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El relato que hay que hacer

Fuentes: Gara

(La Sombra parece satisfecha). Sombra.- ¿Y qué hay, jefe? ¿Está usted contento con la paz? Sastre.- ¿Y quién te ha dicho que haya paz? Sombra.- ¿Pues no? ¿Cómo es eso, si todo el mundo lo dice, hasta la gente más burra y conservadora? Sastre.- No, no, no todo el mundo lo dice. Sombra.- Bueno, los […]

(La Sombra parece satisfecha).

Sombra.- ¿Y qué hay, jefe? ¿Está usted contento con la paz?

Sastre.- ¿Y quién te ha dicho que haya paz?

Sombra.- ¿Pues no? ¿Cómo es eso, si todo el mundo lo dice, hasta la gente más burra y conservadora?

Sastre.- No, no, no todo el mundo lo dice.

Sombra.- Bueno, los pesimistas, que siempre ven las cosas mal.

Sastre.- No, no, mira tú: una cosa es que no haya guerra y otra que haya paz, y tú tendrías que saberlo si te fijaras mejor en tus deberes como sombra mía. ¡Ay! Que tú tampoco te enteras. ¿Tan difícil es enterarse? ¿Tan difícil es pensar? ¿También tú sigues confundiendo paz y pacificación?

Sombra.- Ya sé que no es lo mismo.

Sastre.- Aquí sigue habiendo una guerra; una guerra que ahora dicen, por cierto, que nunca ha habido. Para impedir que haya paz acuden a la estupidez de decir que nunca ha habido guerra.

Sombra.- Ah, sí. Lo que ha habido, dicen los bienpensantes, es una banda de sanguinarios enfrentada a una benemérita Democracia.

Sastre.- Está costando trabajo imponer una verdad obvia, que se había ido imponiendo y ya era espectacular en la calle: la existencia de un importante conflicto político en Euskal Herria.

Sombra.- Ah, pero eso ahora ya lo sabe todo el mundo, ¿no es verdad?

Sastre.- Sí es verdad, después de las últimas jornadas y con la colaboración feliz de tantas ilustres ayudas internacionales, pero sobre todo con la tarea ingente de la izquierda vasca y de su gran labor política y patriótica.

Sombra.- Entonces, si no hay paz, por lo menos estamos en este camino. ¿O tampoco?

Sastre.- Sí, mujer, sí.

Sombra.- O sea que podemos estar contentos en definitiva.

Sastre.- No solamente contentos sino muy contentos, verás por qué: porque ahora la paz empieza a ponerse a la vista de nuestros ojos, y, por ello, a nuestro alcance.

Sombra.- Ya veo que están cambiando mucho las cosas.

Sastre.- Están cambiando muchas cosas, es verdad, pero otras siguen reiterándose, y una sobre todo me llama mucho la atención: la inquietud que ha estallado en grandes medios de comunicación sobre un tema concreto, el del «relato». Mira, ahora estamos ante un caso de lo que Eva Forest llamaba «el revuelo»: de pronto se arma «un revuelo» en los medios y todo el mundo se pone a hablar, con aire crítico y preocupado, de lo mismo, como siguiendo una consigna: aquí la gran inquietud surge ante el temor de que lo que ha pasado y sigue pasando sea «narrado» por los «enemigos de España», y que entonces ETA aparezca en la Historia no como esa banda de facinerosos asesinos de la «democracia española» sino como unos heroicos muchachos que fueron capaces de asestar duros golpes al franquismo y luego a sus seguidores, y con la virtualidad, en definitiva, de rendir -o de haber rendido- un gran servicio a la soberanía -¡Gora Euskadi Askatuta!- del País Vasco. Los «medios» se están poniendo verdes de angustia ante esta posibilidad, y vierten sus ideas, en este «revuelo», para evitarla. «Tenemos que contar la realidad nosotros, nosotros, nosotros». Está muy nerviosa esta buena gente.

Mira, voy a poner unas muestras de lo que estoy diciendo: En la parte española del «revuelo» se hallan naturalmente sus personalidades más desvergonzadas, como Felipe González o Rubalcaba o Jáuregui entre los políticos; y periodistas tales como Iñaki Gabilondo o José María Calleja. Por la parte del patriotismo vasco (izquierda abertzale), hallamos la presencia de válidos testimonios como el de Iñaki Egaña y sus colaboradores de Euskal Memoria Fundazioa, para quienes «el relato del franquismo está por realizar».

En este contexto, ellos «están de acuerdo en que hay que hacer el relato histórico, pero no un único relato». «Ese otro relato está por hacer». Para ellos, «la transición ha sido una chapuza para esconder un proceso general de impunidad». Otro trabajo notable estos días sobre este asunto es el artículo de Mario Zubiaga «Marcos de Guerra». Para este profesor, el comportamiento belicista de algunos medios («la historia no la escribirán los verdugos; el banquillo espera a un centenar de dirigentes de la izquierda abertzale») «es la peor aportación que un medio de comunicación puede hacer en este momento (…) y que ese medio no sea un panfleto marginal de la extrema derecha sino el más difundido de nuestro país es, simplemente, demencial».

La inquietud a que nos referimos -esta «ventolera»- indica por otra parte la fragilidad de las actuales posiciones «españolistas» y el gran poder de las posiciones patrióticas vascas. Acostumbrados a usar una fuerza incontrolada, los patriotas españoles no se avienen a recibir algún control y se remueven inquietos. No les llega la camisa al cuerpo ante el temor de que acabe publicándose la verdad de lo que, sin embargo, ha sucedido y está sucediendo, empezando, como digo, por que ha habido una guerra -aunque en ella no se hayan visto soldaditos, como ha argumentado un periodista imbécil para negarlo -y esa guerra ha terminado aunque todavía no haya llegado la paz, ciertamente.

Repasemos cosas que nosotros ya sabíamos -aunque no hayamos tenido ocasión de decir-, como que la primera mentira que en las guerras se oye es la de esconder el mismo concepto de guerra, que queda oculto cuando se llama guerra al terrorismo del sistema vigente y terrorismo a las guerras de quienes tratan de oponerse y enfrentarse a él; o, dicho de otro modo, se llama guerra y se legitima el terrorismo de los ricos (de los poseedores) y terrorismo a las guerras de los pobres.

Así, los grandes medios de comunicación se ocupan de presentar los grandes actos de terrorismo -con centenares de miles de muertos- como «grandiosas batallas» (por ejemplo, los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki); y modestas batallas caseras, por ejemplo el atentado de ETA al Almirante Carrero Blanco durante el franquismo, como grandes e inhumanos actos de terrorismo. (Es de recordar que en aquella ocasión no hubo ni una sola víctima colateral).

Así pues, la verdad que ha empezado a imponerse forma parte de lo obvio -la existencia de un conflicto político-, pues hace ya muchos años que llenaba nuestras calles multitudinariamente (era muy evidente, pues, que no se trataba de «una banda»), y esperamos que sea así a partir de ahora, y es de esperar también que los españolistas, que aplaudieron la sublevación contra la República Española como una Cruzada no sigan exigiendo que quienes han combatido con las armas a los herederos de aquel horror, dejen de exigir que aquellos combatientes que hoy han dicho, con el beneplácito de todos nosotros, ¡adiós a las armas!, se arrastren por los suelos y pidan perdón. Es muy peligroso humillar a los pueblos, y un ejemplo cabal de ello es la humillación que sufrió el pueblo alemán en el tratado de Versalles y que dio nacimiento a Hitler y a la Segunda Guerra Mundial.

Está escribiendo este artículo una persona que es incapaz de matar una mosca pero también un modesto escritor que no es un pacifista a ultranza y que, en suma, mira con admiración una metralleta en las manos de Ernesto Che Guevara. Yo vivo en lo que podríamos llamar la «Paradoja Bergamín», y voy a terminar contándola que es la mejor forma de explicarlo.

He aquí el relato, dividido en dos partes.

La primera: 1936. Es en el Madrid amenazado por las tropas de Franco. Los obreros consiguen por fin una entrega de fusiles por parte de la República y Bergamín se pone a la cola para coger un arma, pero el último fusil le toca al compañero que está delante suyo. Entonces él inopinadamente emite un suspiro de alivio porque así se veía dispensado de matar. Bergamín me contó que después se sintió muy avergonzado de su egoísmo.

La segunda: pregunté al gran escritor si era cierto que él había dicho que estaría con los comunistas «hasta la muerte pero ni un momento más», y si esa frase incluía la broma de pensar que después de su muerte, él, Bergamín, iría al cielo y los comunistas al infierno, y entonces él se rió abiertamente de mí. «No, muy al contrario -me respondió-, porque has de saber que todos los comunistas van al cielo».

Sombra.- (conmovida) Usted lo admiraba mucho, ¿verdad?

Sastre.- Sí, sombra mía, y siempre lo tengo en la memoria.

Alfonso Sastre es dramaturgo

Fuente: http://www.gara.net/paperezkoa/20111105/301304/es/El-relato-que-hay-que-hacer