Ya casi nadie habla de los muertos en Cisjordania y Gaza. Lentamente, como una niebla espesa que se disipa en un amanecer frío y gris, las palestinas y los palestinos abatidos por los colonos judíos y las fuerzas de seguridad israelíes dejan de existir en los grandes medios de comunicación. Como si hubieran pasado de […]
Ya casi nadie habla de los muertos en Cisjordania y Gaza. Lentamente, como una niebla espesa que se disipa en un amanecer frío y gris, las palestinas y los palestinos abatidos por los colonos judíos y las fuerzas de seguridad israelíes dejan de existir en los grandes medios de comunicación. Como si hubieran pasado de moda o, mejor dicho, transformados en cifras estáticas y sin sentido. No es algo nuevo, sino que sucede desde hace setenta años, cuando fue creado el Estado de Israel en territorio palestino; un territorio arrasado, en un principio, por bandas paramilitares israelíes como la Haganá e Irgún, que luego fueron la base humana e ideológica del actual Ejército hebreo.
A las palestinas y a los palestinos los borran sistemáticamente de las pantallas de televisión. O, peor todavía, los acusan de terroristas. Y ahora, de seres lunáticos que asesinan a cuchilladas a los colonos judíos. Pocos se detienen a explicar por qué razón sucede esto. Pocos hablan de la ocupación más cruel y extensa que ha visto el mundo moderno. Y esos pocos, en muchos casos, son castigados con el silencio mediático, la judicialización (como el caso del periodista Carlos Aznárez en Argentina) o la demonización.
Desde hace varias semanas, en Cisjordania y Gaza se mantiene un levantamiento que ya todos denominan como la Tercera Intifada. Hartos de la represión permanente, los palestinos y las palestinas se defienden con lo que pueden y tienen a mano. El gobierno israelí, dirigido por Benjamín Netanyahu, no se detiene en su búsqueda de exterminar a un pueblo que se niega a desaparecer.
Las cacerías desatadas en la Mezquita Al Aqsa contra los palestinos musulmanes derivaron en una profunda furia que todavía repercute hasta el día de hoy. Porque el Estado israelí no hace distinción a la hora de barrer las calles y poblados, estén habitados por mayorías musulmanas o cristianas.
El lunes pasado, agentes israelíes dispararon contra dos adolescentes palestinas, matando a una de ellas e hiriendo a la otra. La justificación fue la misma de siempre: las jóvenes supuestamente intentaron atacar con cuchillos a israelíes en el centro de la ciudad de Jerusalén (Al-Quds).
La vida de Hadel Wayih Awad, de 16 años de edad, quedó tendida en una calle cualquiera y fue filmada. El video, como muchos otros que se filtran en las redes sociales, demuestra la brutalidad israelí. Una de las fuerzas de seguridad más financiada y equipada del mundo, como la de Israel, resuelve un ataque individual disparando a mansalva. La prevención, para los agentes israelíes, es una broma de mal gusto.
El accionar de los uniformados hebreos no es una falla del sistema, como tampoco los asesinatos de pobladores palestinos son parte de «abusos» de las fuerzas militares y policiales. Existe un eje ideológico que atraviesa a las instituciones oficiales de Israel, el cual permite, fomenta y protege el asesinato de palestinos y palestinas. Un ejemplo claro lo dio hace dos días el ministro de vivienda israelí, Yoav Galant, que reclamó un extenso ataque contra Cisjordania, en particular en Hebrón (Al-Jalil). Una incursión de ese tipo «requiere un sistema de inteligencia fuerte, incluyendo la defensa y el ataque», sostuvo el funcionario.
Esta semana se conoció que la parlamentaria israelí Anat Berk propuso que los menores de 14 años que cometan delitos «con motivaciones nacionalistas» puedan ser condenados a la cárcel. La iniciativa, autorizada por el Comité Ministerial de Leyes de Israel, equipara esas «motivaciones nacionalistas» con «terrorismo». Si la norma es aprobada, los menores que sean hallados culpables tendrán arresto domiciliario hasta que cumplan los 14 años de edad para luego ser enviados a prisión.
Continuando en la misma línea represiva, Netanyahu anunció una serie de medidas destinadas a «reforzar la seguridad» en Cisjordania. Al visitar los asentamientos ilegales de Gush Etzion, situados al sur de la ciudad cisjordana de Belén (Beit Lahm), el premier expresó que «además de reforzar nuestras unidades, aumentando el número de nuestras fuerzas y enviando a otras a aldeas y asentamientos, estamos llevando a cabo operaciones adicionales, algunas de las cuales puedo detallar».
Esos detalles seguramente hicieron regocijar a Netanyahu: las fuerzas hebreas inspeccionarán uno a uno los vehículos palestinos, el ejército desplegará soldados en diferentes puntos de la zona, se revocarán de manera extensiva los permisos de trabajo para los familiares de los palestinos ultimados y acusados de atacar a colonos israelíes en Gush Etzion, y se analizará la posibilidad de prohibir que los palestinos trabajen en supermercados, fábricas y otras instalaciones del lugar, algo que podría afectar laboralmente a unos dos mil pobladores.
En estos días, en Naciones Unidas se realizan audiencias especiales para tratar el tema palestino. De forma unánime, la mayoría de los países condenaron la ocupación de Israel sobre los territorios históricos de Palestina. Esta declaración se suma a otros cientos que se han aprobado en las últimas décadas rechazando la política de apartheid de Tel Aviv. Israel, junto a su principal aliado Estados Unidos, otra vez hará oídos sordos. Mientras tanto, el sonido de la Tercera Intifada en las calles de Cisjordania y Gaza continúa siendo la única realidad de las palestinas y los palestinos.
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