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El pacifismo musculado

Fuentes: Crónica global

Las campañas electorales no son buenas para la inteligencia. En general, sacan lo peor de nosotros mismos, y cuando nos referimos a los partidos políticos exhiben mentiras intragables. Hemos abierto la campaña con genialidades diversas: desde el temor sobrevenido al pucherazo hasta la confesión de la siempre irritante Marta Rovira sobre los muertos que se […]

Las campañas electorales no son buenas para la inteligencia. En general, sacan lo peor de nosotros mismos, y cuando nos referimos a los partidos políticos exhiben mentiras intragables. Hemos abierto la campaña con genialidades diversas: desde el temor sobrevenido al pucherazo hasta la confesión de la siempre irritante Marta Rovira sobre los muertos que se evitaron por su buen hacer y su transigencia pacifista. Cada vez que habla esta mujer, y si es en castellano doblemente, uno toma conciencia de las peligrosas consecuencias de la inmersión lingüística. No se la entiende y confunde las concordancias como si en vez de vivir en Vic acabara de llegar de Kosovo.

No es que hable mal, es que no sabe expresarse y eso suele suceder cuando el carácter de ideas que maneja son tan pedestres que convierte en inevitable el que se exprese deficientemente, con ese gorgorito –tarannà, dirían por aquí- que la convierte en un personajillo recién recuperado para la política pero que aún no ha salido de lo suyo, funcionaria inveterada atenta a sus jefes. Habría que detenerse algún día en analizar por lo menudo cómo esta casta funcionarial de tercera fila ha llegado a copar unas responsabilidades que van mucho más allá de sus entendederas y que probablemente sean el germen del lío en que nos han metido a todos.

En cierta medida la mediocridad mental y el infantilismo verbal de esta chica la convierten en representativa de los tiempos que corren y de los responsables del rebaño. Escucharla debatir es un ejercicio cansino de bajo voltaje sólo apto para mentalidades blindadas a la estupidez. No discute sino que tertulia, pero en sus carencias está su valor emblemático. Lo que ella dice, enunciado por una xiqueta de Vic con posibles, lo ha discurseado el abad Junqueras con maneras de misacantano. Retengamos el relato en este punto, porque al ser relato estamos trabajando sobre el imaginario, sobre lo que quieren decir pero no expresan con contundencia, como ocurre con la mala literatura. «Nosotros somos buena gente». Es decir, los demás no lo son tanto, o de ninguna manera, porque de ser «buenos» estarían con nosotros, serían de los nuestros.

La falacia más escandalosa de estos «buenos» por autodefinición se constata en la desfachatez de poner en duda la limpieza de las próximas elecciones antes de que se celebren. Hay que tener una jeta de cemento armado para cuestionar apenas empezada la campaña unos comicios que en primer lugar los ha convocado el adversario porque ellos se negaban a hacerlo por miedo, por estrechez de miras y porque consideraban que bastaba con aquella pantomima de referéndum donde las listas electorales estaban trucadas, las mesas monopolizadas y la candidez del personal tenía a gala ejercer de masa arrebatada.

Después de lo vivido en los últimos años, uno está hecho a todo, pero hay una cosa que causa pasmo, tanto más que se ha convertido en recurso para engañabobos. El pacifismo. Todo es pacífico y si alguien lo cuestiona será agredido. Cabría llamarlo «pacifismo musculado». Si exceptuamos a la Guardia Civil y los «fachas», terminología que abarca a todo aquel que se proponga opinar algo diferente al canon nacionalista, fuera de esto, todos los dirigentes son adalides del pacifismo. En el colmo de la desvergüenza hay incluso un líder de última hora, beneficiado por el corrimiento de escala, que compara los gestos de Los Jordis como un homenaje a Rosa Parks, aquella afroamericana que se sentó en la parte del autobús reservada para los blancos. O metemos el sentido común, no ya la razón, o acabaremos enzarzados en la más surrealista de las pendencias. La de los cínicos.

Pacíficamente y por obligación, el president Pujol prohibió que en los patios de las escuelas, no le bastaba con las aulas, los niños no hablaran el idioma de sus casas. Cualquier objeción a esta medida era una reminiscencia del franquismo, auténtico paraguas que les protege de la lluvia o del sol. Hoy las opiniones han vuelto al ámbito de la privacidad porque enunciarlas provoca una reacción del pacifismo musculado que va desde el despido, el aislamiento o colgarte de un puente, en efigie, ¡ya desearían poder hacerlo en vivo y en directo, con TV3 rodando y Catalunya Ràdio transmitiendo. O quemarte la casa porque exhibes otra bandera. Son pacíficos mientras tú te callas, sólo cuando te expresas entra con toda su fuerza el carácter musculado de la respuesta. El déficit democrático de la sociedad catalana en los últimos años se ha convertido en una especie de espada de Damocles sobre nuestras cabezas. Todos ejercen de pacíficos mientras no cuestiones su violencia. Esta sociedad necesita más psiquiatras que líderes cobardes con patrimonio.

Fuente: https://cronicaglobal.elespanol.com/pensamiento/sabatinas-intempestivas-gregorio-moran/pacifismo-musculado_105824_102.html