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Un acuerdo conlleva un alto coste para el privilegio judío

El razonamiento de Israel contra la paz

Fuentes: Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Con la reanudación de la construcción de asentamientos en Cisjordania que tuvo lugar ayer, el poderoso movimiento de colonos de Israel espera haber echado a pique las conversaciones de paz con los palestinos.

Sería un error, sin embargo, creer que el único obstáculo de importancia para el éxito de las negociaciones es la ideología política derechista que representa el movimiento de los colonos. Los intereses económicos profundamente arraigados compartidos por toda la sociedad israelí tienen la misma importancia.

Esos intereses se establecieron hace más de seis décadas con el establecimiento de Israel y han crecido a un ritmo cada vez más rápido desde que Israel ocupó Cisjordania y la Franja de Gaza después de la guerra de 1967.

Numerosos judíos israelíes que viven dentro de las fronteras reconocidas de Israel reconocen en privado que en 1948 se beneficiaron con la apropiación de tierras, casas, negocios y cuentas bancarias de los palestinos. En su mayoría los israelíes se benefician directamente de la continuación del desposeimiento de millones de refugiados palestinos.

Funcionarios israelíes dan por sentado que la comunidad internacional cargará con la responsabilidad de la indemnización para los refugiados. El problema para la población judía de Israel es que los refugiados que viven actualmente en el exilio no son los únicos desposeídos.

La quinta parte de los ciudadanos de Israel que son palestinos pero sobrevivieron a las expulsiones de 1948 se convirtieron en desplazados en el interior o en víctimas de un programa posterior que los despojó de su propiedad ancestral.

Incluso si Mahmud Abbas, el presidente palestino, renunciara a los derechos de los refugiados, no tendría el poder necesario para hacer lo mismo con los ciudadanos palestinos de Israel, los llamados israelíes árabes. La paz, como piensan muchos israelíes, abriría una caja de Pandora de reivindicaciones de tierras históricas de ciudadanos palestinos a costa de los ciudadanos judíos de Israel.

Pero la amenaza a los privilegios económicos de israelíes judíos no terminaría con un ajuste de cuentas por las injusticias causadas por la creación del Estado. La ocupación de los territorios palestinos después de 1967 creó muchos otros poderosos intereses económicos opuestos a la paz.

El sector más visible son los colonos, que se han beneficiado inmensamente de subsidios gubernamentales y ventajas fiscales hechas para alentar a los israelíes a mudarse a Cisjordania. Peace Now estima que sólo esos beneficios ascienden a más de 550 millones de dólares por año.

Lejos de constituir un elemento marginal, el medio millón de colonos representa casi un décimo de la población judía de Israel, e incluye personajes tan destacados como el ministro de exteriores Avigdor Lieberman.

Cientos de negocios que sirven a los colonos florecen en el 60% de Cisjordania, la llamada Área C, que está bajo control total de Israel. Las industrias inmobiliarias y de la construcción, en particular, aprovechan tierras a precios reducidos -y el aumento de las ganancias- resultantes del robo a los propietarios palestinos.

Otras empresas, mientras tanto, se han establecido en las zonas industriales israelíes en Cisjordania, beneficiándose de la mano de obra palestina barata y de tierras rebajadas, ventajas tributarias y del control permisivo de las protecciones medioambientales.

Gran parte de la industria del turismo también depende del control israelí sobre los lugares santos ubicados en Jerusalén Oriental ocupado.

Esta red de intereses de lo que Akiva Eldar, del periódico Haaretz llama «el lavado de tierras» es supervisada por ministerios gubernamentales, instituciones estatales y organizaciones sionistas. Estas tenebrosas transacciones crean amplias oportunidades para la corrupción y se han convertido en un elemento básico para los ricos y poderosos de Israel, lo que incluye, al parecer, a sus primeros ministros.

Los beneficios de la ocupación no se limitan a la población civil. El grupo de presión más potente en Israel -los militares- también tiene mucho que perder con un acuerdo de paz.

Las filas de los soldados profesionales de Israel, y de servicios de seguridad asociados como la policía secreta Shin Bet, han crecido rápidamente durante la ocupación.

Las exigencias de control permanente de otro pueblo justifican inmensos presupuestos, el armamento más moderno (en gran parte pagado por EE.UU.), y la creación de una poderosa clase de burocracia militar.

Mientras los conscriptos adolescentes realizan las tareas peligrosas, los altos rangos del ejército se jubilan poco después de cumplir cuarenta años, con pensión completa y prolongadas carreras ulteriores en los negocios o la política. Muchos también pasan a beneficiarse de las florecientes industrias de «seguridad interior» en las que se destaca Israel. Pequeñas compañías especializadas dirigidas por ex generales abren sus puertas a soldados en retiro para aprovechar sus años de experiencia durante la ocupación.

Los que pasaron su servicio en Cisjordania y la Franja de Gaza aprenden rápidamente a aplicar y refinar nuevas tecnologías para la vigilancia, control de multitudes y guerra urbana que encuentran mercados bien dispuestos en el exterior. En 2006 las exportaciones de Israel para la defensa fueron de 3.400 millones de dólares, convirtiendo al país en el cuarto traficante de armas por su tamaño del mundo.

Estos grupos temen que un acuerdo de paz y la categoría de Estado para Palestina convertirían a Israel de un día al otro en un Estado insignificante de Oriente Próximo, que pronto perdería sus enormes subsidios de EE.UU. Además, Israel sería forzado a corregir una injusticia histórica y a devolver a los palestinos los recursos saqueados de la región, incluidas sus tierras y el agua, privando a los judíos de sus derechos establecidos.

Un análisis de coste-beneficio sugiere a la mayoría de los israelíes judíos -y al primer ministro, Benjamin Netanyahu- que una verdadera solución a su conflicto con los palestinos podría significar un precio demasiado alto para sus propios bolsillos.

Jonathan Cook es un escritor y periodista que reside en Nazaret, Israel. Sus últimos libros son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East (Pluto Press) y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair, (Zed Books). Su página web es www.jkcook.net.

Una versión de este artículo apareció originalmente en The National (www.thenational.ae), publicado en Abu Dhabi.

Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=21223

rCR