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Otro análisis más sobre las recientes elecciones locales y autonómicas

El pacto tácito entre la clase trabajadora y la burguesía

Fuentes: Rebelión

Se veía venir tras la victoria de la derecha en Francia con un 85% de participación. Si en un país tan maduro y con una izquierda mucho más organizada que en España ganaba Sarkozy, ¿que podíamos esperar en estas elecciones autonómicas y municipales españolas? Y es que el ascenso de la derecha en toda Europa […]

Se veía venir tras la victoria de la derecha en Francia con un 85% de participación. Si en un país tan maduro y con una izquierda mucho más organizada que en España ganaba Sarkozy, ¿que podíamos esperar en estas elecciones autonómicas y municipales españolas?

Y es que el ascenso de la derecha en toda Europa parece imparable. En el caso del estado español, es cierto que la baja participación perjudica a la izquierda. Sin embargo, las recientes elecciones presidenciales francesas nos demuestran que la alta participación no garantiza el triunfo de las listas de izquierda o de centro-izquierda (PSOE – PSF).

Es cierto que la derecha controla todos los medios de comunicación pero, como señalaba recientemente, en Venezuela el control de las televisiones, las radios y los periódicos no le ha bastado a la oligarquía para derrotar a Chávez en las urnas. También es cierto que los partidos políticos de izquierdas cometen errores de bulto, pero el descenso de votos para la izquierda es global y generalizado, por lo cual cabe entrever que algo más profundo está ocurriendo.

Me contaba un militante de Esquerra Unida que mientras repartía propaganda con sus compañeros en la puerta de un mercado municipal se les acercó un matrimonio. Muy amablemente, la pareja les recomendó que la propaganda electoral de esta formación estuviera escrita en castellano, pues ellos no entendían el catalán. Mi amigo, les enseñó un folleto bilingüe, donde se detallaba el programa en su idioma, y añadió que, en todo caso, lo importante no es el idioma, sino el contenido y que esta coalición estaría en las instituciones en defensa de los trabajadores y de las clases más desfavorecidas. Su interlocutor exhaló un suspiro y sentenció: «Siempre habrá ricos y pobres, si molestas a los empresarios se irán con sus empresas a otros sitios y nos dejarán en el paro».

Se trata de una anécdota, pero creo nos puede servir de ejemplo para explicar la derechización de las clase trabajadora en Europa. Con independencia de que los sentimientos nacionales están muy arraigados en la población y de que, según el territorio y las circunstancias, puede servir de apoyo a la izquierda (Euskadi y Cataluña) o a la derecha (Madrid y Valencia), me interesa sobre todo la segunda reflexión acerca de la asunción del modelo de producción capitalista.

Este tipo de reflexiones se oyen muy a menudo en conversaciones con trabajadores. Recuerdo otra vez que un compañero de trabajo confesaba que la izquierda velaba por los trabajadores, pero que la derecha era la que ponía el dinero. También recuerdo como hace veinte años el PSOE desmanteló los Altos Hornos de Sagunto y en las siguientes elecciones arrasó electoralmente, hecho que se repitió en casi todas las localidades que sufrieron la reconversión industrial.

Cualquiera que sea un trabajador sabe que, por una parte, existen las leyes, los convenios colectivos y los contratos de trabajo, pero que lo realmente importante son los acuerdos tácitos con el jefe, los que no están escritos, mediante los cuales, a cambio del reconocimiento de su estatus, el empresario concede alguna contraprestación al trabajador.

El enorme desequilibrio entre las economías del Norte y del Sur ha sido el principal condicionante para que la clase trabajadora europea haya aceptado un pacto no escrito con la burguesía. A cambio de la renuncia al socialismo (y, por ende, a una democracia más profunda), los obreros reciben una pequeña parte de la inmensa riqueza que se acumula en el Norte. El capitalismo europeo -esto es creencia popular- aprieta pero no ahoga: el recorte de la Seguridad Social, la desregularización del mercado de trabajo o las deslocalizaciones son el coste que tienen que asumir las clases populares a cambio de vacaciones pagadas, un buen coche, una televisión plana y un teléfono móvil. 

Cuando se asume asumir la ideología dominante y se acepta que «siempre habrá ricos», lo que se quiere decir es que quienes mandaban en el pasado mandan ahora y mandarán en el futuro. Así, se perdona a los poderosos, cuando no se les premia, cuando delinquen para enriquecerse. Basten los ejemplos de Castellón: con un Presidente de la Diputación Provincial procesado por multitud de delitos y un Vicepresidente que ha utilizado su cargo para hacerse millonario, el pueblo los han refrendado en sus puestos. O el ejemplo de Cartagena, donde el último día hábil aprobaron un PAI creando en una zona desértica una macro urbanización con varios campos de golf para disfrute de los ricos locales.

También es cierto que este acuerdo tácito se rompe a veces por hechos puntuales. El ejemplo más cercano es la guerra de Iraq, tanto en Europa como en EEUU. Y es que en esta guerra, como en todas, en uno y otro bando, aquí y allí, son los pobres quienes ponen  los muertos. De esta manera no hay acuerdo posible.

Carlos Martínez es miembro de Cubadebate y Rebelión.