Traducido para Rebelión por Caty R.
«Sólo existen dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana… pero en cuanto al universo no tengo la certeza absoluta»
(Albert Einstein).
I. Líbano, un colador
Objeto de fantasía desde hace medio siglo, el bar del hotel Saint Georges de Beirut ocupa desde hace mucho tiempo un lugar importante en las sospechas de la policía internacional. Famoso por sus cócteles explosivos, sus amables camareros, sus yates rutilantes y su playa de alto copete, su ambiente recogido, propicio a todos los cuchicheos, le designaron como lugar por excelencia para que se codeasen personajes tan emblemáticos como enigmáticos, como el doble agente británico Kim Philby, miembro del famoso grupo «The Cambrigde Five», o el General Taymur Bakhtiar, quien derrocó a Mohammad Mossadeq, el Primer Ministro nacionalista iraní artífice de la primera nacionalización del petróleo en 1953. Mientras a Kim Philby, falso periodista del Observer (1) desenmascarado, le sacó un submarino soviético a lo largo de las costas libanesas, al general Taymur Bakhtiar, una vez que cumplió su misión le despidieron, al mismo tiempo que el Sha repudió a su prima la emperatriz Soraya, y le obligaron al exilio y a deambular por Beirut, París y Ginebra para terminar asesinado en Bagdad, paradójicamente, por agentes de la Savak, el colmo para el fundador de la policía secreta iraní (2).
El hotel San George fue destruido en los primeros días de la guerra civil libanesa y su rica y abundante bodega saqueada para saciar la sed de los combatientes de las diversas facciones en lo más álgido de la batalla por el centro de la ciudad de Beirut, en el otoño de 1975. Su silueta, diseñada por Auguste Perret en los años 30 y decorada por Jean Royère en los años 60, permanece mítica en la memoria de los hombres y sigue fascinando a políticos y aventureros. Por otra parte, ante la fachada de este hotel objeto de su furiosa codicia (3) fue asesinado el 2005 el Primer Ministro libanés Rafic Hariri treinta años después del comienzo de la guerra civil.
La fascinación que el hotel sigue ejerciendo sobre el imaginario popular se explica porque constituye una marca de distinción social para su clientela, toda una corte de corresponsales honorables, corresponsales en busca de honorabilidad y periodistas en busca de respetabilidad que reivindican su función como un «trofeo», cultivando con arte «el complejo del drogman (intérprete)», a la manera de estos famosos intermediarios ante las embajadas occidentales. Todos seducidos por el filón de informaciones constituido por la imponente infraestructura de la Organización para la Liberación de Palestina y la veintena de movimientos de liberación del Tercer Mundo que giraban en su órbita… Del Frente de Liberación de Eritrea del futuro presidente Issayas Afeworki al FLOSY, el Frente de Liberación del sur del Yemen ocupado; del Primer Ministro nasseriano Abdel Qawi Makawi al Ejército Secreto para la Liberación de Armenia (ASALA). De todos los revolucionarios en ciernes a los revolucionarios en el poder. Todos, «Koulouna Fidaiyoune», los guerrilleros palestinos, para retomar el título de la película de culto de la época del cineasta líbano-armenio Garo Garabédian, cuyo equipo pereció carbonizado durante el rodaje.
La guerra clandestina que se libra a la sombra de este prestigioso establecimiento no ha cesado nunca, induciendo nuevos métodos según los progresos tecnológicos, enfrentando a los tradicionales espías occidentales y sus aliados de las monarquías árabes, los agentes del Mossad, el servicio de inteligencia británico, la CIA estadounidense, la DGSE francesa, enrolados todos en una guerra opaca, con los competidores de nuevo cuño, agentes iraníes, servicios de inteligencia sirios y activistas de Hizbulá.
Estado-tapón, escenario de dos guerras civiles (1958, 1975-1990), Líbano actúa desde hace mucho tiempo como válvula de seguridad, punto de derivación de los conflicto interregionales, el lugar de desenlace de los psicodramas de los actos de piratería aérea, asumiendo una función de tribuno por cuenta de los países árabes, entre los que constituye una caja de resonancia, y los movimientos de liberación que le están afiliados. Una de las principales plataformas de la guerra clandestina en el apogeo de la rivalidad soviética-estadounidense, Beirut ha hecho pagar caro en materia de espionaje a las grandes capitales situadas bajo la línea de demarcación del frente de la Guerra Fría. Al igual que Berlín, inmortalizada por las novelas de espionaje de John Le Carré, o de Viena, que pasó a la posteridad gracias a «El tercer hombre» hollywoodiense, la película del cineasta Orson Welles.
Desde Beirut se llevó a cabo la guerra cultural soterrada de la CIA contra la ideología marxista, en los años 1950-1980, sobre el conjunto del mundo árabe, a través de la prensa de las petromonarquías, a golpes de operaciones sesgadas, de prensa periférica, de informaciones añadidas e investigaciones conectadas. Es en la capital libanesa donde se traman las operaciones de desestabilización de los regímenes árabes. Y fue en Beirut, finalmente, donde se celebró la Conferencia Regional de la WACL a principios de la guerra civil, en 1975, bajo la presidencia de Camille Chamoun, ex presidente de la república de los tiempos de la primera guerra civil libanesa, para acordar la réplica estadounidense a la pérdida de Saigón y Phom Penh, los dos bastiones estadounidenses en Asia, señal de la importancia estratégica de la capital libanesa y de la implicación occidental en el conflicto libanés (4). Fundada en Taiwán por Tchang Kai-Check, la Liga Anticomunista Mundial (WACL), una internacional fascista que agrupaba a antiguos criminales de guerra nazis y japoneses, constituyó la matriz de la contrainsurrección en las zonas de confrontación con la guerrilla marxista. Se considera que reclutó mercenarios para integrarlos en las milicias cristianas libanesas preludiando la alianza militar de los falangistas con Israel, el enemigo oficial del mundo árabe.
La irrupción de los conflictos del mundo árabe propulsada en el paroxismo de la Guerra Fría soviética-estadounidense en el escenario libanés transformó a Líbano en la arena ideológica donde se operaría un fenómeno de cristalización de la prensa libanesa debido a la rivalidad egipcia-saudí. En un país que presume de cantor de la libertad de prensa, al menos una decena de periodistas libaneses se encuentran bajo perfusión egipcia y otros tantos bajo fusión saudí. Mientras el procónsul egipcio, el general Hamid Ghaleb, y su agregado de prensa Anual Jammal hacen el oficio de redactores en jefe ocultos de siete periódicos (Al-Moharrer, Al-Liwa, As-Siyassa, Al-Kifah, Al-Hourriya, Al-Anuar y Al-Hawdess), su equivalente saudí, el general Ali Chaer, controla totalmente cinco diarios (Al-Hayat, Az-Zamane, Ad-Dyar, Al-Joumhouriya y Ar Rouad).
Una cifra basta para ilustrar la importancia de Beirut como plataforma giratoria de la guerra en la sombra (5). Entre 1945 y 1995, es decir, durante los primeros treinta años de su independencia, dieciocho golpes de Estado sangrientos sacudieron al mundo árabe, la mayoría promovidos desde la capital libanesa, entre ellos ocho en Siria, y tres sólo en el año que siguió al fracaso de 1949, con los golpes de fuerza del coronel Hosni Zaim, el 29 de marzo de 1949; del general Sami Hennaoui, 14 de agosto de 1949; y del general Adib Chichakli, 19 de diciembre de 1949.
Las aspiraciones hegemónicas de Siria sobre Líbano se explican en parte por la voluntad de Damasco de intervenir el territorio libanés desde el cual ha tenido que sufrir sus operaciones de desestabilización. Las de los estadounidenses por el deseo permanente de «conservar el puerto de Beirut en el regazo de Occidente», según la expresión del general Alexander Haig, ex comandante en jefe de la OTAN y secretario de Estado estadounidense durante el asedio de Beirut, en junio de 1982. Un eufemismo que no llega a ocultar la preocupación de los occidentales por guardar para sí este incomparable banco de datos de las pulsiones del Tercer Mundo militante.
Lugar destacado de la protesta árabe, Beirut representa, en efecto, para los occidentales, un observatorio permanente de la humanidad marginal, permitiendo a los quinientos corresponsales de la presa extranjera acreditados en la época en Líbano, y a la multitud de honorables corresponsales colocarse en su estela, observar el desarrollo de la guerra ínter yemení entre republicanos y monárquicos del tiempo de la rivalidad saudí-Nasser en la década de 1960, los sobresaltos del septiembre negro en Jordania, la masacre de los fedayines palestinos por los beduinos del rey hachemita en 1970, las convulsiones de la monarquía iraní y su caída, en 1979, a raíz del triunfo de la Revolución Islámica o incluso la respuesta balística de Hizbulá en la guerra de destrucción israelí de Líbano, en julio de 2006.
II. El paraíso libanés, un horno
Pero el paraíso libanés tan alabado por las maquetas publicitarias de lujo se ha revelado como un horno. A la sombra de la dolce vita y el farniente de la riviera libanesa, durante mucho tiempo bajo el dominio de los Estados árabes, siempre a remolque de los occidentales, a la búsqueda constante del reconocimiento internacional, los palestinos pagaron muy caro su desbordamiento de tipo mafioso y su laxitud contrarrevolucionaria. Un eslabón importante de la cadena de mando palestina pagaría las consecuencias de los principales responsables políticos y militares, bien en el propio Líbano o en Túnez, su tercer lugar de exilio. En Líbano con los asesinatos de Kamal Nasser, portavoz oficial de la OLP; Abu Yussef an-Najjar, Ministro del Interior de la central palestina; Kamal Aduane, responsable de las formaciones juveniles eliminado durante una incursión israelí en abril de 1973; y el play boy Ali Hassan Salamah, encargado de la protección personal de Yasser Arafat. En Túnez con los asesinatos de los presuntos sucesores del líder palestino, Khallil Wazir, alias Abu Jihad, comandante en jefe adjunto y director de la Intifada en Cisjordania, y Salah Khalaf, alias Abu Iyad, responsable del aparato de seguridad. La eliminación de los líderes carismáticos de la guerrilla palestina privaría al combate palestino de una dirección revolucionaria, allanando el camino a la promoción a los puestos de mando de burócratas de los cuales Mahmud Abbas constituye el perfecto representante, al igual que la encarcelación de dos figuras emblemáticas de la resistencia en el interior, Marwan Barghuti (Fatah) y Ahmad Saadat (FPLP), despejará el terreno para la propulsión de dos perros guardianes destinados a la seguridad de Israel, Mohammed Dahlan y Djibril Rajuod, a quienes su declarado gusto por el lujo les resultará fatal.
La situación cambiará con el relevo chií, y a pesar de la desproporción de las fuerzas el combate aparece menos desigual. Ciertamente Hizbulá ha tenido que sufrir serios golpes tanto de los israelíes como de los occidentales, pero el recuento al final de treinta años no aparece tan desfavorable como la superioridad tecnológica del campo rival y su impunidad habrían podido sugerir. Es cierto que dos de los prestigiosos líderes de Hizbulá, Abbas Mussawi, el primer jefe de la organización, y sobre todo Imad Mughhnieh, el creador de su rama militar, fueron asesinados y el jefe dignatario religioso chií, el jeque Mohamad Hassan Fadlallah, sufrió un atentado fallido urdido por la CIA con fondos de las petromonarquías. Pero, estoico en la adversidad, su respuesta ha estado a la altura de sus pérdidas.
Auténtico botín de guerra, la ocupación de la embajada estadounidense en Teherán en 1980 permitió el control de un importante lote de documentos confidenciales que detallan la estructura de la red de la inteligencia estadounidense en Oriente Medio y la lista de sus anotaciones. La decapitación del Estado Mayor de la CIA para Oriente Medio, una treintena de personas, en el atentado contra la sede de la embajada estadounidense en Beirut en 1983, lo mismo que la voladura del cuartel general de los marines (214 muertos) al mismo tiempo que el cuartel de la unidad francesa Drakkar, en octubre de 1983, constituyeron serios reveses para la inteligencia occidental, acentuados por la captura como rehén, el 16 de marzo de 1984, de William Buckley, oficialmente diplomático estadounidense en Beirut y en realidad uno de los promotores de la antena de la CIA en Oriente Medio, muerto en 1985 en cautividad, después de que, presuntamente, proporcionó las indicaciones precisas a sus torturadores. Sin contar la resonancia del escándalo del Irangate, la venta prohibida de armas estadounidenses a Irán, el escándalo de la década de los 80 encendido en Beirut por una mecha de combustión lenta que acabó carbonizando a la administración republicana del presidente Ronald Reagan.
En treinta años la guerra en la sombra ha estado salpicada de incursiones de comandos de helicópteros israelíes sobre Beirut y sobre el sur de Líbano y de operaciones militares espectaculares. El levantamiento de dos responsables chiíes, el jeque Karim Obeid (1989) y Mustafá Dirani (1994), y el contralevantamiento de un coronel israelí del cuadro de reserva, Hannane Tannebaum (2000), dan testimonio. También ha estado salpicada de no menos espectaculares intercambios de prisioneros, una decena en total, que han permitido la liberación de cerca de siete mil presos palestinos y árabes en contrapartida por la restitución de cadáveres de militares israelíes y de espías, sin que esos gestos de conciliación, sin embargo, hayan afectado a la intensidad de la lucha.
Beirut es un enorme cementerio de traidores, pero este recuento macabro no parece desalentar las vocaciones -la actividad ha demostrado ser tan lucrativa como peligrosa- a juzgar por la reciente redada antiisraelí realizada por los servicios de seguridad libaneses. Caza mayor: un general, dos coroneles, tres mandos superiores en puestos neurálgicos en una empresa estratégica de comunicaciones, un presidente, suní, de un consejo municipal próximo al Primer Ministro Saad Hariri, el hermano de un guardaespaldas de un dirigente del movimiento chií Amal. Todos en puestos delicados. Setenta detenciones, 25 acusaciones de espionaje a favor de Israel, una cifra sin precedentes que ha infligido a la inteligencia israelí uno de los mayores reveses de su historia (6).
El elemento desencadenante de esta contraofensiva libanesa sería el asesinato, en febrero de 2008 en Damasco, de Imad Mughniyeh, la pesadilla de occidente durante un cuarto de siglo, quien condujo a esta organización clandestina y opaca a efectuar un trabajo de contraespionaje en profundidad que acabó desenmascarando a los perseguidores: dos hermanos suníes originarios de la aldea de al-Marj, en el valle de Bekaa, Alí y Yussf Jarrah, en posesión de material fotográfico y de vídeo, de un sistema GPS disimulado en su vehículo frecuentemente estacionado en el puesto fronterizo de Massana, en la carretera entre Beirut y Damasco, para señalar a los dirigentes de Hizbulá que viajaban hacia Siria. Al operar desde hace veinte años por cuenta de los israelíes, Ali Jarrah incluso estaba provisto de un pasaporte israelí para sus desplazamientos, vía Chipre, a Israel.
En el ámbito cristiano han sido arrestados seis actores principales: el general Adib Semaan al Alam, un ex de la seguridad nacional en cuyo puesto también tenía acceso al departamento de pasaportes, fuente capital de información. Reclutado por los servicios israelíes en 1994 habría alquilado por cuenta de los israelíes dos abonos a líneas de telefonía celular. Sus patrocinadores le habrían convencido para que se retirase y montara una agencia de contratación de empleados domésticos asiáticos, la «Douglas office», a quienes utilizaba como topos de las personas que los empleaban, miembros de la burguesía libanesa. Gracias a esta tapadera Adib Alam habría suministrado informes sobre Hizbulá y sobre los movimientos internos del ejército libanés. Un segundo oficial cristiano inculpado es cuñado de un oficial del ejército disidente libanés del general Antoine Lahad, suplente del ejército israelí en el sur de Líbano. Convicto de colaboración con Israel, el coronel Masour Diab era director de la Escuela de las fuerzas especiales de los comandos de marina, un puesto que le permitió supervisar las operaciones de exfiltración de agentes y las transacciones de materiales de espionaje. Uno de los héroes del asalto israelí al campo de refugiados palestinos de Nahr el-Bared, en el verano de 2007, herido en la espalda durante el ataque, habría sido reclutado por el Mossad durante sus prácticas en Estados Unidos.
Otros tres libaneses empleados de una empresa de telefonía celular, la sociedad Alpha, que ejercían funciones delicadas en una empresa estratégica de comunicaciones, han sido inculpados por «inteligencia con el enemigo». Concretamente por haber conectado la red de la telefonía móvil de su empresa a la red de los servicios de inteligencia israelíes, traspasándoles la lista completa de sus abonados y sus coordenadas personales y profesionales, incluidas las bancarias. Tareq Raba, ingeniero de telecomunicaciones, y su subordinado jerárquico Charbel Qazzi, habrían suministrado a sus patrocinadores el código de acceso de los abonados con posibilidad de permutar los números de teléfono para confundir el origen de una llamada y su destinatario. El jefe de la red, Tareq Raba, en el puesto desde 1996, fue reclutado por el Mossad en 2001 y percibía por su traición 10.000 dólares mensuales. El quinto cristiano, Jospeh Sader, es un empleado del aeropuerto de Beirut que ha admitido estar encargado del seguimiento de los emisarios y diplomáticos de Oriente Medio que pasaban por el aeropuerto de la capital libanesa.
En el campo suní ha sido inculpado un oficial superior originario de Akkar, región del norte de Líbano, el coronel Shahid Toumiyeh, hermano de cinco oficiales en servicio en el ejército y en la gendarmería libanesa. Fue arrestado en posesión de varios centenares de documentos ultrasecretos del ejército libanés. También en el campo suní un próximo de Saad Hariri, Zyad Ahmad Hosni, presidente del consejo municipal de una localidad de la Bekaa, estaba encargado de seguir los desplazamientos de los dignatarios de Hizbulá en la zona fronteriza entre Líbano y Siria y de conseguir una cita con Hasán Nasralá, el líder del movimiento chií, con el fin de asesinarlo a distancia.
Entre los chiíes cuatro piezas importantes: Ali Hussein Mintash, hermano de un guardaespaldas de un dirigente del movimiento chií Amal, encargado de localizar los lugares de lanzamiento de misiles; el segundo, un representante de farmacia, Jaudat Salmane al Hakim, presenta un currículum especialmente cargado después de participar en el asesinato de tres dirigentes de Hizbulá: Ghaleb Awad, en el barrio del sur de Beirut, en 2004, y los hermanos Majzoub, en Saida, en 2006. También en el ámbito chií un comerciante de automóviles de Nabatiyeh, ciudad chií del sur de Líbano, Marwan Fakir, concesionario de automóviles de Hizbulá, habría utilizado sus conocimientos para instalar dispositivos de localización en los coches del partido. Un cuarto chií, Nasser Nader, es sospechoso de haber organizado la vigilancia del barrio de Dahieh, el bastión de Hizbulá en el distrito sur de Beirut devastado por los bombardeos de precisión israelíes en 2006.
El descubrimiento de esta red fue el resultado de un acontecimiento fortuito: un poderoso programa operativo confiado por los occidentales a la seguridad libanesa para detectar las anomalías de las comunicaciones celulares en la investigación del asesinato de Rafic Hariri, un programa capaz de analizar decenas de miles de llamadas telefónicas y de detectar las anomalías. Como, por ejemplo, los teléfonos portátiles que sólo se activan en momentos determinados. O que sólo se comunican con uno o dos números. El responsable de este programa, un brillante oficial especialista en sistemas informáticos, el capitán Wissam Eid, que seguramente se convirtió en un estorbo debido a sus descubrimientos, fue pulverizado el 25 de enero de 2008 por un atentado con coche bomba.
Más grave, un servidor de Internet en Líbano dependía de una empresa israelí, la rama regional de la sociedad angloitaliana Tiscali, a través de su sede de Chipre, conectado por una antena pirata sobre el monte Barouk en Líbano, una antena pirata injertada en la antena de la cadena de televisión MTV, propiedad de Gabriel Murr, hermano del Ministro de Defensa Elías el Murr. Peor todavía, una de las antenas colocada en el sur de Líbano, en la ciudad de Safarieh, próxima a Saida, estaba orientada sobre la zona fronteriza líbano-israelí, zona de despliegue de la FINUL, con una red con capacidad para captar la totalidad de la mensajería electrónica de los «cascos azules» de la ONU.
Todas las comunidades libanesas están representadas: cristianos, suníes, chiíes, originarios del sur de Líbano, de la Bekaa o de Beirut. Todos han proporcionado agentes, bien para recoger informaciones, para preparar los dossieres de los objetivos o para organizar la vigilancia de los dirigentes de Hizbulá. Algunos han trabajado para Israel desde los años 80, reclutados por diversos motivos: económicos, ideológicos o psicológicos, incluso por casos de chantajes sexuales o de adicción a las drogas. Una cuarentena de sospechosos han sido detenidos y las autoridades libanesas siguen buscando a unos treinta más. Algunos han conseguido huir tomando un avión hacia un destino desconocido, otros han cruzado la frontera entre los dos países, que técnicamente siguen en guerra desde 1949.
Este balance no tiene en cuenta avatares como el del agente franco-afgano Karim Pakzad, representante del Partido Socialista francés en la Internacional Socialista, arrestado el 26 de abril por Hizbulá en el barrio sur de Beirut mientras tomaba fotos del búnker de Hasán Nasralá y que llevaba un aparato de interceptación de las comunicaciones telefónicas; ni la misteriosa evaporación de una no menos misteriosa holandesa, Inneke Botter, ex alta ejecutiva de la sucursal holandesa de la empresa francesa Orange, socia de la firma libanesa próxima de la Mafia israelí que opera en Centroeuropa, especialmente en Georgia y Ucrania, desenmascarada por los servicios de inteligencia rusos.
Notas:
(1) Harold Adrian Russel Philby, más conocido como Kim Philby (1 de enero de 1912-11 de mayo de 1988), fue un agente doble británico, miembro de los servicios secretos británicos, el MI6, y espía a sueldo del KGB en beneficio del cual traicionó al primero. Hijo de un hombre genial, Harry St. John Philby (1885-1960) orientalista de primer orden, gran rival del coronel T. E. Lawrence, antes de convertirse en «el inventor» de Ibn Séoud, el fundador de Arabia Saudí, y después en su eminencia gris. La extraordinaria personalidad del padre ciertamente influyó profundamente en las elecciones de su hijo Kim. Procedente de la alta burguesía, en 1929 entro en el Trinity College de Cambrigde y estudió economía e historia. Allí se encontró con sus futuros colegas en el espionaje, el «Grupo de Cambrigde» o «Los cinco magníficos» (Donald Maclean, Guy Burgess, Anthony Blunt y John Cairncross) que se convertirán en cómplices de su traición. En 1940 ingresó en el MI6, el servicio de inteligencia británico. En 1944 dirigía la nueva sección IX, encargada de luchar contra el comunismo: Philby transmitía informaciones confidenciales a los soviéticos que les permitieron aplastar una insurrección anticomunista en Albania. Los estadounidenses le consideraron sospechosos de haber transmitido a los soviéticos información confidencial sobre el programa nuclear militar y de haber denunciado las operaciones de desestabilización de Albania llevadas a cabo por la CIA y el MI6 entre 1949 y 1951. Excluido definitivamente del MI6, Philby se instaló en Beirut como corresponsal de The Observer y después de The Economist y cubrió la crisis de Suez de Octubre y noviembre de 1956. En enero de 1963 pasó definitivamente a la Unión Soviética, probablemente con el acuerdo tácito del gobierno británico.
(2) Taymur Bakhtiar, nacido en 1914 en Isfahan, fundador de la SAVAK, la temible policía secreta del Sah de Irán. Comandante de la brigada acorazada de Kermanchah, en 1953 apoyó al general Zahedi en un golpe de Estado contra el Primer Ministro nacionalista Mohamad Mossadegh, artífice de la nacionalización del petróleo iraní. En 1961, destituido de su cargo, se instaló al principio en Líbano que dejaría después por Iraq y se alió con Sadam Hussein contra el Sha. Fue asesinado en 1970 durante una cacería por agentes enviados por la SAVAK.
(3) Una gran disputa enfrenta a los propietarios del hotel Saint George con SOLIDERE, la empresa inmobiliaria de Rafic Hariri. El hotel siempre ha tenido instalaciones balnearias que le dado su caché. A eso se opone SOLIDERE que pretende ser explotadora exclusiva de la bahía Saint Georges que domina el hotel. Dicha disputa tiene paralizado el proyecto de renovación del establecimiento. Desde hacía diez años Rafic Hariri alternaba medidas coercitivas y ofertas de compra en la más pura tradición de las prácticas italianas ilustradas en la película Las manos sobre la ciudad. El diario al-akhbar recuerda en su edición del 12 de agosto de 2010 «el relato del dominio de SOLIDERE sobre el zoco de los joyeros» en Beirut. «SOLIDERE alquila a los joyeros locales que les vendió 12 años antes. Los herederos presentaron denuncias en los tribunales ¿Quién va a detener a SOLIDERE?
(4) El recuento de los 18 golpes de Estado en el mundo árabe es el siguiente: ocho sólo para Siria: Hosini Zaim, Sami Hennaui y Adib Chichakli en 1949, Faisal Al-Atassi, febrero de 1954, coronel Nahlaui autor del golpe de Estado que implicó la ruptura siria-egipcia el 28 de septiembre de 1961, Ziad Harari, 8 de marzo de 1963, que inauguró la serie de golpes de Estado baasistas presentados como correcciones de trayectorias con Salah Jedid, 23 de febrero de 1966, y Hafez All-Assad, 16 de noviembre de 1970. En segunda posición en el orden golpista, Iraq con cuatro golpes de Estado especialmente el de Abdel Karim Kassem contra el trono hachemita (14 de julio de 1958), quien sería derrocado por el general Abdel Salam Aref en 1961 antes de que su hermano le sucediera tras su muerte accidental y de que éste a su vez fuese derrocado por los baasistas, el tándem Ahmad Hassan Al-Bakr-Sadam Hussein en 1968. Egipto con Faruk, en 1952. El imán Badr en Yemen, en 1961. Líbano con el golpe de Estado fallido de Saint Sylvestre de 1961 llevado a cabo por el partido popular sirio. El rey Idriss Senoussi en Libia en 1969. El sultán Qabous de Omán, que derrocó a su padre en 1971. Igual que el jefe Zayed de Abu Dhabi, que derrocó a su hermano el jeque Chakhbout. Túnez con el golpe de Estado «medicinal» del general Ben Ali contra el presidente Bourguiba, en 1987, y el emir de Qatar que destronó a su padre en junio de 1995, cierran la lista de los Estados golpistas. En comparación, África conoció de 1960 a 1990, los treinta primeros años de su independencia, 79 golpes de Estado en el curso de los cuales fueron asesinados o derrocados 82 dirigentes, según el censo establecido por Antoine Glaser y Stephen Smith en su obra Comment la France a perdu l’Afrique, Calamann-Lévy, 2005.
(5) Véase L’Orchestre noir, de Frédéric Laurent, Stock, 1978, nota a pie de página (pagina 299) que informa de una reunión regional de la WACL bajo el título MESC (Middle East Solidarity Conference), en 1975 en Beirut, bajo la presidencia de Camille Chamoun, que fue Ministro del Interior en los primeros meses de la guerra civil.
(6) «La lista de los agentes israelíes», véase el periódico libanés as Safir del 28 de julio de 2009 «Noir parcous de 22 agents israéliens. Nasrallah, cible prioritaire» de Hussein Yaacoub.
Fuente: http://www.renenaba.com/?p=
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