Traducido del francés por Caty R.
«Si llega un día en el que la solución de dos Estados se viene abajo y nos vemos obligados a enfrentar una lucha de tipo sudafricano por la igualdad de derechos civiles (que incluya a los palestinos de los territorios ocupados), entonces, cuando llegue ese día, será el fin del Estado de Israel» (Ehud Olmert, Primer Ministro israelí)
El objetivo de este artículo es contribuir al recurrente debate de la pertinencia de la consigna del Estado palestino independiente, reactivada desde hace varios meses, especialmente en la opinión pública y la prensa palestinas y árabes. No pretendo, obviamente, analizar aquí el conjunto de los términos del debate ni examinar todos sus aspectos e implicaciones. No me extenderé sobre las razones estructurales que siempre me han convencido de la exactitud de la pretensión de un Estado único y democrático en todo el conjunto de la Palestina del Mandato. Se trata más bien de exponer una parte de las razones coyunturales que indican, desde mi punto de vista y como indica el título del artículo, que hay que reconocer que ha llegado la hora de abandonar definitivamente la consigna del Estado palestino independiente. Quiero precisar, para evitar la clásica acusación de «hablar en lugar de los palestinos», que lo esencial de las consideraciones que expongo aquí es el producto, sobre todo, de conversaciones con muchos habitantes de los territorios palestinos, militantes o no.
Regreso al origen: «Un pueblo sin tierra» en una tierra poblada
Al contrario de lo que asegura la afirmación, generalmente admitida, que dice que «el conflicto israelopalestino es un asunto complejo», en realidad los datos del problema son relativamente sencillos: la inestabilidad permanente en la ex Palestina del Mandato proviene, en definitiva, de la contradicción insalvable entre el proyecto sionista de establecer un Estado judío en Palestina y la presencia, sobre esa tierra, de un pueblo autóctono que se niega a renunciar a sus derechos nacionales. De la gran rebelión árabe de 1936, originada por la aceleración de la inmigración sionista, y de las adquisiciones de tierras por colonos judíos, a la violenta dispersión, el pasado 25 de mayo, de una manifestación contra las expropiaciones debidas a la ampliación de la colonia de Hashmonaim, en el oeste de Ramalah, y pasando por la gran expulsión de 1947-49, es esta contradicción fundamental lo que permanece como motor del conflicto.
El proyecto de los dirigentes del movimiento sionista nunca ha sido compartir la tierra de Palestina con los palestinos. De David Ben Gurion, padre fundador del Estado de Israel: «La aceptación de la división no nos compromete a renunciar a Cisjordania. No se puede pedir a alguien que renuncie a su sueño. Aceptamos un Estado con las fronteras que se fijan hoy; pero las fronteras de las aspiraciones sionistas son asunto de los judíos y ningún factor externo podrá limitarlas», a Ehud Olmert, actual Primer Ministro: «Cada colina de Samaria y cada valle de Judea forman parte de nuestra patria histórica. (…) Reivindicamos firmemente el derecho histórico del pueblo de Israel a la totalidad de la tierra de Israel», la dominación israelí sobre toda la Palestina del Mandato británico permanece como el principal objetivo del conjunto de los dirigentes del Estado judío.
Para llegar, el movimiento sionista tuvo (y todavía tiene) necesidad del apoyo de las grandes potencias. Pero este apoyo siempre ha tenido un precio: el Estado de Israel debe tener, al menos en apariencia, los atributos de una democracia. Una segunda contradicción, ya que inmediatamente aparece la necesidad de preservar, al mismo tiempo, el carácter judío y el carácter democrático del Estado. La solución prevista por los dirigentes del movimiento sionista, tras establecer el Estado de Israel, era asegurarse de que la inmensa mayoría de los ciudadanos, si no todos, fueran judíos. Por lo tanto debieron encontrar rápidamente, antes incluso de la Declaración de Independencia de Israel en 1948, una solución al «problema» palestino, porque sabían perfectamente que, al contrario de la mentira que habían propagado a sabiendas, Palestina no era una «tierra sin pueblo» y que sólo la inmigración no bastaría para garantizar la supremacía demográfica judía.
De la expulsión a los cantones
Sólo por el hecho de existir, el pueblo palestino siempre ha sido, y sigue siendo, un obstáculo para la realización plena del proyecto sionista. De la pura y simple aniquilación del obstáculo (el Plan Dalet y la expulsión de 1947-49) al cerco y el encierro (el Plan Allon de 1967 y el establecimiento de cantones que prosigue en la actualidad), el objetivo permanece: la mayoría del territorio y el mínimo posible de palestinos bajo jurisdicción israelí.
Los Acuerdos de Oslo, inspirados en el Plan Allon, participaban de este objetivo: abandonar la gestión de las zonas palestinas más densamente pobladas a un poder autóctono conservando, al mismo tiempo, el control de casi todo el territorio, continuar con los desplazamientos de población y acelerar la colonización (el número de colonos se duplicó en los diez años siguientes a Oslo). La «retirada unilateral» de Gaza se inscribe en esta misma lógica, así como la construcción del muro, cuyo trazado delimita los cantones palestinos.
Por lo tanto, más allá de los matices entre los laboristas y el Likud (y hoy el Kadima), o entre los generales y los civiles, hay una clara continuidad en las políticas de los gobiernos del Estado de Israel. Dicha continuidad y la del apoyo que aportan las superpotencias a un aliado de peso en una región de importantes objetivos geoestratégicos, han producido una realidad insoslayable en cualquier debate relacionado con el posible futuro de la Palestina post Mandato:
– A pesar de la «retirada» israelí del verano de 2005, las fronteras terrestres de Gaza se cerraron casi herméticamente, tanto con Egipto como con Israel. La fachada marítima y el espacio aéreo están bajo control israelí. La asfixia es total y las incursiones y bombardeos son diarios.
– Jerusalén, declarada en 1980 la «Capital única e indivisible del Estado de Israel», ha sido objeto de una política específica de judaización y de «despalestinización». Por otra parte, los barrios palestinos quedan totalmente aislados de Cisjordania por las colonias y el muro. En el marco del proyecto «Gran Jerusalén», Israel nunca ha dejado de sobrepasar los límites municipales de la ciudad hacia el este, integrando los bloques de colonias que, en la actualidad, ocupan más de un 10% de Cisjordania.
– Cisjordania está seccionada por el «Gran Jerusalén», fragmentada en múltiples zonas aisladas unas de otras por las colonias, las carreteras de circunvalación, las diferentes secciones del muro y los 600 puestos de control israelíes. Actualmente, el 40% de su superficie está ocupada por infraestructuras israelíes (colonias, carreteras, campamentos militares…). Hay más de 200 colonias y alrededor de 480.000 colonos judíos, que se benefician de la expansión del conjunto de las infraestructuras israelíes, especialmente las carreteras.
Mientras Gaza está aislada del mundo, Cisjordania no sólo está «ocupada por Israel», sino «integrada en Israel». «Cisjordania» y la «Línea Verde» ya sólo existen en los mapas, y la superficie absorbida crece todos los días. Así, el plan de cantonización se está rematando. La superficie total del Estado de Israel, que incluye el 40% de Cisjordania anexionado de facto e integrado, supone más de 23.000 km2 frente a poco más de 3.000 km2 de cantones palestinos aislados cuyos accesos están bajo control israelí (véase el mapa).
Al final del proceso, Israel ejercerá su dominio, aproximadamente, sobre el 90% de la Palestina del Mandato, del que se excluirá alrededor del 90% de los 10 millones de palestinos. Los cantones de Cisjordania y Gaza (el 10% de Palestina) serán el lugar de residencia de los 4 millones de Palestinos «del interior». De acuerdo con Israel, a una ínfima parte de los refugiados del exterior se les ofrecerá la posibilidad de instalarse en los islotes palestinos. Sin lugar a dudas se acentuará la presión sobre los palestinos del 48 (los mal llamados «árabes israelíes») para que dejen Israel y vayan, ellos también, a reunirse en las reservas.
Esa es la visión que ha servido de hilo conductor, desde 1967, a los principales del establishment sionista desde que comprendieron que la expulsión de 1947-49 no podría repetirse. Una visión que actualmente casi se ha convertido en una realidad.
¿Negociaciones de «dos Estados»?
Pero a pesar de todo, dirán algunos, desde 1993 Israel renunció a sus pretensiones sobre el conjunto de la Palestina del Mandato y reconoció la necesidad de buscar una solución negociada alrededor del compromiso histórico «dos Estados para dos pueblos». Esas son, efectivamente, las apariencias, más allá de las que hay que buscar las motivaciones profundas de los dirigentes israelíes quienes, presionados por Estados Unidos, demostraron un innegable sentido táctico y dieron la impresión, durante los años 90 y 2000, de que aceptaban la idea de «negociaciones de paz» y asumían la consigna de los «dos Estados»: se podría erigir un Estado palestino, junto al de Israel, al final de un proceso negociado. Así dieron la impresión de abrir la puerta a una salida del conflicto, puesto que la dirección del Movimiento Nacional Palestino en nombre del «realismo», del «pragmatismo político» y de una «voluntad de compromiso», se había alineado a la solución de «dos Estados» desde mediados de los años 70 y la había oficializado durante los 80.
Durante los años 70 y 80, las discusiones entre los partidarios de la solución de «dos Estados» y sus adversarios se concentraban, especialmente, en torno a dos de sus principales implicaciones: el reconocimiento de la legitimidad del Estado de Israel como Estado judío y el rechazo, en la solución propuesta, de la cuestión de los refugiados y los palestinos del 48. Sin embargo se alcanzó un consenso relativo en torno a la idea del Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza en la medida en que entonces se concebía, por la gran mayoría de las organizaciones palestinas, como una reivindicación más plausible frente a la comunidad internacional y, en consecuencia, más popular que la «liberación de toda la Palestina», pero sobre todo, sin embargo, como una etapa más fácil de conseguir, previa a una solución global.
Esa elección tuvo dos consecuencias indirectas e indeseadas: popularizar la amalgama «cuestión palestina = Estado palestino» y dar a entender que se reunían las condiciones para encontrar un terreno de acuerdo con Israel en cuanto a una regulación global del conflicto. Pero en realidad los «dos Estados» de la OLP, y después de la Autoridad Palestina, nunca han sido los «dos Estados» de los dirigentes israelíes. La realidad sobre el terreno y las condiciones impuestas en las negociaciones no dejan lugar a dudas: de los acuerdos de Oslo al Plan Sharon, pasando por las propuestas de Barak en Camp David, para todos los primeros ministros israelíes, «el Estado palestino» nunca ha significado otra cosa que los cantones, y las negociaciones se utilizan, sobre todo, para asegurar la irreversibilidad de la situación sobre el terreno, aparentando al mismo tiempo que se busca un compromiso.
Esta evidencia cada vez más palpable, ha hecho que resurja durante los últimos años, y más todavía durante los últimos meses, el debate, a gran escala, sobre la pertinencia de la consigna del Estado independiente: en la población palestina, en el Movimiento Nacional, en el movimiento de solidaridad, en la prensa árabe y cada vez más, especialmente por medio de las tribunas de los intelectuales, en la prensa «occidental». El debate no elude las cuestiones «clásicas» (refugiados, palestinos del 48, reconocimiento del Estado judío…) pero se actualiza a luz de las dinámicas políticas recientes y las evoluciones sobre el terreno: el fracaso constante de las negociaciones, el derrumbamiento de la rebelión de septiembre de 2000, el fiasco electoral de la dirección de la Autoridad Palestina, identificada desde hacía 20 años con el proyecto del Estado palestino, y, sobre todo, la continuación de la política expansionista de Israel que cada vez divide y reduce más los territorios supuestamente asignados al Estado palestino independiente.
Abandonar la consigna del Estado palestino independiente
Más allá de las consideraciones teóricas (que no voy a desarrollar aquí) del debate, resulta que los argumentos del «realismo», el «pragmatismo político» y la búsqueda de la consigna «factible y popular», que ya se podían impugnar en los años 70 y 80, hoy pueden volverse contra quienes los utilizaban anteriormente. En realidad, incluso el sentido de la idea del «compromiso posible», es el que debe revisarse a la luz de la política concreta y las «ofertas» israelíes de los últimos años.
La conquista y el control de Cisjordania no vinieron completar el proyecto sionista, sino que son parte integrante, lo mismo que actualmente Cisjordania es una parte integrante de Israel. Por lo tanto, exigir al gobierno israelí que renuncie al control de Cisjordania, en este sentido, no es una posición «moderada» o «de compromiso». Eso no es, efectivamente, seguir mendigando algunas «concesiones», sino exigir claramente el regreso a lo que fue el centro de la política israelí desde 1967, deshacer lo que el conjunto de los gobiernos israelíes ha tardado más de 40 años en construir y en realidad abandonar, pura y simplemente, el proyecto sionista de establecer un Estado judío sobre la Palestina del Mandato, cuando están a punto de conseguirlo.
Podemos preguntarnos qué «pragmatismo político» hay en pedir a Israel que se desplace, indemnice y realoje a casi 500.000 colonos; que abandone infraestructuras que le costaron, desde hace 30 años, más de 60.000 millones de dólares (sin contar el «Gran Jerusalén»); que acepte «devolver» Jerusalén Este a los Palestinos o que comparta la soberanía sobre el conjunto de la ciudad; que tolere en medio de su territorio una carretera que conecte Cisjordania y Gaza o, también, que renuncie al control de la frontera con Jordania; todo ello en un contexto donde la movilización popular palestina está paralizada y en el que no se ejerce ninguna presión internacional sobre el gobierno israelí.
Podemos preguntarnos sobre el «realismo» de una consigna que ya no tiene base material: «Cisjordania» y «Jerusalén Este», son términos que actualmente sólo tienen un significado teórico, puesto que se refieren a entidades que ya no existen porque las ha fagocitado el Estado de Israel. Podemos preguntarnos también qué «realismo» se esconde tras un proyecto sin apoyo popular: en efecto, sobre todo no hay que confundir el apoyo a la vaga pretensión de un Estado independiente, asimilada por una mayoría de palestinos con la propia idea de la emancipación frente a la dominación de Israel, y cualquier adhesión de la población a un proceso negociado cuyo mayor éxito posible sería un «Estado» de saldo constituido por cantones bajo vigilancia israelí, la mitad de ellos habitados por refugiados en condiciones irregulares.
A la vista de las recientes y actuales dinámicas, la consigna del Estado único y democrático no es, en este sentido, menos «pragmática» o menos «realista» que la de los «dos Estados». Al contrario.
No es menos pragmática ya que, a fin de cuentas, no exige nada de más: el abandono del proyecto sionista de establecer un Estado judío. Muchos ex adeptos a la consigna del «Estado independiente como etapa previa al Estado único», actualmente reconocen la inutilidad de una etapa que mantiene la ilusión de «compromiso posible» entre la existencia del Estado judío y la satisfacción de los derechos nacionales del pueblo palestino, pero que para alcanzarlo ya necesita reunir las mismas condiciones políticas que las que se necesitan para el establecimiento del Estado único.
Tampoco es menos realista porque el Estado único ya existe, del Mediterráneo al Jordán y dotado, entre otras cosas, de un sistema económico único (desequilibrado pero unificado), una moneda única, infraestructuras comunes (carreteras, agua, electricidad…) y dos lenguas, el árabe y el hebreo, que ya son, oficialmente, las del Estado de Israel.
Y tampoco es menos realista porque la idea ya está en pleno desarrollo, cada vez tiene más partidarios dispuestos a defenderla, contribuye a reanimar notablemente el campo político palestino, que ha recuperado el debate, y encuentra un eco evidente y fácilmente comprensible entre los palestinos del 48. Podríamos ser testigos de nuevas dinámicas de estructuración y movilización de la población palestina y, por extensión, del movimiento de solidaridad, si la consigna desmovilizadora y surrealista, a la vista de las condiciones objetivas, «del Estado independiente y viable al final de un proceso negociado» se abandonase en favor de la exigencia de la igualdad derechos en un Estado único para todos los habitantes de la Palestina del Mandato.
A manera de conclusión provisional
No se trata, obviamente, de decir que un simple cambio de consigna sería la clave para un vuelco inmediato de la situación y una modificación instantánea de las relaciones de fuerzas. Sin embargo, las recientes evoluciones, las dinámicas en curso y el cariz actual de los acontecimientos indican que las consignas y las estrategias de estos últimos años, en el Movimiento Nacional o en el movimiento de solidaridad, necesitan una revisión. Lo que pasa actualmente es lo que explica que el debate sobre la pertinencia de la consigna del Estado independiente haya resurgido bajo una nueva luz.
También deberían incluirse en esa revisión y en esos debates las posiciones de los dirigentes israelíes, cuya lucidez es, a veces, bastante desconcertante. Así, dejaré al propio Ehud Olmert que concluya este artículo, reproduciendo un extracto de una entrevista que concedió a Haaretz en 2003, citada después a menudo, con mucha razón, por los partidarios de abandonar la consigna de los dos Estados:
«Tenemos los días contados. Cada vez más palestinos ya no se interesan por una solución negociada de dos Estados, ya que desean cambiar la esencia del conflicto y pasar de un paradigma de tipo argelino a un paradigma de tipo sudafricano; de una lucha contra ‘la ocupación’, como dicen ellos, a un combate del tipo ‘un hombre = un voto’ que es, sin duda, una lucha mucho más clara, mucho más popular y, finalmente, mucho más poderosa«.
Mapas elaborados a partir de los datos de la Agencia de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA): http://ochaonline2.un.org/Default.aspx?tabid=8536
Fuente: http://juliensalingue.over-blog.com/article-19921618.html
Julien Salingue es doctor en Ciencias Políticas, profesor en la Universidad París 8 y director de cine. También es miembro de la Liga Comunista Revolucionaria francesa y militante del movimiento de solidaridad con Palestina. Como cineasta ha dirigido la película «Palestine, vivre libre ou mourir» y ha codirigido «Samidoun».
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.