para conformar un nuevo proyecto del estilo de Euskal Herritarrok (y que la ruptura de la tregua frustró) adaptada a las nuevas circunstancias, marcadas por una profunda crisis sistémica. El éxito de Bildu, supone un espaldarazo al giro efectuado por la izquierda abertzale, y demuestra que el accionar de ETA, además de generar graves problemas éticos, impedía izquierda abertzale (y al soberanismo) desplegar todo su potencial electoral y social. Esto es, que la izquierda abertzale despliegue velas hacia la construcción de una izquierda de corte anticapitalista y antisistémica en lucha por una Euskal Herria, soberana y eco-socialista. Dicho en otras palabras, que pueda refundarse en esa dirección.

VÍAS POLÍTICAS O VÍAS MILITARES
. En tales términos ha sido planteado el debate fundamental de los últimos años. La izquierda abertzale ha evolucionado del jaleo a la lucha armada (ETA jarraitu borroka armatua!) y la defensa de la validez de todos los métodos de lucha, a apostar solo por las vías políticas.

Puede especularse si el cambio es fruto de la necesidad ( para superar el cerco represivo) o de la convicción ( superar el militarismo), o de ambas a la vez. Incluso si es muestra de debilidad (tesis de Ares) o de fortaleza (¿quién resiste mejor el huracán represivo, el robusto roble o el flexible bambú?). Todo ello se me antoja secundario. Lo importante es señalar la magnitud del cambio operado: Una estrategia que opta por la constitución de un bloque soberanista-independentista de izquierdas que opere en todos los ámbitos políticos y sociales; que ocupe las calles y las instituciones, e impulse desde ambos ámbitos la confrontación democrática en demanda de un cambio de régimen.

A partir de ahora, el quid de la cuestión consistirá:

a.- Integrase en el sistema (las presiones en ese sentido serán grandes y variadas) si bien no de cualquier forma, o, combatirla en todos los frentes.

Esto es, si su estrategia y táctica políticas se orientaran hacia una lo que se ha llamado el nacionalismo del bienestar (síntesis entre el nacionalismo burgués y el antiguo modo social-demócrata partidario del estado de Bienestar); orientándose hacia una estrategia reformista mediante la gestión institucional, o bien va a favorecer las luchas y los movimientos sociales para construir pacientemente una nueva representación política (incluso parlamentaria) de los explotados y oprimidos cuyo objetivo sea el derrocamiento del capitalismo y el fortalecimiento de un proyecto eco-socialista.

b.- A otro nivel, va a tener que dilucidar si su política de alianzas va a tener un sesgo fundamentalmente nacionalista intercaista, o preferentemente clasista y anticapitalista. Esto es, una construcción nacional vasca favorable a las clases explotadas y solidaria con sus congéneres de otras partes del planeta.

La crisis actual ha puesto de manifiesto el nefasto papel de los social-liberales y nacionalistas de derecha, pero también los límites de una izquierda formalmente anticapitalista, institucionalista, presa de la cultura de la gobernabilidad y el convencimiento de que solo compartiendo poder (aunque sea en un papel subalterno) se pueden obtener logros de importancia. Lo cual la incapacita para articular una eficaz resistencia en las calles y centros de producción.

Si bien es pronto para hacer hipótesis, no es descartable una lucha entre ambos extremos. Que una parte de la izquierda abertzale, después de años de clandestinidad y de marginación (salvo del área municipal), busque afanosamente gestionar áreas de poder en el actual contexto del capitalismo. Las afirmaciones de que «con la con la paz nos llegará la hora de gobernar», ya las oímos en la época de Euskal Herritarrok, y las volvemos a oír de boca de señalados dirigentes de la izquierda abertzale. Mientras que otra parte, opte por una política antisistemica.

Cabe también, una convivencia entre amabas opciones no exenta de tensiones, sobre la base de una posición mayoritaria intermedia, que haga puente ente entre las mas extremas, y ello posibilite un crecimiento de electoral al modo de Bildu y Amaiur. Me da la impresión de que algo asi acaba de plasmarse en el último congreso de Die Linke de Alemania. Pero tal acuerdo dura lo que dura.

Nuestro deseo es que se fortalezca una izquierda que responda con contundencia al descrédito generalizado de los representantes públicos pringados en tantos escándalos de corrupción. El surgimiento del M-15, aunque de momento en EH es algo sin terminar de cuajar, es una buena noticia en ese sentido. Y una izquierda abertzale que ha sabido aguantar los efectos de una ilegalización que injustamente le ha impedido ocupar (hasta la aparición de Bildu) el lugar que le corresponde, puede contribuir con su enorme capital humano y político, en la construcción de esa izquierda.

Ninguna otra opción tiene, por el momento, los mimbres que tiene la I.A para aportar en esa ingente tarea.

ALGUNAS CONSIDERACIONES SUPLEMENTARIAS. Es evidente que en las sociedades europeas actuales, las estrategias basadas en la lucha armada (máxime si es del tipo de la empleada por ETA) constituyen un grave error de nefastas consecuencias. Pero el debate sobre la violencia no se agota con ese ejemplo: basta analizar lo ocurrido en la última huelga general, lo acontecido en todo al parlamento de Catalunya y el M-15, Kukutza, o cada vez que se da un enfrentamiento violento entre fuerzas del orden y manifestantes o huelguistas defensores de justas reivindicaciones. Miremos a Grecia, y veremos como responde el estado a la ira popular.

Hay violencias y violencias, y es necesario diferenciarlas. Francisco Fernández Buey aborda el problema de la siguiente forma: «no hace falta aceptar la idea de que la violencia es la comadrona de la historia, ni insistir particularmente en la observación de que, por lo general, los derechos no se otorgan sino que se conquistan (frente a la violencia de quienes no quieren ceder sus privilegios a los cuales dan forma de ley), ni siquiera aceptar la idea, tan extendida, de que entre derechos iguales decide la violencia, para ponerse de acuerdo, en que existen circunstancias en las cuales la resistencia al mal social y la justicia obligan al desobediente y al resistente [¡y yo lo soy, respecto a múltiples injusticias que emanan del mundo capitalista!] a ejercer ciertas formas de violencia defensiva». Violencia defensiva frente a un estado que se autodefine como de derecho, y que en realidad es un aparato para el ejercicio de la violencia sistémica.

Freud, respondiendo a Einstein, fue muy explícito al afirmar que, tratándose de la violencia social (y no de violencia individual), «se comete un error de cálculo si no se tiene en cuenta que el derecho fue originalmente violencia bruta y que el derecho sigue sin poder renunciar al apoyo de la violencia». Nos lo señalaba también Javier Ortiz: «El estado es la estructura organizada más acabada de la imposición. Él decide que hay instrumentos de violencia no sólo aceptables, sino incluso estupendos: las Fuerzas Armadas, las policías, los tribunales, las cárceles». No hay sentencia judicial, o decisión política, que no tenga detrás de sí unas fuerzas policiales que la harán efectiva en caso de oposición. Los oponentes al TAV sabemos algo de eso, y los huelguistas franceses también, y qué decir de los emigrantes, por no hablar de conflictos más sangrantes o virulentos como el que está en curso en Afganistán etc.

Al arrogarse el monopolio de la violencia, el Estado asume sin tapujos su derecho a ejercerla de forma exclusiva y utilizarla cuando le haga falta, mediante unas instituciones armadas (ejército y policía) financiadas a expensas del contribuyente. Y esto es así en la política nacional como en la internacional. El hecho de que se dote de un protocolo de actuación (no pocas veces trasgredido conscientemente) no invalida esa conclusión, a pesar de que el lenguaje políticamente correcto se empeñe en afirmar lo contrario.

Un ejemplo. En la ya desaparecida sección «Carta con respuesta» del diario Público, un lector escribía: «La perdurabilidad de ETA es la prueba… de que hay mucha gente que cree en la posibilidad de fundamentar la legitimidad de una nación a fuerza de bombazos». Rafael Reig, responsable de responderle, lo hacía en los siguientes términos: «La mayoría, diría yo (…) De Gaulle afirmó: Francia se hizo a golpe de espada. Aznar piensa que España se hizo con la ayuda de Santiago Matamoros, y Esperanza Aguirre sitúa el nacimiento de la nación española en la guerrilla armada del siglo XIX. ¿Qué decir, de la(s) independencia(s) americana(s), o el nacimiento de la democracia en Francia a golpe de guillotina, o las distintas revoluciones políticas y sociales, frustradas o triunfantes…?

MEDIOS Y FINES. Alguien dijo que la guerra es el arma (política) de los ricos, y el terrorismo el arma de los pobres. Tenía razón; sólo apostillaría que tan terrorista es una forma de violencia como la otra, aunque la primera tenga detrás de sí el beneplácito de las instituciones nacionales o internacionales. Y que en ambos casos (pobres o ricos), la cuestión estriba, por tanto, en la naturaleza de la política que se ejecuta y los medios que se emplean.

«Ser radical es ir a la raíz de las cosas». Ir a la raíz de nuestros problemas nos lleva a enfrentarnos al sistema capitalista y sus instituciones represivas. Pero hay muchas formas de ser radicales, y no todas son asumibles desde los principios políticos de izquierda radical o revolucionaria.

Para nosotros, la radicalidad debe de ser sinónimo de aspiración al cambio de sociedad, de quienes no se conforman con la mirada superficial, buscan la raíz de las cosas, de los problemas, para precisamente solucionarlos.

Hay radicalidades que utilizan violencia de baja o alta intensidad, y otras de signo pacifista. Curiosamente las primeras no requieren necesariamente más valor que las segundas. En ambos comportamientos nos encontramos a menudo con dogmatismos que absolutizan su elección, más allá del tiempo y el espacio.

Las radicalidades violentas requieren de tres condiciones generales para que sean políticamente operativas: legitimidad, deseabilidad y conveniencia. Se trata de tres criterios que con frecuencia no van unidos. Cuando se separan, la violencia ejercida entra en crisis o de deja de ser conveniente, pues ningún método de lucha escapa a la dialéctica entre medios y fines.

Podemos decir, además, que cuanta menos violencia sea necesaria para lograr los objetivos de libertad, equidad y justicia, mejor. No son pocos los problemas que plantean las vías violentas en la transformación de la sociedad. Si se trata de la lucha armada, su inclinación a militarizar la política, los movimientos sociales y la propia sociedad, se convierte en una amenaza contra sus propios fines de emancipación. La historia nos demuestra que, incluso las revoluciones triunfantes por la vía militar, han generado desde el poder graves defectos de verticalismo y falta de libertad. Naturalmente no se trata de una ley inevitable, pero sí de un fenómeno repetido que invita a la reflexión. Por ello nos interesa sobre todo aquella vía que sintoniza con los valores y objetivos por los que luchamos, y facilita el camino para lograrlo. Y está claro que las vías no violentas concuerdan más con la dialéctica entre fines y medios.

Ciertamente la no violencia entra en crisis, también, cuando su ejercicio se traduce en inoperancia o, a su pesar, en un apoyo objetivo al sistema dominante, o cuando menos en alimento de actitudes socialmente poco o nada favorables a la lucha contra la opresión. Y tiene sus límites. Gandhi, resistente pacífica activo contra la injusticia, y que además venció al imperio opresor, no logro que tras la independencia desapareciesen las castas, la explotación, ni los odios religiosos. Un pueblo que utilizó vías pacíficas no quedó en absoluto vacunado contra la violencia interreligiosa, interétnica o contra los parias de la tierra que siguió a la conquista de la independencia.

De hecho, salvo el pacifismo extremo, partidario de ofrecer la otra mejilla -e incluso éste admite excepciones- ninguna doctrina filosófica, y mucho menos política, rechaza el empleo de la violencia, sea ésta en primera o última instancia. De los estados está todo dicho. La Constitución americana defiende el derecho del ciudadano a levantarse en armas contra la tiranía, y ninguna organización o movimiento revolucionario que aspire cambiar la sociedad excluirá el enfrentamiento armado, pues sabe que tarde o temprano los que están el poder sacaran los tanques a la calle.

MORALEJA. Unos medios dignos no conducen inevitablemente a un buen resultado, pero está demostrado que unos medios perversos garantizan el desastre. Todas las opciones consideradas legítimas requieren una crítica y una autocrítica permanente.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.