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El silencio (parcial) fue esto

Fuentes: Rebelión

Lo recordaba Emir Sader recientemente. El número de incas que habitaban en Cuzco -el «ombligo del mundo»-, la capital del Imperio inca, cuando llegaron los colonizadores españoles rondaba los seis millones. Cinco años después fueron reducidos a 1,6 millones, todos ellos esclavizados. Los que componían la elite política, cultural y militar de aquella civilización que […]

Lo recordaba Emir Sader recientemente. El número de incas que habitaban en Cuzco -el «ombligo del mundo»-, la capital del Imperio inca, cuando llegaron los colonizadores españoles rondaba los seis millones. Cinco años después fueron reducidos a 1,6 millones, todos ellos esclavizados. Los que componían la elite política, cultural y militar de aquella civilización que antes que Copérnico, Bruno y Galileo ya conjeturaba que la Tierra giraba alrededor del Sol, unos 300.000, fueron liquidados, cortando de cuajo sus posibilidades de supervivencia.

Tal fue la destrucción causada por aquellos de quien desciende el actual rey de España, el mismo que en tono destemplado, tuteando desde su altura borbónica, manda callar y se ausenta de una reunión cuando el presidente de un país soberano, Daniel Ortega en este caso, se atreve a criticar -«osa» sería su palabra- el impío («criminal» era la palabra que tenía en mente) comportamiento en su país de una multinacional eléctrica española. Endesa, si no ando errado, para ser más concreto.

Se comprenderá por ello, y por muchas otras razones atendibles, la desolación que embargó a la izquierda, a toda ella, cuando dirigentes del PCE cuyos nombres prefiero no citar (no toda la izquierda comunista si siquiera toda la dirección del PCE y del PSUC ni desde luego el movimiento libertario), se presentaron ante la ciudadanía antifranquista en la primavera de 1977 aceptando símbolos asociados al franquismo y la propia institución monárquica. Cuesta creerlo ahora pero nadie entonces, salvo los muy metidos en el ajo, se podía imaginar que iba a transigirse con la forma de Estado y se iba a dejar la vindicación republicana en el archivo de los sueños imposibles. Nadie. Repito otra vez por si no se me ha leído: nadie. El necesario realismo político no se entonaba con marchas reales mal interpretadas.

Sea como fuere, aceptando aunque no admitiendo que aquella era entonces la única política posible y que lo otro, no cesar en el empeño republicano, era simple izquierdismo confortable de salón de mentes extraviadas, han pasado más de 30 años y en medio ha habido una Constitución intocable que sitúa al Jefe del Estado por encima de las leyes y en posición de mando, con la consecuencia de todos conocida y por algunos sufrida: no es posible criticar abiertamente la institución; no se puede señalar que la Monarquía no es una institución democrática; no es posible apuntar (o apenas tiene incidencia pública) que los presupuestos de la Casa Real y su forma de vida son un escándalo para toda persona que piense en ello un instante, un nanosegundo de su tiempo, sea o no de izquierdas, con limpieza de corazón y de mente; no es posible denunciar el servilismo inaudito de instituciones y autoridades que, como denunciaba Isaac Rosa, usan permanentemente nombres de familiares de la realeza, incluidas infantas de pocos meses, para nombrar hospitales o centros de estudio. Largo etcétera.

Por eso la izquierda que quiere contar como instrumento de cambio social, que realmente tenga espíritu de servicio para este objetivo, y que no aspire como finalidad central a su propia perduración y la de sus dirigentes y cuadros instalados, debe decir lo que es razonable y necesario decir: que no está, que no puede estar de acuerdo con esa forma de Estado porque, por definición esencial, no puede aceptar una institución no democrática, que son, además, un escándalo ciudadano muchos de sus comportamientos y que la actitud de los medios, casi de todos ellos, es de una irresponsabilidad que genera acidez gástrica -Iñaki Gabilondo brindando en pantalla en el 70 aniversario del monarca, por ejemplo- y que esto, todo ello, elemental, muy elemental por lo demás querido Watson, debería decirse en y fuera de las instituciones, y no sólo con la boca pequeña y en la más estricta intimidad y cuando toca en clave interna en los encuentros políticos de rigor. Organizaciones republicanas como la Unitat Cívica per la República (UCR), colectivo al que pertenezco (hay muchas más desde luego, todas ellas estimables en sus tareas y manifestaciones), lo agradeceríamos sinceramente. Sería un estímulo para nuestra lucha que es, creemos, la finalidad, el justo combate de toda la izquierda, combate que este próximo 14 de abril pasa de nuevo por airear nuestras banderas republicanas y recordar, aquí, en Barcelona, en la Plaza de Sant Jaume, antigua plaza de la República, a las 19 horas, no sólo la historia y las luces (y acaso también las sombras) de la I y II República españolas sino las características de la deseada III República, una aspiración que no es solo ni debe ser un objetivo político para ser analizado analíticamente en seminarios universitarios de posgrado de las facultades de Sociología y Ciencias Políticas.

Si la izquierda, o las izquierdas, como se prefiera, no lo hace así no pasará nada o casi nada desde luego, pero las gentes, las gentes que quieren recuperar memoria, energía, principios, racionalidad, sentido de su militancia, rojez extraviada, y escondida con vergüenza en ocasiones, y no quieren comulgar con ruedas de molino ni con nada indigesto, se alejarán de las posiciones acomodaticias de la izquierda instalada que apenas molesta y que, como ha hecho en numerosas ocasiones, podrá teorizar y justificar ad nauseam sus posiciones injustificables.

Eso sí. Es probable que cuando una marea ciudadana republicana se extienda por calles y ciudades esas mismas fuerzas se apunten e, incluso, quieran estirar del carro. El oportunismo, sabido es, suele tener esas señas de identidad.

«Y en verdad os digo que si es grande el país en que un hombre consigue, sin violar la ley, juntar cinco mil millones, es más grande todavía el país que no se los perdona, y que, anticipándose a la muerte, le obliga a devolverlos». Así escribía el escritor anarquista Rafael Barrett. Esta es la cuestión y a eso debemos aspirar. La Historia, como la propiedad, ha recordado el filósofo y escritor internacionalista y republicano Santiago Alba Rico, es un robo. Por ello, y por multitud de razones más, no deberíamos simpatizar con ese latrocinio ni con estos ladrones.

Nota:

Una versión de este artículo, en traducción catalana, fue publicada en Avant, marzo de 2008.