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Entrevista a Narciso Cobo, profesor titular de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana

«El socialismo es esencialmente un ejercicio de participación»

Fuentes: Revista Temas

¿Qué socialismo? ¿Qué conceptos y prácticas deben caracterizar al nuevo modelo socialista? ¿Cómo distinguirlo del vigente? ¿Cuáles son los espacios de autonomía de una sociedad civil socialista? ¿Cómo tendría que funcionar el sistema político? Narciso Cobo es jurista y profesor Titular de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Fue presidente de […]


¿Qué socialismo? ¿Qué conceptos y prácticas deben caracterizar al nuevo modelo socialista? ¿Cómo distinguirlo del vigente? ¿Cuáles son los espacios de autonomía de una sociedad civil socialista? ¿Cómo tendría que funcionar el sistema político?

Narciso Cobo es jurista y profesor Titular de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana. Fue presidente de la Sala de lo Económico del Tribunal Supremo Popular y de la Sociedad Cubana de Derecho Económico y Financiero. Actualmente funge como vicepresidente de la Corte Cubana de Arbitraje Comercial Internacional. Ha publicado artículos en la revista Temas y participado como ponente y público en las sesiones de Último Jueves.

Fernando Luis Rojas (FLR): Está claro hoy que las rutas del socialismo en sus 99 años de puesta en práctica no responden a un mapa prestablecido y cierto. Pero también que, sin reformularlo, desde cada experiencia nacional y visión del mundo actual, sin saber hacia cuál queremos ir, caminando a tientas, o importando modelos, se corre el riesgo de no llegar a ninguno. Ahora que se acerca el VII Congreso del Partido Comunista y se habla de su conceptualización, ¿qué distingue al socialismo existente y el que se necesita para Cuba? ¿qué distancia existe entre uno y otro?

Narciso Cobo (NC): A nuestro favor tenemos los errores. Unas veces hemos dado en el clavo y otras en la herradura. Entonces la distinción entre el socialismo que tenemos y el que necesitamos va a depender, ante todo, de la capacidad que tengamos para corregirlos. No basta con hablar de ellos. Se trata de no dejar que continúen pautando, de hecho, la vida cotidiana del cubano.

Por momentos hemos mostrado la capacidad de autocriticarnos, pero quizás no hemos sido ni acabamos de sercoherentes con esa autocrítica. Por otra parte pienso que no se hace un verdadero espacio al debate y la crítica social.

Pese a lo justificativos que hemos sido y creo seguimos siendo, sin culpar de ello a la prensa que quizás piensa y quisiera decir las cosas de otra manera, no creo que nos haya faltado ni nos falte un pensamiento crítico informado. Y como si este no bastara, tenemos el del sentido común de la gente, que el humor del cubano no ha dejado nunca de reflejar. Será un problema de canales o de interlocutor, pero lo cierto es que, intencionadamente o no, se hace una «zona de silencio» en torno a la crítica social, un silencio paralizante. Es de las cosas que considero, obligadamente, tenemos que cambiar.

En el socialismo que me represento es la gente lo que tiene otra centralidad, no el Estado. Este último tiene un papel ordenador, conductor hasta cierto punto, en la transformación de las relaciones sociales, pero es la sociedad la que construye el socialismo. Y no sé si «construir» sea la palabra. Pero lo cierto es que este no se hace sin participación, sin oír a la gente. Suele decirse que tenemos diseñados los espacios, pero en la vida real yo creo que todos, en un grado u otro, somos conscientes de que ni son todos los que deben y pueden ser ni son lo efectivos que quisiéramos que fueran. Hay un cierto autoritarismo o centralismo que, perdonando la expresión, más que anular, «suplanta» esta participación.

FLR: Usted decía que «unas veces hemos dado en el clavo y otras en la herradura». ¿Cómo se daría entonces en ese socialismo necesario o deseado la dinámica entre continuidad y ruptura?

NC: Hay que advertir que hay continuidades, valores, que han sustentado el proyecto revolucionario en el ámbito social, que deben seguir formando parte, pienso, de ese socialismo que necesitamos o queremos; que no debemos renunciar a ellos, aunque puedan formar parte de nuestra utopía. A la vez que dan una dirección y un sentido a las transformaciones, encierran una capacidad movilizativa que en todo caso debemos preocuparnos por perfeccionar. Nuestro ideal de una sociedad lo más justa e igualitaria posible está entre esos valores que, sin embargo, pueden verse relegados, como resultado de las propias transformaciones.

Sin apego a la perpetuación y sin temor a la ruptura, un proceso de transformación como el que debemos llevar a cabo, presupone continuidad y renovación.

Quizás la mejor forma de responder, entonces, sea «por oposición», a partir de los rasgos negativos que puede presentar nuestro socialismo que de alguna manera le restan capacidad de atracción o credibilidad. Y esto es algo que tendríamos que comenzar por analizar y debatir, abiertamente. ¿Qué hace que nuestro sistema no tenga la credibilidad que quisiéramos que tuviera? Creo que atribuir este fenómeno solo a los problemas económicos que confrontamos sería una simplificación.

FLR: ¿Qué otros problemas podrían considerarse además del económico?

NC: Hay otros factores que pueden concurrir y que más allá de las carencias materiales, creo le restan capacidad de atracción al proyecto cubano. El fenómeno migratorio es solo una manifestación de esto. Y, por paradójico que pueda resultarnos, al menos una parte de la respuesta pudiera estar, pienso, en lo que llamamos, con toda justicia, conquistas del socialismo. Aunque nadie duda de los logros en los campos de la salud y la educación, por tomar quizás los más reconocidos internacionalmente, sucede que damos por sentado sus bondades y solemos pasar por alto las disfuncionalidades que presentan en el día a día, para dar respuesta a expectativas que no han dejado de evolucionar y de ser cada vez más exigentes y que buscan criterios de comparación que dejan atrás nuestra realidad.

No hay que perder de vista que los cambios que fueron radicales en su día, como parte del proyecto revolucionario, hoy forman parte de los derechos adquiridos y solo suelen evaluarse a partir de las insuficiencias que puedan presentar actualmente. La gratuidad y universalidad de servicios como la educación y la salud se dan por sentadas, ahora es un problema de calidad. Si bien esta es reconocida por los organismos internacionales y se expresa en indicadores sociales que nos posicionan favorablemente como país, es cierto que en la percepción del ciudadano medio no es igual. Sin perder de vista que esta es una visión compartida muchas veces por quienes laboran en ambos sectores y que no ven retribuido su trabajo, de verdadera especialización y dedicación, en detrimento de su sentido de pertenencia y entrega profesional.

Con sus matices y diferencias, no deja de suceder algo parecido en campos tan distintos y representativos de nuestra identidad, como el deporte, la ciencia o la cultura, pese a los logros en unos y otros.

Por otra parte, en Cuba, a pesar de tratarse de un país de trabajadores, no alcanzamos a reconocer el trabajo. Quizás, reflexionando en alta voz, sea este el problema de mayor peso en la falta de credibilidad del socialismo que tenemos. Y por oposición, es este el aspecto primordial que debe resaltar en el socialismo que queremos: el respeto por el trabajo, su centralidad. No es un problema de declaración. O filosófico. O de exaltación en los marcos de una jornada dedicada a un sector u otro. Es en los hechos que tiene que figurar este reconocimiento, que no se expresa solo en términos monetarios o retributivos, aun cuando este último evidencie ser, quizás, el problema mayor. Restituir la centralidad del trabajo quizás sea el reto más honda significación en las transformaciones que tenemos por delante.

FLR: Aunque usted evita la simplificación, en la insuficiente credibilidad de nuestro sistema lo económico mantiene un peso significativo.

NC: Y lo político. Dos pueden ser los rasgos que presenta nuestro socialismo que, a mi juicio, le restan igualmente credibilidad: la centralidad del poder y la falta de participación, que quizás puedan sintetizarse en el verticalismo que padecemos. La primera se expresa en todos los campos y si por una parte hace densa la red que se estructura jerárquicamente, por otra anula la iniciativa, la creatividad, la autonomía de los órganos que están llamados a compartir funciones de gobierno o administración. En el plano de los valores, hacer lugar a la participación solo de manera figurativa, sin concederle verdadera importancia, cuando en rigor el socialismo es esencialmente un ejercicio de participación, no deja de ser caldo de cultivo del oportunismo, la complacencia, la mediocridad y la doble moral.

En lo económico, sin entrar a los problemas de la excesiva estatalización, actualmente en vías de corregirse, la centralización, de manera análoga, persiste como un rasgo distintivo que afecta el funcionamiento de la economía y descoloca a los actores económicos; anulando su capacidad de emprendimiento y vaciando de sentido la participación de los colectivos de trabajadores, sin la cual el carácter socialista de la propiedad estatal carece de verdadera sustentación. Si a esto sumamos la estrechez de algunos criterios aún prevalecientes en torno a la pequeña empresa; tenemos una economía caracterizada por su rigidez, baja productividad y limitada eficiencia. No tanto por ser primordialmente estatal, como por la forma de organizar y llevar a cabo la actividad económica.

FLR: Para aprovechar su metodología de diseñar y construir «por oposición» el modelo deseado, ¿qué conceptos y prácticas sobre la propiedad, los medios de producción y el mercado, deben caracterizarlo?

NC: La conceptualización de las formas de propiedad puede no haber sido la más acertada, pero pienso que es en la práctica, en su realización, donde encontramos los obstáculos mayores. De una manera u otra todas las formas de propiedad reconocidas se ven limitadas y condicionadas en la vida real. En este sentido creo que, de cara al futuro más inmediato, partiendo del proceso de consulta que deberá desplegarse con vistas a la reforma constitucional que debemos llevar a cabo, tendremos todos que preguntarnos por las relaciones de propiedad que necesitamos. Y eso implica abandonar esquemas o estereotipos relacionados tanto con la propiedad estatal como con las restantes formas de propiedad, de manera que los derechos relacionados con su realización puedan ejercitarse conforme a su naturaleza y finalidad, en beneficio de sus titulares y de la sociedad.

En cuanto a los medios de producción, término que a veces nos ha llevado por derroteros equivocados, pienso que los pasos que se dan en relación con las formas de gestión empresarial no estatal, expresión que continua poniendo de relieve una visual estatista, van dirigidos a reconocer el papel de estos nuevos actores y, como corolario, la diversidad de formas de titularidad e intervención de estos sobre los medios de producción a su disposición. Todo medio o instrumento de producción, equivale a decir todo actor económico, cuenta. Todo lo que obstaculice o haga ineficiente su empleo va en contra de la racionalidad económica que pienso debe primar para acabar de salir adelante.

Son los actores económicos, cualquiera que sea el régimen de propiedad, los que crean la riqueza. Toda la riqueza. Crean valores con su actividad. Es importante que lo puedan hacer con la mayor racionalidad y eficiencia. Si se ven estorbados o impedidos por hallarse privados de la capacidad para tomar decisiones y asumir su responsabilidad por los resultados, difícilmente se les puede culpar. No es el empresariado, pienso, el que debe continuar cargando las culpas. Hay que revisar el entorno de este empresario, y corregir todo aquello que lastre o impida que desenvuelva su actividad.

En esto, y no quisiera dejar de decirlo, la forma en que hoy día se ejerce el control sobre los actores económicos tiene, en mi opinión, parte de la responsabilidad. En el imaginario del empresario cubano, quiérase o no, se trabaja muchas veces para la supervisión. Esto es algo que en boca de Carmela, la protagonista de la película Conducta, es una alerta de algo en lo que debemos reflexionar.

FLR: Usted hablaba de la centralidad que debe tener la recuperación del trabajo. Esta problemática se identifica muchas veces con lo estatal, pero en realidad lo trasciende. En el sector tipificado como «trabajo por cuenta propia» -muy heterogéneo- se establecen relaciones que en ocasiones no reivindican el lugar central del trabajo; pero este se encuentra tan deprimido en el ámbito estatal que una subvaloración de su papel en la pequeña o mediana propiedad privada no parece significativa.

NC: Pero es que en la forma en que se trata ese universo al que tú te has referido, tan heterogéneo, conduce de alguna manera al ocultamiento de esas relaciones laborales; por lo tanto, todas las relaciones que se inscriben en ese espacio, en ese ámbito, entran en un grado de precariedad porque carecen de verdadera tutela. Ellas están todo el tiempo sujetas a «mi» autoridad, a «mi» decisión, con un grado de dependencia que le impone una sujeción diferente, aun cuando sus criterios de realización personal se acerquen más aquí, con independencia de que su proyecto de vida sea más realizable a partir de los ingresos que pueden derivar de aquí; pero el factor trabajo aquí acusa toda esta problemática. Si a esto le añades la otra mecánica de invisibilidad, real, estás agravando esta situación que tú adviertes. Entonces el tema relación de trabajo indudablemente es, en mi opinión, de máxima sensibilidad.

Carolina García Salas (CGS): Quizá a la concepción del proceso de trasformaciones en Cuba le estén faltando miradas integrales, abarcadoras y articuladoras de distintos campos, desde el punto de vista jurídico, ¿cuáles son los principales retos?

NC: Todo esto que estamos hablando tiene necesariamente que expresarse en un sistema y orden legal, en un régimen normativo. Es que la norma, el derecho, lo que formula son expectativas de conducta, básicamente. Cómo queremos que se conduzcan la sociedad, determinados grupos, la persona. Son expectativas de conductas. Eso implica algo, una categoría que en mi opinión es clave y que nosotros la hemos desacomodado, que es el interés. ¿Cuáles son los intereses?, ¿qué son los intereses sociales?, ¿cuáles son los intereses personales? No hablo de necesidad, la necesidad es una categoría muy importante, pero esta, la de los intereses, lo es también.

Para ponerte un ejemplo: un pelotero cubano -yo ni siquiera soy un aficionado al beisbol, no quisiera incurrir en ninguna superficialidad- puede haber sido aplaudido por la afición, puede incluso haber sido beneficiado, reconocido, estimulado moral y económicamente y, sin embargo, emigra. Esto indica que no necesariamente se trata de problemas económicos, o de la posibilidad de ganar millones, es que en su imaginario jugar en Grandes Ligas tiene una significación importante, le falta ese otro reconocimiento para su realización como persona, quiere «medirse» allí.

Entonces el de los intereses es uno de los campos en los que requeriríamos trabajar de manera muy sostenida. Hay que identificar esto, revelarlo, para poder tener las normas adecuadas que los tutelen, que los protejan, que hagan posible su realización.

Esto sucede en todos los ámbitos, en el de las asociaciones, de las fundaciones, ¿cuántos intereses diversos no están presentes en su conformación? Pero alrededor de estos procesos todavía hay muchas restricciones. Por un lado, el síndrome del ocultamiento, el pensar que hay siempre cosas detrás, no dichas. Por otro, el problema de que, no consideramos, no concebimos la no subordinación. ¿Por qué una asociación tiene que subordinarse?, ¿a qué? En otros contextos estas organizaciones forman parte del entramado social, simplemente. Sin embargo, en nuestra percepción es impensable que no se subordine a algo. Es una expresión evidente, me parece, de aquel verticalismo del que hablaba.

FLR: En este fenómeno que apuntaba Carolina y que usted desarrollaba ha sido una clave la alusión al problema de la participación y del verticalismo. Ahora usted mencionaba la actitud ante el asociacionismo como una de las expresiones. Creo que eso puede estar vinculado con determinados ejercicios de generación jurídica. A veces uno se pregunta, ¿cuál es el ámbito de discusión que debía tener una determinada medida que se establece? Estoy pensando, por ejemplo, en la Ley de inversión extranjera. Cuando se habló del proceso de discusión previa a la aprobación de la Ley por la Asamblea Nacional, se refirió un proceso muy amplio de consulta con un grupo de especialistas, treinta, cuarenta por territorio, como una cifra significativa.

Experiencias como esta generan preguntas: ¿Se discute todo?, ¿qué se discute?, ¿cómo se dan los vínculos?, ¿cuál es el papel del Estado?, ¿qué otros mecanismos?, ¿qué otros mediadores están?, ¿podrían ser las asociaciones quizás un espacio para ello?

NC: Quedarse en esa franja de que si discutimos esta o aquella ley puede llevarnos a asumir que tenemos los espacios de participación que quisiéramos y necesitamos; yo no creo que sea así. No hay que confundir el proceso de gestación de las normas legales con lo que es el proceso de participación de la ciudadanía en todo lo que le toca y concierne, son cosas diferentes.

La norma, de alguna manera, está precedida por una política, independientemente de que a esa política, a su vez, le anteceden estudios, investigaciones, que han identificado necesidades de ordenamiento, de cambio, de regulación, en alguna esfera de la sociedad, en los que es comprensible y necesario que participen expertos.

Pero, ¿cómo se participa de la gestación de esas políticas?, casi tecnocráticamente; no debe ser. ¿Cuándo y cómo discutimos esas propuestas, esas bases de políticas públicas en cualquiera de los campos, en relación con la juventud y el problema migratorio, el envejecimiento de la población, la pobreza, la desigualdad, los precios? Todas esas son proyecciones que se deben de alguna manera examinar, más allá de los limitados espacios en que a veces discurre este examen, más abiertamente.

Después se formula esa política y se somete a una aprobación que la congela, la sacraliza; y no hay tampoco una intervención en la aprobación de las mismas, ¿dónde es que, como regla, se aprueban esas políticas, en qué espacio?, en el más reducido que tenemos.

Y luego se va al proceso de implementación. Nuevamente, ¿dónde se debate? Muchas veces no hay ese otro momento de reflexión ni de reconsideración de lo que quedó aprobado. Hay directamente una norma que está llamada a proyectar y reflejar la política con sus aciertos y con sus errores.

Después viene el problema de la eficacia de aquella norma. ¿Dónde y cómo se evalúa? Entonces se gestan «zonas de silencio» en torno al comportamiento disfuncional de esa política o de aquella norma, en torno a su propia ineficacia. Creo que el tema de la participación no podemos verlo restringido a esa consulta que a veces se hace, porque ese proceso no está dirigido a formar o fomentar consenso. Este último implica capacidad de intercambio, diálogo, es donde va estructurándose gradualmente un pensamiento diferente, que está nutrido de muchos otros y eso no creo que lo tengamos, realmente, en nuestra visual. Sin embargo, no es nada que no podamos hacer.

CGS: Hablando de participación, ¿cuáles considera que son los rasgos y espacios propios de una sociedad civil socialista?

NC: La sociedad civil resulta un concepto o una categoría que, a pesar de comenzar a tratarse entre nosotros en los 90, no parece acabar de encontrar el debido acomodo. Ni en la teoría ni en nuestra práctica social. Pese a contar con organizaciones sociales de una vocación integradora, que han desempeñado un papel importante a lo largo del proceso revolucionario y que nacieron como productos originales de este, su perpetuación y limitada capacidad de renovación, parece haber erosionado su legitimación en la actualidad. Esto nos obliga a pensar.

Las asociaciones, portadoras de una amplia diversidad de intereses y representativas de importantes sectores de la sociedad cubana, cuyo crecido número pudiera sorprendernos, se ven restringidas de manera significativa en su ámbito de actuación. Hay un síndrome velado que hace denso el espacio en que estas se mueven, que les resta el protagonismo que les es propio como vectores de una dinámica de intercambios, a pesar de que no dejan de compartir muchos de los empeños y compromisos de nuestro proyecto social. Esto, sin excluir el papel que pudieran incluso asumir en la esfera de la redistribución para contribuir a amortiguar diferencias y a la sostenibilidad, legitimación y credibilidad de nuestro sistema social. Una gran parte de ellas, sin embargo, carece incluso de visibilidad.

Las razones para contar con ellas son múltiples. La sociedad cubana es rica en espacios. El cubano propende en cierta medida a integrarse a cuerpos, a grupos, en los que su vocación o inclinaciones se ven de alguna manera compartidas con otros, y que refuerzan su forma de apreciar o valorar una actividad. Este es un modo importante de participación. A la vez. Las asociaciones tienen un indudable impacto social, permiten la realización personal de sus miembros o integrantes. Tienen o pudieran tener un papel de articulación nada despreciable. El solo hecho de su capacidad de diálogo debiera obligar a hacerles otro lugar. Pero está claro que también debe haber una voluntad de escuchar.

FLR: Esas restricciones a las asociaciones y esa necesaria voluntad de escuchar de la que habla, nos remite a mirar el sistema político. En este sentido, ¿cómo debe funcionar un sistema político socialista renovado?

NC: De entrada, creo que de manera diferente a como viene haciéndolo. De forma mucho más participativa. Más abierta. Más inclusiva. Lo político no se agota en lo electoral. Me lo represento más bien en su funcionamiento: en la gestación, aprobación e implementación de las políticas públicas, y en su ejecución y control. No puede, o no debería, operar sin un grado diferente, verdaderamente efectivo, de participación popular. Y si ello va a realizarse bajo la rectoría del Partido, debe tener lugar con la participación obligada de toda la sociedad civil, puesta en función de ello. El Partido no debe suplantar a esta.

El Estado sirve a la sociedad civil, no a la inversa. Luego, el sistema político debe ordenarse de modo tal que aquel se organice y funcione de manera verdaderamente representativa y participativa, no simbólicamente, sino de manera efectiva. Ello supone otra capacidad de intervención del ciudadano y de realización de sus derechos, y también de las instancias locales por ser las más cercanas a este, a la comunidad, a la vida real, a lo cotidiano, donde se debe manifestar y realizar el sistema social. Es lo que le imprime a este, y posibilita, su legitimación y credibilidad. Ese es, creo, el verdadero espacio en que se concreta y realiza el socialismo.

Hoy, francamente, considero frustrante la participación ciudadana. Y pienso que parte importante de este sistema político debe estar en la capacidad que muestre de estar atento a los problemas de la gente y dar solución a estos con su participación. Los medios de prensa, como caja de resonancia de los posibles intereses en conflicto, deben tener un papel importante en este entramado. En esa dirección habría que replantearse quizás el problema de estos y buscar formas más adecuadas que le confieran la necesaria «capilaridad». En esto, la función de la prensa es irremplazable.

Por otra parte, aunque centralización y autoritarismo no son la misma cosa, se dan las manos. Y más allá de lo que pueda entorpecer, como tantas veces se ha dicho, la autonomía de los actores económicos, la creatividad e independencia de pensamiento y el ejercicio de las libertades, no deja de resultar un campo propicio para conductas complacientes y oportunistas, que lastran el sistema político y lo privan de la necesaria legitimación.

Pienso que nuestro socialismo tiene que ganar credibilidad, no solo para los de afuera, sino ante todo para nosotros mismos; y renovar su legitimidad, con el acuerdo de todos. La histórica alcanza a explicar el proyecto social cubano, pero no la continuidad, permanencia y sostenibilidad de su ideario. Y esto es importante; es algo en lo que obligadamente tenemos que pensar.

Son ya mayoritarias las generaciones nacidas dentro del proceso revolucionario, que tienen otra perspectiva de las realizaciones alcanzadas y que, sin desconocer los sacrificios de las que las preceden, son portadoras de nuevas exigencias. Yo creo que es necesario fomentar un nuevo consenso de los derroteros que nos proponemos, con la más amplia participación de todos. Creo que más allá de las reformas económicas emprendidas, y las transformaciones que se vienen operando, el proceso de modificación del texto constitucional, como verdadero eje articulador de estos cambios, debe contribuir a sentar las bases y a fijar las pautas que den paso a esa necesaria renovación de nuestro sistema político, en su integralidad.

FLR: Hay una cosa que me resulta interesante como expresión de esa «participación ciudadana frustrante». Tiene que ver no solamente con la participación en el diseño o definición de esas políticas, sino con la evaluación de las mismas. Por ejemplo, en el proceso de discusión de los Lineamientos había una percepción bastante amplia de la necesidad de una transformación. Ahora, no creo que esté la fórmula para identificar que esa política de cambio que inicialmente fueron losLineamientos pueda enfrentar obstáculos, problemas y padecer desviaciones o errores desde el propio momento en que se empieza a implementar.

NC: Tiene que ver con muchas cosas, Fernando. Lo primero que yo te preguntaría, ¿por qué colocarnos en lo que fue el debate de los Lineamientos para examinar este problema? Hemos tenido otros espacios de convocatoria en momentos cruciales, pero tenemos el Congreso [del Partido] a las puertas, ¿por qué no hemos debatido lo que se va a examinar, considerar, analizar allí? Eso es lo que legitima a la fuerza rectora. ¿Hay que esperar a que decidan lo que yo voy después a examinar? ¿Por qué? No ha sido ni siquiera nuestra práctica histórica. Lo que se ha llevado a los Congresos siempre ha sido debatido con un grado de amplitud, ¿cómo en un momento como este se nos va a privar de eso?, ¿qué se dirá de la Constitución, de los Lineamientos, de las estrategias? Hay que sentar las bases para recibir al menos un ruido de cómo pensamos, percibimos, qué nos angustia, qué nos preocupa. Y no es una discusión formal, parte de una necesidad de registrar para poder llevar a ese marco el rigor, la profundidad de análisis que merece.

Dentro de nada habrá cambios importantes, concluye la presente legislatura y termina Raúl como presidente de Estado y gobierno, ¿y quién asume? Antes tú conocías todos y cada uno de los secretarios del Partido de provincias, antes te sabías de memoria los miembros del Buró Político, los del Secretariado; eso formaba parte de la cultura política. ¿Ministros? La mayor parte eran conocidos. El factor histórico, presente en la mayor parte de ellos, reforzaba su autoridad. ¿Hoy quién los conoce? Estamos ante una nueva realidad en la que las instituciones están llamadas a desempeñar un papel central. Entonces tenemos que apostar a un diseño más inteligente de estas.

Yo creo que, pese a todos los empeños en su preparación, nunca hemos estado en una situación de mayor precariedad en las estructuras de dirección del país. Cómo no oír a la gente, si es un momento en el que tienes que formar consenso, alimentarte de todas las percepciones, de todas las inteligencias. Creo que tenemos capacidad instalada, tenemos la gente, tenemos un por qué, tenemos cómo. Sería muy lamentable que no hiciéramos las cosas bien pudiendo y teniendo cómo hacerlas. Si en algún momento ha sido necesaria la participación, es este.

Fuente: http://temas.cult.cu/content/el-socialismo-es-esencialmente-un-ejercicio-de-participaci-n