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El fracaso de Rajoy y los límites de Zapatero

Fuentes: Sin Permiso

El debate del estado de la nación en el Congreso de los Diputados, el 3 y 4 de julio, tenía en esta ocasión una importancia política trascendental. No solo era el último debate político general de esta legislatura antes de las elecciones legislativas. También debía ser el escenario de una derrota parlamentaria de Zapatero a […]

El debate del estado de la nación en el Congreso de los Diputados, el 3 y 4 de julio, tenía en esta ocasión una importancia política trascendental. No solo era el último debate político general de esta legislatura antes de las elecciones legislativas. También debía ser el escenario de una derrota parlamentaria de Zapatero a manos de Rajoy. Un escenario preparado con la continua movilización de la derecha y una oposición frontal que ha negado desde el mismo momento del 14-M la legitimidad de la victoria de la izquierda. Tras presentar los resultados de las elecciones municipales y autonómicas como una victoria anticipada del PP en las generales -a pesar de de la perdida de concejales y gobiernos autonómicos- , el debate del estado de la nación debía permitir a Rajoy exponer su propia alternativa de gobierno y cerrar en la práctica, con la descalificación de Zapatero, una legislatura pretendidamente destinada a convertirse en un «paréntesis» en la historia de España.

Pero Rajoy ha fracasado. Zapatero ha sabido demoler parlamentariamente esta última ofensiva institucional de la derecha, sentando así las bases de una removilización electoral de la izquierda. Al mismo tiempo, en el debate con ERC e IU-ICV, han quedado patentes los límites del proyecto político que representa, encerrado en una perspectiva de reformas sin cambio de izquierdas o federalista.

La derrota de Rajoy

La estrategia parlamentaria de Rajoy ha sido en el fondo muy simple y la continuación lógica de la estrategia de oposición frontal de estos tres años. En su exposición, Rajoy ha descartado cualquier mérito del Gobierno del PSOE por la situación económica de España -con una comparativamente fuerte tasa de crecimiento en un largo ciclo ascendente-, ha desdeñado como marginal la ampliación de derechos civiles, ha acusado a Zapatero de «romper España» con sus alianzas con la izquierda nacionalista, de «dividir a los españoles» con el debate sobre la Ley de la Memoria Histórica, de romper con ello consenso de la transición y, sobre todo, de ceder ante el chantaje de ETA en el «proceso de paz». Si el planteamiento rozó ya la obsesión monotemática, la conclusión fue plenamente monolemática: «publique las actas de sus negociaciones con ETA o váyase, porque ya no le creemos». O si se quiere, «publique las actas y váyase, porque habremos confirmado que ha traicionado a España».

Una línea estratégica que se resume en la movilización españolista del electorado de derechas y en la defensa de un autoconcedido privilegio de veto del PP ante cualquier propuesta política o social de la izquierda.

La respuesta de Zapatero estuvo modulada en fases. Primero hizo un discurso triunfalista sobre los éxitos de la legislatura, destinado a devolver el sentido y el orgullo al electorado del PSOE. En su primera réplica, demolió a Rajoy, desbaratando uno a uno sus argumentos y reivindicando la credibilidad y la legitimidad del Gobierno frente a una oposición revanchista y sin alternativa. En su tercera y cuarta intervenciones, Zapatero acorraló a Rajoy en el «monotema» de ETA, sacándole del espacio político del centro-derecha para situarle en el de una derecha extrema, cerril y poseída del ansia de desquite.

La sensación de derrota de Rajoy fue general en el Congreso de los Diputados, no sólo entre los parlamentarios, sino también entre los numerosos periodistas que cubren el debate. Dos días después, la encuesta de opinión del CIS confirmaba esa impresión //1. La justificación defensiva del PP para el pinchazo de Rajoy fue escudarse en las limitaciones de tiempo para justificar sus argumentos. Pobre excusa, después de tres años de oposición extraparlamentaria e institucional de una ferocidad sin precedentes. Más aún, teniendo en cuenta que la estrategia oratoria seguida por ambos dirigentes en el debate fue un calco de la del debate del 2006, con resultados muy similares //2.

Balance de los bloques de alianzas

Tan evidente resultado en la confrontación central del debate generó un clima muy distinto en los intercambios entre Zapatero y los portavoces del resto de los grupos parlamentarios, que de una u otra manera han colaborado con y aun sostenido al Gobierno del PSOE en distintas fases de la legislatura. Se trataba aquí del balance de las distintas formulas de alianzas políticas que han sostenido a su gobierno de manera asimétrica, a derecha e izquierda, a través de la legislatura. Y de los propios limites del proyecto Zapatero.

Durán i Lleida, portavoz de CiU, volvió a ofrecerse como ministro en un próximo gobierno, sustituyendo la alianza con ERC e IU-ICV por un bloque PSOE-CiU. Pero las dificultades fueron evidentes: reproches sobre las transferencias de competencias para el desarrollo del Estatut de Catalunya y acusaciones de inconsistencia al gobierno tripartito catalán de izquierda. Todos esos argumentos encuentran eco en los sectores más liberales del PSOE, que han pactado con CiU la orientación económica socio-liberal del Gobierno Zapatero. Pero la correlación de fuerzas real en Cataluña no permite abrir esta perspectiva, si no es acompañada de una sustitución del tripartito por una Generalitat CiU-PSC, en la que los socialistas serían el socio menor, lo que supondría un suicidio político para el PSC.

El debate con la izquierda independentista de ERC fue especialmente interesante. Saliendo de la dinámica de la política táctica, Agustí Cerdá llegó a cuestionar los límites reales del federalismo del Gobierno Zapatero y de su modelo de estado. La respuesta no pudo ser más transparente: Zapatero no es un federalista, sino un pragmático que confía en que las reformas autonómicas limitadas sean capaces de desactivar la frustración acumulada en la Transición por la negación de una solución democrática de la cuestión nacional catalana, sustituida en su perspectiva histórica por una descentralización administrativa modernizadora. Si como todo parece indicar, sectores importantes de ERC están buscando justificar su giro y salir del tripartito catalán, como han hecho ya del ayuntamiento de Barcelona, ahora pueden esgrimir motivos ideológicos tangibles. Además, claro, de las razones tácticas evidentes de disputar a CiU el espacio de la critica al freno desde Madrid del desarrollo competencial del nuevo Estatut.

El PNV, como CiU, subrayó en un minuto la coincidencia y complicidad con el PSOE en el modelo económico y presupuestario, y dedicó el resto del tiempo a un tira y afloja de la negociación de los traspasos competenciales. Cualquier diferencia respecto del «proceso de paz» fue borrada en aras a una estratégica «solidaridad entre demócratas» frente a ETA y, tácticamente, también contra la izquierda abertzale reagrupada institucionalmente en ANV.

La intervención del Grupo Mixto, que tuvo que dividir su tiempo entre seis portavoces, no dejó de tener su interés, al reflejar un tercer elemento de componente autonómico en los posibles sistemas de alianzas, que es la izquierda nacionalista gallega, vasca, aragonesa y navarra (BNG, EA, Chunta Aragonesista, Nafarroa Bai). Con una posición más conciliadora, como corresponde a un socio de gobierno en la Xunta galega, aunque marcando diferencias ideológicas, el BNG; el resto de la izquierda nacionalista expresó más abiertamente la frustración y el desencanto acumulados durante toda la legislatura ante la doble actitud de un PSOE «inactivo» -como lo definió Uxue Barkos de Nafarroa Bai-, siempre temeroso de que sus alianzas con la izquierda nacionalista no sean comprendidas por su propio electorado en otras zonas de la península, hasta el punto de preferir pactar con la derecha, o dejar que ésta gobierne en minoría (como es la alianza con el PAR de derechas en Aragón, frente a un posible tripartito de izquierdas PSOE-Chunta-IU; o el abandono de la alcaldía de Pamplona a UPN para no coincidir en la votación con la izquierda abertzale de ANV). El respetado portavoz de la Chunta, Labordeta, no pudo ser más explicito: «Hoy, Sr. Presidente, no hubiéramos votado su investidura».

La novedad fue la intervención desde el Grupo Mixto de los dos representantes de la antigua Coalición Canaria, hoy escindida por la decisión de la derecha de la Coalición de aliarse con el PP -que hasta ayer mismo había denunciado la reforma del estatuto canario como «nacionalsocialista»- a fin de mantener vara alta en el Gobierno insular, antes que aceptar ser socio minoritario del PSOE. Arriesgada apuesta, que podría hacer crecer a la izquierda nacionalista de Nueva Canarias, imprimiendo un giro al mapa político de las islas.

Los límites de las reformas Zapatero

Gaspar Llamazares y Joan Herrera de IU-ICV, intentaron situar los límites del Gobierno Zapatero en tres áreas: en la democrática y laica, por sus pactos con la Iglesia Católica; en la socio-económica, por la presión de las grandes empresas constructoras y financieras a través de Solbes y el Ministerio de Economía; y en la ecológica, por sus cesiones ante las empresas energéticas y eléctricas, a través de Clos y el Ministerio de Industria.

Esta presión a favor de unas políticas socio-liberales, que no dejan de hallar también sostén en la movilización social de la derecha, ha frustrado la aspiración al cambio social y político inicial del Gobierno Zapatero, encerrándolo en el angostísimo horizonte de unas reformas sin otro margen de maniobra que el impuesto por los férreos límites del modelo económico, fiscal y territorial heredado de la Transición y remodelado por los 8 años de los Gobiernos Aznar. Frente a las críticas de la derecha de que la «economía marcha bien sola, a pesar del Gobierno», Zapatero ha hecho de la gestión socio-liberal de Solbes y del superávit presupuestario su principal activo en el debate del estado de la nación frente al PP. Pocas concesiones podía hacer en este terreno a las críticas procedentes de la izquierda transformadora, que pide un «giro a la izquierda» para volver a movilizar a su electorado atendiendo más a las «ambiciones de la izquierda» que a la herencia de los gobiernos de la derecha.

Lo más significativo es que, como en el caso del debate planteado por ERC, Zapatero ni siquiera pareció capaz de entender los términos en que se le planteaba la discusión, esta vez sobre la injusticia el modelo socio-económico y sobre sus inaceptables consecuencias ecológicas. Frente a las críticas de IU-ICV, sólo era capaz de responder que el mayor crecimiento permitía más reparto y un aumento de las políticas sociales, mientras se daban pasos simbólicos, más que significativos, en relación con el cambio climático o unas políticas energéticas sostenibles. Incapaz de vislumbrar un horizonte distinto del de un «capitalismo de rostro humano», eso sí, gestionado desde la lógica del beneficio empresarial. Ante la exigencia de «reformas fuertes» redistributivas por parte de la izquierda, su respuesta era que los sindicatos habían pactado 20 acuerdos en la legislatura y que si ellos eran los representantes de los trabajadores, qué más podía pedir IU-ICV tanto en el terreno social como el ecológico. Tuvo empero buenas palabras: reconoció la valía de su continua presión para dinamizar el bloque de izquierdas, del que auguró con optimismo -y mirando de refilón a los sectores más liberales del PSOE- que continuaría en la próxima legislatura.

Esa doble tensión de la «izquierda a la izquierda» del PSOE, consistente en hacer propios los avances de la movilización y los pasos progresistas del gobierno, exigiendo al mismo tiempo ir más allá de esas reformas para adentrarse en un cambio político y social inequívocamente de izquierda, fue resumida por el propio Zapatero al concluir su última réplica: «Sr. Llamazares, respeto que intente subrayar las diferencias, pero respéteme porque yo quiera subrayar las proximidades, que son muchas». Esa tensión solo podría resolverse hacia la izquierda con un cambio en la correlación de fuerzas, a través de la movilización de los movimientos sociales, y con la articulación, a partir de IU-ICV, de un bloque de alianzas a la izquierda del Gobierno Zapatero con las distintas izquierdas nacionalistas, un bloque capaz de acumule fuerzas institucionalmente a la izquierda de la izquierda.

La victoria parlamentaria no puede sustituir a la movilización

Zapatero ha salido victorioso del debate del estado de la nación. Pero confundir el resultado del debate parlamentario con la verdadera correlación de fuerzas es olvidar que la fuerza del PP no está en Rajoy -que siempre ha sido un candidato de transición tras su derrota inicial del 14-M y la probable del 2008-, sino en la movilización extraparlamentaria de la derecha social -que lleva ya 8 grandes manifestaciones- y en la actuación permanente de los poderes fácticos institucionales: la Iglesia Católica, la derecha judicial y los cuerpos superiores de la administración del estado.

La victoria parlamentaria de Zapatero le da un respiro para removilizar a la izquierda social de cara a las elecciones generales. El PSOE cuenta con una ventaja en intención de voto que ha aumentado hasta más de seis puntos por delante del PP //3. Pero, al mismo tiempo, el debate ha sido una muestra de sus contradicciones y limites. Porque la propia política socio-liberal divide y fracciona al bloque de izquierdas y a su electorado, como lo hace también una política autonómica incapaz de integrar la problemática de la realidad plurinacional de España. Lo cierto es que no hay un proyecto de cambio social y político articulado, y que no puede sustituirse ese proyecto con una mera colección de propuestas electoralistas, como los 2.500 euros por hijo. Lo que hoy por hoy sigue uniendo al electorado de las distintas izquierdas es el miedo, más que justificado, a la contrarreforma que implicaría una victoria del PP. Y eso no basta.

Ya que no de las soluciones, la percepción, al menos, de esas limitaciones es lo que parece andar detrás de la remodelación gubernamental que ha llevado a cabo Zapatero tras el debate. El nombramiento de Carme Chacón en Vivienda es un intento de removilizar el voto joven, especialmente en Cataluña, en su principal preocupación. El de Elena Salgado en Administraciones Públicas apunta a uno de los ejes anunciados en la próxima legislatura para un segundo Gobierno Zapatero: la modernización imprescindible de la administración central, la rearticulación del estado autonómico tras la reforma estatutaria y la reforma de la financiación municipal para salir del círculo infernal de la actual especulación inmobiliaria. Los de Bernat Soria en Sanidad y César Antonio Molina en Cultura intentan rentabilizar el prestigio personal de ambos para el Gobierno, porque la insatisfacción y la desmovilización de los profesionales de la sanidad y del mundo de la cultura es evidente, a pesar de ser un importante elemento del voto de izquierdas de las clases medias.

Todavía esta por ver la reacción del electorado ante un atentado terrorista de ETA, cuyo fantasma ha rondado continuamente el debate, con avisos concretos de que puede hacerse realidad el día menos pensado. Ésa es una prueba fundamental que queda por delante. Mientras tanto, todas las fuerzas políticas han cerrado filas frente al PP para defender la orientación del Gobierno Zapatero en el fracasado «proceso de paz» y responsabilizar a ETA de ruptura del mismo. Y se espera el anuncio de la formación de un gobierno de izquierdas y nacionalista en Navarra para después de las fiestas de San Fermín.

Zapatero ha retomado la iniciativa política y hará de estos ocho meses que quedan de legislatura una larga campaña preelectoral. Pero, lejos de significar eso un «giro a la izquierda» basado en la movilización social, Zapatero parece optar una vez más por una acción institucional «desde arriba», arbitrando y gestionando a derecha e izquierda, asimétricamente, sus posibles formulas de alianzas contra el PP. Sin una movilización social real, no se podrá salir de lo que Zapatero considera su circulo virtuoso del mejor de los mundos posibles. Un mundo, empero, que, a pesar de la bonanza económica, dista por mucho del que necesitan imperiosamente amplios sectores de la población trabajadora, para los que el «no nos defraudes» sigue siendo una reivindicación de cambio social en profundidad. Cómo articular esa aspiración es la tarea que tiene por delante la izquierda alternativa.

NOTAS: 1// Pocos días después, la encuesta de opinión del CIS daban una imagen del alcance de esa derrota de Rajoy: «El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, es considerado como el ganador del Debate sobre el estado de la Nación celebrado esta semana en el Congreso, según se refleja en el sondeo que anualmente realiza el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). En concreto, el 43,9 % de los españoles apuesta por Zapatero, frente a un 16,5 % se decanta por Rajoy. Según los encuestados, el presidente demostró sobre todo moderación (71,1%), capacidad de encajar las críticas (63,6%), iniciativa política (61,7%) y conocimiento de los problemas del país (60,3%). Frente a estas cifras, el 34,2% de los encuestados considera que Rajoy demostró moderación, el 34,4% cree que tuvo capacidad para encajar las críticas, el 52,7 por ciento le reconoce iniciativa política y el 55,9%, conocimiento de los problemas del país» (Europa Press 6-7-07). Los índices son demoledores teniendo en cuenta que tanto Zapatero como Rajoy buscaban atraer los votos del centro político. 2// Ver en este sentido la crónica del debate del 2006 publicada en Sin Permiso: G. Búster «El paraíso de los posible, no de lo necesario» (5-6-06). La comparación permite apreciar las tendencias a medio plazo de la estrategia del PP y del Gobierno Zapatero y la gestión de su política de alianzas asimétrica con el «bloque de izquierdas» (IU-ICV, ERC) y la derecha nacionalista (CiU, PNV). 3// El Pulsómetro de la cadena SER es una encuesta de opinión realizada con llamadas telefónicas, que muestra tendencias más que proporcionar índices ajustados. El realizado tres días antes del debate ya mostraba una intención de voto del 44% para el PSOE y 38% para el PP -lo que subraya una vez más la falsa ilusión proyectada por los analistas del PP tras las elecciones municipales y autonómicas del 27 de mayo-, ligero crecimiento de IU hasta el 5%, y caída de casi un punto de CiU (2,4%) y ERC (1,5%). En el Pulsómetro realizado tras el debate, el PSOE se reforzaba hasta el 45%, pero el PP también sube medio punto, 38,5%. Tras el cara a cara entre Zapatero y Rajoy en el Congreso, sube en ocho puntos los encuestados que consideran que el PSOE ganaría si hoy hubiera elecciones generales: el 50% cree que ganaría Zapatero y el 28% opina que ganaría el PP, seis puntos menos que en la última encuesta. Aún son más (un 52%) los que quieren que gane Zapatero frente a los que quieren que los haga Rajoy (un 32%).

*Gustavo Búster, miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO, es el heterónimo de un analista político madrileño.