Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
La veterana periodista de BBC Orla Guerin se ha metido en una buena, que cada vez es más habitual. En un reportaje sobre los preparativos de la conmemoración del 75 aniversario de la liberación del campo de concentración Auschwitz hizo una breve referencia a Israel y una referencia aún más breve a los palestinos. Su reportaje coincidió con el acto que Israel celebró en Yad Vashem, el centro en recuerdo del Holocausto situado en Jerusalén, acto al que Israel había invitado a dirigentes mundiales.
Guerin dijo lo siguiente sobre las imágenes de Yad Vashem:
«Imágenes de los muertos en la Sala de los Nombres de Yad Vashem. En ella hay jóvenes soldados [israelíes] para compartir la tragedia del pueblo judío. El Estado de Israel ahora es una potencia regional. Ocupa territorios palestinos desde hace décadas. Pero algunas personas aquí siempre verán su nación a través del prisma de la persecución y la supervivencia».
Líderes de la comunidad judía británica y exejecutivos de la BBC se abalanzaron sobre sus palabras «ofensivas» e incluso la acusaron de antisemitismo. A diferencia de cualquiera de sus colegas en los medios de comunicación occidentales, Guerin había osado aludir al terrible precio que ha pagado el pueblo palestino por la decisión de Occidente de ayudar al movimiento sionista a crear un Estado judío poco después del Holocausto. Los palestinos fueron desposeídos de su patria en aparente compensación (al menos para aquellos judíos que se convirtieron en ciudadanos de Israel) por los crímenes genocidas de Europa.
Guerin hizo una alusión muy mansa, incluso anodina, a la difícil situación de los palestinos después de que Europa patrocinara, desde la Declaración Balfour en adelante, un Estado judío en su patria. No había mención alguna al indudable sufrimiento de los palestinos durante muchas décadas o a los documentados crímenes de guerra cometidos por Israel contra los palestinos. A lo único a lo que se refirió Guerin fue a una ocupación indiscutible que se produjo tras la creación de Israel y que se podría argumentar que es su legado.
Convertir el Holocausto un arma
De hecho, como vamos a ver enseguida, el establecimiento de Israel hoy se justifica invariable y necesariamente por el antisemitismo y su manifestación suprema y horripilante en el Holocausto. Ambos están ahora inextricablemente unidos, de modo que la relación que Guerin estableció entre ambos acontecimientos no solo es legítima sino que es necesaria en cualquier análisis correcto de las consecuencias del Holocausto y del racismo europeo.
De hecho, la furia suscitada entre los grupos judíos de Gran Bretaña parece tanto más perversa cuanto que los medios de comunicación israelíes han informado ampliamente sobre los esfuerzos explícitos del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu por convertir las actuales conmemoraciones del Holocausto en un arma para perjudicar a los palestinos.
Netanyahu espera utilizar la simpatía generada por el Holocausto para conseguir que las capitales occidentales le ayuden a presionar a la Corte Penal Internacional de La Haya para que afirme que no tiene jurisdicción sobre los territorios palestinos que ocupa Israel, lo que impediría a la Corte aplicar el derecho internacional investigando los crímenes de guerra perpetrados por Israel contra los palestinos (de hecho, hasta el momento los fiscales de la CPI, conscientes de lo que está en juego en el ámbito diplomático, no han mostrado interés alguno por llevar a cabo dichas investigaciones).
Este extracto de un comentario del destacado activista israelí de derechos humanos Hagai El-Ad, publicado en el periódico liberal israelí Haaretz (la versión de Israel del New York Times), da una buena idea de lo insuficiente que fue la solitaria referencia de Guerin a los palestinos y de cómo sus colegas en realidad son cómplices, con su silencio, de permitir que Israel utilice como arma el antisemitismo y el Holocausto para oprimir a los palestinos:
«Qué deshumanizante es [por parte de Netanyahu y del gobierno israelí] insistir en negar el último recurso de un pueblo a un mínimo de justicia [en la CPI] aunque sea incierta y tardía. Qué degradante es hacerlo mientras se está sobre los hombros de los sobrevivientes del Holocausto, insistiendo en que en cierto modo se hace en nombre. […] En nuestras manos está decidir si permitir dar totalmente la vuelta a las dolorosas lecciones del pasado para seguir con la opresión o permanecer leales a una visión de libertad y dignidad, justicia y derechos para todos».
Historia en la penumbra
Guerin se quedó aislada y expuesta al no hacerse eco de cómo el resto de los medios occidentales elimina a los palestinos de la historia de Europa tras el Holocausto. Ninguno de sus colegas, supuestamente periodistas intrépidos y que sacan los trapos sucios, parecía deseoso de acudir en su ayuda. Se ha convertido a Guerin en chivo expiatorio, en víctima propiciatoria, en una víctima que servirá de recordatorio futuro para sus colegas de lo que se les permite mencionar, qué partes de la historia de Europa pueden examinar y qué partes deben permanecer para siempre en la penumbra.
El exjefe de Guerin, Danny Cohen, que había sido director de BBC televisión, denunció que su comentario era «ofensivo». Por supuesto, a nadie le importa que sea profundamente ofensivo el hecho de que la experiencia de los palestinos se haya borrado de la historia reciente de Europa y de su legado. Los palestinos son lo que el historiador Mark Curtis denomina un «no pueblo«.
La Campaña Contra el Antisemitismo (CAA, por sus siglas en inglés), que argumentó que la declaración de Guerin era antisemita, explicó lo que la CAA y otros quisieron decir con «ofensivo».
La CAA es uno de los grupos que con una lógica igual de retorcida encabezó los ataques al Partido Laborista británico acusándolo de antisemitismo en sus filas bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn, lo que contribuyó a imponer al partido una nueva definición de antisemitismo muy problemática que resta importancia a la preocupación por el racismo hacia los judíos para priorizar un crimen supuestamente mayor: criticar a Israel. La definición de la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto ofrece once ejemplos de antisemitismo, siete de los cuales se refieren a Israel en vez de a los judíos.
La CAA afirmó absurdamente que Guerin había violado uno de esos ejemplos. Afirmó que había incluido en su reportaje «comparaciones entre la política israelí y los nazis». A todas luces no hizo nada de eso.
Borrar la historia
Lo más que se podía deducir de la extremadamente vaga y demasiado cautelosa observación de Guerin eran dos cosas. En primer lugar que Israel justifica la necesidad de un Estado judío por medio de la amenaza que el antisemitismo supone para los judíos (como dejó claro el Holocausto). Y segundo, que el Estado de Israel resultante de ello ha infligido un precio muy alto a los palestinos, a los que hubo que desplazar de su patria para hacer posible ese Estado. En ningún momento Guerin comparó el sufrimiento de los judíos en el Holocausto con el de los palestinos. Simplemente, y con razón, dio a entender una cadena de acontecimientos relacionados: el racismo europeo hacia los judíos culminó en el Holocausto; el movimiento sionista utilizó el Holocausto para justificar el respaldo europeo a un Estado judío en las ruinas de Palestina; los palestinos y sus partidarios se sienten agraviados porque el Holocausto se ha convertido en un pretexto para ignorar su difícil situación y suprimir las críticas a Israel. Cada uno de estos eslabones es irrefutablemente cierto. Y a menos que la verdad sea ahora antisemita (y hay cada vez más pruebas de que Israel, sus grupos de presión y los gobiernos occidentales están haciendo que lo sea), lo que dijo Guerin no era antisemita.
Puede parecer obvio por qué Israel y sus grupos de presión quieren acallar las críticas o incluso evitar que se tenga un conocimiento histórico básico del contexto y las consecuencias de la fundación de Israel, pero ¿por qué los altos cargos occidentales están interesados de forma tan evidente en ayudar a Israel en este proyecto de borrar la historia?
Israel nunca se podría haber establecido sin la expulsión de 750.000 palestinos de su patria y la destrucción de cientos de sus pueblos para impedir que retornaran. Esta es la razón por la que cada vez más historiadores se han arriesgado a convertirse en el blanco de la ira de los grupos de presión de Israel al calificar estos acontecimientos históricos de limpieza étnica, en otras palabras, de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.
La hipocresía de Occidente
Hay que indicar que las circunstancias en las que se creó Israel no fueron excepcionales, al menos desde el punto de vista de la historia occidental reciente. De hecho, Israel es un ejemplo de un Estado de asentamiento colonial típico, en otras palabras, su creación dependió de la sustitución de la población originaria por un grupo de colonos, lo mismo que ocurrió cuando los europeos fundaron colonias en Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y otros lugares.
La dificultad para Israel y sus aliados occidentales ha sido que los crímenes de Israel se cometen en la época moderna, en un momento en que Occidente afirma haber aprendido de las lecciones tanto de su pasado colonial como de la Segunda Guerra Mundial. En el periodo de postguerra Occidente prometió cambiar sus métodos y renovó su compromiso con el derecho internacional y el reconocimiento de los derechos humanos.
La ignominiosa ironía de la complicidad de Occidente con la creación de Israel es que Israel solo se pudo establecer por medio de la desposesión y limpieza étnica del pueblo palestino. Estas atrocidades ocurrieron el mismo año que por medio de la Declaración Universal de los Derechos Humanos las potencias occidentales prometieron crear un mundo diferente y mejor. En otras palabras, Israel se creó como un proyecto colonial occidental al viejo estilo en el mismo momento en que las potencias occidentales prometían descolonizar y conceder la independencia a sus colonias. Israel era una prueba engorrosa de la hipocresía de Occidente cuando prometió romper con su pasado colonial. Fue una prueba de mala fe desde el principio. Occidente utilizó a Israel para externalizar su colonialismo, para eludir las nuevas limitaciones que afirmaba haberse autoimpuesto
Un derivado colonial
Las potencias occidentales estaban tan comprometidas con el éxito de Israel que desde finales de la década de 1950 Francia y Gran Bretaña le ayudaron a reunir un arsenal nuclear (el único que había en el Oriente Próximo) en violación del Tratado de No Proliferación. Como era de prever, eso desestabilizó aún más una región que ya era muy inestable ya que otros Estados, especialmente Irak e Irán, se plantearon intentar estar a la altura desarrollando sus propias armas nucleares.
Otro signo del compromiso de Occidente con este derivado colonial fue su determinación de hacer la vista gorda en 1967 ante la codiciosa expansión de las fronteras de Israel al conquistar el resto de la Palestina histórica. Durante más de medio siglo se le ha dado a Israel carta blanca para consolidar su ocupación y construir colonias en violación del derecho internacional. Al cabo de todas estas décadas la Corte Penal Internacional sigue dando largas al asunto, al parecer indefinidamente, en vez de procesar a Israel por sus colonias que son sin lugar a dudas un crimen de guerra. Y más de cincuenta años después Europa sigue subvencionando las colonias por medio de acuerdos comerciales y negándose incluso a etiquetar los productos de las colonias.
En vez de dar cuentas por estas escandalosas violaciones de un orden internacional fundado por Occidente, los aliados de Israel han contribuido a oscurecer o pervertir esta historia cierta. Israel ha desarrollado toda una industria, el hasbara, para tratar de impedir que personas ajenas comprendan lo ocurrido desde 1948. Por consiguiente, para Israel y sus aliados occidentales es importante fomentar justificaciones de la creación de Israel que apelen a la emoción, no a la razón, como forma de disuadir a los observadores de hurgar demasiado seriamente en el pasado. De hecho, solo hay tres posibles justificaciones o explicaciones para la transformación de lo que antaño fuera Palestina en Israel, un Estado creado por y para personas judías europeas sobre las ruinas de Palestina. Dos de estas justificaciones funcionan muy mal en el Occidente moderno, lo que solo deja la tercera justificación, como Guerin insinuó en su reportaje, y una que resuena bien en una época saturada de políticas de identidad.
Una promesa bíblica
La primera justificación afirma que se concedió al movimiento sionista el derecho a limpiar Palestina de la inmensa mayoría de sus habitantes palestinos originarios porque hace miles de años Dios había prometido a los judíos la tierra de Palestina. Este argumento dice a los palestinos: «puede que tu familia haya vivido durante siglos e incluso milenios en Nazaret, Nablus, Belén, Beersaba, Jerusalén, Jaffa, Hebron o Haifa, pero eso no tiene absolutamente ningún valor porque Dios dijo a Abraham que esta tierra pertenecía a los judíos».
No descartemos el persistente poder de este argumento. Fue lo que inspiró al movimiento apocalíptico del sionismo cristiano del siglo XIX, un anhelo de «restituir» a los judíos a la Tierra Prometida para provocar un fin de los tiempos en el que solo se salven los verdaderos cristianos.
Posteriormente unos cuantos judíos influyentes, como Theodor Herzl, que se habían dado cuenta de que si querían construir un Estado judío necesitaban el apoyo de las élites sionistas cristianas, reformularon y adoptaron el sionismo cristiano. Finalmente encontraron un patrocinador en la Gran Bretaña colonial. Un gusto por la profecía bíblica fue lo que en parte guió al gobierno británico a la hora de aprobar la Declaración de Balfour.
Hoy en día gran parte de la enseñanza en Israel depende de afirmaciones tácitas y no contrastadas que aparecen en la Biblia acerca de que los judíos tienen más derecho a la tierra que los palestinos. No obstante, los altos cargos israelíes saben que actualmente los argumentos bíblicos tienen poca influencia en gran parte de Occidente. Fuera de Israel estas afirmaciones sólo funcionan bien con los evangélicos, sobre todo en Estados Unidos, y, por lo tanto, se han utilizado selectivamente, sobre todo dirigidos a la base que apoya al presidente de estadounidense Donald Trump. El resto de nosotros dejamos discretamente de lado el razonamiento bíblico.
La carga del hombre blanco
La segunda justificación, a la que se recurrió con frecuencia en los primeros años del proyecto sionista, era una justificación colonial en toda regla y estrechamente unida a las ideas acerca de una civilización judeocristiana superior.
El colonialismo asumía que los blancos occidentales constituían una raza aparte desde el punto de vista biológico que tenía que asumir la responsabilidad de domesticar y civilizar la naturaleza salvaje de los pueblos inferiores del planeta. Se trataba como niños a esos seres inferiores y eran considerados impulsivos, retrasados e incluso autodestructivos. Necesitaban un modelo de conducta encarnado en el hombre blanco cuya tarea era disciplinarlos, reeducarlos e imponer orden. El hombre blanco fue compensado por la dura tarea que tenía que desempeñar concediéndose a sí mismo el derecho a saquear los recursos de los pueblos salvajes. En cualquier caso, se asumía que esos bárbaros eran incapaces de gestionar sus asuntos o de dar un buen uso a sus propios recursos.
Si todo esto suena increíblemente racista, recuerden que Trump propone ahora mismo una variante de la misma idea: los mexicanos deben pagar por el muro que los mantiene fuera de un Estados Unidos blanco, incluso cuando las empresas estadounidenses siguen explotando la mano de obra barata mexicana, y se amenaza a los desagradecidos iraquíes con tener que pagar por los soldados que invadieron su país y por las bases estadounidenses que supervisan su ocupación.
Los liberales no son menos reacios a las ideas coloniales. La carga del hombre blanco apuntala el proyecto de «intervención humanitaria» y la interminable «guerra contra el terrorismo» relacionada con él. Ha sido fácil presentar negativamente a otros Estados y a sus pueblos mientras siguen sin recuperarse de siglos de interferencia colonial (robo de recursos, imposición de fronteras artificiales que avivan conflictos internos y tribales, y apoyo occidental a dictadores y hombres fuertes locales).
Los Estados en desarrollo también han luchado por prosperar en un mundo dominado por instituciones coloniales occidentales, ya sea la OTAN, el Banco Mundial, el FMI o el Consejo de Seguridad de la ONU. Condenados al fracaso por las mismas reglas amañadas para garantizar que únicamente prosperan las potencias occidentales, los Estados en desarrollo se encuentran con que sus políticas disfuncionales o autoritarias se vuelven en su contra, se utilizan para justificar constantemente las invasiones, el saqueo y el control de sus recursos por parte de Occidente.
«Muerte a los árabes»
Dijera lo que dijera el sionismo, Israel no fue un antídoto para esta ideología de «la carga del hombre blanco», sino que fue una extensión de ella. Puede que gran parte de Europa haya sido profundamente racista respecto a los judíos, aunque generalmente se consideraba a los judíos de Europa superiores en la jerarquía racial a los negros, morenos o amarillos. Las personas antisemitas despreciaban y temían a las típicamente judías no porque fueran consideradas atrasadas o primitivas, sino porque eran consideradas demasiado inteligentes, o manipuladoras, reservadas e indignas de confianza.
El movimiento sionista trató de explotar este racismo. Su fundadores, judíos europeos blancos, recalcaron a los potenciales patrocinadores que ellos podían contribuir a colonizar Oriente Próximo a beneficio de las potencias europeas. Después de que se proclamara la Declaración Balfour el gobierno británico encargó a la Oficina Colonial dar forma a un «hogar» judío en Palestina.
Se puede valorar hasta qué punto las ideas europeas de las categorías raciales contaminaron la ideología del movimiento sionista en sus orígenes si se considera el trato que dio a los mizrahim, esto es, los judíos originarios de los Estados árabes vecinos que acudieron a Israel tras su creación. Los judíos ashkenazi (europeos) que fundaron Israel no tuvieron interés alguno en estos judíos hasta que los campos de la muerte nazi acabaron con la inmensa mayoría de los judíos europeos. Entonces se necesitó a los mizrahim para reforzar la proporción de judíos frente a la de palestinos. El padre fundador [de Israel] David Ben Gurion despreciaba a los mizrahim, a los que calificaba de «polvo humano». En el seno del ejército israelí se produjeron encendidos debates acerca de si se podía domesticar suficientemente la naturaleza salvaje de los supuestamente inferiores y atrasados judíos árabes para que sirvieran de forma eficaz como soldados.
Israel emprendió una agresiva campaña para desarabizar a los hijos de estos judíos, con tanto éxito que a pesar de que hoy los mizrahim constituyen la mitad de la población judía de Israel, menos del 1 % de los judíos israelíes pueden leer un libro en árabe. Su reeducación ha sido tan completa que los hinchas del club de fútbol Beitar Jerusalem entonan cánticos de «muerte a los árabes» en el campo, al parecer sin darse cuenta de que sus abuelos fueron árabes en todos los sentidos del término.
¿Virus del odio?
Israel y sus aliados occidentales comprenden que pocos observadores aceptarán justificaciones para la creación del Israel que sean abiertamente del tipo colonial, excepto las del tipo vago de la guerra contra el terrorismo. Estos argumentos van en contra del espíritu de los tiempos. Hoy en día las elites occidentales prefieren hablar hipócritamente de políticas de identidad, de interseccionalidad, de derechos de los nativos, al menos si se pueden utilizar para encubrir los privilegios de los blancos y acabar con la solidaridad de clase.
Israel ha demostrado ser particularmente experto en invertir esta forma de política de identidad y en convertirla en arma. Privado ahora de las tradicionales justificaciones bíblicas y coloniales, a Israel solo le queda un argumento aceptable para justificar sus crímenes contra los palestinos. Se supone que se necesita un Estado judío como vacuna contra una plaga global de antisemitismo. Israel afirma ser un santuario vital para proteger a los judíos de inevitables holocaustos futuros.
Los palestinos no son únicamente un daño colateral del proyecto europeo de crear un «hogar» judío. También se les presenta como un nuevo tipo de antisemitas (cuya ira se supone está motivada por un odio irracional inexplicable) de los que necesitan protegerse los judíos. En Israel se han invertido los papeles de opresor y de víctima.
Israel tiene mucho interés en extender la acusación de antisemitismo a cualquier persona crítica occidental que defienda la causa palestina. De hecho ha ido mucho más lejos. Afirma que ya sea de manera consciente o no todas las personas no judías albergan el virus del antisemitismo. Se han impedido otros Holocaustos solo porque Israel, que posee armas nucleares, se comporta como «un perro furioso al que es demasiado peligroso molestar», como dijo una vez el más famoso jefe de Estado Mayor de Israel, Moshe Dayan. Israel está concebido como un Estado guarnición para sus judíos y un refugio inexpugnable en tiempos turbulentos para todos los judíos que estúpidamente (como insinúan los líderes israelíes) no haya entendido que fuera de Israel se enfrentan a otro Holocausto.
Racismo blanco europeo
Este es el atractivo auto-racionalizador del antisemitismo para Israel. Pero también ha demostrado ser el arma perfecta para las elites occidentales que desean mancillar los argumentos de sus oponentes, como descubrió por experiencia propia Corbyn, el líder saliente del Laborismo. Del mismo modo que el movimiento sionista y su proyecto de Estado judío fueron antaño el principal vehículo para difundir la influencia colonial británica en Oriente Próximo, Israel es hoy el vehículo principal para impugnar los motivos de quienes critican el imperialismo occidental o defienden alternativas políticas al capitalismo, como el socialismo.
Pocas personas fuera de Israel entienden las implicaciones de la maliciosa e interesada lógica del antisemitismo elaborada hace mucho tiempo por Israel y adoptada ahora por los altos cargos occidentales. Esta lógica asume que el antisemitismo es un virus que está presente en todas las personas no judías, aunque a menudo esté latente. Las personas no judías deben estar vigilantes para impedir que despierte e infecte sus ideas.
Esto era la clave de las demandas contra el Partido Laborista británico, según las cuales los llamados» extremistas de izquierda», como Corbyn y quienes le apoyan, estaban tan seguros de sus credenciales antirracistas que bajaron la guardia. Libres en gran medida del miedo a las personas inmigrantes y a las poblaciones no blancas se mezclaron con musulmanes y árabes británicos cuyas actitudes e ideas se transmitieron fácilmente. El resentimiento árabe y musulmán hacia Israel (que de nuevo se presentó como inexplicable) proporcionó supuestamente un terreno fértil para que aumentara el antisemitismo en la izquierda y en el partido laborista de Corbyn.
El error de Guerin fue insinuar en su reportaje, aunque fuera breve y vagamente, una historia reciente más profunda y aún más incómoda del racismo blanco europeo que no sólo fomentó el Holocausto sino que también patrocinó la desposesión de los palestinos de su patria para dar cabida a un Estado judío.
El hilo conductor de esa historia no es el antisemitismo, sino el racismo blanco europeo. Y el hecho de que Israel y quienes lo apoyan animen este tipo de racismo no lo hace ni menos blanco ni menos racista.
Fuente: https://www.jonathan-cook.net/blog/.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.