La reciente victoria de Mohamed Morsi, candidato de los Hermanos Musulmanes a la presidencia egipcia, ha significado para algunas fuentes locales el comienzo de un cambio en el país, sin embargo otros analistas apuntan a un pacto entre diferentes actores, con la intención de cambiar un poco pero sin profundizar en las reformas y cambios […]
La reciente victoria de Mohamed Morsi, candidato de los Hermanos Musulmanes a la presidencia egipcia, ha significado para algunas fuentes locales el comienzo de un cambio en el país, sin embargo otros analistas apuntan a un pacto entre diferentes actores, con la intención de cambiar un poco pero sin profundizar en las reformas y cambios que se demandaban hace año y medio.
Las últimas semanas habían estado precedidas por diferentes acontecimientos que ponían en duda la voluntad de los militares para respetar un posible triunfo del candidato islamista. Después de disolver el parlamento y asumir funciones legislativas, que modifica la declaración constitucional de marzo de 2011, con el fin de aumentar su propio poder y proteger a los militares de la supervisión civil, y maniobrar para hacer valer su control sobre la redacción de la nueva Constitución, la Corte Suprema Consejo de las Fuerzas Armadas (SCAF) no ha optado por el paso citado y se ha abstenido de maniobrar abiertamente contra Morsi.
La supuesta calidad democrática de estas elecciones ha estado marcada por ese abanico de presiones por parte de los poderes fácticos que durante décadas han controlado Egipto, por importantes restricciones hacia candidatos y sobre todo, por una serie de negociaciones bajo la mesa, que sitúan a esta cita lejos del modelo de democracia «estándar» que dice promocionar Occidente.
La victoria del candidato de los Hermanos Musulmanes supone a pesar de todo un hito en la historia de Egipto. Tras ochenta años en la clandestinidad, han logrado a través de unas elecciones la presidencia egipcia, sin embargo a partir de ahora los retos y dificultades se sucederán en este nuevo escenario. Los dirigentes islamistas deberán ser capaces de formar alianzas y evitar al mismo tiempo el aislamiento que se potenciará desde sus adversarios locales y extranjeros.
Para ello intentarán dar una imagen abierta, alejada de un monopolio de todas las instituciones, y en ese sentido cabría enmarcar esa especie de giro pragmático que se ha observado desde el primer momento en el nuevo presidente Morsi. Sus declaraciones anunciando puestos de responsabilidad para miembros de la minoría copta o para mujeres busca «convencer» de sus intenciones a los sectores más reacios dentro del país. Por otro lado, al señalar que «Egipto mantendrá sus compromisos internacionales», se dirige hacia EEUU y su aliado regional, Israel, en un guiño que también busca contrarrestar las campañas iniciadas contra la nueva presidencia.
Históricamente, la paciencia y el acercamiento metódico al poder, han sido los ejes centrales de la estrategia islamista. Los Hermanos Musulmanes son conscientes de que su margen de victoria en las presidenciales no ha sido muy alto (un 3,5%), que el antiguo régimen todavía es poderoso, y que las presiones internas y externas no van a cesar, sin olvidar tampoco la próxima cita electoral. Su práctica política debe evitar las tentaciones que caracterizaron al antiguo régimen (corrupción, nepotismo, codicia, malversación), por eso se muestra dispuesto a seguir apostando por áreas que en el pasado le han dado buenos frutos, como educación, servicios sociales y justicia, mostrándose de momento dispuestos a ceder otros espacios como defensa, economía o exteriores.
No es sencilla la agenda que deberán afrontar. La reconciliación de una sociedad fragmentada, las relaciones con los poderosos militares, la seguridad y la economía seriamente deterioradas en los últimos meses, sin olvidar tampoco las fuertes presiones que llegarán desde el exterior, como el Consejo de Cooperación del Golfo (temerosas las petromonarquías de un aumento de la oposición organizada en su seno) o desde Israel y EEUU.
Los militares egipcios han sido los mayores protagonistas estas últimas semanas. Todas sus decisiones y maniobras buscan asentar y expandir su poder y defender sus propios intereses, que son muchos y no sólo dentro del ámbito estrictamente militar. Gracias a esos movimientos han logrado, de momento, influir y en cierta medida controlar el proceso para redactar una nueva constitución, mantener el control absoluto en asuntos militares, e incluso, ante la ausencia del parlamento, controlar el poder legislativo.
Los militares egipcios han venido utilizando diversas tácticas para asentar su estrategia. Desde buscar divisiones entre la oposición hasta la cara del miedo y el caos. Tras el supuesto acuerdo con los Hermanos Musulmanes, algunos analistas han manifestado que la estrategia actual pasa por esperar el desgaste islamista, lo que refuerza las teorías de quienes defienden que en lugar del modelo turco o indonesio, en Egipto nos podíamos encontrar ante un modelo muy similar al paquistaní.
No obstante, no todo se presenta como un camino de rosas para los militares egipcios. Las diferencias entre los altos mandos y los rangos inferiores, las tensiones internas o los problemas económicos del país, son algunos obstáculos que pueden alterar los planes militares. Pero lo más peligroso puede ser las maniobras que desarrollen para proteger sus intereses a toda costa, que puede ser percibido por parte de la población como un intento de golpe de estado o una vuelta a la era Mubarak, lo que sin duda generaría una unidad en la oposición que alteraría la situación privilegiada que a día de hoy disfrutan.
También cobra importancia la incidencia del nuevo escenario egipcio sobre otros actores extranjeros. En Palestina, mientras que Hamas ha recibido con alegría el triunfo de Morsi, los dirigentes de al Fatah lo ven con angustia, ante una mayor pérdida de apoyo local. También en Jordania se sigue con atención el desarrollo de los acontecimientos, pues si hasta ahora el régimen jordano ha podido contener los intentos de cambio internos, un nuevo panorama dominado por el islamismo político de los Hermanos Musulmanes tendrá consecuencias directas en los movimientos opositores en Jordania.
Pero sin duda alguna, los nervios pueden aflorar entre las monarquías del Golfo, que desde hace tiempo temen que cualquier tipo de movimiento opositor acabe calando en sus estados y ponga en entredicho el sistema que les permite mantener a sus sociedades cautivas. No tardaremos en ver cómo se incrementa la tensión sobre Siria e Irán, para evitar que la centralidad mediática se centre en la falta de libertades y derechos que a día de hoy caracterizan a los estados del Golfo.
También desde EEUU e Israel se sigue con temor los acontecimientos egipcios. La política de Washington ha estado marcada en las últimas décadas por una «contradicción entre retórica y realidad». Durante años hemos asistido a una supuesta promoción de la democracia en Egipto, pero que en realidad era una fórmula para consolidar el régimen de Mubarak. Ahora las maniobras estadounidenses buscan marginar a las fuerzas sociales que apuestan por el cambio y la transformación, bien ninguneándolas o bien haciéndoles participe, vía «subvenciones», del proyecto de EEUU, sin olvidar las enormes sumas de dinero que se sigue dando a los militares egipcios. En resumen, la política de la Casa Blanca busca no alterar sustancialmente el orden político de Egipto y de la región.
Los próximos meses van a estar protagonizados por nuevas pugnas entre los diferentes actores. Las batallas en torno a la elección del nuevo parlamento o la redacción de la nueva constitución van a condicionar el devenir de Egipto. Sin olvidar tampoco, dos procesos judiciales abiertos y que podrían aflorara en septiembre, uno para prohibir a los Hermanos Musulmanes y otro para hacer lo mismo con su expresión política, el Partido Justicia y Libertad.
Si se confirma el supuesto pacto entre militares e islamistas, es evidente que ambos han maniobrado para defender sus propios intereses. Los militares para asegurar y fortalecer su poder y privilegios, y los islamistas para marginar a las fuerzas opositoras que les puedan hacer sombra en el futuro.
Como señala un analista político de la región, «mucho de lo que ocurre en Egipto continua siendo un enigma». El país entra en una nueva fase, al menos simbólicamente. «Cómo se trasladará ese simbolismo a la práctica es difícil de saber, pero el proceso de transición será intenso, tanto para Egipto como para el conjunto de la región, y puede ofrecer muchas sorpresas».
Txente Rekondo es miembro del Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).
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