«Esto se parece mucho a lo que les sucedió a los negros en Sudáfrica. He visto la humillación de los palestinos en los lugares de paso y en los controles camineros, sufriendo como nosotros cuando jóvenes policías blancos nos impedían circular». De este modo, el obispo sudafricano Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz, relataba […]
«Esto se parece mucho a lo que les sucedió a los negros en Sudáfrica. He visto la humillación de los palestinos en los lugares de paso y en los controles camineros, sufriendo como nosotros cuando jóvenes policías blancos nos impedían circular». De este modo, el obispo sudafricano Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz, relataba su visita a Jerusalén.
Hay muchos paralelos -y también diferencias- entre la actual situación en Palestina bajo el dominio colonial israelí y la Sudáfrica sojuzgada por los colonialistas blancos. En ambos casos, los ocupantes se instalaron en un suelo donde ya vivía otro pueblo. Los colonizadores de Africa meridional, al igual que los colonizadores de Palestina, expulsaron a una porción importante de la población nativa. En el caso de la colonización judía, dos tercios de los habitantes originarios fueron expulsados -en 1948- cuando se constituye el Estado de Israel y los países árabes vecinos deciden atacar al nuevo Estado.
Estos habitantes árabes emigrados perdieron sus tierras y sus bienes y fueron a parar a regiones palestinas dominadas por el reino de Transjordania (actualmente Jordania) y de Egipto, con sus monarcas títeres de las grandes potencias occidentales, como el rey Abdullah y el rey Faruk, respectivamente. Allí fueron víctimas de la discriminación, del mismo modo que les ocurrió a los palestinos que permanecieron bajo el control israelí en el nuevo Estado judío.
Luego de la Guerra de los Seis Días, librada en 1967 entre Israel y varios países árabes, el gobierno de Tel Aviv intensificó sus reivindicaciones sobre los territorios ocupados.
Diez años después -en 1977- el derechista Likud desplaza del poder al laborismo gobernante. El nuevo primer ministro Menahem Begin emprendió una nueva y compleja política consistente en una integración territorial, acompañada de una separación demográfica. Se procedió, en Gaza y Cisjordania, a expropiar tierras palestinas para posibilitar el asentamiento de colonos israelíes. Mientras en las zonas palestinas se establecen una serie de normas destinadas a regir los asuntos civiles, económicos y jurídicos de los habitantes originarios; en los asentamientos judíos tiene vigencia el derecho israelí.
Estas colonias fueron creciendo en proporción geométrica en todos los territorios ocupados. Su proliferación trata de neutralizar el crecimiento demográfico palestino, que presenta tasas superiores a la de los ocupantes judíos. Estos establecimientos afianzaron una suerte de fragmentación de los territorios de Gaza y Cisjordania. Nuevamente nos encontramos aquí ante una similitud con la modalidad adoptada por los colonialistas sudafricanos; esto es, la creación de «bantustanes», encalves aislados entre sí con el propósito de limitar tanto sus lazos nacionales, étnicos o religiosos; cuanto sus posibilidades económicas. Hoy, los territorios ocupados por Israel en Palestina, presentan una textura similar a un rompecabezas. Si a ello le sumamos la construcción del muro ordenado por gobierno colonial israelí en territorio palestino, tendremos un panorama cada vez más distante de lo establecido por la Resolución 181/2 de la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas, adoptada el 29 de noviembre de 1947, denominada Plan de Partición de Palestina, que contemplaba la creación de un Estado judío y un Estado palestino.
Los sucesivos gobiernos israelíes, poniendo de relieve una escasa voluntad de dar cumplimiento a la mencionada resolución e innumerables resoluciones posteriores, como la 242 votada en el Consejo de Seguridad de la ONU el 22 de noviembre de 1967, que establece la restitución de los territorios ocupados por Israel durante la Guerra de los Seis Días y el reconocimiento de todos los estados de la región; actuaron con la política de hechos consumados destinados a crear cada vez más dificultades para la creación del Estado palestino, tal como lo establece la primigenia resolución de la ONU.
Recordemos que el Estado de Israel, luego de su creación en 1948, solicitó su admisión a las Naciones Unidas aceptando -como es lógico- su Carta y todas las resoluciones aprobadas hasta ese momento. La historia de los gobiernos de Israel, es la historia del incumplimiento de todas y cada una de las disposiciones del alto organismo internacional. En más de una oportunidad, cuando el desconocimiento de la norma internacional estuvo a punto de colocar a Israel en la más absoluta ilegalidad, irrumpió su aliado estratégico -los Estados Unidos- para socorrerlo con su derecho al veto en el seno del Consejo de Seguridad.
Esta historia está a punto de repetirse. Como todos sabemos la Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya, Holanda, máximo órgano judicial de las Naciones Unidas, fue meridianamente clara en su dictamen: el muro que Israel construye en Cisjordania, con el argumento de incrementar su seguridad, contraviene el derecho internacional. La Corte no solo exhortó a detener la construcción y proceder a su desmantelamiento, sino también a devolver los terrenos expropiados con tal fin y a indemnizar a los palestinos que hayan sufrido perjuicios. Sobre todo porque el cerco conculca la libertad de movimiento de los habitantes palestinos y se halla en franca violación de la Cuarta Convención de Ginebra que protege los derechos de la población civil en tiempos de guerra. El dictamen asegura que este vallado no respeta los derechos a la educación, sanidad, trabajo y autodeterminación de los palestinos.
El gobierno de Israel reaccionó inmediatamente con un fuerte repudio hacia este fallo de la Corte de La Haya que, si bien no tiene carácter vinculante, posee un alto contenido ético y político. El primer ministro Ariel Sharon, célebre por sus actitudes terroristas desde la masacre de Qibya en 1953, pasando por las de Sabra y Shatila, en 1982, hasta llegar a nuestros días; desestimó el dictamen de la Corte y anunció que continuará con la construcción del muro. El ministro de Justicia, Yosef Lapid, se manifestó en igual sentido argumentando que la Corte Internacional de Justicia «está compuesta por jueces europeos sin simpatías hacia Israel». En tanto que un asesor del premier, Raanan Gissin, manifestó con soberbia que «esta resolución encontrará su lugar en el tacho de basura de la historia. La Corte ha emitido un fallo injusto negando a Israel su derecho a la defensa propia».
A propósito del ministro Lapid, a fines de mayo de este año el escritor israelí Uri Avnery publicó un artículo denominado «La Abuela de Tommy» que comienza de este modo: «A veces una persona «compra su mundo en un momento» como dice el antiguo dicho hebreo. Esto es lo que hizo el ministro de Justicia, Yosef («Tommy») Lapid, cuando profirió las palabras «¡Esta anciana mujer me recuerda a mi abuela!»».
«Esta anciana mujer -prosigue el escritor israelí-, habitante del campo de refugiados de Rafah (Gaza) cuya casa fue demolida por el ejército israelí, fue inmortalizada por la cámara mientras revolvía intensamente entre las ruinas de su casa en búsqueda desesperada de sus medicinas. Dos días después, los periodistas la encontraron en el mismo lugar y todavía buscaba sus medicinas bajo las ruinas».
«La abuela de Tommy -aclara Avnery- pereció en el Holocausto. Él nació en una región húngara en el norte de Yugoslavia y sobrevivió al Holocausto en el barrio judío de Budapest. Cuando él mencionó «mi abuela», estaba bastante claro que quiso citar a una víctima del Holocausto».
Esta reflexión humanista, realizada por el ministro de Justicia en una reunión de gabinete, concitó las miradas fulminantes de sus pares y del terrorista Sharon. Todo indica que esas miradas fueron suficiente para disciplinarlo.
Regresando al muro, digamos que es altamente probable que la Autoridad Nacional Palestina presidida por Yasser Arafat llevará este dictamen a la próxima reunión de la Asamblea General de las Naciones Unidas, con el propósito de lograr su tratamiento en el Consejo de Seguridad. Aunque todo indica que el representante permanente de los Estados Unidos en ese alto organismo, ejercerá su derecho de veto ante la posibilidad de que el referido Consejo adopte una resolución de cumplimiento obligatorio. En definitiva, un actitud absolutamente coherente de desconocimiento del derecho internacional, como la adoptada en la oportunidad en que la misma Corte Internacional de Justicia condenara a Washington -en 1984- por el minado de los puertos nicaragüenses y ordenara la indemnización correspondiente. La respuesta de la Casa Blanca en ese momento fue la misma que la de Tel Aviv ahora: la tiraron a su abominable tacho de la basura, al mismo tacho donde va a parar la convención sobre la tortura, al mismo tacho donde vierten los acuerdos de no proliferación de armas nucleares, al mismo tacho donde arrojan las convenciones de Ginebra tan perjudiciales para su accionar en Guantánamo, en la cárcel bagdadí de Abu Grahib o en el «Establecimiento 1391», donde se aplican las torturas permitidas por la Corte Suprema de Justicia del Estado de Israel.
El muro que pretenden concluir tendrá 700 kilómetros y su costo alcanzará a los dos mil millones de dólares, dos tercios del dinero que Tel Aviv recibe anualmente desde Washington para sus gastos militares. Para construirlo ya se han arrancado más de 80 mil olivos pertenecientes a campesinos palestinos. Muchos de estos árboles fueron trasplantados en las residencias de nuevos colonos israelíes.
Más de 300 mil campesinos palestinos perdieron todo medio de subsistencia, puesto que sus tierras quedaron del otro lado del muro. Este despojo corre el riesgo de convertirse en irreversible. «En virtud de la ley otomana -señala el académico Gadi Algazi, en Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur, de julio de 2003- todavía vigente en Israel, muchas de esas tierras llamadas miri, pertenecen al sultán; y si los campesinos no llegan a cultivarlas durante tres años, vuelven de nuevo a aquél, es decir a su sucesor, el Estado de Israel. Por ese motivo la mayor parte de Cisjordania fue declarada «tierra de Estado» y utilizada para construir colonias».
En momentos como éstos cobran vigencia aquellas palabras escritas por el Mahatma Ghandi, en 1946, cuando -con tono crítico y profético a la vez- se refería a los dirigentes israelíes: «…uno está dispuesto a pensar que la adversidad les habría enseñado lecciones de paz. ¿Por qué, entonces, ellos dependen de los dólares norteamericanos y de las armas inglesas para forzar su entrada en una tierra en la que no son bien recibidos? ¿Por qué deben recurrir al terrorismo para hacer posible su expropiación de Palestina?
<>Esta nota editorial fue emitida el sábado 10 de julio de 2004, en la columna «Con los Ojos del Sur» del programa radial «Hipótesis», que se irradia por LT8 Radio Rosario, Argentina. También fue publicada en el sitio www.hipotesisrosario.com.ar