Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Viendo el proceso de paz entre Israel y los palestinos alargarse interminablemente año tras año sin concluir, resulta fácil pasar por alto los enormes cambios que han tenido lugar sobre el terreno desde los Acuerdos de Oslo firmados hace 17 años.
Todo ha ido minando el objetivo fundamental de los palestinos de lograr un Estado viable, ya sea el hecho de que casi se haya triplicado el número de colonos judíos sobre tierra palestina hasta llegar a la cifra actual de medio millón, el dominio cada vez mayor por parte de Israel de Jerusalén Occidental, el muro que ha anexionado de hecho a Israel enormes porciones de Cisjordania o la división del movimiento nacional palestino en campos rivales tras la retirada de Israel de Gaza en 2005.
Se puede estar produciendo otro revés de magnitud similar mientras Barack Obama muestra tentadoramente ante Benjamin Netanyahu un espléndido paquete de incentivos en un intento por convencer al primer ministro israelí para que renueve una congelación parcial de la construcción de colonias judías en Cisjordania.
La generosidad del paquete del presidente estadounidense, que incluye 20 aviones de combate por valor de 3.000 millones de dólares y respladar la continua presencia militar israelí en el Valle del Jordán tras la declaración del Estado palestino, ha llevado incluso a Thomas Friedman del New York Times a compararlo con un «soborno».
Altos cargos israelíes afirmaron ayer que todavía estaban esperando ver un texto del acuerdo elaborado entre Netanyahu y la Secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, en siete horas de negociaciones.
Además de la concesión del Valle del Jordán y de la oferta de aviones de combate que duplicarían de hecho la ayuda anual procedente de Estados Unidos, se afirma que el trato incluye la promesa de Washington de vetar durante el proximo año cualquier resolución de la ONU que se oponga a Israel y abstenerse, una vez que se hayan acordado las fronteras, de pedir cualquier limitación furtura al crecimiento de las colonias.
Hay indicios de que Netanyahu podrá asegurarse que su gobierno de derecha respalda una breve congelación de las colonias que, como ha indicado Estados Unidos, no incluye Jerusalén Occidental.
Hasta ahora Obama casi ha agotado su capital político tratando de resolver el conflcito. Esta semana ha habido indicios de que la Casa Blanca no podría afrontar otra humillación y de que se estaba jugando el todo por el todo.
La agenda de las negociaciones pide ahora llegar a un acuerdo sobre las fronteras en tres meses (mientras dura la congelación de la construcción de los asentamientos), seguido de una resolución final del conflicto en aproximadamente un año.
La optimista lógica de Washington es que en tres meses ya no será necesario renovar la congelación porque para entonces ya se habrá alcanzado un acuerdo sobre las fronteras en el que se haya decidido si hay que considerar que una colonia está incluida en el territorio de Israel y, por lo tanto, se le permite expandirse, o bien dentro de Palestina y, por lo tanto, tendría que ser destruida.
En una vena igual de optimista, al parecer Estados Unidos espera que el problema de los refugiados simplemente se disuelva con la creación de un fondo internacional especial para compensarlos. El derecho al retorno parece estar fuera de la mesa de negociación.
Si estos obstáculos se pueden superar (un gran «si»), sólo queda sin resolver un punto significativo de discusión, el futuro de Jerusalén Oriental.
Aquí es donde las cosas se ponen más difíciles. Después de que la construcción de colonias en Jerusalén Oriental causara fricciones entre Israel y Estados Unidos durante la pasada moratoria, Estados Unidos no propone que se aplique a Jerusalén Oriental la congelación de tres meses.
Esta concesión y las líneas generales de una propuesta de paz anterior bajo el presidente Bill Clinton dan a entender la estrategia más probable de Washington. Se dividirá Jerusalén Oriental, con el enorme bloque de colonias en las que viven al menos 200.000 judíos, entregadas a Israel mientras que la Ciudad Vieja y sus santos lugares cae dentro de una complicada soberanía compartida.
Los palestinos están consternados ante esta intensa diplomacia estadounidense-israelí. Han calificado de «profundamente decepcionante» el acuerdo entre Estados Unidos y Netanyahu y piden a la Casa Blanca incentivos igual de generosos para facilitarles la vuelta a las negociaciones. La Liga Árabe, que ha adquirido un papel relevante supervisando las negociaciones palestinas, también se ha opuesto al acuerdo.
Los palestinos temen que se les deje con un entramado de retazos de zonas desconectadas (lo que Israel previamente había denominado «burbujas») como su capital.
Si se logra que el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmoud Abbas, se trague todo esto, lo que parece altamente improbable, entonces tendrá que enfrentarse con Hamás, la facción palestina rival, de la que se puede esperar que haga cuanto está en su mano para trastocar semejante acuerdo.
Y además está Netanyahu. Pocos analistas israelíes creen que repentinamente se haya vuelto más proclive a los planes estadounidenses.
Neve Gordon, un profesor de política en la Universidad Ben Gurion en el Negev y autor de un importante estudio sobre la ocupación, cree que el primer ministro israelí simplemente está desempeñando el papel que Obama le ha pedido que desempeñe.
«Está considerando la ‘mercancía’ estadounidense, pero se mantendrá firme en relación a asuntos claves, lo que garantiza el fracaso de las negociaciones. De este modo consigue crédito al mantener las negociaciones en marcha y deja que los palestinos cargen con la culpa de abandonarlas».
Esto suena sospechosamente parecido a una repetición de las últimas negociaciones de paz verdaderas en Camp David en 2000. Entonces, la intransigencia israelí atascó las negociaciones, pero Estadso Unidos e Israel culparon al dirigente palestino Yasser Arafat de su colapso.
El fracaso de Camp David provocó el estallido de la violencia palestina, la segunda Intifada, y la desaparición del campo de la paz israelí. Puede que Netanyahu esté dispuesto a arriesgarse a que se repitan ambas cosas a partir de estas negociaciones si esto significa que puede evitar hacer ninguna concesión real al Estado palestino.
Jonathan Cook es un escritor y periodista que trabaja en Nazareth, Israel. Sus últimos libros son Israel and the Clash of Civilisations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East, Pluto Press, y Disappearing Palestine: Israel’s Experiments in Human Despair, Zed Books. Su págian web es www.jkcook.net.
Una versión de este artículo se publico originalmente en The National (www.thenational.ae) de Abu Dhabi
Fuente: http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=21974