Intervención en el Congreso «Jerusalén, una ciudad agredida», celebrado en el Centro Cultural Islámico (Mezquita de la M-30 de Madrid), los días 12 y 13 de abril de 2007.
Introducción.
Creo que es obligado, por el lugar donde nos encontramos, así como por el asunto que nos reúne, recordar que en estos días se cumplen tres años del asesinato de Ahmed Yassin y de Abdel Aziz Rantisi. También resulta apropiado recordar que el 9 de abril de 1949 el pueblo Deir Yassin fue atacado y sus habitantes asesinados por militares sionistas.
En realidad, abril no es un mes especial, ni los dos mártires mencionados son los únicos, ya que los sionistas, desde que empezaron a instalarse en la primera mitad del siglo XX en una tierra que no les pertenece, Palestina, han conseguido que todos los meses sean de muerte, robo y dolor para sus habitantes legítimos y que los mártires se cuenten por millares.
Puede decirse que existen dos posturas ante la situación palestina: resistencia anti-sionista por un lado y conversaciones de paz con los sionistas por el otro. Una advertencia preliminar es inexcusable: no pretendo juzgar a quienes dentro del campo palestino abogan por la segunda, no reclamo ningún derecho a decir a los palestinos cómo tienen que defenderse, no se me ocurre pensar que tengo la razón mientras que los demás están equivocados, simplemente trato de reflexionar, a la luz de la historia y de la situación política presente, sobre estas dos posiciones antitéticas.
Entiendo, por otra parte, que algunos piensen que para esta reflexión se necesita más que una breve ponencia, que se requiere un libro entero. Sin embargo, soy de los que creen tozudamente que el problema palestino es sencillo: la ocupación de un territorio junto con la expulsión de sus habitantes por la fuerza de las armas y la consiguiente violencia para mantener la ocupación y la expulsión. La solución es igualmente sencilla, por más que sea costosa para sus causantes: la retirada de la tierra ocupada, el retorno de los refugiados y las compensaciones por el daño causado.
¿Hasta dónde va a llegar el sionismo?
Ante una audiencia como ésta puede parecer superfluo repasar algunos de los numerosos crímenes sionistas, pero es ineludible hacerlo cuando se trata de reivindicar la resistencia frente a los que la desprecian por considerarla ineficaz o contraproducente para los intereses palestinos y los que la descartan por completo por considerarla contraria a los acuerdos de paz.
La magnitud de esos crímenes dentro y fuera de Palestina sorprenderá a las generaciones futuras, aunque hoy parece que a muchos no les preocupa mientras que otros son cómplices. Varios factores hacen que sea así. Entre éstos destaca la extraordinaria actividad de propaganda sionista y su enorme influencia, cuando no control, sobre la información acerca de lo que sucede en Palestina.
En números absolutos, como los palestinos que viven en los territorios ocupados no pasan de cuatro millones, los asesinados, heridos y prisioneros quizás no parecen muchos. Sin embargo, si se observa con detenimiento la cifra relativa, se descubre la verdadera magnitud de la obra sionista, que algunos pocos judíos anti-sionistas han calificado como genocidio, entre éstos hace poco el profesor de la universidad de Haifa Ilan Pappé en un artículo titulado «Palestina 2007: genocidio en Gaza, limpieza étnica en Cisjordania».
Datos de UNICEF referidos al año 2005 indican que la tasa de mortalidad entre los menores de cinco años en los territorios ocupados es de veintitrés muertes por cada mil nacimientos, mientras que en Israel es de seis. Se podrían evitar, por tanto, diecisiete de esas muertes. Según los datos de la División para la Población de las Naciones Unidas, el número de nacimientos por año en los territorios es de unos 140.000. Con estas cifras se puede calcular la de muertes infantiles evitables por año: cerca de dos mil cuatrocientas.
Es pertinente resaltar que el artículo 38 de la Convención de Ginebra aplicable a los territorios ocupados, establece que los niños menores de quince años, las mujeres embarazadas y las madres de menores de siete años, recibirán el mismo tratamiento que los nacionales del Estado ocupante.
Al mismo tiempo, el número de muertos israelíes por ataques palestinos desde septiembre de 2000 es 1.130. Si se compara esta cifra con la de niños palestinos asesinados en el mismo período, 860, y con la de niños muertos que se debería evitar, más de 15.000, se aprecia qué parte es la débil y cuál está realmente en peligro.
Otro ejemplo reciente, referido a los prisioneros, muestra con claridad meridiana qué parte tiene poder sobre la otra: los palestinos tienen un único prisionero, un soldado capturado cuando ilegalmente operaba en territorio ocupado. Los israelíes tienen cerca de 11.000 palestinos prisioneros, en condiciones inhumanas, de forma ilegal y muchos sin juicio, entre los que se encuentran 400 menores de edad.
Si en Palestina hubiese 4 millones de habitantes y los comparásemos con los 44 de España, esto daría una cifra de 121.000 detenidos aquí. No hace falta insistir en el número de muertos (serían 44.000 españoles asesinados e incontables heridos), casas demolidas, olivos arrancados, propiedades arrasadas, etc.
Es importante resaltar que esta matanza y esta destrucción son necesarias para lograr el objetivo que persigue el sionismo: la tierra palestina para disfrute exclusivo de los judíos. No es producto, como quieren hacer creer los sucesivos gobiernos de Israel, sus aliados y sus apologistas, de luchas de civilización, religiosas o contra el terrorismo árabe y musulmán. De la misma forma que los crímenes que se cometen en Iraq (torturas, asesinatos de civiles, uso de armas prohibidas, destrucción de infraestructuras, violaciones graves de derechos humanos, etc.) se derivan necesariamente de un único crimen inicial, la agresión de Estados Unidos, Reino Unido, España y otros aliados contra ese país, en Palestina no cesarán los crímenes de Israel hasta que no se consiga el objetivo sionista o los palestinos lo impidan.
Los propios líderes israelíes lo manifiestan una y otra vez con palabras que no dejan lugar a dudas y que pueden resumirse así: la tierra de Israel (o sea, la tierra palestina) es solamente para los judíos sin importar los demás. Además, rabinos, escritores, profesores, colonos, concurren con esta ideología racista e imperialista. Finalmente, la mayoría de israelíes la suscriben, como puede verse en los resultados de las elecciones que se celebran en Israel.
¿Qué han traído las negociaciones a los palestinos?
Las cifras presentadas no se dan en una situación de guerra, ni en una relación de fuerzas parejas. Se producen tras catorce años de un proceso paz inaugurado con la firma de los acuerdos de Washington en septiembre de 1993 por parte de Rabin y Arafat, patrocinado por la comunidad internacional.
Ha habido un engaño intencionado y un abuso de poder por parte de Israel y la comunidad internacional, ha habido poca habilidad política, abandono y corrupción por parte del liderazgo palestino. Lo primero lo reconoció Isaac Shamir tras su asistencia a la Conferencia de Madrid en 1991 y lo segundo los palestinos cuando votaron en las elecciones de enero de 2006. En cuanto a la comunidad internacional hay que decir sin ambages que su comportamiento es tan criminal como el de Israel, pues la ley internacional con la que se ha dotado la obliga a actuar contra los desmanes de Israel.
En realidad, las cifras expuestas anteriormente constituyen por sí mismas una respuesta a la pregunta del encabezamiento. Sin embargo, no conviene olvidar también otras importantes: las referidas a los millones de refugiados a los que Israel prohíbe volver a sus casas y recuperar sus propiedades, los millones de palestinos que viven en los territorios ocupados bajo asedio israelí, sus toques de queda y ataques continuos, sin protección de la llamada comunidad internacional, con normas y acciones del ejército ocupante que impiden su libertad de movimientos y el desarrollo de una vida normal. Últimamente se ha añadido un embargo internacional tan eficaz que en pocos meses ha logrado que la propia ONU, mediante una de sus agencias, reconozca que peligra la «seguridad alimentaria» de los palestinos.
Es preciso dejar ahora los números y pararse para apreciar con claridad lo que han traído las negociaciones a los palestinos y que las cifras por sí mismas no alcanzan a reflejar. «Seguridad alimentaria» es uno de los eufemismos que usan Israel y sus aliados para camuflar sus atrocidades. Un palestino dice del embargo que deja a sus hijos sin los alimentos necesarios para su crecimiento normal. Un funcionario internacional dice que hace peligrar aquella seguridad. Un político israelí dice que con el embargo los palestinos se pondrán a dieta.
Así ocurre con todos y cada uno de los aspectos que afectan a la vida de los palestinos, no solamente los relativos a sus derechos políticos. Los palestinos asesinados se transforman en daños colaterales, el robo de sus tierras se convierte en medidas de seguridad o en crecimiento natural de las colonias sólo para judíos, lo cual a su vez ha de traducirse por castigos colectivos y por asentamientos ilegales, es decir, crímenes según la legislación internacional. Las niñas que son cosidas a balazos por soldados israelíes en el camino del colegio a sus casas, se hacen pasar por individuos sospechosos que ponen en peligro la vida de esos militares, aunque obviamente no deberían estar siquiera en Cisjordania y mucho menos disparar trece veces hasta que los cuerpos de los niños palestinos dejan de moverse.
Hay muchos que prefieren emplear esos eufemismos para ocultar la realidad, cada uno por sus propias razones. Se ha citado al comienzo la influencia de la propaganda israelí. El racismo occidental y el sentimiento de desprecio cuando no de odio hacia los árabes y musulmanes tiene su peso. El ansia por controlar Oriente Medio, especialmente sus recursos petroleros, es un elemento de la mayor importancia. Además, la actividad imperialista de los occidentales, en connivencia con la israelí, hace que trabajen de forma conjuntada y con intercambio de tareas.
La conclusión es que las negociaciones han conducido a los palestinos a una extrema miseria, en lo político, en lo económico y en cualquier otro campo que pueda pensarse. La única victoria que cabe conceder a los palestinos es la de haber resistido los casi cien años de acoso israelí apoyado por la comunidad internacional. No es poco, al contrario, ha sido suficiente para impedir el logro del objetivo sionista. Pero el precio ha sido enorme y la victoria es pírrica.
La guerra, la negociación y la resistencia.
Es preciso traer a colación la resistencia libanesa y la iraquí contra Israel y Estados Unidos respectivamente, aunque también está la argelina contra Francia, la vietnamita contra Estados Unidos, etc.
Algunos inmediatamente responden, con razón, que las condiciones palestinas son diferentes, especialmente porque estos agresores no tenían intención de apropiarse del territorio sino solamente de controlarlo. Sin embargo, la aceptación de ésta y otras particularidades del caso palestino no cambia la realidad descrita: a más negociaciones, más miseria.
Lo que comparten las luchas de liberación nacional y resulta evidente es que el ocupante se retira cuando el precio de la ocupación supera a los beneficios que ésta le proporciona. También se observa que el precio que pagan las poblaciones ocupadas por la liberación es elevadísimo. Los palestinos han de calibrar el precio que están pagando desde 1948 -y les queda por pagar- y el que hasta ahora han hecho pagar a los israelíes cuando se han resistido a la ocupación.
Es pertinente apuntar que Israel estaba en una posición menos ventajosa en los años de la primera Intifada que hoy. El sufrimiento palestino de estos casi veinte años pasados apenas ha tenido otro fruto que la victoria electoral de Hamas. Hasta la superficial simpatía internacional ha desaparecido. Por otro lado, el acceso de Hamas al gobierno se ha convertido en una carga que está dificultando su actividad de resistencia.
Casi todo el mundo, Israel incluido, piensa que este país es más fuerte que los países árabes, desproporcionadamente más fuerte respecto de los palestinos; también que sería vencedor de una confrontación a vida o muerte con aquellos debido a su capacidad nuclear. Es cierto que la opción Sansón, como su nombre indica, implica la probable eliminación de todos los contendientes, pero posee un potente efecto disuasorio en la paz y promete asegurar la derrota del enemigo en la guerra.
No ha de extrañar que Israel no tema a la guerra: ha ganado las suyas y además cuenta con el apoyo decidido de la primera potencia nuclear del mundo. Los palestinos no tienen opción alguna en este terreno: la guerra del año 48 convirtió a unos ochocientos mil en refugiados y la del 67 convirtió al resto en ocupados.
Sin embargo, las negociaciones posteriores no han evitado el aumento del número de refugiados a varios millones y han empeorado las condiciones de vida de los ocupados. Cabe suponer que a Israel no le conviene la negociación pues significa perder algo, pero la historia muestra que no le perjudica gravemente, como mucho lastra su política y retrasa el logro de sus objetivos.
La pregunta es: ¿ha pagado Israel un alto precio por su ocupación de Palestina? ¿Cuánto está dispuesto a pagar? Un general israelí, de cuyo nombre no me acuerdo, tras un balance de víctimas en uno y otro bando, declaró hace años que la proporción habitual de 1 a 10, era muy favorable a Israel y que por ello la lucha le convenía. En cuanto a la cuestión económica, es Estados Unidos el que se hace cargo de las facturas de Israel.
Hay que tener en cuenta por tanto que Israel no cree haber pagado un alto precio por la ocupación de Palestina, aunque sea diferente en el caso de Líbano. Hay que considerar además que la generación joven no tiene las mismas condiciones y características que la de sus padres, la motivación incluida, que los emigrantes son actualmente más numerosos que los inmigrantes y que la población palestina crece más que la judía. Si se añade el fracaso del proyecto imperialista estadounidense en Oriente Medio, la creciente actividad de los grupos islamistas y el resentimiento de las masas árabes y musulmanas, obviamente incluido el de las palestinas, cabe pensar que la resistencia puede lograr lo que ni la guerra ni las negociaciones han conseguido hasta ahora.
Esta perspectiva parte obviamente del derecho a la defensa propia y se fundamenta en la legitimidad moral de la lucha contra la agresión y la opresión y en la legalidad internacional de la resistencia a la ocupación militar de una potencia extranjera. Esto es especialmente así en el caso de Palestina, donde el ocupante es mucho más poderoso que el ocupado y porque ha sido abandonado por la comunidad internacional y carece de esperanzas razonables de mejora en el porvenir.
Por otra parte esta perspectiva no olvida considerar el precio a pagar por los palestinos ni las condiciones que se han de dar en el pueblo palestino y en su liderazgo para emprender una renovada resistencia que continúe las anteriores, aunque todo ello es objeto de otras reflexiones que no caben en este escrito.
Por último, esta perspectiva exige a los defensores de los derechos humanos y la justicia en el ámbito internacional, así como a los movimientos solidarios y los activistas, en acuerdo con los palestinos, una toma de postura respecto de las conversaciones de paz y la resistencia y una actuación en consonancia.