Eso es lo que los dirigentes israelíes vienen declarando desde hace meses mientras ellos y sus aliados estadounidenses tratan de persuadir a los indecisos en Washington de que es imprescindible atacar a Teherán. Y si los últimos informes aparecidos en los medios de comunicación son creíbles, parece que pueden estar ganando la batalla: el vicepresidente […]
Eso es lo que los dirigentes israelíes vienen declarando desde hace meses mientras ellos y sus aliados estadounidenses tratan de persuadir a los indecisos en Washington de que es imprescindible atacar a Teherán. Y si los últimos informes aparecidos en los medios de comunicación son creíbles, parece que pueden estar ganando la batalla: el vicepresidente Dick Cheney se dice que está volviendo a plantear el lanzar un ataque militar.
A principios de este año, Binyamin Netanyahu, líder de la oposición israelí y el hombre que da la impresión de ser la encarnación del alarmista en estado puro, nos dijo: «Estamos en 1938, e Irán es la Alemania [de entonces] que está intentando conseguir la bomba atómica». Sobre Ahmadinejad dijo que «está preparando un nuevo Holocausto contra el Estado judío».
Hace unas pocas semanas, de acuerdo con lo afirmado por el servicio de espionaje israelí – como lo viene haciendo de forma habitual desde principios de los años 1990- qa Irán sólo le falta un año más o menos para llegar al «punto sin retorno»de desarrollar una cabeza nuclear, y Netanyahu lo cinfirma: «Irán podría ser la primera potencia nuclear imposible de disuadir» y añadió: «Se trata de un problema judío como lo fue Hitler… el futuro del pueblo judío depende del futuro de Israel».
Pero Netanyahu no es el único en hacer declaraciones singulares sobre un inminente genocidio cuyo origen es Irán. El nuevo presidente de Israel, Simón Peres, ha comparado una bomba nuclear iraní con «un campo de concentración volante». Y el primer ministro, Ehud Olmert, declaró el año pasado a un periódico alemán: «[Ahmadinejad] habla sobre el exterminio de la nación judía como lo hacía Hitler en su época.»
Existe un curioso problema con la línea propagandística de que «Irán es como la Alemania nazi». Porque si Ahmadinejad es de verdad como Hitler, y está dispuesto a cometer un genocidio contra los judíos de Israel en cuanto disponga de armas nucleares, ¿por qué unos 25.000 judíos viven pacíficamente en Irán y la mayoría se resisten a marcharse a pesar de los tentadores ofrecimientos de Israel y de los judíos estadounidenses?
¿En qué se basan los horribles pronósticos de Israel, es decir el andamiaje ideológico que se está montando, presumiblemente, para justificar un ataque contra Irán? Por suerte, cuando el mes pasado George Bush defendía su política en Iraq, nos recordó de nuevo la amenaza que supuestamente plantea Irán: ya que «amenaza con borrar a Israel del mapa».
Este mito se ha venido repitiendo a partir de un error de traducción en un discurso pronunciado por Ahmadinejad hace dos años. Los expertos en farsi han comprobado que el presidente iraní, lejos de amenazar con destruir a Israel, estaba citando un discurso anterior del desaparecido Ayatollah Jomeini en el que tranquilizaba a los partidarios de los palestinos al decir que «el régimen sionista de Jerusalén desaparecería con el tiempo».
Él no estaba amenazando con exterminar a los judíos ni siquiera a Israel, sino que comparaba la ocupación israelí de los territorios palestinos con otros regímenes ilegítimos de gobierno cuyo tiempo había pasado, entre ellos el de Shah que gobernó en Irán, el de la Sudáfrica del apartheid y el del imperio soviético. Sin embargo, la traducción errónea ha sobrevivido y prosperado porque Israel y sus partidarios la han explotado para sus habituales fines propagandísticos.
Mientras tanto, la fuerte comunidad judía de 25.000 personas es la mayor existente en Oriente Próximo con excepción de Israel, y remonta sus raíces a 3.000 años Como una de las minorías no musulmanas de Irán, los judíos sufren algunas discriminaciones, pero desde luego no peores de las que soportan un millón de ciudadanos palestinos en Israel,y mucho mejores de las de los palestinos de Cisjordania y Gaza que sufren la ocupación israelí.
Los judíos iraníes tienen poca influencia en la toma de decisiones y no se les permite ocupar puestos importantes en el ejército o en la Administración, pero disfrutan de mucha libertad. Tienen un representante en el Parlamento, practican su religión públicamente en las sinagogas, la diáspora judía financia sus actividades de beneficencia y pueden viajar con toda libertad, incluso a Israel. En Teherán hay seis carnicerías kosher y unas 30 sinagogas. El gabinete de Ahmadinejad hace poco hizo una donación a un hospital judío en Teherán.
Ciamak Moresadegh, judío iraní, comentaba: «Si se cree que el judaísmo y el sionismo son lo mismo, es como si se creyera que el Islam y los Talibán son idénticos, y no lo son.» Los líderes de Irán denuncian el sionismo, porque le responsabilizan de alentar la discriminación contra los palestinos, pero han declarado repetidamente que no tienen problemas con los judíos, con el judaísmo e incluso con el Estado de Israel. Ahmadinejad, caricaturizado como un vendedor de genocidios, lo que ha hecho en efecto es un llamamiento para «un cambio de régimen», y en el sentido exclusivo de que cree que debería celebrarse un referéndum entre todos los habitantes de Israel y de los territorios ocupados, incluidos los refugiados procedentes de la guerra, sobre la naturaleza del nuevo gobierno.
A pesar de la inexistencia de amenaza alguna para los judíos de Irán, los medios israelíes recientemente han informado de que el gobierno israelí ha intentado nuevas formas de atraer a los judíos iraníes hacia Israel. El Periódico Ma’ariv ha puesto de relieve que los intentos previos han encontrado poca respuesta. Existe, destaca el informe, » falta de ganas de marcharse por parte de los miles de judíos iraníes». Según el periódico Forward de Nueva York, la campaña para convencer a los judíos iraníes para que emigren a Israel ha conseguido que sólo 152 de los 25.000 judíos abandonaran Irán entre octubre de 2005 y septiembre de 2006, y la mayoría de ellos se dice que emigraron por razones económicas y no por motivos políticos.
Para conseguir mejores resultados- y probablemente para evitar la situación embarazosa de estar anunciando un inminente segundo Holocausto mientras miles de judíos viven felices en Teherán- Israel está promoviendo ahora una campaña con donantes judíos para garantizar a cada familia judía iraní 60.000 $ si se establece en Israel, además de una serie de incentivos financieros ya existentes que se ofrecen a los inmigrantes judíos, entre otros, préstamos e hipotecas baratos.
El anuncio fue recibido con desprecio por parte de la Asociación de Judíos Iraníes que hizo pública una declaración afirmando que su identidad nacional no estaba en venta. «La identidad de los judíos iraníes no es canjeable por ninguna suma de dinero. Los judíos iraníes son de los iraníes más antiguos. Los judíos de Irán están contentos con su identidad y su cultura, de manera que las amenazas y estas inmaduras tentaciones políticas no van a conseguir su objetivo de erradicar su identidad como judíos iraníes».
No obstante, este gesto financiero no sólo puede resultar inoportuno sino también contraproducente si se tiene en cuenta las experiencias anteriores. Hace pocos años, Israel puso en marcha una campaña similar cuando la economía de Argentina entró en una grave recesión, ofreciendo 20.000 $ a cada judío que emigrara a Israel. Meses después los medios israelíes informaron del aumento de ataques antisemitas en Argentina, sólo con el fin de presionar aún más a los judíos para que se marcharan. Por supuesto, no se hacía mención alguna sobre una posible relación entre los ataques y los sobornos ofrecidos por Israel a los judíos para que abandonaran su patria mientras sus compatriotas se hundían en la pobreza.
Pero si las tentaciones financieras – y una posible reacción popular adversa- fracasan en movilizar a los judíos iraníes, existen buenas razones para temer que Israel pueda recurrir a otras vías más dudosas para animarlos a emigrar. Se trata de algo que Israel ha realizado con anterioridad en otras comunidades de judíos árabes, a quienes ha considerado o bien como un potencial núcleo de espías y agentes provocadores de los que servirse cuando lo necesitara, o bien como «basura humana», en palabras del primer ministro de Israel, David Ben Gurión, que reclutar para la «batalla demográfica» contra los palestinos.
En la «Operation Susannah» de 1954, por ejemplo, Israel reclutó imprudentemente a un grupo de judíos egipcios para organizar una serie de atentados en Egipto en un intento de desanimar a Gran Bretaña para que no se retirara de la zona del Canal de Suez. Cuando se descubrió el complot, como es natural, la sombra de la deslealtad se cernió sobre la amplia comunidad judía egipcia. Dos años después, tras la invasión y ocupación del Sinaí por parte de Israel, el gobierno de Gamal Abdel Nasser expulsó a unos 25.000 judíos y tras la detención por sospechas de espionaje de muchos otros, el resto se marchó enseguida.
Más notorio, incluso, fue lo que hizo Israel para asegurarse la salida de Iraq de la comunidad judía, la mayor del mundo árabe. En 1950, una serie de atentados con bomba contra judíos de Bagdad provocaron el rápido éxodo de unos 130.000 judíos iraquíes hacia Israel, convencidos de que los extremistas árabes estaban detrás de los atentados. Sólo después se supo que las bombas habían sido colocadas por miembros del sionismo clandestino, apoyados por el gobierno israelí.
Ahora, los judíos iraníes pueden verse tratados de forma parecida, como mera mercancía humana. Se están propagando informaciones de que Israel está sirviéndose de la libertad de movimientos entre Irán e Israel, de la que disfrutan los judíos iraníes y sus familiares israelíes, para hacer espionaje sobre el programa nuclear de Irán. Informaciones que han surgido de fuentes como el periodista Seymour Hersh quien cita a altos responsables del gobierno estadounidense.
Las consecuencias de tales actuaciones son difíciles de prever. Acosado por EEUU y por la comunidad internacional, Teherán está castigando a los grupos disidentes y minoritarios, ante el temor de que su asentamiento en el poder se inestabilice y de que la bien organizada y difundida subversión impulsada por agentes israelíes y estadounidenses aumente. Hasta ahora, la mayoría de los funcionarios de alto nivel en Teherán han sido muy cautelosos para impedir que se sugiera que los judíos de Irán tienen doble lealtad, de la misma manera que la propia comunidad judía local, porque ambos son conscientes del interés de Israel en provocar ese enfrentamiento. Pero mientras las tensiones crecen y la necesidad de Israel de probar las intenciones genocidas de Teherán son cada vez mayores, esa política puede acabar de mala manera y con ella el futuro de los judíos de Irán.
Al parecer, mucho más importante que el bienestar de las familias judías iraníes es utilizar a los judíos de ese país como instrumento propagandístico en la batalla que mantiene Israel para persuadir al mundo de que la coexistencia con el mundo islámico es imposible. Para quienes quieren organizar un choque de civilizaciones, el legado judío de 3.000 años en Irán no es algo digno de conservarse sino un obstáculo más para la guerra.
Jonathan Cook, periodista radicado en Nazaret, Israel, es autor de Blood and Religion: The Unmasking of the Jewish and Democratic State (Pluto Press). Su página web es: www.jkcook.net
Counterpunch, 3 de agosto de 2007
Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre