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Una reflexión sobre la cultura y el ocio en Cuba

El objetivo último de todo este esfuerzo es transformar, mejorar al hombre

Fuentes:

Intervención de Alpidio Alonso, presidente nacional de la Asociación Hermanos Saíz, durante la sesión plenaria del VIII Congreso de la UJC Querido Raúl: Queridos compañeros: Fidel nos ha dicho, que el socialismo cubano tenemos que hacerlo sin urna de cristal, a la intemperie, al descampado de una interacción con el resto del mundo. Y nos […]

Intervención de Alpidio Alonso, presidente nacional de la Asociación Hermanos Saíz, durante la sesión plenaria del VIII Congreso de la UJC

Querido Raúl:

Queridos compañeros:

Fidel nos ha dicho, que el socialismo cubano tenemos que hacerlo sin urna de cristal, a la intemperie, al descampado de una interacción con el resto del mundo. Y nos ha dicho que la cultura es el único antídoto frente a la penetración mortal del capitalismo. Con esa óptica cultural, de verdadera profundización en los conocimientos y la preparación de nuestra gente, nos ha convocado a luchar. Nos ha expresado que una Revolución solo puede ser hija de la cultura y de las ideas, y sobre esa base, se han erigido muchas de las realizaciones concretas de esta gran Batalla. Como bien ha recalcado él, no han sido solo conceptos, principios, teoría, réplicas y contrarréplicas, sino hechos, cosas palpables que se revierten en beneficio de la juventud y del pueblo, y que sustentan esas ideas, las reafirman.

Pues de eso se trata: pienso que con ese mismo espíritu debemos enfocar el tiempo libre de nuestros jóvenes. Yo diría que muchas de las cosas que tenemos logradas dentro de la Batalla de Ideas, tributan a un uso más culto del tiempo libre y a pensar la recreación de un modo diferente, sin condescender a estereotipos que la reducen a la discoteca o a la pipa de cerveza.

Es obvio, que si convenimos en considerar a la escuela como la primera y más importante institución cultural, las transformaciones y beneficios que vive esta, se revertirán también más allá de ella, con lo que sus estudiantes habrán aprendido y crecido allí. Es decir, que en el orden estratégico todo comienza allí, y de ahí también entonces, la importancia que vienen a jugar los instructores de arte en esos centros, en la elevación de los niveles de apreciación estética de los niños y jóvenes y en la orientación del gusto estético, de sus modos de participación y recepción del hecho artístico. El instructor viene a ser entonces un orientador, un verdadero animador cultural, un promotor de lo mejor del arte y la cultura universal, atento a la vida cultural de su entorno, de su territorio, y también a lo que se transmite por la radio y la televisión. En ese camino, su trabajo entronca con la creación de una nueva ética, de una nueva actitud.

A ese trabajo en la escuela, se suma la labor de otros importantísimos programas que tienen en el fondo un sentido profundamente cultural, y que lógicamente tributan a una transformación de nuestros conceptos de recreación y abren un espectro de posibilidades en el uso del tiempo libre. Por solo mencionar algunos, hablaría de las Ferias del Libro, del Plan de Publicaciones Territoriales, del desarrollo de la enseñanza artística, de las Bibliotecas Familiares y Populares, de los Talleres Vocacionales de Ballet, de los Videos Club Juveniles, del desarrollo de las bandas municipales, de la ampliación y reapertura de Museo de Bellas Artes, y, muy importante, de la creación de los dos nuevos canales educativos en la Televisión Cubana, así como de espacios como Universidad para Todos y la Mesa Redonda, que hacen una importantísima contribución también a este propósito.

Es decir, aquí no se ha estado cruzado de brazos, y en el orden estratégico se está yendo a la raíz, que es ir a la escuela y empezar desde los primeros años a formar un gusto por lo cultural, por lo verdaderamente valioso desde el punto de vista artístico.

¿Y todo esto por qué? Pues por dos razones: la primera, porque al ser humano le gusta reírse, cantar, divertirse, bailar, ser feliz. Al cubano le gusta ir al cine, o al teatro, o al campismo, o al estadio, o al cabaret, o necesita ir a la galería, al museo o a la playa, o prefiere escuchar música, o compartir entre amigos, o disfrutar leyendo un libro. Eso forma parte de las necesidades de todos los seres humanos y, en buena medida, definen la calidad de vida de este en una sociedad, al tiempo que constituye un importantísimo índice para validar su verdadero acceso a la democracia.

Y la segunda razón, es porque, en una guerra a muerte contra el capitalismo, con un enemigo que nos odia y que es rico, poderosísimo, con recursos que le permiten enmascarar toda su diabólica maquinaria de explotación y presentar incluso la guerra como un espectáculo; que tiene tecnología y dinero para lucir atractivo, moderno, seductor, y entablar en ese orden, una rivalidad desigual y criminal con nosotros, habría que ser tonto para no darnos cuenta que también ahí nos estamos jugando la Revolución.

Y es justamente ello lo que me lleva a esta reflexión. Pareciera que quienes estamos responsabilizados con esto no tuviéramos suficiente conciencia de que tenemos que terminar de ponernos de acuerdo. Que para luego es tarde. Que frente al imperio rico e implacable, nuestro recurso más importante sigue siendo la unidad: la unidad que convoque a nuestra inteligencia, nuestra creatividad, nuestro talento, nuestra voluntad de vencer.

Acabemos de entender, sí, que esos jóvenes que en las noches llenan los parques de nuestras cabeceras de provincias y municipios, sin un sitio a donde ir, son también nuestro problema. Que nuestra creatividad tiene que funcionar no solo en el verano, sino los 12 meses del año. Que tenemos el deber de sintonizarnos con los jóvenes, con los gustos de nuestros jóvenes, también para transformarlos.

Dejemos a un lado al triunfalismo; el triunfalismo no es revolucionario, no ayuda, porque no nos deja ver nuestros defectos y nos impide superarnos.

Revisemos entonces el funcionamiento de nuestras Comisiones de Recreación. Borremos esquemas y concibamos la recreación con un criterio más amplio, sin reducirlo a la programación cultural que puedan ofrecer solamente las instituciones del Ministerio de Cultura.

Sin ánimo de patetismo alguno, sino tratando de graficar lo que sin dudas es un síntoma, contrastante con todo lo que ya son avances indiscutibles en la formación de nuestros jóvenes, preguntémonos por qué hoy es tan recurrente que nuestras jóvenes (incluso excelentes estudiantes), al cumplir 15 años prefieran como regalo de cumpleaños un video casero, en el que por obra y gracia de la más absoluta mediocridad, aparecen doblando a Olga Tañón, o Cristina Aguilera, o abrazadas -en patético romance- a David Bisbal o a Leonardo Di Caprio en la cubierta del Titanic.

O ¿por qué, a esta altura de la Revolución educacional y cultural del país, es creciente el número de personas que consumen novelitas de Corín Tellado o entran en el circuito clandestino de alquileres de antenas y cables que a la vista de todos han ido proliferando, extendiendo el consumo de películas, novelas mexicanas y programas made in Miami del peor gusto?

Semejantes patrones de gusto no nacen de la nada, se conforman obedeciendo a causas que, en el caso de Cuba, son múltiples y de distinta naturaleza, y que, por ello mismo, su solución nos concierne a todos: a artistas e instituciones culturales, a organizaciones de creadores, a estructuras administrativas y dirigentes. Al INDER, el Campismo, el Turismo y la Gastronomía. A organizaciones políticas y de masas, a la escuela y la familia. Y, por supuesto, a los medios de difusión: la prensa plana, la radio y la televisión.

No tenemos otro camino que el de buscar la unidad en el esfuerzo de todos. La verdad no la tiene nadie en particular y por ello es imprescindible colegiar criterios, ofrecer soluciones y experiencias, abrirse a la cooperatividad con conciencia de que es bien serio «el juego en que andamos».

Particularmente los medios, y en especial la radio y la televisión, tienen una responsabilidad mayúscula en este empeño; por su alcance y credibilidad entre los cubanos, y por su capacidad para fijar paradigmas y referencias.

Ojo entonces, con la permisibilidad al facilismo y a la chabacanería en nuestros programas estelares. Ojo con tanto karaoke, que es ya la sublimación del ridículo, con tanto chisme farandulero en pantalla, con tanto viaje al extranjero y tanto triunfo pregonado, con tanto reggeaton lamentable, con tanta agrupación de segunda y tercera categoría, con tanto tatuaje y tanta cadena de oro, y tanto lujo extravagante, y tanta Operación Triunfo, y tanta frivolidad y superficialidad a seis pisos del cubano de a pie.

La misma televisión que no tiene ni un solo anuncio comercial, la misma que ha diseñado una excelente presentación de nuestra Serie Nacional de Béisbol y de nuestra programación deportiva, la misma de los programas de Torres Cuevas o de la programación educativa, no puede seguir siendo rehén de un criterio que subordina el rigor y la calidad de los programas estelares a lo que se dice, gusta y pide la gente.

Y no es que seamos apocalípticos ni hipercríticos con la televisión, sino que tenemos el deber de denunciar y criticar modelos y conductas muy dañinos que, con mayor o menor responsabilidad, desde allí se promueve.

No seamos ingenuos: ellos, allá, desde el poder despiadado y el dinero, con todos sus canales y satélites, con sus películas y sus anuncios de neón, nos dicen qué color debemos usar, qué cantantes debemos escuchar, qué película debemos ver, qué noticia debemos creer, qué marca de zapatos debemos usar. Ellos deciden la altura de nuestros tacones, y nos dicen cómo debemos lucir el pantalón: si subírnoslo hasta el ombligo o bajárnoslo hasta la cadera, si de corte más tubo o más campana. Y nosotros, como si de verdad ellos hubieran inventado la varita del gusto, nos juzgamos cheos o gente con swing, de acuerdo con lo que ya de antemano, ellos, sin consultarnos ni tomarnos en cuenta, predeterminaron que debía ser. Ellos ordenan, y nosotros, obedientes e ingenuos, les hacemos el juego.

Y lo que realmente complejiza todo esto, es que uno percibe que tenemos dentro del país una determinada capa social que reproduce este modelo y proyecta esa especie de cultura CUPET como símbolo de éxito hacia un entorno ávido de opciones, al que nuestros desatinos mediáticos, muchas veces no logran prevenir.

En dos palabras, compañeros: hablamos y hablamos criticando la globalización seudo cultural y su modelo banalizador y enajenante, y, sin embargo, no nos damos cuenta de que muchas veces somos nosotros mismos los portadores y transmisores de ese germen que desmedula y daña lo mejor de los valores que estamos cultivando. En el afán de ayudar, incluso, y de ampliar las opciones de recreación, improvisamos, y la chapucería nos lleva a terminarle el trabajito a nuestros «amiguitos» de Miami.

Tenemos, sí, muchísimo que hacer. Pero con el ejemplo fidelista y martiano que nos convoca a ser creativos en todo, y no copiar mecánicamente fórmulas que no están hechas para nosotros, y que desde hace rato debimos haber superado.

No hay que creer que para divertirse hay que desmontar la máquina de la inteligencia. No hay que condescender al criterio que por años nos han hecho creer, en virtud de su poder y su propaganda, de que ellos son los dueños de lo divertido, lo desconectante, la abundancia, el placer y la seducción. El capitalismo es cruel y enajenante, y su modelo asociado al dinero, al vicio, a la violencia, a la pornografía, a la droga, a la prostitución, no tiene nada que hacer entre nosotros.

Nadie como Cuba, está en condiciones de aportar a la satisfacción y la felicidad de sus jóvenes mediante un modelo de recreación nuevo, diferente, creador, que ponga la cultura en el centro de ese proyecto.

No tenemos necesidad de salir a buscar ídolos a otra parte: aquí nos sobran. Explotemos entonces esa fortaleza creada por la Revolución y potenciemos no la idolatría, ni el fanatismo, pero sí la admiración sincera -que es una fuerza revolucionaria- hacia nuestras grandes figuras del deporte, de la cultura, de la ciencia. Acabemos de una vez de empatar a nuestros medios con esa vanguardia.

Aprovechemos esa cantera en nuestro trabajo político ideológico. Apropiémonos de lo que la Revolución ha creado y hagámonos más convincentes a base de esos argumentos. No dilapidemos esa cantera que son nuestras propias conquistas, para nuestro trabajo político: nada necesitamos copiar de ellos para convocar y convencer. Todo lo contrario.

Con Raúl, soy de los que piensa que ¡sí se puede! Y si algo lo prueba, es precisamente lo que hemos hecho.

Hay una frase de Fidel, muy sencilla, que debiéramos difundir mejor: ¿Habrá un placer mayor que leer?, nos decía él.

Es decir, la lectura asumida no solo como fuente de conocimientos y de información, sino al mismo tiempo, como fuente de placer. A eso tenemos que aspirar, a que leer llegue a ser una fuente de placer que se masifique; y, por esa vía, a que nuestras formas de recreación y de uso del tiempo libre, no tengan que renunciar a lo elevado, y a lo realmente alto y creador, para lograr atractivo y placer.

Por eso hablar de la música en sus diferentes modos de disfrutarla: respondámonos con sinceridad si conocemos realmente los lugares adonde van nuestros jóvenes
-sobre todo, los fines de semana- a oír música y bailar. Tendremos tristemente que decirnos que las ofertas que no son en divisa, escasean casi hasta lo inexistente -sobre todo en la capital- y que la responsabilidad de convocatoria y de la calidad de la música que allí se pone, se la hemos dejado a un DJ que se despacha a su antojo no solo los dólares que cobra por ese servicio, sino también amplificando a todo volumen -con el consentimiento de todo el mundo- un producto que nadie controla, generalmente de muy baja calidad estética, pero que ya tuvo previamente su debut y su apoteosis en los medios.

Y así, ocurre una retroalimentación mutua, que pasa, además, por el casi exclusivo consumo de la música pirata que se vende en diferentes puntos a 45 y 50 pesos el disco grabado, sin que logremos una real contrapartida en ese mercado que, por supuesto, masifica y difunde lo peor, y que tiene precisamente en los medios -fundamentalmente en la radio- su principal vocero y promotor.

No abogamos aquí por el aburrimiento, ni el elitismo, y mucho menos venimos a alentar el síndrome de la prohibición. Todo lo contrario. Nuestro llamado va dirigido a no descuidar un flanco tan importante en nuestro trabajo de relación con nuestros jóvenes, y a generar opciones diversas, de distinta naturaleza, pero sin hacer concesiones en la calidad. Este, que desde una mirada superficial, pareciera un tema ajeno y sin mucha importancia, tiene no solo un eje económico y financiero imprescindible, sino también otro, de carácter ideológico, que no podemos soslayar ni subestimar.

Necesitamos de una diversidad cultural, donde, sin dar bandazos, la calidad no siga siendo lo alternativo: la canción inteligente, la nueva trova y la nueva canción en general, que constituyen cosecha pura del trabajo cultural en el período revolucionario, están prácticamente desaparecidas de nuestros medios y casi sin espacio para su disfrute en otros lugares; y aún, en la difusión de la música bailable por la radio y la TV, uno siente que ha habido un retroceso.

Cuba cuenta, como pocos países, con una música que la distingue y que le gusta a nuestra gente. Hay en ella una invaluable fuerza de alegría, de convocatoria, de cohesión y de reafirmación identitaria. Aprovechemos esa patria profunda de nuestra música y de nuestra cultura, en función de lo que realmente queremos para nuestros jóvenes.

La alegría, el verdadero disfrute, el goce y la plenitud espiritual, la verdadera fiesta de la libertad, solo pueden ser patrimonio del socialismo. Solo el socialismo puede aspirar a esto, porque solo el socialismo se centra en el hombre, en desarrollar y potenciar lo mejor de él; solo al socialismo le importa realmente transformar, mejorar, educar al hombre.

Pasemos entonces a la ofensiva y desatemos nuestra creatividad e inteligencia, sin olvidar que estamos en un combate y que hay, en ese campo de batalla, quien quiere robarnos la iniciativa y minar nuestra credibilidad, quien quiere desmovilizarnos y desacreditarnos en nuestra capacidad para conseguir una plena felicidad.

Por eso, vale la pena traer aquí, aquellos versos del poeta -recuperados, por cierto, al calor de esta Batalla- tallados, con mucha sabiduría, en el ébano duro de su voz:

…Al diente de la serpiente…

…Al veneno y al puñal.

Cierra la muralla.

O aquella frase del Che, cortante, tajante, definitiva, que en muy pocas palabras expresa todo lo que yo hubiera querido decir:

…Al imperialismo…, ni un tantico así.