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Entrevsita a René González uno de los cinco cubanos encarcelados en Estados Unidos:

El mundo mejor no se construye sobre el odio

Fuentes: Bohemia/Rebelión

René González es uno de los cinco cubanos encarcelados en Estados Unidos acusados de espionaje. En realidad su crimen fue infiltrarse en las redes terroristas anticubanas en Miami. En el 2001 tres de ellos fueron sentenciados a cadena perpetua. Esto por una acción que consistió solamente en prevenir el terrorismo contra Cuba. El gobierno de Estados Unidos ha obstaculizado sistemáticamente las visitas de las madres, esposas e hijos de los prisioneros, lo que constituye una sanción adicional para ellos y sus seres queridos. De igual manera, las autoridades norteamericanas han dificultado las visitas de los abogados de la Defensa y las de funcionarios consulares cubanos radicados en Estados Unidos, lo que desconoce arbitrariamente el Articulo 37 de las Reglas Mínimas para el Tratamiento de Reclusos

«Sé feliz a toda costa: No te permitas un pensamiento pesimista o un recuerdo desagradable…», escribió a su esposa Olga. «Quiero agradecerles el propiciar que me probara a mí mismo a través de su odio y su resentimiento», espetó ante la Corte, durante su alegato en los días ya lejanos del juicio tramposo, cuando fue condenado a 15 años de privación de libertad.

A punto de cumplir 51 años el próximo 13 de agosto, René González sigue siendo el mismo hombre viril, impulsivo y persistente que se empeñó en marchar a pelear a Angola cuando ya tenía la baja de su servicio militar en el bolsillo; el que comenzó a estudiar para piloto a los 23 años, cuando otros de su edad se estaban graduando; y luego no titubeó cuando tuvo que renunciar a su vida para cumplir misiones más duras y menos públicas. El mismo que, ya preso, opuso su dedo, enhiesto en medio de un puño, a la canallada de ponerlo a escoger entre la patria y la familia.

Nueve años, de ellos casi dos en el temible «hueco» de las cárceles estadounidenses y un particular ensañamiento que le niega persistentemente la visita de la esposa, no han mutilado su capacidad de amar y ser feliz. En cambio, le han permitido reflexionar largo y tendido sobre muchos temas, algunos de los cuales comparte ahora -carta mediante-, con esta revista. Como sus cuatro hermanos, René está por encima del odio. Eso lo hace fuerte.

Simiente de hidalguía

-Te has referido más de una vez en cartas, testimonios y hasta en versos, a la formación que recibiste de tus padres. ¿Cómo la resumirías? ¿Qué heredaste de ellos?

-De mis padres aprendí, desde que tengo uso de memoria, el significado de las palabras integridad y congruencia. Siempre dijeron lo que pensaban y actuaron en concordancia con sus expresiones. A pesar de tener facilidad para comunicarse nunca nos dieron discursos políticos y solo hicieron penetrar el espíritu de la Revolución en nuestro hogar a través de su entusiasmo, rectitud, desprendimiento, ética de trabajo, honradez y sensibilidad hacia los demás.

«Ante mis ojos de niño parecían tener el don de la ubicuidad. Que fueran capaces de entregarse tanto a la sociedad y a pesar de ello ser padre y madre a tiempo completo, me producía admiración. Luego fui descubriendo que parte del secreto consistía en incorporarnos a su entorno social. En sus centros de trabajo, éramos parte del colectivo; el aprecio que ellos se ganaron se traducía en cariño de sus compañeros hacia nosotros. Allí nos hicimos obreros, aprendimos a respetar a quienes con sus manos producen los bienes materiales y descubrimos el valor del trabajo en un ambiente de fraternidad, responsabilidad, entusiasmo y humildad.

«No sé como responder a la segunda parte de la pregunta sin sonar algo pedante. Supongo que si tengo algo bueno se lo debo mayormente a mis padres; pero preferiría que mis virtudes las enumeraran mis hijas cuando tengan edad suficiente para hacer un juicio objetivo. Aspiro a que entonces tengan algo bueno que decir del suyo.

«Por lo pronto te diría que de mis padres aprendí que la verdad y la justicia existen, que tenemos el deber de buscarlas y la obligación de luchar por ellas.»

-Teniendo en cuenta que eres el mayor, ¿qué relación tienes con tus hermanos?

-Si tuviera que partir de mi primogenitura para describir la relación con mis hermanos, la tarea sería algo difícil. Entre nosotros no se establecieron las jerarquías gerontológicas que son tan típicas entre hermanos. Nuestros padres nunca delegaron en alguno de nosotros su responsabilidad de educar y disciplinar a los hijos.

«Roberto y yo éramos dos iguales en la aventura de disfrutar de la infancia, pasar por la adolescencia, madurar como jóvenes y hacernos profesionales. En ese trayecto, Liván -con quien convivimos- requirió que asumiéramos ciertas tareas en apoyo a nuestra madre, o que cuando el caso lo demandó, ocasionalmente, adoptáramos cierto rol paterno muy limitado a la solución de un asunto concreto, si su padre estaba de viaje o en misión internacionalista.

«Con Alina y Daiana las relaciones estuvieron absolutamente libres de responsabilidades. Nos reuníamos sencillamente a disfrutar de los buenos momentos familiares y en ese contexto se edificó el cariño entre cinco hermanos ‘enteros’ -nada de medio hermanos- , en que las diferencias de edad solo fueron un número, y la ascendencia entre nosotros está dada por los méritos o capacidades que a los ojos mutuos podemos tener el uno o el otro.

«Si el haber vivido más y con mayor intensidad me ha sumado méritos, experiencia o sabiduría a los ojos de mis hermanos, a eso se reduce el peso de mi primogenitura. Soy uno más entre cinco hermanos que nos queremos mucho; tan dispuesto a dar un consejo o una opinión como a recibirlos.»

-¿Influyó algo haber nacido en los Estados Unidos?

-Es imposible que mi nacimiento en los Estados Unidos no haya tenido influencia en mí, dada la importancia de su relación con la Isla y la omnipresencia de su política agresiva en cada aspecto de nuestras vidas.

«Llegué a Cuba en pleno goce de conciencia, con mi carga de recuerdos norteamericanos de los que algunas imágenes perduran, y de pronto me vi en una sociedad para la que el lugar en que se habían producido aquellas imágenes de infancia feliz era desde donde se gestaban a diario toda suerte de agresiones. Ello crea sentimientos conflictivos, que van desde cuestionarte tu origen hasta tus lealtades. Aun cuando no fuera recurrente, me recuerdo, en aquellos primeros años, examinando por momentos el asunto.

«Creo que en la solución de ese dilema sin dejar huellas hay que darle crédito a la Revolución, y a la atención que brindó a quienes, como yo, éramos hijos de repatriados. El discurso de resistencia, firme pero desprovisto de odios, que caracterizó aquellas batallas ideológicas me ayudó también a conciliar mis sentimientos encontrados y dar solución a los conflictos.

«Por otra parte, la propia búsqueda de respuestas me permitió asimilar temprano la esencia de aquel discurso firme pero sin odios. Muy pronto aprendí a diferenciar al pueblo norteamericano de su sistema de gobierno, y a observar al monstruo con ojos más martianos.»

Peldaños

-Los Camilitos, un tanque, ser internacionalista… ¿qué te enseñaron la vida militar y Angola?

Los Camilitos, mi experiencia como tanquista y la misión internacionalista fueron peldaños de un proceso de crecimiento. La vida militar me hizo más disciplinado, fortaleció mi habilidad para operar en equipo y aguzó mi sentido del deber. Las experiencias personales de esos períodos alimentaron mi capacidad de adaptación, aportando buena parte al arsenal de recursos de que hoy puedo valerme para resistir.

«Angola, antes de esta, había sido la vivencia más enriquecedora de mi vida, y me ha aportado lecciones nuevas a través de los años con cada mirada en retrospectiva. En ella aprendí lo pequeños que somos como individuos y lo inmensos que podemos ser juntos y me percaté de cómo una buena causa puede elevar a la grandeza a un colectivo de hombres individualmente imperfectos.

«En 1998, en Denver, coincidí haciendo un entrenamiento con un piloto de origen boliviano. El hombre -que al parecer se sentía suficientemente seguro tan lejos de Miami- me contó que había volado por un tiempo en Angola para luego confesarme, con admiración, que en aquella nación adoraban a los cubanos ‘de Cuba ‘. Imagínate cómo me sentí cuando en el centro del Imperio, a veinte años de distancia, me alcanzó el eco de aquella lejana hazaña colectiva.»

-¿Cancelaste tu sueño de pilotar aviones o alguna otra de tus expectativas en la vida?

-No sé si cancelar sea la palabra adecuada. Tal vez se pudiera usar una expresión como ‘poner a un lado con carácter indefinido’, lo que equivaldría a ‘casi cancelar’.

«Lo cierto es que en estas circunstancias hay que desprenderse de muchos sueños so pena de sufrir. En cuanto a la aviación, es obvio que no alcanzaré las horas de vuelo a que aspiraba, pero las que tengo me colmaron de satisfacciones. Pocas cosas me darían tanto placer como surcar los cielos de Cuba al mando de un avión; mas por el momento lo mejor es no pensar en ello. Si la oportunidad se repite no me faltará el entusiasmo y confío en la persistencia de los reflejos. El entusiasmo también estará a disposición de cualquier otro camino que, como alternativa, me presenten las circunstancias.»

En el monstruo

-¿Qué fue lo más difícil en la convivencia con enemigos, con terroristas? ¿Cómo te las arreglaste?

-Lo más difícil, obviamente, es comportarse como uno más de ellos, asumir su odio contra el pueblo en que nacieron, malamente disfrazado entre exclamaciones de patriotismo hueco y clamores interminables de un espíritu cristiano que nunca hallan la manera de convertir en conducta.

«Ser testigo de la difamación a las víctimas de la masacre de Tarará, a solo horas de su brutal asesinato, para culpar del crimen al Gobierno cubano; o de la vocinglería ante cada ocasión en que creen llegado el momento de empujar la descomunal maquinaria militar norteamericana contra Cuba -por solo citar algunos ejemplos-; exige un autocontrol extraordinario para no exteriorizar la sensación de repulsión. Muchas veces me pregunté, ya en prisión, cómo habría podido manejar el circo creado alrededor de Elián, de haber estado aún entre aquella gente.

«Lidiar con todo eso no es fácil y requiere un dominio férreo de la conducta y los impulsos. Algunos de los recursos de que me valí me los reservo. Lo más importante es la conciencia de lo que estás haciendo y, en el terreno práctico, la satisfacción de desbaratar algún plan contra Cuba. Es como una gran sensación de retribución que ayuda a compensar las experiencias amargas.»

-¿Qué sentiste cuando tu familia fue convertida en objeto de chantaje? ¿Cómo fueron esos días?

-Mi primera reacción fue de asombro. Uno no puede dejar de asombrarse del nivel de meticulosidad que aplican los funcionarios imperiales al implementar la bajeza y es chocante ver que cuando crees que han tocado fondo, ellos te demuestran que no, que estabas equivocado y aún pueden rebajarse más. Son actitudes que uno no quisiera ver ni en el enemigo.

«A ello se añade el cinismo con que se conducen, casi burlón; pudiera decirse que como un complemento al efecto psicológico que buscan con el abuso. El concepto parece ser algo así como aprovechar al máximo la canallada, infligir todas las heridas posibles y no dejar alguna sin revolver.

«Al asombro sigue la indignación; y de ella la inspiración para resistir y disponer -por decirlo de alguna forma- de un sistema de defensa. La práctica te va enseñando que con el transcurso de los días te adaptarás al nuevo reto y, por otra parte, cada nueva bajeza del adversario te demuestra que toda la fuerza moral está de tu lado, lo cual es de gran ayuda.

«Claro, los días de la prisión de Olguita fueron terribles y no faltó el detalle macabro de mostrármela justo tras su arresto, o escamotearme sus cartas. Esos tres meses han sido el período más largo de zozobra continua que he experimentado desde mi arresto y cuando se produjo su salida hacia Cuba, el alivio fue inmenso.»

-Un juicio viciado y una condena exagerada. ¿Cómo lo vieron ustedes cinco? ¿Por qué nunca aceptaron juicios separados?

-A la altura del veredicto y de las sentencias ya habíamos visto suficiente como para poder esperar cualquier cosa, pero mentiría si te dijera que no albergábamos cierta esperanza de que se hiciera justicia. Durante siete meses habíamos propinado una pateadura tanto legal como moral a los fiscales, y ante cualquier observador objetivo nos correspondía un fallo favorable.

«El juicio lo ganamos sin sombra de dudas; tanto como luego hemos ganado cada una de las apelaciones. El espíritu y la letra de la ley están de nuestro lado; la evidencia es nuestro mejor testigo, y ello se ha puesto de manifiesto en cada etapa del proceso.

«La que ha perdido es la justicia, mancillada por un sistema legal incapaz de aplicarla y que no es más que el reflejo de una sociedad egoísta, en la que el oscurantismo gana cada vez más espacio y cuya crisis moral se hace patente en la ausencia de valores. Duele decirlo, pero la sociedad norteamericana está incapacitada para mirarse a sí misma, y al mundo, con ojos de justicia. Es el costo ético de levantar un imperio durante dos siglos.

«La idea de juicios separados era impensable. Algunos hubiéramos salido ganando, pero a costa de abandonar a los otros a la arbitrariedad de los fiscales, que se hubieran visto en libertad de atomizar la evidencia haciendo de los procesos un galimatías indescifrable. Ir juntos al juicio era un asunto de principios y, sin ánimo de jugar a los números, los cinco nos convertimos así en un puño atravesado en la arrogancia de los acusadores. Te garantizo que nunca olvidarán esos siete meses de calvario. Nosotros, naturalmente, tampoco los olvidaremos, pero por razones diametralmente opuestas. Esos días de gloria no los habríamos vivido en juicios separados.»

-¿Cuál es la mayor enseñanza de la cárcel? ¿Y el mayor dolor?

-La cárcel, como toda experiencia dura, nos enseña a conocernos a nosotros mismos y a descubrir límites de resistencia que estaban ahí sin que lo sospecháramos. Aquí se dispone de tiempo para pensar y observar el mundo como a cierta distancia, lo cual agudiza la percepción de los problemas sociales y nos ayuda a comprender mejor la época que vivimos. Muchas de las cosas en que la velocidad del vivir diario nos impedía reparar se hacen evidentes cuando miras hacia fuera desde esta atalaya.

«En cuanto al mayor dolor -después del sentido de la pérdida personal, los años dejados de vivir junto a tus seres queridos y las obligadas renunciaciones-, radica en observar un mundo de injusticias desde una posición de absoluta impotencia.

«Si antes te decía que el período más largo de zozobra continua había sido el del encarcelamiento de mi esposa, puedo afirmar que el secuestro de Elián me provocó los períodos de insomnio más prolongados de mi vida. En el primer caso se trataba de una persona adulta, en cuyos principios y carácter tenía plena confianza. Pero ver a un niño indefenso utilizado como un juguete, exhibido cada hora del día como trofeo y manipulado sin escrúpulos, mientras tú estás confinado a una celda y privado de la oportunidad de incorporarte a la lucha por su regreso, crea una sensación de impotencia abrumadora. Algo similar me ocurrió mientras veía cernirse sobre Iraq la hecatombe para la que se preparaba, metódica y fríamente, a la psiquis de los norteamericanos. Cuando comenzó el genocidio y todo aquí se tornó en un espectáculo pasé varias noches de desvelo.

«Debo confesarte que por un instante me asalta la idea lacerante de que se pudiera materializar una agresión contra Cuba, y tengamos que presenciarlo desde aquí. Cuando veo el ciego apetito con que el imperialismo norteamericano se lanza contra el resto del mundo, aun arriesgando un desastre, me pregunto si toda nuestra sabiduría política y preparación alcanzarán a disuadirlos. No me cabe duda de que sería su última aventura, pero la avaricia es irracional y los Imperios, según la experiencia histórica, tienden al suicidio. El costo para nosotros sería, por supuesto, terrible; y cuando la idea me asalta es como una dolorosa punzada.»

-¿Has encontrado amigos entre las rejas? ¿Quiénes? ¿Cómo son las relaciones humanas en ese mundo tan complejo, tan sórdido?

-Este no es un lugar propicio para hacer amigos en todo el sentido del término, pues hay dos elementos fundamentales que conspiran contra el espíritu de total compenetración y confianza que exige una profunda amistad.

«El primero es que el sistema estimula la delación mediante rebajas de la condena, a quien promueva el encausamiento de alguna otra persona. Un día cualquiera puedes ser llevado a la corte para descubrir que algo que dijiste a otro preso se convirtió en un acta de acusación en tu contra, sin que sea de mucha relevancia la veracidad o falsedad de lo que el individuo dijo a los fiscales. Es fácil deducir que en esas condiciones nosotros somos una presa de alto valor agregado.

«Por otra parte, quien muestra disposición para enmendarse en la cárcel todavía enfrenta el reto de demostrarlo una vez en libertad. Ello requiere sobreponerse a reflejos muy arraigados y superar conductas aprendidas por años. Solo el tiempo puede decir si la persona que conociste en condiciones carcelarias era genuina.

«Salvando esas limitaciones, y ateniéndose a las reglas de discreción y cierta reserva que te imponen, siempre hay personas con quienes puedes establecer una relación más cercana y sembrar la semilla de una futura amistad. No todo el que comete un delito es necesariamente una mala persona y hay reclusos en quienes puedes observar un esfuerzo por superar el pasado y aprovechar otra oportunidad. Se establecen ciertas relaciones de afinidad con quienes muestran una conducta positiva, cuya compañía puede aportar calidad al tiempo que has de cumplir en prisión.

«Con los cubanos nunca he tenido problemas y no he llegado a una institución carcelaria en que no me tiendan la mano. Es estimulante propiciar el reencuentro de alguno de ellos con su familia, o con su patria, en nuevos términos. Los caribeños tienen como un sexto sentido que les induce a respetar a Cuba y ese respeto se extiende a nosotros cuando saben que la representamos. De entre ellos, los boricuas con sentimientos independentistas se convierten en buenos compañeros. También algunos afroamericanos con cierta conciencia política han tenido actitudes de deferencia que muestran un gran aprecio de su parte.

«Todo lo anterior da una idea de cómo se pueden establecer relaciones positivas, aún en este mundo. Yo trato de ponerme en contacto con lo mejor de las personas, no juzgo a nadie y evito la tentación de darme aires de superioridad por no ser un criminal. Delimito la manera en que trato a los demás respetando su dignidad humana, ayudando al que pueda y negándome a que medie el interés. Ellos saben apreciarlo y en su abrumadora mayoría te devuelven el trato.»

Amor contra odio

-Dicen que tu abogado dijo, tras el encarcelamiento de Olga, que él creía que tú eras guapo, pero que tu mujer era más guapa que tú. ¿Cómo viste a Olga por primera vez? ¿Quién se enamoró primero? ¿Y ahora, tras tanta separación, cómo la sueñas?

-A Olguita la conocí a través de unos amigos comunes que propiciaron nuestro encuentro en el ambiente paradisíaco de la playa de Boca Ciega. Me habían estado hablando de ella por meses y al verla no pude evitar el coincidir con sus opiniones en relación con los encantos físicos de mi futura esposa.

«Luego hicimos el viaje a La Habana en el ruidoso asiento trasero de una Girón y casi a gritos comenzamos a descubrir que teníamos gustos y conceptos en común. De ahí surgió la primera cita para el próximo día y a la siguiente semana, cuando salí de pase, nos hicimos novios. No pasó mucho tiempo sin que supiera que había conocido a la mujer que me estaba destinada; por la manera en que ella me miraba pudiera asumir que se enamoró de mí primero, pero habría que preguntarle lo que piensa sobre cómo la miraba yo. Creo que a nuestro caso se aplica la definición de amor a primera vista, añadiendo el calificativo de simultáneamente.

«Hemos tenido que soñarnos mutuamente durante las dos terceras partes de nuestro matrimonio, aferrándonos a los ocho años de felicidad plena que hemos compartido juntos y en los que hemos constituido nuestra hermosa familia. Sobre ese período de una alegría casi perfecta, y mucho amor, se sostienen los sueños de un futuro juntos al que sigo mirando con optimismo; y donde la veo a ella hermosa en su madurez, sonriendo mucho y llena de ternura. Espero poder retribuirle con creces su fidelidad, su cariño incondicional y los valores humanos que ha vertido sobre nuestra relación.»

¿Qué es lo que más lamentas haberte perdido en estos años?

-Me casé con la mujer que amo, para toda la vida, y en un cuarto de siglo solo he vivido ocho años de matrimonio. Me perdí la adolescencia de mi hija mayor y la infancia de la menor. Mis hermanos me han dado sobrinos que no conozco. Mis padres -por muy bien que lo disimulen- se han metido en la tercera edad. La incompatibilidad de la reencarnación con el materialismo dialéctico me impide creer que algún día reviviré los últimos nueve años. En fin, he perdido lo suficiente para poder quejarme, si quisiera.

«Pero no me lamento en absoluto; ni por un segundo. Acepté los riesgos que implicaba esta misión con plena conciencia de ellos. Crecí en una familia que me educó en el amor a la patria y formé, junto a Olguita, otra familia en la que lo sembramos. Todos sabemos que la causa que defendemos justifica nuestras pérdidas.»

-¿Te sientes repetido en Irmita de alguna forma?

-Nunca he aspirado a verme repetido en mis hijas. Prefiero que sean ellas mismas, con sus características únicas y con la herencia que les sea de valor para ser mejores que sus padres.

«Traemos a nuestros hijos al mundo sin preguntarles y todo a lo que aspiramos es a descubrir la clave de una buena formación, sin que nos entreguen un manual de instrucciones en la sala de maternidad. Aunque el nuestro hubiera sido complicado de redactar. Irmita ha colmado todos nuestros sueños a pesar de haber crecido en tan atípicas circunstancias. «Tengo que darles el crédito a su mamá y a mi familia, que nunca le faltaron en los años que siguieron a mi repentina partida y llenaron de alguna forma el enorme vacío que dejé en su vida. Tanto ellos como la sociedad en que creció me entregaron, un sexenio más tarde, a una adolescente adorable de la que me siento orgulloso.

«Espero poder decir lo mismo de Ivette. Tiene los buenos sentimientos, el entusiasmo y es feliz -lo que hace una buena base-, y por añadidura es inteligente (como la madre).»

-¿Cómo fue el reencuentro con Ivette después de tantos años?

-Fueron unos días mágicos que se convirtieron en los mejores de los últimos nueve años. Ivette abrió un cofre de sentimientos, que me he obligado a mantener bajo llave para resistir y protegerme. Una vez que se fue lo volví a cerrar, pero esa visita me permitió pasar inventario a mi alma, y asegurarme de que mi humanidad y capacidad de querer se conservan intactas, después de todo. Hay puertas que solo un niño puede abrir y eso fue lo que hizo Ivette.

«Nos conectamos al instante y pronto pareció que no habían transcurrido esos seis años desde la última vez que la había visto. Me sorprendió su madurez y lo bien que llevó la situación, manifestando mucho amor pero tomando con aplomo las limitaciones y durezas que imponía la visita en esas circunstancias. Es obvio que todo lo que ha vivido la ha forzado a crecer algo rápido y a pesar de ello su infancia no ha sido truncada.

«Me llenó de felicidad su relación con la hermana, a la que respeta y quiere mucho. Se deja ver que Irmita ha tenido que tomarse la primogenitura más a pecho que yo, pero lo hace con mucha ternura y madurez.»

-La felicidad y el amor son un antídoto contra el odio. ¿Cómo funciona esa ecuación en la distancia?

-El contexto en que utilicé esa frase invitaba a enarbolar la felicidad y el amor como un arma de lucha, en oposición al odio que tan laboriosamente siembran los opresores y victimarios para reducir a sus víctimas a la violencia ciega, neutralizando así su capacidad de aglutinamiento cuando, convertidos en simples vengadores, terminan anteponiendo el medio a la idea y pierden la noción histórica y la visión estratégica. Una vez rebajados al plano de la violencia, las víctimas, despojadas del sostén de las ideas, quedan a merced del poder avasallador del victimario.

«Se trata de no convertir la justa indignación ante la injusticia en odio ciego y fuerza bruta, y hacer de la felicidad y del amor una herramienta filosófica de resistencia. Creo que si nos dejamos arrastrar por el odio nos estamos autoderrotando y, de todos modos, no veo cómo construir el mundo mejor que queremos -la única victoria rotunda contra la maldad que ha padecido el hombre- sobre una base de odios.

«No es, desde luego, cosa fácil. Se requiere de mucha paciencia y meditación para observar tanto crimen y no odiar; pero después de nueve años soportando la injusticia creo que es posible.

«En cuanto a cómo funciona la ecuación en la distancia, te diría que transmitiendo la seguridad de que aún eres capaz de amar y de que sigues siendo feliz. Que todo el odio del sistema más criminal que padece la humanidad no ha alcanzado a derrotarte.»

-¿A qué recursos apelas para resistir, para no desesperarte?

-A estas alturas de la entrevista la pregunta parece haber sido respondida a través de las anteriores. Para resumirlo, te diría que hay que adoptar una actitud racional en todo momento, tener flexibilidad para adaptarte a lo que no puedes cambiar, y disciplina y habilidad para sincronizar tus intereses a las limitaciones. No permitir por nada del mundo que las acciones de tus captores modifiquen tus procesos mentales. Esos están bajo tu absoluto control.

«Yo no pienso en el tiempo y más bien trato de que se deslice sobre mí, estableciendo una rutina útil. Dedico seis mañanas a ejercicios físicos, corriendo entre veinte y veinticinco millas semanales que complemento con rutinas de torso y brazos. Explorar límites de resistencia física me sirve de motivación, además del beneficio directo a la salud.

«Tras procesar y responder correspondencia, la lectura es mi segunda ocupación intelectual, y en los libros me pierdo en un mundo que me sustrae de la cárcel y de todo lo que representa.

«En fin, creo estar cumpliendo con los propósitos de superación física e intelectual que me tracé desde los primeros días. Lo que resta es transmitir ese estado de satisfacción a mis seres queridos y esperar que su influencia sobre ellos redunde en un bienestar que me sirva de retroalimentación.»

-Voluntad y persistencia. ¿Qué significan para René?

-La voluntad y la persistencia están detrás de cada proeza, individual o colectiva, y en cada paso adelante dado por la humanidad. Sin ellas, probablemente, estaríamos todavía sumidos en la esclavitud.

«No se requirió de un propósito o de un concertado esfuerzo para cometer el pecado original de la apropiación del trabajo ajeno, arrastrados entonces por nuestra inexperiencia como especie racional; pero cada paso en el sentido de deshacer aquel entuerto ha sido el resultado de un derroche heroico de voluntad y persistencia.

«Mientras escribo estas líneas, para dar fin al cuestionario, no puedo pasar por alto al pueblo valiente e inmenso que inspira mi resistencia -al que van dirigidas-, y cuya voluntad y persistencia sirven de ejemplo a un mundo que aspira a seguir evolucionando y nos mira con admiración. Quiero dar las gracias a ese pueblo por ser uno de sus hijos, por el profundo cariño traducido en miles de cartas que a duras penas intento responder y por permitirme el orgullo infinito de representarlo y defenderlo.

«Quiero recordarles que la maldad todavía es poderosa y que quienes se nutren de ella también se afanan y persisten. Ellos cuentan con recursos materiales abrumadores con los que se aseguran de que el costo de sus aventuras sea asumido por otros y se garantizan, a pesar de sus barbaridades, la impunidad. En esas condiciones es mucho más fácil persistir.

«Por eso no podemos desmayar. Solo podremos legar un mundo de justicia a nuestros hijos si oponemos con todas nuestras fuerzas al crimen y la avaricia; la voluntad y la persistencia de la razón y la bondad.»