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Dispara y llora

El victimismo como política en Israel

Fuentes: Hispan TV

Terminado el año 2017, el análisis respecto a la ocupación del territorio palestino a manos del régimen sionista muestra, no sólo la intensificación de esta política colonialista, sino que el incremento del apoyo estadounidense a contrapelo del derecho internacional. Tras la polémica decisión del gobierno de Donald Trump de reconocer a Al Quds -Jerusalén- como […]

Terminado el año 2017, el análisis respecto a la ocupación del territorio palestino a manos del régimen sionista muestra, no sólo la intensificación de esta política colonialista, sino que el incremento del apoyo estadounidense a contrapelo del derecho internacional.

Tras la polémica decisión del gobierno de Donald Trump de reconocer a Al Quds -Jerusalén- como capital del régimen israelí y definir el traslado de su Embajada desde Tel Aviv a la ciudad sagrada, el mundo reaccionó con decisión, para oponerse a esta determinación. Efectivamente, el día 18 de diciembre del 2017 en el seno del Consejo de Seguridad, catorce de los quince miembros de este Consejo se opusieron a la idea estadounidense. Washington se enfureció, ejerció su derecho a veto tras la resolución presentada por Egipto, que buscaba frenar la decisión unilateral de Trump, quien comenzó a amenazar a diestra y siniestra frente a lo que considera una afrenta contra su «soberanía». El mundo al revés: la creencia hegemónica no acepta disensos.

Tres días después, el día 21 de diciembre, en el seno de la Asamblea General de las Naciones Unidas, 128 países le dijeron a Estados Unidos, que su política no era aceptada. A pesar de amenazas y fuegos del infierno expresadas por la alianza entre Washington y Tel Aviv, que llegó a extremos escandalosos de bravatas y chantajes, que no impidió que sufrieran una derrota de proporciones. Del total de 193 naciones, treinta y cinco se abstuvieron -países que se sintieron afectados por la amenaza de Washington de tomar buena nota de aquellos que no apoyaran su agresiva política exterior, al igual que otros 21 países que prefirieron ausentarse de la votación.

Como prueba del aislamiento de la alianza entre el imperialismo y el sionismo, sólo 9 países -entre ellos microestados como Nauru, Micronesia, Palau, Islas Marshall, junto a Togo, Guatemala y Honduras- con el lógico voto del gobierno de Netanyahu apoyaron, la postura ilegal de Estados Unidos, negándose a aprobar la resolución presentada, en esta ocasión, por Turquía y Yemen, que reafirmaba la idea que el estatus final de Al Quds debe ser acordado vía de negociaciones y que cualquier decisión adoptada fuera de ese marco es «nula», no tiene efectos legales y debe ser rescindida.

Los votos contrarios a mantener el estatus jurídico de Al Quds son, indudablemente, votos reprobables e indignos. Sobre todo el de una Honduras sujeta a la ilegitimidad de un gobierno surgido tras acusaciones de fraude y una Guatemala sumida en acusaciones de corrupción contra el gobierno del ex cómico Jimmy Morales, bajo el temor de las amenazas de Washington. Lo claro es que el escaso apoyo a Trump y por extensión el negarse a ser cómplice de los crímenes contra el pueblo palestino, muestra que el mundo está cansado de la crónica conducta de Israel -su hijo putativo- que trata de mostrar una cara de victima ante el mundo, al mismo tiempo que reparte plomo y muerte en los territorios ocupados.

El doble rasero sionista

La historia del sionismo respecto a Palestina se caracteriza por una conducta, donde a la par del papel de victimarios, colonialistas, dotados de una ideología racista y criminal, suelen acompañar sus acciones con excusas del tipo «nuestros actos son de legítima defensa» o explicar sus ataques aéreos y bombardeos como «acciones de represalia frente al poder de fuego palestino». El discurso dominante en Israel es el de la «seguridad» según nos señala la intelectual israelí Nurit Peled-Elhanan, profesora de la Facultad de Educación de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en su libro «Palestina en los textos escolares de Israel». Discurso que legitima aspectos de la conducta de Israel hacia los palestinos que están denunciados en el marco del discurso de los derechos humanos. Los textos de enseñanza israelí, los actos de terror y contrabando de armas cometidos por las fuerzas clandestinas judías y bandas como la Haganá, el Irgun, Etzel y Lehi (la banda stern) contra la ocupación británica y contra la resistencia palestina al sionismo antes del establecimiento de Israel el año 1948, son glorificados dentro del discurso de la emancipación y la redención judía, mientras los mismos actos cometidos por los palestinos contra la ocupación israelí se presentan en términos criminales.

Claramente una argumentación ridícula, cuando comparamos a una Palestina dotada de milicias mal armadas y una entidad sionista, con armas de última generación, naves aéreas, buques y submarinos, blindados y un poder militar y económico de origen estadounidense.

Un sostén económico y militar de Washington, que los dota de 4 mil millones de dólares anuales sin reembolso -más armamento a destajo. A lo que hay que sumar el apoyo del Comité de Asuntos Públicos Estadounidense Israelí -AIPAC por sus siglas en inglés- que constituye el llamado lobby sionista, unido al financiamiento proveniente del llamado cristianismo sionista que agrupa a iglesias evangélicas en Estados Unidos. Es el pago para servir de instrumento del imperialismo en Oriente Medio y afianzar esta mitología de pueblo elegido.

La historia del sionismo en Palestina, tanto con anterioridad de la entidad israelí el año 1948, como posterior a esta fecha, ha sido la historia de una ocupación, de un proceso de expansión a costa de los derechos del pueblo palestino, circunscrito hoy a menos del 22% de su territorio histórico. Una historia donde la noción del otro como un «no humano» un «no judío» en su conceptualización jurídica, ha significado crear un sistema de apartheid igual o más horroroso que aquel que dominó Sudáfrica de la mano de los colonos blancos a la mayoría negra, desde la instalación de la Colonia de El Cabo por Gran Bretaña el año 1814 pero con forma jurídica específica desde el año 1948 hasta el año 1992.

Para el analista Jonathan Cook esta dicotomía perversa del sionismo, que lo mismo asesina, pero luego lamenta estas muertes en función de un supuesto carácter de autodefensa, sólo es posible descifrarlo, tal como sostuve en un artículo anterior sobre la partición de palestina «si somos capaces de comprender los dos temas, aparentemente contradictorios, que han acabado dominando el paisaje emocional de Israel. El primero es la creencia visceral de que Israel existe para realizar el poder judío; y el segundo es el sentimiento igualmente fuerte de que Israel encarna la experiencia colectiva del pueblo judío como víctima eterna de la historia. A los propios israelíes no les pasa completamente desapercibido este paradójico estado mental, y a veces se refieren a él como «el síndrome de dispara y llora».

Esto, sin duda, es una conducta escandalosa, inmoral, que pretende enmarcar y explicar la política de ocupación de Palestina, bajo el supuesto mitológico de un dios, que dotado de cierta simpatía hacia un solo pueblo le entrega un título de propiedad de una tierra que no le pertenecía. En ese marco, a la narrativa sionista se impone la idea que instalarse en Palestina, colonizarla y pasar por encima de sus habitantes es un derecho indiscutible en función de ser un «pueblo elegido». Bajo esa perspectiva, para ese imaginario no es posible hablar de «usurpadores» sino de alguien que recupera una tierra que habían dejado hace dos mil años. Dios mismo les hizo ese regalo e incluso la leyenda alcanza a la propia Al Quds sosteniendo que ella es su capital eterna e indivisible.

Bajo ese supuesto, esta sociedad sionista, que lo mismo es victimaria como también martirizada, minimiza el papel cumplido respecto a sus creaciones segregacionistas, ocupando para ello el método propagandístico de la hasbara -explicación, esclarecimiento lo denominan sus propulsores- cambiando el sentido real de la política de ocupación. Trabajo que implica cambiar el sentido de las palabras: denominar valla de Seguridad a lo que es un Muro de Apartheid. Hablar de territorios en disputa a la ocupación de la Palestina histórica y los territorios de la Ribera Occidental.

Un trabajo político militar que intenta judaizar Al Quds y el West Bank creando asentamientos habitados por centenares de miles de colonos extremistas, con el objeto de impedir la futura instalación de un Estado palestino. Autodenominarse como la «mayor democracia de Oriente Medio» cuando en realidad se trata de una etnocracia -donde es la etnicidad y no la ciudadanía es la que otorga derechos, poder y recursos en Israel-. A tanto llega la invención oficial y la creación de una historia que reafirme sus creencias, que la educación escolar israelí está profundamente imbuida de esta narrativa mitológica.

Para el profesor de Sociología de la Universidad de Haifa, Sammy Smooha, esta democracia étnica es un tipo de democracia disminuida «porque toma la nación étnica, no la ciudadanía como la piedra angular del Estado… en Israel los judíos se apropian del Estado y lo convierten en una herramienta para promover sus seguridad nacional, la demografía, el espacio público, la cultura y los intereses… y el millón 300 mil ciudadanos de origen palestino – 20% de la población son percibidos como una amenaza.»

Nurit Peled-Elhanan, en el mencionado libro «Palestina en los textos escolares de Israel» afirma que se ha construido una memoria y una identidad colectiva homogénea, que intenta concretar una narrativa que conecte a los estudiantes judíos con sus supuestos orígenes en la tierra que están ocupando: «los libros escolares israelíes siempre han presentado a los judíos israelíes como los «indígenas» de regreso a casa».

El victimario sionista necesita mostrarse como víctima y para ello le sirve tanto la historia de los pogromos, como también el holocausto -generando una industria de estos crímenes como lo afirma el intelectual judío Norman Finkelstein-. Igualmente le es funcional las condenas internacionales, como también al igual que el papel cumplido por organismos como las Naciones Unidas u otras que le exigen el cumplimiento del derecho internacional.

Todo cabe en un mismo saco, todo sirve para sostener que son un pueblo «eternamente» perseguido y que en la actualidad, con relación a Palestina, oculta sus propias violaciones a los derechos humanos de otros pueblos que efectivamente son víctimas de la política colonialista, racista y criminal del régimen sionista. De víctima a victimario utilizando incluso métodos al que el propio nacionalsocialismo recurrió contra los judíos: apartheid, segregación racial, construcción de guetos, expulsión, destrucción de viviendas, asesinatos por su origen étnico.

A tanto llega el abuso de este papel victimista del sionismo, que su clase política cae continuamente en este juego impresentable. Así sucedió con Danny Danon, Embajador del Régimen de Israel ante la ONU, que ante la mayoritaria posición de negarse a aceptar la decisión de Trump respecto a Al Quds, presentó a su gobierno como víctima de una confabulación internacional liderada por Palestina. Este funcionario que habita en un asentamiento en Palestina señaló: «Los que apoyan la resolución de hoy son como títeres tirados por los hilos de los maestros titiriteros palestinos. Los defensores de los palestinos son marionetas obligadas a bailar mientras el liderazgo palestino mira con regocijo».

Resulta evidente que uno de los objetivos fundamentales de la narrativa sionista, sea en el ámbito diplomático, militar como también en la educación, es lo que Nurid Peled Elhanan denomina «la creación de una identidad homogénea para todas las etnias judías en Israel… mientras intentan borrar, tanto física como espiritualmente los rastros de una vida palestina continuada en la tierra».

Un claro ejemplo de lo mencionad, es la denominada Ley Nakba -catástrofe en árabe- que tiene como objetivo evitar la conmemoración pública de este acontecimiento que afecta hasta el día de hoy al pueblo palestino, tras la proclamación de la entidad sionista el año 1948. Para Peled, esta es una política típica de regímenes etnocráticos que «construyen narraciones históricas acerca de la etno-nación dominante, como si fuera el verdadero propietario de la tierra mientras la historia de «Los Otros -los palestinos- su lugar y aspiraciones políticas se presentan como un paquete amenazante que debe ser rechazada totalmente».

Israel, en su papel de victimario no podrá ocultar -a pesar de su patética actuación de entidad crónicamente inmolada- que ha sido esta entidad la que permanentemente aprieta el gatillo, quien dispara y después llora, quien arrasa y después presenta alegaciones falsas de una autodefensa imposible de sostener racionalmente. Lo han hecho así desde su creación el año 1948 y se incrementa año tras año de ocupación y guerras de agresión. La política de Israel respecto a Palestina ha sido de arrasar toda presencia de este pueblo en el territorio, fundando incluso unidades militares de limpieza, como lo reveló el historiador israelí Aharon Shay en el diario Cathedra el año 2002. Unidad fundada por David Ben Gurion el año 1965 y que ha significado borrar toda presencia palestina en los territorios históricos.

Una Unidad que el profesor Gadi Algazi nos presenta como una creación secreta cuya misión era limpiar la Palestina histórica ocupada tras la instalación de la entidad sionista, «borrando sistemáticamente del paisaje los remanentes de las aldeas palestinas, que quedaron abandonadas, tras ser expulsados sus habitantes». Para los gobiernos israelíes la ruina de las aldeas a lo largo de los caminos daban lugar a «preguntas innecesarias» de parte de los visitantes y lo mejor era «nivelar» las aldeas. Decisión que evitaría, al mismo tiempo, la angustia y frustración de los ciudadanos árabes de Israel de anhelar volver a sus aldeas de nacimiento, sin poder concretarlo.

La Unidad de «nivelación» dirigida por el oficial Hanan Davidson borró más de cien aldeas palestinas bajo la premisa de encuestar y demoler, documentar y borrar como actos que iban de la mano. Se me viene a la memoria la acción de nivelar llevada a cabo por el régimen nacionalsocialista al arrasar la aldea checoeslovaca de Lídice el año 1942. La dirigencia sionista tuvo que haber tomado buena nota de estas acciones -cuando parte de su pueblo cumplía el papel de víctima, para ejecutarlas en su papel de verdugo y victimario en el proceso colonizador de Palestina-. Buen alumno ha resultado el sionismo.

Los propios historiadores israelíes señalan que esta operación de Nivelación era financiada por la oficina de Administración de tierras de Israel -Minhal Mekarkai Israel en hebreo- que no se detuvo sólo en la Palestina histórica, sino que también traspasó la Línea Verde del año 1967 y aldeas como Yalou, Beit Nouba y Amwas recibieron la visita de esta Unidad. Se expulsó a sus residentes y se destruyó piedra sobre piedra estas tres aldeas. Todo ello por orden del fallecido Premio Nobel de la Paz, el ex General Yitzhak Rabin. Para ocultar su papel de verdugos, Israel construyó en estas tierras el llamado Parque Canadá Park. Nada mejor que ocultar el crimen y la usurpación bajo el manto bucólico de un parque de atracciones financiado con aportes de la comunidad sionista de Canadá, cómplices activos de este crimen de guerra.

Desde el año 1948 a la fecha, la víctima de antaño, aupada por una ideología surgida en Europa como es el sionismo, ha devenido en victimario, en usurpador, en un experto manipulador. Una entidad que pretende mostrar su política criminal como justa y necesaria para no ser víctima de crímenes y persecuciones sufridas y condenables, ciertamente, pero que no justifican en modo alguno su actual conducta. Ese dispara y llora, no sólo es impresentable, sino que una farsa con la cual hay que acabar.

No podemos aceptar el chantaje permanente de crímenes pasados cometidos contra el pueblo judío, para justificar la política criminal contra el pueblo palestino. Así lo entiende incluso organizaciones judías como Neturei Karta que agrupa a creyentes de esa religión, que se definen como antisionistas. El sionismo, su dirigencia, sus colonos extremistas, la utilización de la hasbara, el lobby sionista en Estados Unidos, Francia e Inglaterra, presentan al mundo su peor cara: el victimismo como política de ocupación, colonialismo, racismo y crimen.

Fuente original: http://www.hispantv.com/noticias/opinion/364501/victimismo-ocupacion-sionistas-palestinos-colonialismo

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.