Recomiendo:
0

El terror de los mares

Fuentes: Centro de Colaboraciones Solidarias

El depredador más mortífero de la Tierra es un mamífero que suele medir entre 1.65 y 2 metros de longitud en su edad adulta. Anda sobre dos extremidades, aunque cuenta con dos más que le sirven para blandir las armas con la que ha exterminado a más de 800 especies de flora y fauna, según […]

El depredador más mortífero de la Tierra es un mamífero que suele medir entre 1.65 y 2 metros de longitud en su edad adulta. Anda sobre dos extremidades, aunque cuenta con dos más que le sirven para blandir las armas con la que ha exterminado a más de 800 especies de flora y fauna, según la lista de especies amenazadas, publicada por la Unión Mundial para la Naturaleza.

Una de estas especies en peligro de extinción existe desde antes de los dinosaurios y ha evolucionado desde hace 400.000 años. Se trata de los tiburones, que aparecen como el terror de los mares en películas absurdas, con una personalidad de asesino a sangre fría que no les corresponde. De 1.200 especies, menos de una decena resulta peligrosa para el hombre y, aún así, mueren más personas por la carga de un relámpago que por la mordida de un tiburón. La carne de humano es para ellos lo que es la de rata para los occidentales.

Los escualos asfixiados en las redes, perforados por los arpones de pescadores deportivos, por el mazazo de los comerciantes que los rematan para después quitarles lo único que para muchos tiene valor: las aletas. En China y en otros países asiáticos se considera un manjar con el que los anfitriones de eventos sociales impresionan a sus invitados y muestran su status social. Aunque es común tirar el resto, algunos pescadores conservan el cartílago y el hígado por sus respectivas propiedades medicinales.

Esto ha llegado hasta la clase media china que no deja de crecer, lo que aumenta exponencialmente la demanda de tiburón como producto de consumo. Según The New York Times, el paquete completo de aletas puede darle 100 dólares a un pescador en Ecuador. El producto se exporta a través de una red comercial, no del todo legal, a Hong Kong, Pekín, Taiwan, Singapur y otras ciudades asiáticas, en las que se desembolsan hasta 200 dólares por un tazón de sopa de aleta. Además de tener propiedades medicinales, cuentan que son afrodisíacas.

La FAO estima que se están pescando cerca de 900.000 toneladas de tiburón y sus parientes biológicos, lo cual supone el triple que hace 50 años. Por ejemplo, la población de grandes tiburones blancos y de peces martillo se ha reducido en un 70% en los últimos 15 años. Esto provoca un desequilibrio en el ecosistema, ya antes mermado por las prácticas pesqueras irresponsables y clandestinas.

Aunque la conciencia medioambiental en Asia aumenta, resulta insuficiente ante la pujanza de su economía. Como muchos mares ya están depredados casi en su totalidad, los comerciantes miran hacia los mares donde aún abundan los tiburones: las frías y profundas aguas del otro lado del Pacífico, desde Perú hasta Centroamérica al norte. El año pasado, Ecuador exportó 300.000 tiburones a China, el doble que hace diez años. Todo a pesar de que se trata de una actividad ilegal.

No sólo se trata de los tiburones. Son muchas especies de ballenas y mamíferos marinos los que están a punto de pasar a la historia como una víctima mortal de la actividad irresponsable del hombre. También son las plantas de los manglares contaminados y de organismos tan esenciales para el equilibrio del ecosistema marino como son los arrecifes de coral. Si amenazamos la vida en el mar, peligra de manera automática el 70% de la vida en el planeta. Lo más alarmante es que el hombre dirige sus agresiones no sólo hacia los mares, sino también hacia los bosques, los ríos, las selvas, los glaciares y las tundras.

Un hombre creyó que alucinaba cuando divisó lo que parecía una ballena en medio del Támesis. Todos vimos las imágenes del mamífero perdido hasta el momento en que expiró por última vez. Una ballena de cinco metros que suele recorrer mares con más de mil metros de profundidad sólo puede perderse en un río contaminado en el centro de Londres cuando el equilibrio de su medio natural se ve amenazado.

«El azar, la casualidad», muchos musitarán para limpiar sus conciencias. Pero lo que para muchos turistas y londinenses fue un espectáculo, para la humanidad podría suponer una visita de advertencia, el signo de nuestro tiempo que denuncia un modelo de consumismo atroz y caduco.

http://www.ucm.es/info/solidarios/ccs/articulos/ecologia/el_terror_de_los_mares.htm