Seis años de agresión son demasiados para esconder la sarta de mentiras con la que se justificó y alimentó la guerra contra Siria. Pocos dudan ya que sólo hay dos frentes en liza. De un lado, los terroristas y, en el otro, el gobierno y el pueblo sirios. La ilusión de que había un tercer […]
Seis años de agresión son demasiados para esconder la sarta de mentiras con la que se justificó y alimentó la guerra contra Siria. Pocos dudan ya que sólo hay dos frentes en liza. De un lado, los terroristas y, en el otro, el gobierno y el pueblo sirios. La ilusión de que había un tercer grupo, el de los revolucionarios democráticos laicos ávidos de libertad, hace tiempo que se dio de bruces con la realidad y sólo unos pocos recalcitrantes, que apostaron su bolsillo o su crédito personal a la carta de las primaveras-happy-flower-
Pero, parte de la izquierda de nuestro país, sobre todo la que se inclinó en un principio por el bando «rebelde», por los mercenarios «contras», ha encontrado en el apoyo a los kurdos de Siria una vía de escape a su devaluada postura contra el gobierno de Bashar el Assad. Sin embargo, vuelven a estar equivocados. No porque los kurdos no merezcan nuestro apoyo como pueblo oprimido sin estado, que obviamente lo merece, sino porque mirar en la dirección que señala Estados Unidos, bailar su música, suele conducir a errores de bulto. Veamos por qué.
El pueblo kurdo se extiende por Turquía, Siria, Irak, Armenia e Irán, en una región conocida con el nombre de Kurdistán. Si observamos cómo afecta el Kurdistán al territorio sirio nos llevaremos la primera y mayúscula sorpresa, pues sólo son dos pequeñas áreas inconexas en el norte y NE de Siria. ¿Cómo se puede hablar ahora tan alegremente de una región que ocupa todo el norte del país?
Esa discrepancia es muy fácil de explicar, la mayoría de los kurdos de Siria son, en realidad, refugiados turcos que huyeron de las masacres cometidas en el vecino país en los años 80 y 90. En el censo de población realizado en 1962 en Siria se contabilizaban menos de 200.000 kurdos, cifra que se ha multiplicado hoy por diez. Hafez el Assad, primero, y Bashar el Assad, después, acogieron a esta población en suelo sirio y en 2011 se les otorgó la nacionalidad. ¿Con qué derecho piden ahora la creación de un estado independiente si en realidad son unos recién llegados que le deben la vida a Siria y su gobierno? ¿Tan pronto han olvidado lo que hicieron por ellos?
En los primeros compases de la agresión contra Siria, todos los kurdos luchaban en favor del gobierno del país y recibían apoyo militar constante de Damasco. Cuando el turco Davutoglu y el francés Juppé ofrecieron al líder kurdo Salih Muslim la presidencia de un futuro estado kurdo independiente, se consumó definitivamente la traición de buena parte de los guerrilleros kurdos, que cambiaron de bando, poniéndose de parte -en 2013- de Estados Unidos y sus aliados. Ahora, a falta de «rebeldes moderados» de verdad que no sean terroristas, el imperio ha encontrado un filón en sus nuevos mercenarios, a quienes han rebautizado con el nombre de «Fuerzas Democráticas Sirias» (FDS) para seguir jugando con la ilusión mediática de que su misión en el país es traer la democracia, ocultando la naturaleza exclusivamente kurda de su opción militar, incapaz por tanto de ser alternativa real al gobierno sirio, ni desde el punto de vista territorial, ni desde el punto de vista político.
Pero nadie regala estados gratis. Una de las condiciones de ponerse al servicio de los agresores imperialistas era la obligatoriedad de doblegar, expulsar o eliminar a los habitantes no kurdos del norte de Siria, lo que viene en llamarse efectuar una limpieza étnica en toda regla. Afortunadamente no se ha llevado a cabo como fue concebida inicialmente, pero sí que se han reportado no pocas agresiones kurdas a pueblos árabes, a colectivos cristianos armenios o asirios, el cierre de escuelas no kurdas, o la eliminación de monumentos de simbología asiria de localidades norteñas.
El plan otomano no era otro que crear un Kurdistán fuera de sus fronteras (fuera también de las fronteras kurdas originarias) y trasladar allí por la fuerza a la población kurda de Turquía. Con ello, Francia (y EEUU) lograrían uno de sus objetivos principales cuando iniciaron la guerra contra Siria: balcanizar el país, despedazarlo para que pudiera ser controlado fácilmente y para que jamás pudiera volver a ser un actor regional de primer orden y enfrentarse al dominio absoluto de Israel.
Así pues, aceptar la constitución de un estado (confederal o independiente) en el norte de Siria, no sólo es ponerse de parte de colosal error histórico y un más que probable problema humanitario, sino que supone también convertirse en cómplice de la cristalización de los planes primigenios de la coalición agresora contra Siria. Pretender solucionar la cuestión kurda mirando únicamente a Damasco es entrar directamente en el juego de Estados Unidos. Y claro que la experiencia anarcoecologista de Rojava puede resultar interesante desde muchos puntos de vista, como también lo fueron los kibutz israelíes sobre suelo palestino, pero eso no le otorgó a Israel derechos sobre el robo de las tierras en las que se asentaron. Turquía supone más del 50% de la población kurda mundial y debería ser este país, y no otro, quien acoja la mayor parte de un futuro estado kurdo. No debemos mirar hacia donde apunta EEUU o sus aliados, pues supone descentrar el foco del verdadero problema.
Afortunadamente, a pesar de todo, hoy se encuentran signos de cooperación sobre el terreno entre las FDS y el Ejército Árabe Sirio y entre Rusia y EEUU. Quizá sólo sea el reconocimiento de la superioridad militar sobre el terreno de las tropas lealistas y sus aliados; quizá derive del reconocimiento de la imposibilidad de ganar la guerra; o quizá indique una nueva era en las relaciones entre las potencias… pero el hecho es que hay ejemplos recientes de colaboración que abren esperanzas a un nuevo escenario que propicie el fin de la guerra y una solución justa para todo el pueblo sirio.
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