Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
En Oriente Medio, las ironías llegan bañadas en arsénico: En Siria, el régimen de Bashar al-Asad va y levanta un estado en emergencia que llevaba en vigor 48 años justo cuando Siria está verdaderamente en estado de emergencia. Y después, un periódico del régimen, Tishrin, se pone a asegurar que «la forma más sublime de libertad es la seguridad de la patria».
Y para «asegurar la patria» del régimen de Asad -una oligarquía familiar, militar y de negocios-, invadieron la ciudad de Daraa con columnas de tanques. Asad había hecho unas cuantas concesiones para calmar las protestas sirias. No funcionaron. Por tanto, el régimen decidió tratar de emular el éxito de la Casa de Saud en su implantación de la «democracia» en Bahrein.
En caso de duda, a hacer de clon del Pentágono: el ataque contra Daraa es la versión siria de la operación «conmoción y pavor». El problema es que el régimen puede haber creado las condiciones para una larga y sangrienta guerra civil al estilo iraquí. Y por eso es por lo que todos los actores importantes -los regionales y todos los occidentales- corren que se matan para ponerse a buen recaudo.
Lo que ves no es siempre lo que puedes conseguir
Una cuestión fundamental en Siria -y ni siquiera las venerables piedras de la mezquita de los Omeyas en Damasco pueden proporcionar una respuesta definitiva- es qué es lo que hay realmente en los corazones y mentes de la mayoría de los sirios.
La oposición siria no está unida ni organizada. En muchos aspectos -al igual que en Egipto- podría ser una revolución de los pobres. El régimen de Asad abolió los subsidios para el combustible y dejó que los precios camparan en el libre mercado; el precio del diesel se triplicó; el precio de los alimentos básicos subió también; han sufrido una sequía… Todo eso, más la explosión de los precios mundiales de los alimentos, han agravado la miseria de las clases populares.
Entre los legítimos motivos de queja de los sirios se incluirían: una gran ira hacia una policía estatal intolerablemente dura; las décadas de dictadura del partido Baaz; los excesos de una reducida elite de los negocios frente a las muy altas tasas de desempleo entre los jóvenes… Con todo eso es con lo que tienen que lidiar las clases medias y los pobres para poder sobrevivir con salarios bajos y alta inflación.
Si hay una revolución popular en Siria, los nuevos actores con potencial político serían los pobres de las zonas rurales, en contraste con la pequeña elite sunní que controla los negocios y el estado policial bajo control alauí.
Esto significa que la tarea número uno de la oposición es por ahora la de seducir a las clases media y media alta de las principales ciudades, especialmente en Damasco y Alepo. Pero aunque las protestas en Siria no alcancen las proporciones de la Plaza Tahrir de Egipto, podrían ir sangrando lentamente al régimen hasta aniquilarlo si paralizan la economía.
El empuje revolucionario en Siria parece ser mucho más fuerte que el del movimiento «Verde» en Irán. Los manifestantes sirios no quieren una reforma del régimen del Baaz, que consideran impensable en cualquier caso; quieren un cambio de régimen, el único modo para derrocar el estado de seguridad bajo control alauí y su principal componente interno: la corrupción y las prácticas ilegales a partir de la utilización de información privilegiada.
Algunos de los manifestantes son pacifistas. Otros están recurriendo ya a armas ligeras improvisadas. Enfrentados a una despiadada represión estatal armada, parece haber solo un camino: la lucha armada.
El régimen ya ha interceptado camiones cargados de armas de contrabando provenientes de Iraq. Han aparecido con ayuda financiera ricos donantes sunníes del Golfo. De forma crucial, la militarización tendrá que ver con los Hermanos Musulmanes, porque gobiernos regionales como el de Turquía y Líbano no quieren ver la caída del régimen. Consideran que el caos subsiguiente sólo beneficiaría a los Hermanos Musulmanes e incluso a sectas más yihadistas.
Y olvídense ya de aquello de la R2P («responsabilidad de proteger») acerca de una resolución de las Naciones Unidas y una zona de exclusión aérea sobre Siria. Además, a diferencia de Libia, Siria no tiene petróleo y no está dotada de magníficos fondos soberanos.
Entran en escena los saudíes
La dinastía de los al-Jalifa de la mayoritariamente chií Bahrein ha acusado a los manifestantes por la democracia de esa isla del Golfo de ser consecuencia de una conspiración iraní. El régimen de Asad echó también la culpa de todo a una conspiración externa (y «conocida»), pero no quiso dar nombres. Por mucho que Bashar al-Asad no quiera enfrentarse a Arabia Saudí, el hecho es que la Casa de Saud está profundamente implicada en la desestabilización de Siria a través del apoyo a las redes salafíes.
Daraa está a unos 120 kilómetros al sur de Damasco, cerca de la frontera jordana, en una zona sensible de seguridad. Es una ciudad de mala muerte, gris y empobrecida. No por casualidad Daraa es el lugar de nacimiento del capítulo jordano de los Hermanos Musulmanes.
Los wahabíes saudíes, con gran influencia sobre los Hermanos Musulmanes de Siria, han tenido un papel fundamental instigando a la gente de Daraa, al igual que en Homs. Sus quejas -la larga sequía, el abandono total por parte de Damasco- pueden estar justificadas. Pero muchos de ellos han sido seriamente instrumentalizados.
Hace años, la Casa de Saud pagó 30 millones de dólares para «conseguir» al ex vicepresidente sirio Abdul Halim Jadam. Ayudó que Jadam es pariente del Rey saudí Abdullah y del ex primer ministro libanés Rafik Hariri. Se marchó al exilio a Francia en 2005. Arabia Saudí ha estado utilizándole a él y a los dirigentes exiliados de los Hermanos Musulmanes contra el régimen de Asad durante bastante tiempo. Jadam tiene pasaporte saudí. Sus hijos, Yamal y Yihad, han invertido más de 3.000 millones de dólares en Arabia Saudí.
La agenda de la Casa de Saud consiste esencialmente en romper la alianza Teherán-Damasco-Hizbollah e ir debilitando progresivamente la resistencia de Hizbollah ante EEUU e Israel. Así pues, nos encontramos en Siria con que EEUU, Israel, Jordania y Arabia Saudí comparten, una vez más, la misma agenda. Las apuestas son sumamente altas. Lo que ves no va a ser necesariamente lo que consigas.
Además de todos esos intereses extranjeros, hay un movimiento de protesta legítimo y popular en Siria. El Partido de Acción Comunista, por ejemplo -que se ha opuesto al régimen durante décadas- ha sido muy activo entre la oposición. El componente izquierdista de la oposición se está preguntando de hecho si los salafíes son minoría o mayoría. La agenda ultrasectaria de muchos de los manifestantes no está enviando señales alentadoras.
Y el camino que queda por recorrer puede que esté lleno de baches; la corriente laica progresista de la oposición -digamos que por el momento es una minoría- puede verse incluso atrapada en un escenario similar al de Irán en 1979-1981, de forma que podrían acabar siendo aplastados por los fundamentalistas si el régimen cae.
Es fácil comprender que los progresistas se revuelvan si se ven alineados con la medieval Casa de Saud -que desató la contrarrevolución contra la gran revuelta árabe de 2011- en un movimiento para derrocar al régimen de Asad. Los progresistas tienen también razones para revolverse si se ven alineados con Israel, quien da la impresión que querer que Asad siga en el poder porque la alternativa son los Hermanos Musulmanes.
En este aspecto, la alianza israelo-saudí puede llegar a un acuerdo en lo que respecta a la contrarrevolución según se ha aplicado en Bahrein y Libia, pero no en lo que se refiere a Siria.
La televisión de Hizbollah en el Líbano no para de decir que las protestas sirias son parte de una «revolución estadounidense». Puede que así sea en parte, ya que Washington lleva décadas invirtiendo en diversas formas de lucha contra el régimen. Pero tal como está, más bien parece una operación de la Casa de Saud mezclada con una ira auténtica por las décadas de estado-policial baazista.
Por su parte, el Rey Adullah de Jordania, al intentar desacreditar la línea de Asad citando su frase: «o yo o los Hermanos Musulmanes», está previsiblemente diciendo eso en un intento por contener a Irán. Abdullah está invitando a los árabes y a los occidentales a colocar sus apuestas por una coalición de tribus sunníes, drusas y kurdas y por la clase media urbana sunní (que es aliada de los saudíes) para un posible régimen post-Asad en Siria.
Una pérdida egipcia es una ganancia siria
Hay un documento sirio que contiene una visión muy interesante. Lo que el régimen define como «conspiración» contra Siria sería un plan estadounidense para compensarse por la «pérdida» de Egipto, y esto mientras en Arabia Saudí y Bahrein «se ignoran los llamamientos para hacer reformas» y sigue perpetrándose una represión «silenciosa».
Los objetivos serían: hundir a Siria en el caos; inclinarla hacia la influencia saudí; reducir la influencia de Irán en el conflicto global árabo-israelí y torpedear la entente Turquía-Siria.
Eso tiene mucho sentido. El eje Teherán-Damasco-Hizbollah es el único contragolpe en el Oriente Medio contra la hegemonía de EEUU e Israel. Un Damasco frágil debilitaría tanto a Teherán como a Hizbollah. No es casualidad que en el Líbano el ex primer ministro Saad Hariri -que es sunní y es, ante todo, un lacayo de la Casa de Saud- ha estado ampliando su retórica sectaria.
Los sunníes sirios, como muchos de los wahabíes saudíes, se sienten profundamente resentidos con la secta alauí -una rama del chiísmo- por controlar gran parte de la riqueza del país aunque representa sólo al 12% de la población. No es de extrañar que la Casa de Saud y los Hermanos Musulmanes -rabiosamente antichiíes- hayan estado intentando durante décadas deshacerse del régimen sirio bajo control alauí.
La alianza Ankara-Damasco -que progresó mientras la entente de Turquía e Israel experimentaba una regresión- está también en peligro. El primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan y su ministro de asuntos exteriores Ahmed Davutoglu han estado muy ocupados levantando un bloque económico compuesto por Turquía, Siria, Líbano y Jordania, impulsado por muchas inversiones turcas y alta tecnología. Nadie sabe qué podría ocurrir con un cambio de régimen en Damasco.
Siria es importante en todos los frentes, desde Irán a Iraq, desde Turquía a Líbano, desde Palestina a Israel. Pero lo que está intentando ante todo impulsar la intervención de la Casa de Saud en Siria es algo tremendamente destructivo: que una epidemia sectaria sedienta de sangre se extienda por todo el Oriente Medio (empezó en Bahrein).
A Washington le encantaría una desestabilización siria y que eso llevara a que EEUU e Israel restauraran su hegemonía regional, seriamente amenazada por el surgimiento de un nuevo Egipto. Pero olvídense de la idea de Occidente soñando con la «democracia» en Siria. Si la historia nos sorprendiera con un truco de magia -por ejemplo, Bashar al Asad ofreciéndose a firmar un tratado de paz con Israel la semana próxima-, a EEUU, Francia y Gran Bretaña les importaría una higa que el régimen conmocionara y arrasara hasta los cimientos todas las ciudades y pueblos sirios.
Por eso es tan necesario ahora que los progresistas sirios consigan actuar unidos y demostrar que Bashar al-Asad se equivoca. Porque si no es él, será de hecho alguien horrendamente regresivo, un nuevo amo salafí apoyado por la Casa de Saud.
Pepe Escobar es autor de «Globalistan: How the Globalized World is Dissolving into Liquid War» (Nimble Books, 2007) y «Red Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge«. Su último libro es «Obama does Globalistan» (Nimble Books, 2009). Puede contactarse con él en: [email protected].
Fuente: http://www.atimes.com/atimes/