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Desde Calatayud hasta Montaner

El terrorismo impune

Fuentes: Granma Internacional

VEINTE minutos después de medianoche, el 4 de abril de 1972, una fuerte explosión destruyó las oficinas de la Delegación comercial de Cuba en Canadá, radicadas en el piso 12 de un edificio situado en el bulevar Metropolitano, número 3737, en Montreal, justo al lado de una de las principales autopistas de la ciudad. Ocurre […]

VEINTE minutos después de medianoche, el 4 de abril de 1972, una fuerte explosión destruyó las oficinas de la Delegación comercial de Cuba en Canadá, radicadas en el piso 12 de un edificio situado en el bulevar Metropolitano, número 3737, en Montreal, justo al lado de una de las principales autopistas de la ciudad.

Ocurre que estaba trabajando esa misma noche de jefe de información de un joven diario tabloide, Le Journal de Montréal, hoy el periódico más importante de esa metrópoli. La confusión fue enorme y podía sentirse hasta en las ondas radiales de la policía y de los bomberos -que monitoreábamos- donde las llamadas marcadas por el nerviosismo reclamaban más efectivos mientras reporteros rodeaban la zona del siniestro.

Los oficiales de policía aparentemente ignoraban que una representación diplomática ocupaba el piso 12 completo de ese edificio comercial y que la explosión pudiera ser la obra de terroristas, y mientras subían corriendo las escaleras (los elevadores estaban paralizados) se encontraron con diplomáticos cubanos armados de ametralladoras de mano, quienes sabían perfectamente bien lo que había pasado y se encontraban preparándose para confrontar cualquier atacante armado.

En el grupo se hallaba una mujer con un niño en sus brazos mientras un hombre yacía en el piso con su pierna seccionada. Este joven cubano era Sergio Pérez Castillo, de 25 años de edad, padre del muchacho, y pedía que se le ayudara.

Pero los policías no entendían una palabra de lo que se les decía y, en vez de ofrecer su ayuda, empezaron a lanzar órdenes, creando una peligrosa situación con los cubanos que se sentían amenazados e indicaban claramente que no iban a autorizar una intrusión intempestiva en sus oficinas, territorio diplomático.

Cuando los diplomáticos, después de un largo intercambio, permitieron el acceso de los oficiales, una discusión empezó de nuevo y los policías, detectives y demás, aparecidos entretanto, decidieron repentinamente arrestar y esposar a todos, en franca violación de todas las reglas que protegen las actividades del cuerpo diplomático.

La confrontación duró más de dos horas antes de que Pérez, pálido e inconsciente, fuera puesto en una ambulancia y transportado al hospital Maisonneuve. Era demasiado tarde. El joven cubano murió una hora después sin recuperar la conciencia.

Sergio Pérez había nacido, el 27 de octubre de 1946, en la antigua provincia cubana de Oriente. Era pues, un muchacho joven cuando triunfó la Revolución y se sumó al movimiento, con tanto fervor que pronto se encontraba en La Habana, trabajando con la joven diplomacia revolucionaria.

El mismo día en La Habana, Fidel Castro, dirigiéndose al 2º Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, condenó con energía el ataque terrorista de Montreal y resaltó a Sergio Pérez como ejemplo de valor revolucionario.

Entretanto, en las escaleras del edificio del bulevar Metropolitano, los investigadores habían encontrado la pistola que Pérez tenía en la mano cuando descubrió la bomba cuya explosión iba a costarle la vida. En su culata se encontraba escrita la palabra ‘Sergio’. El joven cubano tenía toda la razón de mantenerse alerta: dos veces en los últimos días, la Embajada cubana en Ottawa, la capital, había sido objeto de un ataque terrorista con artefactos explosivos, realizado, como se supo más tarde, por organizaciones terroristas «autónomas» orientadas por la CIA.

EL RECE DE LA BACARDI REINVINDICA

En los días siguientes, la Representación Cubana en el Exilio (RECE, financiada por la Bacardí) proclamó sucesivamente su responsabilidad en el ataque, desde Florida del Sur. Uno de los líderes del RECE y también jefe del Directorio Revolucionario Cubano (DRC) era Antonio «Tony» Calatayud, uno de los numerosos «expertos en demolición» formados por la CIA en Fort Benning.

El 10 de marzo de 1973, El Diario de las Américas, libelo de la mafia terrorista de Miami, anunció que el DRC había ofrecido una conferencia de prensa el día anterior, en las oficinas de la Brigada 2506 -los «veteranos» de la invasión derrotada en Playa Girón- atendida «por importantes representantes de varios sectores cubanos» para proclamar su lema de «Reconciliación nacional o guerra revolucionaria».

Según el periódico, la reunión fue abierta por Juan Felipe Pérez de la Cruz, quien anunció entonces que Calatayud, «secretario general» del DRC, leyó «un importante documento» que iba a ser distribuido «en Cuba y en el exilio».

El dato es muy interesante: los nombres de Pérez de la Cruz y Calatayud aparecían entre las informaciones llegadas a La Habana como los terroristas responsables del atentado de Montreal.

Otras informaciones señalaron luego que ambos hombres, además de Antonio Veciana, un connotado agente de la CIA y conspirador terrorista, se encontraban en contacto con Carlos Alberto Montaner, el hombre de la CIA en Madrid, en todo lo que tenía que ver con la violencia cubanoamericana.

Efectivamente, en julio de 1973, siguiendo orientaciones de sus jefes de la Agencia Central de Inteligencia, Montaner iba a ayudar a Juan Felipe de la Cruz a entrar a España y atravesar secretamente la frontera con Francia para repetir en París lo que había hecho en Montreal. Para realizar esta tarea, Montaner disponía de todos los lazos necesarios con la Policía Secreta del general Francisco Franco, cuyos operativos más aguerridos eran formados en Fort Bragg, EE.UU.

Los explosivos fueron encontrados y pronto De la Cruz estaba encaminado hacia París con instrucciones bien claras.

El 3 de agosto 1973, este hombre joven inspirado por Calatayud decidió alquilar un cuarto en un pequeño hotel del municipio de Avrainville, cercano a Evry, en los suburbios de París.

Ahí empezó a ensamblar la bomba que se proponía poner el día siguiente en la Embajada cubana, en el corazón de la capital.

Pero la bomba explotó. El cuerpo del terrorista fue literalmente destrozado por la potencia del artefacto.

Días más tarde, sus restos fueron sepultados en el cementerio Woodlawn, en la Pequeña Habana de Miami, con la presencia de Calatayud y otros individuos vinculados a la CIA.

Calatayud nunca fue interrogado por el FBI o la Royal Canadian Mounted Police, su contraparte canadiense, en relación con el crimen de Montreal.

Tampoco fue interrogado por la Policía Federal norteamericana acerca del conjunto de sus actividades criminales, beneficiándose de la impunidad otorgada a colaboradores de la CIA.

El terrorista continuó, en el curso de los años, participando activamente en numerosas «acciones» promovidas por sus amigos Orlando Bosch y Luis Posada Carriles y apoyándoles públicamente cada vez que lo necesitaron.

También todo Miami se enteró que participó directamente en un complot para asesinar al Presidente cubano durante una visita que realizó a México, en los años 80, con la ayuda de un terrorista cubano residente permanente en México, Manuel Camargo.

Durante los años 90, Calatayud llegó a ser jefe de información de la estación de radio WQBA, la Cubanísima, conocida por el extremismo virulento de sus comentaristas.

Sin embargo, el FBI se interesó en sus actividades comerciales, como dueño de una farmacia. El 24 de enero del 2002, Calatayud fue arrestado por un fraude de 290 000 dólares a expensas del Medicaid de Florida.

El negociante pronto fue liberado gracias a la complacencia del juez José Rodríguez, de Miami-Dade, que redujo drásticamente su fianza, al señalar «sus lazos con la comunidad».

También se encontró en los titulares cuando fue el organizador principal, el día primero de agosto, de una marcha en apoyo a los golpistas antiChávez venezolanos.

Carlos Alberto Montaner sigue viviendo con todo el confort que le provee la CIA, en Madrid. Apoyándose en una columna del Miami Herald que aumenta de manera espectacular una fama que, de otra manera, no alcanzaría nivel alguno en la escala Otto Reich de la propaganda anticubana.

En España como en EE.UU., nadie nunca lo interrogó sobre sus actividades de apoyo al terrorismo.