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Investigación sobre los intelectuales contestatarios

El pensamiento crítico prisionero en el recinto universitario

Fuentes: Le Monde Diplomatique

Cada vez más desprestigiado a causa de los daños que ocasiona, el sistema económico suscita manifestaciones populares y análisis eruditos. Pero ya ninguna teoría global vincula estos dos elementos en camino de construir un proyecto político de transformación social. Los intelectuales críticos, sin embargo, no han desaparecido. ¿Qué es lo que hacen? ¿Las instituciones que los forman y los emplean todavía les permiten conciliar cultura científica y práctica militante?

Calles repletas de gente, lemas ofensivos, cantos con el puño en alto, direcciones sindicales desbordadas por sus bases. El combate social del otoño 2010 contra la reforma del sistema de pensiones movilizó a más manifestantes que entre noviembre y diciembre de 1995. No obstante, esta vez ninguna controversia, en la que se enfrentaran dos grupos de intelectuales, uno aliado al poder mientras que el otro a la calle, enturbió la batalla. Sin embargo, quince años antes…

Un vestíbulo abarrotado de gente en la estación ferroviaria de Lyon, banderolas, caras dirigidas hacia un orador que no habla demasiado alto. El sociólogo Pierre Bourdieu se dirige a los ferroviarios: » estoy aquí para expresar nuestro apoyo a todos aquellos que luchan, desde hace tres semanas, contra la destrucción de una civilización asociada a la existencia del servicio público.» ¿Un intelectual francés de prestigio internacional al lado de los trabajadores? Esta escena se ha hecho insólita desde los años setenta. Aquel martes 12 de diciembre de 1995, dos millones de manifestantes desfilaron contra el plan de «reforma» de la Seguridad Social y de fondos de jubilación promovido por el primer ministro Alain Juppé. La huelga instala un clima en el cual lo desconocido se mezcla con lo ya visto. Ya que he aquí una vez más el asalariado cuyo féretro los filósofos, periodistas y políticos habían creído remachar en la época de las reestructuraciones industriales de los años ochenta. Y una vez más los investigadores críticos deciden dirigir la batalla de ideas tanto en el terreno económico como en el de la discusión social.

Dos peticiones de tono antinómico revelaron en ese entonces una fractura del mundo intelectual francés. La primera, intitulada » Por una reforma de los fondos de seguridad social «, saluda el plan Juppé, «que va en el sentido de la justicia social «. Los firmantes de ésta se reúnen por círculos concéntricos alrededor de la revista Esprit, la Fundación Saint-Simon, la Confederación Francesa Democrática de Trabajo (CFDT) y, más generalmente, una izquierda afiliada al mercado. Por su parte, el «llamamiento de los intelectuales en apoyo de los huelguistas» reunió investigadores, universitarios, militantes sindicales y asociativos; tropas que hasta entonces no tenían vínculo alguno y que se asociaron a la nebulosa contestataria.

Quince años después de que Bourdieu se dirigiera a los ferroviarios, ¿cómo han evolucionado en Francia las relaciones entre los productores de ideas contestatarias, las instituciones a las cuales éstos se incorporan y el movimiento social?

Sobre las mesas de las librerías, en las filas de una asamblea general, en un seminario de ciencias sociales, dos movimientos contradictorios parecen existir. Por un lado, el pensamiento crítico se aguza y multiplica; por el otro, se especializa y se alinea con las normas en vigor entre los universitarios.

Las movilizaciones de 1995 dieron la señal de un renacer de la edición independiente. Raison d’agir (1996), Agona (1997), La Fabrique, Exils (1998), Max Milo (2000), Amsterdam (2003), Les Prairies Ordinaires (2005), Lignes (2007)…Una treintena de editoriales se dedican a popularizar trabajos críticos1.

Más allá de las divergencias y las diferencias, un rasgo en común aparece en los catálogos: la importancia de las traducciones. Sin la obstinación de equipos a menudo sin dinero, los trabajos que antes fueron desdeñados por la edición industrial habrían permanecido inaccesibles en lengua francesa. Por ejemplo, los libros de Howard Zinn y Noam Chomsky, hoy en día ampliamente difundidos. Pero también los análisis culturales, históricos y sociológicos producidos por la «nueva izquierda» británica en los años sesenta y setenta (Stuart Hall, Raymond Williams, Perry Anderson); las obras neo-marxistas del economista Giovanni Arrighi o del geógrafo David Harvey; los estudios de género, sexualidad e identidades dominadas. Sin olvidar a los nombres ya conocidos de Judith Butler, Michael Hardt, Toni Negri, Slavoj Žižek…

Simultáneamente, una media docena de revistas críticas, a veces auspiciadas por las editoriales, han introducido y después discutido estos textos, asegurando de este modo su aclimatación al contexto hexagonal2. Un punto en común entre los autores y sus glosadores: todos o casi todos están vinculados al mundo de la educación superior o la enseñanza.

Como apunta el historiado británico Perry Anderson « la «crisis del marxismo fue esencialmente un fenómeno latino […] En el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania Federal y los países escandinavos no existían partidos comunistas de masa susceptibles de promover las mismas expectativas ni las mismas esperanzas a lo largo del periodo posterior a la segunda guerra mundial. 3» Mientras que a mediados de los años setenta numerosos marxistas franceses abjuraban de sus convicciones, universitarios británicos o americanos en su mayoría, reunidos sobre todo alrededor de la New Left Review, planteaban las bases de un marxismo renovado aunque confinado a los torreones de las ciudadelas académicas. La traducción de sus trabajos no siempre fue sencilla.

En 1997, el director de la colección «Bibliothèque des Histoires» de Gallimard rechazó la publicación de «The Age of Extremes» del historiador británico Eric Hobsbawn arguyendo que el autor aún manifestaba «apego a la causa revolucionaria«4. «En Francia, este autor sienta mal«, añadió Pierre Nora. «Así es y nosotros no podemos hacer nada.5»

Pero con las convulsiones del capitalismo y el auge internacional del movimiento alter-mundialista, el péndulo ideológico, proclive a la derecha en la década de los ochenta, se vuelve a centrar6. Los tiempos cambiaron, los combates dieron sus frutos que, en ocasiones, fueron recogidos por los mercaderes. Alertados del éxito comercial de títulos críticos y al mismo tiempo exigentes que fueron publicados con el patrocinio de editores independientes, las direcciones de las «grandes editoriales» consideraron una vez más a la contestación como un nicho comercial rentable y multiplicaron las colecciones específicamente creadas para atraer la mirada (y la billetera) del militante.

Señal de los tiempos, «Le Monde des livres» (26 de abril del 2010), que había gastado tanto ingenio para silenciar el éxito de los primeros libros de la colección militante «Raisons d’agir«, consagra su portada a «las escrituras insurgente» y elogia al estilo insurrecional. Ayer circunscrita a los márgenes, la crítica de los medios de comunicación, de las finanzas sin freno y del orden occidental constituye en adelante un disputado género comercial.

Relación de fascinación y repulsión

A comienzos de los años treinta, Paul Nizan deploraba una universidad conservadora, llena de «perros guardianes». En la efervescencia radical de los años sesenta y setenta, ciencias humanas, crítica social y revolución parecían caminar con el mismo paso7. El acercamiento entre estas disciplinas ilumina una institución atravesada de tensiones, respaldada por un régimen al cual le proporciona sus pilares, pero al mismo tiempo susceptible de destilar revolucionarios temibles. Esta contradicción alimenta la relación equívoca de fascinación-repulsión que mantiene la edición crítica con el mundo académico y los docentes-investigadores. El tipo ideal del hombre treintañero o cuarentón contestatario, con estudios doctorales en curso o a veces ya acabados, sin encontrar un lugar en el mundo de la investigación o la docencia universitarias que le permita conciliar trabajo intelectual y acción contestataria, no da cuenta de la diversidad de las trayectorias de los editores «militantes». Sin embargo, delimita la tensión constitutiva de un medio en una situación inestable entre lo erudito y lo político.

El editor busca en la universidad la robustez del método científico así como el prestigio de los autores. Pero deplora la perspectiva siempre estrecha de los objetos de estudio, el gusto por el hermetismo, y se tira de los cabellos frente a sus exigencias de mandarines quisquillosos, listos a ir a los tribunales por culpa de una coma mal desplazada. La prudencia y el interés le ordenan instalar a la cabeza de su colección de crítica social a un docente-investigador o, al menos, un candidato a caballo entre ciencia y política (entre productor y consumidor). En la misma lógica, el director de una revista crítica es proclive a equipar su comité de lectura con profesores asociados, tesistas y autores consagrados, a veces en detrimento de los intelectuales orgánicos del movimiento social, es decir, vinculados con formaciones sindicales, políticas o asociativas.

Cuando los comités de redacción de revistas » comprometidas «, encargados de seleccionar los textos contestatarios destinados al público en general, alinean a los mismos nombres que los consejos científicos de revistas académicas, ¿todos los planteamientos críticos tienen las mismas oportunidades de pasar por el tamiz? Con certeza, la formación doctoral ofrece a sus titulares un sólido método de análisis, un corpus de conocimientos y, en ocasiones, un juicio crítico. Pero ella también implica una pedagogía de la renuncia, una educación del decoro y las prelaciones, una incitación a devolver los favores, un aliento a estimar los asuntos que so «siempre más complejos» , pues la híper-especialización se impone. Dicha formación autoriza la crítica pero evacua a la política así como difumina fácilmente la frontera entre lo serio y lo pomposo. El Homo academicus, convocado para reforzar el destino editorial de un artículo que pone en entredicho al orden establecido, nunca es un observador neutral. El compromete con su lectura tanto las luces como las alternativas vinculadas a su posición.

El status legitima el asunto

Un fenómeno análogo se observa del lado de los autores. En los años sesenta, las universidades alemanas, americanas, francesas, italianas y británicas actúan como muchos otros centros de socialización política para los jóvenes radicales. Con la resaca conservadora y la disolución de grupúsculos, numerosos militantes revolucionarios se repliegan en la enseñanza superior y la investigación en ciencias sociales que en ese entonces reclutaban masivamente. En el momento en el que sus carreras terminan, una cohorte de estudiantes radicalizados en la estela de las huelgas de 1995 accede a posiciones en el mundo académico.

Evidentemente, ellos siguen siendo largamente minoritarios en las universidades. Pero «hoy en día, como nunca antes, los pensadores críticos son universitarios (…) lo cual no puede dejar de influenciar en las teorías que ellos mismos producen«, anota Razmig Keucheyan en su panorama de teorías críticas contemporáneas. «Plenamente integrados al sistema universitario, [ellos] o forman bajo ningún sentido una «contra-sociedad intelectual», como pudo serlo a comienzos del siglo XX la escuela de mandos de la social-democracia alemana o posteriormente la del Partido Comunista Francés [PCF]8.» Estas instituciones habían establecido una relación permanente entre direcciones políticas, productores de ideas y fuerzas sociales movilizadas – a fines del siglo XIX, los animadores anarco-sindicalistas habían intentado fusionar estos tres engranajes del cambio sobre un eje único.

Después de la guerra, el resplandor del PCF se refractó a través de la educación superior. Aquellos filósofos, historiadores y economistas que difícilmente consiguieron posiciones, aportaron problemáticas, conceptos y una terminología marxista. Asimismo, ellos atrajeron nuevos miembros a un partido que ejercía una poderosa fuerza de atracción intelectual. El debilitamiento de la educación política al interior de las organizaciones de izquierda y el ocaso de los centros de formación interna de los sindicatos acabaron por minar los últimos refugios de intelectuales orgánicos vinculados con el partido obrero.

Fundaciones, coordinaciones permanentes, estados generales, «buzones de ideas»: las soluciones puestas en ejecución para restaurar el engranaje, más allá de los momentos de efervescencia social, no obtuvieron éxito alguno. Mientras tanto, la fuerza de atracción se invirtió. Y la autoridad de los sabios deslumbra incluso a los autodidactas cultos – personajes centrales en la historia política francesa – de modo tal que una revista libertaria se sentirá conminada a invocar las luces de un profesor asociado para darle credibilidad a su expediente consagrado a la represión policial: el estatus legitima el asunto.

Rehabilitando la idea de la relación directa entre teoría crítica y movimiento social, las sucesivas movilizaciones intelectuales posteriores a las huelgas de noviembre y diciembre de 1995 han proporcionado herramientas de análisis riguroso y accesible a quienes necesitaban tomar sus distancias críticas de dichos movimientos, una manera de ver el mundo tal y cual es y no tal como se quiere que éste sea. Conjugada con el éxito del movimiento alter-mundialista, esta dinámica engendró, a comienzos del siglo XXI, una inflación de publicaciones a caballo entre la cultura militante y la cultura erudita cuyos autores, universitarios «comprometidos «, exploran cada detalle de las nuevas polémicas.

Estos trabajos contribuyen a imponer de modo inmediato una visión enfática de las luchas sociales o a legitimarlas frente a los periodistas (quienes, por consiguiente, pueden invocar a expertos con el objetivo de comentarlos y discutirlos). Pero dichos trabajos encuentran muy rápido las limitaciones de la crítica académica, su punto ciego: la cuestión estratégica. Si Rosa Luxemburgo hubiese debido someter sus textos a la aprobación del comité de lectura de una revista de economía política, no se habría dirigido al mismo público ni buscado los mismos fines. Organizar las masas, derribar el orden social, tomar el poder aquí y ahora: estas problemáticas comunes a los revolucionarios del siglo XX y a los socialistas «bolivarianos» del siglo XXI no pueden ser resueltas dentro de la investigación universitaria – bajo condición de que tengan un lugar en ella. Desde luego, ellas necesitan de los intelectuales armados con el nivel más avanzado de conocimientos, pero al mismo tiempo autónomos con respecto de las normas de éxito académico y los corsés disciplinarios.

Economistas, historiadores, sociólogos, filósofos, demógrafos, politólogos: las divisiones de la crítica reflejan la división del trabajo académico. La contestación no carece de expertos capaces de oponer las herramientas de sus especialidades a la autoridad de los tecnócratas. Pero poco a poco esta lógica de evaluación y de contra-evaluación ha excluido de la escena pública a los intelectuales que, a la manera de Chomsky o Edward Said, fundaron sus acciones políticas sobre categorías universales: racionalidad, igualdad, emancipación9. Su casi desaparición, combinada a la de los grandes nombres del pensamiento francés – Pierre Bourdieu, Jacques Derrida, Pierre Vidal-Naquet, Jean Pierre Vernant – dejó el campo libre a los ensayistas mediáticos que someten lo universal a su doble actividad de marketing intelectual y consejo al soberano10.

Un destino de inspector de ruleros

De primera impresión, la influencia de la enseñanza superior y la investigación sobre el pensamiento crítico parece corresponderse con las aspiraciones de los estudiantes politizados. Conciliar de manera duradera estudios universitarios eruditos y compromiso político apunta al desafío. Para aplazar la hora de la elección, todo incitará al estudiante que milita a poner todo su compromiso no entre paréntesis pero sí entre comillas: se analiza las movilizaciones, se desfila como estudiante en las marchas. A la hora de redactar su tesina, es necesario que el estudiante se distancie de sus convicciones, convertidas en objetos de estudio. Mostrarse menos comprometido para parecer «más objetivo», más moderado para parecer «más sutil», ya que en este caso «radicalista» rima con «simplista». Imperceptiblemente, se atraviesa una frontera. Desplazada de un medio popular al mundo de las letras, la escritora Annie Ernoux afirma que «me he deslizado a esta otra mitad del mundo en la que el otro no es más que un simple decorado.11» Muchos otros le han dado alcance sin darse necesariamente cuenta.

Nos persuadimos de contribuir con la emancipación humana mediante la promoción de un libro de sociología de los movimientos sociales entre los condiscípulos. Integramos el comité de redacción de una revista «crítica» a la cual también pertenecen las personalidades susceptibles de formar parte de nuestro jurado de tesis. Transmitimos a nuestra lista de contactos electrónicos el anuncio de un coloquio en Chicago en el que los universitarios exponen a los universitarios sus reflexiones acerca de «La crisis global: repensar la economía y la sociedad».

Respondemos a una convocatoria con el tema de «Herencias coloniales, protestas postcoloniales: descolonizas las ciencias sociales y las humanidades», preludio de una conferencia en la Goethe Universität de Francfort orientada a «ilustrar la pertinencia metodológica de una perspectiva (feminista) postcolonial en las diferentes disciplinas de las ciencias sociales.12» Al final del proceso, los militantes convertidos en teóricos del militantismo se muestran más propensos a llenar de tinta los papeles que a golpear los adoquines de las calles. O a erigir sus métodos de investigación en causas políticas que más amenazan el orden de las palabras que el de las cosas.

¿La convicción de que combate político y carrera política pueden unirse resistirá a las transformaciones que agitan a un sistema escindido entre una minoría de grandes écoles [instituciones de educación superior de élite] y una masa de establecimientos fragilizados por las reformas? En estos últimos la degradación de las condiciones de enseñanza de añade a la precarización de los estudiantes. Disciplinas llevadas al pináculo durante los años sesenta y setenta, las ciencias sociales sufren una devaluación brutal de la cual testimonian los doctorandos que terminan por descubrir el lado menos reluciente de una formación tan costosa. Para obtenerlo, ellos han aprendido bastante, desde luego, pero al mismo tiempo han concedido mucho: periodos de desempleo y cachuelitos, para todos aquellos que no son beneficiarios de subvenciones, pagarse el transporte para asistir a un coloquio, trabajo gratuito en beneficio del laboratorio de investigación o el asesor de tesis, inserción a último momento de una constelación de notas a pie de página que saludan los trabajos «pioneros», «originales» y «fundadores» de los miembros del jurado, incluso si estos tienen un vínculo débil con el trabajo de tesis…

Franqueadas las barreras, una a una, con un vigor decreciente, quienes fracasaron en los establecimientos de élite descubren en la línea de meta un mundo profesional deteriorado, un prestigio desvanecido. Y, en una lista de difusión electrónica, la prefiguración de un avenir sugerida por esta oferta de prácticas en septiembre 2010 a un(a) «universitario(a) con más de cinco años de estudios: estudiante a finales de sus estudios de sociología/etnografía con aptitud científica«: «El grupo SEB busca para la sociedad CALOR, un practicante para una misión de análisis etnográfico de los cabellos (h/f). (…) Misión: integrado(a) en el seno de la división Cuidados de la Persona, el (o la) practicante redactará un panorama de los principales perfiles (características de diámetro, espesor y forma, etc.), las diferencias fundamentales, las prácticas asociadas (gestuales, rutina cosmética) así como los problemas encontrados en los diversos países en materia de cabellos, pelos y pieles. » Nos creíamos herederos de Durkheim, terminamos convertidos en inspectores de ruleros.

La discordancia entre las aspiraciones concebidas a lo largo de la formación universitaria y las oportunidades profesionales que ésta ofrece realmente puede conducir a la resignación o a la rebeldía. Por su radicalidad y su determinación, el movimiento de los estudiantes contra la precariedad y el contrato de primer empleo [CPE, en francés] del invierno de 2006 sugiere un primer desplazamiento de las líneas. Desde los primeros años hasta los doctorados, todo ocurrió como si la salvación de los estudios universitarios se fuera de pronto a pique. A lo largo de un invierno, los campus universitarios parecieron haber encontrado una vez más su función de socialización política. Algunas asambleas generales, impermeables a la presión de los medios de comunicación, se sirvieron de las herramientas de las ciencias sociales para elaborar sus reivindicaciones de alcance general, en vínculo con los militantes sindicales. ¿Variante inesperada del «intelectual colectivo» al cual se dirigió Bourdieu con sus invocaciones?

 

Notas

[1] Cf. Sophie Noël, » La pequeña edición independiente frente al mercado de la globalización del libro: el caso de los editores de ensayos «críticos» «. En: Gisèle Sapiro (bajo la dirección de), Las contradicciones de la globalización editorial , Nuevo Mundo, Paris, 2009.

[1] Entre otras Agone , Contretemps , Lignes , Multitudes , La revue internationale des livres et des idées (cuya publicación fue interrumpida en el 2010), Vacarme .

[1] Perry Anderson, In the Tracks of Historical Materialism , Verso, Londres, 1983, p.76-77.

[1] El libro fue finalmente traducido y editado por Le Monde Diplomatique y Complexe en 1999.

[1] Leer Serge Halimi, » Maccarthysme éditorial «, Le Monde diplomatique , marzo, 1997.

[1] François Cusset, La Décennie. Le grand cauchemar des années 1980 , La Découverte, Paris, 2006.

[1] Paul Nizan, Aden-Arabie , Maspero, Paris, 1960 (1931) y sobre todo Les chiens de garde , Agone, Marseille, 1998 (1932).

[1] Razmig Keucheyan, Hémisphère gauche. Une cartographie des nouvelles pensées critiques , La Découverte, coll. » Zones «, 2010, p.28-29.

[1] Leer Edward Said, Les intellectuels et du pouvoir , Seuil, Paris, 1994.

[1] Bernard Henry-Lévy, Jacques Attali et Alian Minc ont publié à eux trois au moins soixante-trois ouvrages entre 1995 et 2010.

[1] Annie Ernoux, La Place , Gallimard, 1983, p.96.

[1] Ejemplos encontrados, a lo largo del otoño del 2010, en la lista de difusión [email protected].

Félix Terrones es miembro del colectivo Rebelión. Esta traducción es de distribución gratuita siempre y cuando se consigne el nombre del autor y el del traductor.