El 4 de febrero, en su primer discurso importante sobre política exterior, el presidente Joe Biden anunció: “Vamos a acabar con todo el respaldo de Estados Unidos a las operaciones ofensivas en la guerra de Yemen, incluyendo la venta de armas relevantes”. En referencia a la coalición liderada por Arabia Saudí que combate en Yemen desde 2015 y que ha provocado lo que calificó de “desastre humanitario y catástrofe estratégica”, Biden declaró: “Esta guerra debe terminar”.
Declarar la intención de hacer algo no significa que vaya a cumplirse y si consideramos el compromiso pronunciado inmediatamente después: “continuar con el apoyo y asistencia a Arabia Saudí en la defensa de su soberanía, su integridad territorial y su pueblo”, el uso del término “relevante” añadido al de “venta de armas” podría indicar un resquicio muy oportuno. En todo caso, resulta innovador escuchar a un presidente de EE.UU. reconocer al menos que la población yemení está sufriendo una “devastación intolerable”, algo que debemos agradecer al duro trabajo del activismo pacifista de todo el mundo.
Habrá que ver si la proclamación de Biden tiene algún peso en el mundo real, más allá del parón temporal en la venta de armas que Trump negoció poco antes de acabar su mandato. Arabia Saudí ha recibido el anuncio de buenos modos y los vendedores de armas estadounidenses que han sacado partido de la guerra no parecen alterados por la noticia. El CEO de Raytheon Technologies, Greg Hayes, tranquilizó a sus inversores: “Miren ustedes, Oriente Medio no va a recobrar la paz en un futuro próximo. Creo que seguirá siendo una región en la que tendremos un crecimiento sólido”. Probablemente, las perspectivas de paz en Yemen dependen más de una presión internacional continuada que de la existencia de una Administración más amable en la Casa Blanca.
En un informe fechado el 8 de diciembre de 2020, titulado “Yemen: Guerra civil e intervención regional”, el Servicio de Investigación del Congreso de EE.UU. hace referencia a un factor fundamental en la planificación de la política estadounidense con respecto a Yemen que el presidente no mencionó en su discurso: cada día atraviesan el Estrecho de Bab el-Mandeb, en la costa occidental del Yemen, unos cinco millones de barriles de petróleo en su ruta hacia Asia, Europa y Estados Unidos.
Por si la declaración del presidente daba a entender que Estados Unidos iba a abandonar por completo el negocio de matar yemeníes, al día siguiente el Departamento de Estado emitió un comunicado esclarecedor: “Hay que señalar que estas palabras no son de aplicación en el caso de operaciones ofensivas contra el ISIS o Al-Qaeda en la Península Arábiga (AQAP)”: Es decir, pase lo que pase con las ventas de armas a Arabia Saudí, la guerra que lleva librándose 21 años amparada en la Autorización para el Uso de Fuerza Militar aprobada en el Congreso y que permite el empleo de las Fuerzas Armadas de EE.UU. contra los responsables de los ataques del 11-S, continuará indefinidamente, a pesar del hecho de que ni el ISIS ni el AQAP existían en la Península Arábiga en 2001.
Las “operaciones ofensivas” en Yemen que seguirán su curso bajo la presidencia de Biden incluyen ataques con drones, ataques con misiles de crucero y asaltos de las Fuerzas Especiales de EE.UU., y forman parte de la “guerra contra el terror” iniciada por la Administración de Bush hijo y ampliada por la de Obama. A pesar de que durante su campaña prometió acabar con las “guerras interminables”, un informe de Airwars da a entender que Trump bombardeó Yemen en más ocasiones que sus dos predecesores en conjunto.
En enero de 2017, pocos días después de asumir el cargo, Trump ordenó a los comandos de la Navy Seal apoyados por cobertura aérea de drones Reaper asaltar unas instalaciones que se sospechaba albergaban a mandos de Al-Qaeda en la Península Arábiga. Aunque los objetivos del asalto pudieron escapar, uno de los comandos murió en el ataque y posteriormente salió a la luz la muerte de 30 yemeníes, incluyendo a 10 mujeres y niños. El comando de los Seal no fue la única baja estadounidense en esa operación, en la que también murió la niña de ocho años Nawar Awlaki. En septiembre de 2011, el padre de Nawar, el imán yemení-estadounidense Anwar Awlaki, fue asesinado en un ataque con dron en Yemen ordenado por el presidente Obama, basándose en informes secretos que le consideraban un agente de Al-Qaeda. Pocos días después de la muerte de su padre, el hermano de 16 años de Nawar Aldulrahman (nacido en Denver) murió en otro ataque con dron.
Muchas otras familias yemeníes han sufrido a causa de estos ataques. El 26 de enero de 2021, familiares de al menos 34 yemeníes supuestamente asesinados por el ejército estadounidense solicitaron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos determinar si dichas muertes fueron ilegales. Según esta petición, seis ataques con drones y un asalto de las tropas especiales durante las administraciones de Obama y de Trump infligieron un daño catastrófico en dos familias.
Es complicado encontrar estadísticas sobre la guerra de Estados Unidos en Yemen, en parte porque fue la CIA y no el ejército quien ejecutó muchos de los ataques en secreto, pero la organización Airwars y otros estudios registran los ataques con drones y calculan que sus víctimas se cuentan por cientos (en el mejor de los casos). Las bajas de la guerra liderada por Arabia Saudí superan las 100.000 personas y otras tantas habrían muerto a causa del hambre y las enfermedades provocadas por el bloqueo saudí, mientras millones de yemeníes carecen de comida y otras necesidades básicas.
Aunque comparativamente el número de bajas causadas por drones sea mucho menor, los ataques de estas máquinas bélicas tienen un efecto desproporcionado en la sociedad yemení.
Un estudio de la Fundación Alkarama realizado en 2014 sobre la población civil reveló que “para un gran segmento de la población en Yemen, que vive bajo un cielo convertido en fuente constante de traumas, los síntomas de estrés postraumático son una realidad cotidiana”. Asimismo, afirma que, sometido a constante vigilancia y ataques procedentes de drones, “Yemen se ha convertido en estos tiempos en un lugar peculiar en el que el cielo es causa de traumas y se ha perdido toda una generación por el miedo y el sufrimiento constante”.
Se supone que las Fuerzas Especiales y los ataques aéreos en Yemen y otros lugares tienen como objetivo derrotar el terrorismo, pero lo cierto es que su efecto está siendo el contrario. El joven activista y escritor fallecido Ibrahim Mothana declaró ante el Congreso en 2013: “Los ataques con drones están haciendo que cada vez haya más yemeníes que odien a Estados Unidos y se unan a la militancia radical […] Desgraciadamente, las voces liberales en Estados Unidos ignoran en su mayor parte las muertes y asesinatos extrajudiciales en Yemen, cuando no los justifican directamente”.
Esta observación sobre “las voces liberales en Estados Unidos que ignoran en su mayor parte las muertes y asesinatos extrajudiciales en Yemen, cuando no los justifican directamente” fue recordada por Bernie Sanders en su campaña presidencial de 2016. Si bien Sanders ha sido honesto al denunciar la guerra liderada por los saudíes, cuando era candidato presidencial afirmó repetidamente su apoyo a la estrategia de drones de Obama. “Todo eso y más”, replicó cuando le preguntaron si, en caso de que llegara a la presidencia, los drones y las Fuerzas Especiales formarían parte de sus planes contraterroristas. De nuevo, en la resolución de 2019 “Para retirar a las fuerzas armadas estadounidenses de la guerra de Yemen”, presentada por Sanders, aprobada en ambas cámaras del Congreso y vetada por Trump, se aceptaba la participación de Estados Unidos en esta guerra: “Por la presente, el Congreso da instrucciones a la presidencia para retirar a las Fuerzas Armadas de las hostilidades en la República de Yemen o que afecten a esta, excepto aquellas que participen en operaciones contra Al-Qaeda o fuerzas asociadas”.
En su discurso sobre política exterior, Biden dejó abierta la posibilidad de venta de armas al comprometerse a “continuar con el apoyo y asistencia a Arabia Saudí en la defensa de su soberanía, su integridad territorial y su pueblo”. Las amenazas a Arabia Saudí incluyen los ataques con misiles y drones, según Biden, suministrados por Irán. De hecho, los rebeldes hutíes yemeníes de Ansar Allah han lanzado ataques con drones sobre Arabia Saudí. Especialmente notable fue el realizado el 14 de septiembre de 2019 contra las refinerías de Saudi Aramco, que interrumpió el suministro mundial de crudo. Resulta una extraña ironía que, habiendo lanzado miles de misiles Hellfire desde drones Predator durante más de 20 años, Estados Unidos tenga ahora que armar a Arabia Saudí para que se defienda (y defienda nuestro suministro de petróleo) de los drones y misiles yemeníes.
La proliferación global de drones armados no es ninguna sorpresa y la petición de Biden de paz para Yemen que autoriza su uso continuado está vacía de contenido. Permitir la muerte de civiles y los asesinatos extrajudiciales, seguir ignorándolos, cuando no justificándolos, no traerá la paz, pero asegurará que durante generaciones las empresas que se benefician de ello (como Raytheon, Boeing, Lockheed Martin y General Atomics) “continúen teniendo un crecimiento sólido”. La paz en Yemen y la paz en el mundo exigen nada menos que el final de la producción, el comercio y el uso de drones armados.
Brian Terrell es un activista por la paz residente en Iowa, coordinador de Voices for Creative Nonviolence. Ha pasado más de seis meses en prisión por protestar frente a las bases militares estadounidenses contra los asesinatos dirigidos desde drones.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2021/02/12/ending-the-other-war-in-yemen-2/
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