Desde los espigados minaretes de la mezquita de Ramtha se escucha la llamada del muecín anunciando un nuevo entierro. Como si hiciera parte de un guión preestablecido el cortejo fúnebre se dirige al camposanto donde los sepultureros trabajan abriendo fosas a destajo. En la última semana los choques armados se ha recrudecido en la frontera […]
Desde los espigados minaretes de la mezquita de Ramtha se escucha la llamada del muecín anunciando un nuevo entierro. Como si hiciera parte de un guión preestablecido el cortejo fúnebre se dirige al camposanto donde los sepultureros trabajan abriendo fosas a destajo. En la última semana los choques armados se ha recrudecido en la frontera jordano-siria y por tal motivo el número de víctimas ha aumentado desproporcionadamente. La multitud lanza Gritos de ¡Allah Akbar! ¡Allah Akbar! en honor al nuevo «chahid» o mártir que amortajado yace inerte sobre una camilla. Hoy por fin ingresará en el «yenna» donde como premio le esperan hermosas doncellas y los más suculentos manjares. Seguro que más de uno envidiara su suerte pues a los vivos no les queda más remedio que continuar el penoso viacrucis.
Nos faltan palabras para describir tan tétrico espectáculo cuya música de fondo la ponen los sollozos de los deudos y los alaridos de indignación. Ya sea por la mañana, la tarde o la noche se repiten las mismas escenas de dolor. Entre tanto el mundo se lava las manos indiferente sin que le conmueva en absoluto tremenda carnicería.
¿De qué valen los derechos humanos y todos esos bellos discursos de paz y amor que tanto pregona occidente? Si al menos fueran perros o gatos lo más seguro es que la sociedad protectora de animales de los países civilizados ya habría puesto el grito en el cielo. Sería un escándalo que se ejerciera tal tipo de violencia sobre unas preciosas mascotas en ciudades como Londres, Paris o New York.
El pueblo sirio se siente completamente abandonado pues la actitud pasiva de la ONU o la Liga Árabe los condena irremisiblemente al patíbulo. Ellos saben que son carne de cañón y que sólo una intervención militar podrá detener el despiadado genocidio. Pero los intereses geoestratégicos de las potencias mundiales impiden lograr un acuerdo que ponga fin a esta pesadilla. Acaban de enterrar a un niño de apenas ocho años al que aplastó un carro de combate en Deraa. Los sepultureros echan paladas de tierra sobre su tumba mientras el padre desconsolado escribe su nombre en una lápida de cemento. ¿A quién le importa que hayan perdido a su hijo? ¿Acaso alguien se va a responsabilizar de este brutal asesinato? ¡Qué más da! tal vez si fuera europeo o americano la cosas serían bien distintas. Pero sólo se trata de un niño sirio, un pobre diablo, un ser anónimo como tantos otros que han perecido en esta injusta guerra y su destino es pudrirse en el olvido.
El gobierno sirio y sus aliados (China, Rusia e Irán) se oponen a cualquier intervención humanitaria ya que la consideran «una injerencia inaceptable en los asuntos internos de un país democráticamente constituido». Aducen que «Bachar Al Assad hace frente a peligrosos terroristas que siembran el caos y la anarquía.» «Esta es una conspiración del imperialismo norteamericano, de la OTAN, y de los jeques árabes cuyo único objetivo es derrocarlo». ¿Para qué luchar por la libertad si luego los fundamentalistas islámicos tomarán las riendas del poder igual a lo sucedido en Egipto, Túnez o Libia? J.M Aznar. «La democracia es un sistema exclusivo de las naciones civilizadas incompatible con estos pueblos bárbaros que aún no han salido de la edad media». M.V. Llosa.
Los sepultureros agotados de tanto trajinar hacen una pausa para fumarse un cigarrillo. Pero inesperadamente alguien se acerca a comunicarles que deben apresurar el paso porque al parecer es necesario abrir con urgencia más fosas ante una imprevista oleada de cadáveres. Así que manos a la obra pues de ellos depende que los mártires descansen en paz en la última morada.
El régimen de Bachar Al Assad intenta por todos los medios a su alcance aplastar la insurrección. No importa demoler pueblos y ciudades o utilizar bombas de racimo o de fósforo e inclusive el temible gas mostaza o sarín. Está en juego la supervivencia de una dinastía que ha usufructuado del poder desde el 22 de febrero de 1971 y por ningún motivo van a renunciar a tamaño privilegio.
Millones de personas, mayoritariamente de confesión sunita, se han visto obligadas a huir a los países vecinos (Líbano, Jordania, Iraq o Turquía) en un desesperado intento por salvaguardar sus vidas. Más de la mitad de los damnificados son jóvenes y niños, seres inocentes que no entienden por qué el amado «rais» Bachar, el supuesto «padre de la patria» los inmola en el altar de los sacrificios.
La guerra civil Siria, que se inició exactamente hace dos años, ya contabiliza más de 70.000 muertos. Y lo peor quizás sea que no hay visos que se detenga el macabro conteo de asesinados, desaparecidos, torturados, heridos o encarcelados. Algunos analistas argumentan que este es un parto doloroso que han sufrido también otros pueblos a través de la historia y no hay más que resignarse. Lo más seguro es que las ONGs y demás organismos de ayuda humanitaria estarán muy ansiosos por administrar los millonarios presupuestos destinados a la reconstrucción del país. No hay duda que la solidaridad siempre ha sido uno de los valores fundamentales de la civilización occidental.
Este fin de semana hemos viajado una vez más hasta la ciudad jordana de Ramtha, situada a tan sólo unos pocos kilómetros del pueblo de Deraa, en Siria. Los titulares de la prensa afirman que se desarrollan encarnizados combates por el control de los pasos aduaneros de Al Jaber y Ramtha entre el Ejército de Siria Libre y las tropas de Bachar Al Assad. Los bombardeos que se escuchan a lo lejos nos ponen los nervios de punta y en ese momento nos damos cuenta de lo más ruin de la condición humana.
El ejército fiel al dictador, a pesar de las innumerables deserciones, todavía cuentan con cientos de aviones de guerra, carros de combate o artillería pesada. Aparte de poseer el arsenal de armás químicas más grande de Oriente Medio ¿se justifica que el pueblo tome las armas en defensa propia o deben ir al matadero cual mansas ovejitas? Enarbolar bandera blanca es señalar el objetivo a los francotiradores.
Se tiene constancia de la presencia de combatientes iraníes, de Hezbollah o mercenarios rusos en las filas del régimen gubernamental. En el otro bando, miles de yihadistas procedentes de los países árabes sunitas han ingresando de forma clandestina por las fronteras del Líbano, Iraq, Turquía y Jordania. Grupos como Jubhat al Nusra, afín a al Qaeda, hacen presencia activa en el campo de batalla. Asesores militares americanos, británicos y franceses entrenan a los rebeldes que además recibe pertrechos y armas de Arabia Saudita y Qatar. La guerra civil se ha internacionalizado y es posible que afecte aún más la inestabilidad de una región ya de por si convulsa y explosiva.
Las imágenes dantescas que se transmiten diariamente a través de televisión ya ni siquiera inmutan a la opinión pública. Hemos perdido la capacidad de asombro ante tanto sadismo y atrocidades. Como si fuera poco los medios de producción en el campo y la ciudad están paralizados y la actividad económica y comercial se hunde en la ruina. El hambre asola muchas provincias y la población civil, que ha pagado el más alto costo en vidas humanas, se halla desmoralizada por completo.
Los traumas derivados de este conflicto fratricida agudizarán los sentimientos de odio y de venganza. Las futuras generaciones tendrán que exorcizar la violencia sectaria si quieren abrir caminos a la reconciliación y el entendimiento.
En el cementerio de Ramtha el entierro de los mártires es incesante y ya casi no queda espacio para albergar más tumbas. Nos cuesta comprender y nos resulta hasta estúpido que se maten entre los propios hermanos mientras que el sionismo, el verdadero enemigo, se hace cada día más fuerte e invencible.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.