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Elogio del soberanismo (vasco)

Fuentes: Diario Vasco

El soberanismo, ese desconocido, no tiene quien le escriba. Quienes lo recogimos de la teoría y experiencia quebequesa hace ya 10 años (Ollora, Montero, el abajo firmante ) lo hemos explicado poco, aunque se le haya mencionado mucho y el país lo haya practicado, de hecho, en los últimos años. No es una filosofía pero […]

El soberanismo, ese desconocido, no tiene quien le escriba. Quienes lo recogimos de la teoría y experiencia quebequesa hace ya 10 años (Ollora, Montero, el abajo firmante ) lo hemos explicado poco, aunque se le haya mencionado mucho y el país lo haya practicado, de hecho, en los últimos años. No es una filosofía pero hunde sus raíces en el comunitarismo; filosofía que simplemente da cuenta de la existencia del sujeto ‘comunidad’ y que acompaña en las sociedades a los otros sujetos históricos (el individuo, el ciudadano, la clase, el género o la especie) que han sido referente central para el liberalismo, el republicanismo, el socialismo, el feminismo o el ecologismo, respectivamente. La comunidad se define desde la socialidad y la identidad cultural (plural, heterogénea y cambiante pero iden- tificable y percibida), abandonándose la apelación a los ancestros -propia del nacionalismo romántico- que ya no consta ni siquiera en el programa de las elites nacionalistas, aunque quede como un referente residual en las mentalidades sociales.

Una formulación estratégica y metodológica. Es una formulación estratégica radicalmente democrática y práctica, que concreta para las naciones sin Estado emergentes en Estados-nación democráticos el tradicional principio wilsoniano de autodeterminación. Se basa en el derecho de decisión. Su radicalidad democrática se deriva tanto de su paciencia -hasta lograr mayorías- como de su apelación a la consulta democrática popular, ante las opinables y ambiguas lecturas que sobre este tipo de temas ofrecen los resultados de las consultas electorales normales. Surge en Estados que habrían privilegiado en el espacio público alguna identidad (cultura de Estado) de forma o excluyente o prioritaria y tenida como común. Como se sabe, el modelo mononacional de Estado es cuestionado en varios lugares del mundo desde una o varias comunidades internas que ya han trascendido, por comportamiento colectivo, desde el estadio de comunidad cultural al de comunidad política con proyecto nacional propio. Que ese carácter de nación se concrete, sea en un proyecto de Estado propio (independencia) o en una relación confederada, federada o autónoma, depende de la dinámica de cada conflicto y de la capacidad de encuentro de los distintos agentes políticos. A más confrontación, más radicalización de las salidas.

El soberanismo se sitúa metodológicamente en esa zona de penumbra en la que colisionan el derecho de una comunidad a decidir su futuro con sus eventuales efectos en la integridad y estructura territorial del Estado. Parte del derecho de la comunidad; pero, al convertirlo en pretensión, no puede ignorar los efectos y condicionamientos derivados del sistema político que va a desestructurar o reestructurar. El seguimiento de unos procedimientos derivados de la legalidad vigente; la apelación a las mayorías democráticas tanto en las instituciones propias como en el cuerpo electoral; la negociación obligatoria con el Estado anfitrión, son algunos de esos requisitos, alejados de los modelos de ruptura.

No necesariamente nacionalista. El soberanismo es un punto de encuentro de un nacionalismo evolucionado y un no nacionalismo comunitarista y republicano. Por un lado, en una época de mestizajes y de identidades compartidas, los nacionalismos constatan la crisis de sus referentes tradicionales (etnia o identidad estereotipada), que establecían un hilo entre identidad cultural, identidad política nacional y partido. Hoy ya miran hacia sectores sociales no procedentes del nacionalismo. En el caso vasco, quienes se sienten ‘sólo vascos’ o ‘más vascos que españoles’ en la CAV son el 53% (frente a los ‘españoles’ o ‘más españoles que vascos’, que son el 10%) mientras los ‘tan vascos como españoles’ son el 34% (Euskobarómetro). Es con todo el más fuerte dibujo identitario del Estado. Sólo se acercan, y a distancia, según el CIS, Catalunya (40% de ‘sólo catalanes’ o ‘más catalanes que españoles’), Canarias (38%), Galicia (32%) y Navarra (‘sólo navarro’ o ‘más navarro que español’, 31%).

Por su parte -y es también mi posición-, es constatable socialmente un no nacionalismo comunitarista y republicano que ve en la comunidad un sujeto compatible -mestizajes ideológicos de la posmodernidad- con los otros sujetos y apuesta por proteger y reforzar la identidad cultural y política de su comunidad. La entiende también como una expresión de la diversidad del planeta. Dada la globalización homogeneizadora, también es un modo de resistencia frente a los imperios o los grandes poderes, y un foco de actuación más desde el globalismo alternativo (‘alterglobalismo’). Lo hace además desde el concepto de ciudadanía implicada y participativa, en claves de sociedad que quiere autogestionar su espacio relacional, entendido como nacional y relevante. Y estima que el principio de subsidiariedad le faculta -por su proximidad a los problemas de la ciudadanía y por su apelación a la solidaridad comunitaria- para gestionar mejor la convivencia que los Estados y las uniones supraestatales que, sin embargo, tienen otros roles.

El soberanismo atemperado vasco. La Corte Suprema de Canadá ha creado doctrina, de hecho internacional, sobre la cuestión. Detalla, en su opinión, las exigencias que el soberanismo debería cumplir para operar como una ideología democrática homologable y legitimada. A su vez, apunta exigencias para el propio Estado, que, si el procedimiento democrático seguido ha sido el correcto, debe respetar la voluntad de esa comunidad nacional y negociar con ella las condiciones de su acomodo o de su separación. El soberanismo es pactista desde la autoestima como sujeto de decisión.

La ciudadanía vasca o cualquier otra, desde instituciones electas, tiene tres derechos sucesivos en los que hoy se concreta el derecho de decisión de una ‘comunidad nacional’ en un país moderno y en un contexto europeo: Primero, a debatir y formular propuestas de cambio siguiendo los procedimientos establecidos. Segundo, a poder autoconsultarse para contabilizar si es compartido o no un proyecto y a que nadie se lo pueda impedir. Tercero, y en caso de ser compartido, derecho a una nueva negociación con el Estado para cambiar el estatus quo.

La doctrina del Constitucional (Corte Suprema) de Canadá es muy clara y eso que se refería a un proyecto prácticamente independentista de Quebec en la federal Canadá. En esa doctrina se obliga también al Estado a negociar con la eventual voluntad popular formulada por Quebec tras una pregunta clara. En caso de negativa reiterada a negociar, no habría sido el reclamante el causante sino el Estado, haciendo legítima, en ese caso, la ruptura unilateral (CSC dixit). Recordemos que en la propuesta del Parlamento vasco sólo se está planteando una variante avanzada de un modelo federal que es, por cierto, lo que dicen que ya era la España autonómica.

Desde el soberanismo a la cosoberanía. El proyecto del Parlamento vasco rechazado en las Cortes es bastante más atemperado que las recomendaciones de la CSC: apuesta por la insistencia hasta el agotamiento; o sea, sólo por la presión democrática y el convencimiento. Y eso en un País Vasco que necesita hacer la nueva transición para pasar varias páginas: La pacificación de un país traumatizado y no normalizado. La reformulación de la convivencia. Y la reestructruración del marco político de relación con el Estado.

En sus contenidos, el proyecto parte del sujeto soberano de decisión pero lo sujeta a los procedimientos de un modelo no soberanista, como es el del Estatuto de Gernika, y proclama la búsqueda de un pacto -de larga tradición vasca- que no es ni siquiera entre iguales. Como proyecto finalista, apuesta por un modelo de cosoberanía o soberanía compartida en términos de federación-partenariado dentro de un Estado común, y en el que las instancias del Estado central inevitablemente enmarcan el conjunto, aunque funcionara un garantista procedimiento de negociación bilateral.

En estas condiciones, el problema no es un supuesto vicio de origen (falta de un consenso que algunos no quisieron) y que no viene exigido por ninguna norma, sino la incapacidad de la España democrática para encauzar el problema más traumático de estos años y de dar cuerpo a un Estado plurinacional, así como de aceptar la democracia de las mayorías de una comunidad nacional. La liquidación del proyecto de Estatuto sólo mediante una sesión plenaria de las Cortes es una afrenta que recuerda y dibuja a la perfección la pésima calidad y falta de cintura de la democracia española. La herencia canovista (el poder contra la democracia; la unidad monocional forzosa contra el Estado plurinacional) tanto de la derecha como de la izquierda española es muy pesada.

Es posible que si la obstinación mononacional española no atiende a un soberanismo de pacto provocará a medio plazo un soberanismo de ruptura y que, como cuenta Rubert de Ventós, los que no son independentistas hoy tengan que llegar a serlo mañana simplemente por espanto.

* Ramón Zallo. Catedrático de Comunicación Audiovisual de la UPV.