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El sentido de la okupación: «el otro Caso Malaya»

Fuentes: SOITU

El Centro Social Malaya fue desalojado el lunes (1 de diciembre) tras 8 meses de actividad. Se reabre de esta forma el debate sobre la okupación, destacando por un lado la función de estos centros y por otro los problemas de corrupción urbanística y de falta de vivienda. Aunque existe mucho debate y manipulación interesada […]

El Centro Social Malaya fue desalojado el lunes (1 de diciembre) tras 8 meses de actividad. Se reabre de esta forma el debate sobre la okupación, destacando por un lado la función de estos centros y por otro los problemas de corrupción urbanística y de falta de vivienda. Aunque existe mucho debate y manipulación interesada en torno al tema, no se puede negar que el movimiento okupa es mucho más que un puñado de vagos que no quieren pagar alquiler.

La «okupación» puede definirse como un movimiento político-reivindicativo con dinámicas horizontales de organización que hace uso de terrenos y edificios abandonados para su «apropiación social», desafiando el tradicional derecho de propiedad. Durante la última década en particular, la mayoría de okupaciones, lejos de servir únicamente como vivienda, se transforman en «Centro Social Okupado Autogestionado» (CSOA o CSO). Cada CSO desarrolla actividades socioculturales abiertas centradas en el ámbito local, desde una perspectiva autogestionada y fuertemente politizada. No se puede negar el plus de legitimidad que ello supone, ya que en muchos casos son los propios vecinos, incluso los de edad avanzada, los que protestan cuando se realiza un desalojo.

En este país el movimiento tiene fuerzas muy diversas en función de qué ciudad estemos hablando. Mientras que en Barcelona se cuentan por cientos, en Valencia la actividad es anecdótica. Madrid mantiene un nivel de masa crítica que ha permitido resistir, aunque de forma precaria, el aumento de la represión y criminalización desde mediados de los años 90. Sin embargo, en los últimos tiempos estamos viendo un aumento de la actividad con la incorporación de sangre nueva y con el apoyo de los movimientos sociales de la ciudad.

Ayer se desalojó el «PSO Malaya», una de las iniciativas más potentes en los últimos años, donde convergieron numerosos colectivos, respondiendo a una trayectoria ya consolidada. El nombre elegido es muy simbólico, ya que el edificio en cuestión (que en lugar de Centro se decidió llamar Palacio) está intervenido por el juzgado del famoso Caso Malaya, por ser propiedad de un concejal implicado en la oscura trama de Marbella. Con ello se pretendió denunciar la corrupción sistémica, junto con la ya clásica protesta contra la especulación de inmuebles, en un contexto de falta de vivienda para jóvenes y de centros sociales de barrio. Este edificio había sido denunciado repetidamente por los vecinos por su estado deplorable, anti-higiénico y casi en ruinas.

Como en tantas otras ocasiones, el edificio fue restaurado en la medida de lo posible, acondicionado para hacerlo habitable, y transformado en un centro social abierto a todo el barrio. Dada la gran cantidad de espacio disponible, la asamblea ofreció espacio permanente a los colectivos y movimientos sociales que lo solicitaran. Así, se podrían llevar a cabo reuniones, asambleas, charlas, y diversas actividades gestionadas por cada colectivo, y dar una actividad frenética al PSO. Más de una veintena de colectivos dieron vida a la corta existencia del Malaya, con las más variopintas iniciativas: cine, autoproducción, teatro, creación plástica y fotográfica, hacking, librería y taller literario, grupo de género, ensayo musical y conciertos, radio, baile, medicina alternativa, yoga, seminarios, charlas-debate y mesas redondas…

Pero este centro no ha sido especial sólo cuantitativamente. Malaya es la continuación del proyecto comenzado en el CSO La Escoba (septiembre 2005 – octubre 2006) y desarrollado en el conocido CSO La Alarma (octubre 2006 – julio 2007). Su visión abierta y plural permitió desarrollar una de las iniciativas más interesantes de los últimos años: la «Universidad Popular», en la que se pretendía articular un punto de unión entre el punto de vista teórico universitario y la realidad social de los movimientos sociales. Así, distintos profesores universitarios participaron en sesiones históricas y políticas, debatieron sobre mayo del 68, la guerra civil, el dilema reformismo-revolución, las diferencias esenciales entre marxismo y anarquismo, teoría crítica feminista, entre otros temas que fueron surgiendo. Esta experiencia, que resultó ser todo un éxito, dejó muy buen sabor de boca. Y más importante aún, contribuyó a reducir la brecha existente entre dichos movimientos sociales y el mundo académico, rompiendo la idea del investigador en su torre de marfil.


Esta visión abierta e integradora estaba de nuevo fructificando en el Malaya, que comenzaba a colocarse como catalizador de distintas luchas fragmentadas, y que tenía proyectado continuar la universidad popular, entre otras iniciativas. Una vez más, la policía ha interrumpido el flujo de ideas desalojando y cerrando el edificio. Ya se sabe qué pasará con él: en unos años volverá a su «natural» estado vacío, ruinoso y muerto, como ya ha ocurrido con tantos otros edificios ex-CSO en todo el país. Sin embargo, la asamblea ha anunciado que el proyecto sociopolítico va más allá del espacio físico, como ya se lleva demostrando estos últimos años. «Malaya vive, la lucha sigue.»

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