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En defensa de la ciencia pública

Fuentes: Rebelión

Ciencia y política parecen estar lejos, pero no tiene por qué ser así para siempre.

El pasado lunes, 55 asociaciones médicas y de enfermería (no sociedades científicas) firmaron un manifiesto que exigía a los gobernantes que basen sus decisiones en criterios científicos y cesen las disputas partidistas para afrontar el covid. En salud ustedes mandan, pero no saben, fue titulado.

No hay nada más contrario al mundo ciencia que la vanidad y la soberbia. Juntas forman un material explosivo.

Es indispensable aclarar que de las 55 asociaciones de referencia, una gran parte de ellas pertenece al universo ultra conservador y a la medicina privada. No pocas, del integrismo católico procedente del antiguo régimen.

Lógicamente, obvian que la política, en democracia, lejos de ser uniforme e impuesta, interpreta un espacio de confrontación de ideas y de fórmulas políticas diferentes, a veces antagónicas, que se expresan a través de la pluralidad de los partidos.

Por el contrario, deberían saber que la dictadura, en nombre de la antipolítica, los destruye, disolviéndolos en el mito del pueblo predestinado a un designio universal, más allá de las diferencias políticas, sociales y las luchas cívicas.

En la crisis de hoy, es la hora de la exaltación del Estado corporativo, gobernado por élites corruptas surgidas de las cenizas de la democracia. Es el momento de científicos que hacen del cientificismo anti-político la enseña de una nueva revolución conservadora. Trump, Bolsonaro, Le Pen, Salvini, no están lejos.

A la luz de la experiencias malogradas en la prevención, el tratamiento y la contención del covid, el título de este manifiesto, fácilmente, bien se podría apostillar …y vosotros tampoco.

Guste o no, desde antes y durante la pandemia, determinadas asociaciones de la comunidad científica han cometido errores que deberían llevarlas a ser más cautas a la hora de enjuiciar la política y los políticos:

Han pasado por alto las evidencias de la pandemia hasta muy recientemente y la han confundido con otras enfermedades comunes.

Han ignorado o relativizado su capacidad de transmisión en espacios abiertos.

Han minusvalorado arbitrariamente el confinamiento en ciudades de menos de 100.00 hab. y su difusión en pequeñas localidades…

Aun así, en un ejercicio de funambulismo digno de mejor causa, el presidente de la Sociedad Española de medicina Preventiva, Salud Pública e Higiene…, conservador, opinaba que aunque no haya umbrales infalibles para decidir acciones y a pesar de que la evidencia es compleja, las medidas se pueden basar en criterios científicos (sic).

Dicho esto, no se puede entender el estado actual de la ciencia, ignorando:

Los recortes presupuestarios de los gobiernos del PP a partir de 2011.

La emigración de miles de científicos a otros países de Europa y EEUU, Canadá y hasta Australia.

Los corporativismos de toda índole, que caracterizan a la carrera científica.

Las ventajas comparativas de algunas comunidades territoriales sobre otras.

La endogamia y el amiguismo habitual en las instituciones científicas.

La discrecionalidad al acceso a vías de financiación de la investigación y el desarrollo científico.

No obstante, hubo quienes pudieron y debieron hablar claro y alto, pero optaron por el silencio. Como ahora.

Refugiados en sus consultas, a la intemperie de las tormentas políticas, muchos guardan el silencio de los santos. Y dando lecciones de ciudadanía, sin embargo, son subalternos de las farmacéuticas y de grupos empresariales de la Medicina privada, en detrimento de la financiación de la sanidad pública.

Durante los años de gobierno del PP, 1996 a 2003 (Aznar) y 2011 a 2018 (Rajoy), con el intervalo de 2003 a 2011 (Zapatero), los retrocesos en ciencia coincidieron, no por casualidad, con la eclosión del gran negocio de la construcción y el ascenso de las actividades del sector terciario en detrimento de la industria y la agricultura.

Se malogró la oportunidad de fundar una ciencia avanzada y pública, priorizando una economía tercermundista y dependiente, maquillada con las subvenciones europeas al desarrollo rural y urbano. Las ayudas europeas a la ciencia fueron, por otra parte, un adorno decorativo.

También es cierto que los gobiernos socialistas no introdujeron, ni antes ni después, elementos de ruptura cuando les fue posible cambiar ese modelo. Por el contrario, lo sostuvieron y, a veces, lo expandieron y agravaron.

España es la tercera por la cola entre los países europeos en inversiones de I+D+I, con solo 1,24% sobre el PIB, en contraste con Alemania (3,13 %), Holanda (2,16 %) o Austria(3,17%). Lógicamente, el deterioro de la investigación científica ha sido drástico.

El eslogan del PSOE-A Andalucía lo primero, demostró ser una falacia carente de base: en todos los ranking nacionales de desarrollo sostenible, PIB, renta y empleo, la comunidad andaluza ocupa puestos secundarios.

La ciencia, a duras penas, se ha recluido en algunas facultades universitarias y en unas pocas empresas privadas. Los Parques Tecnológicos, creados para fomentar entornos favorables a la innovación empresarial, ensamblando la investigación científica, la universidad y las empresas, han acabado, salvo contadas excepciones, en un fracaso.

En bastantes casos, han derivado en polígonos industriales de escasa entidad, o en espacios inhóspitos, con infraestructuras tercermundistas que albergan almacenes mayoristas, talleres de automóviles, cartonaje, tiendas de artículos baratos…

Grandes extensiones de suelos agrícolas de alto valor productivo y ecológico, fueron reclasificados y recalificados bajo el pretexto de acoger empresas innovadoras.

Jamás sirvieron para ese fin. Una buena parte fueron ocupados por urbanizaciones ilegales. El resto, coincidiendo con el estallido de la burbuja inmobiliaria, se degradaron en terrenos de barbecho donde se acumulan toneladas de escombros ilegales. A veces, de desechos de los cultivos domésticos de marihuana.

En realidad, el gran negocio de los parques tecnológicos no consistía en instalar empresas innovadoras e instituciones científicas, con infraestructuras y servicios comunes de calidad, sino la compraventa de terrenos agrícolas recalificados, adquiridos a precios ínfimos, y revendidos sucesivamente en cantidades multiplicadas de dinero negro.

En su lugar crecieron como setas macro urbanizaciones ilegales. Entre el desarrollo científico o el ladrillo, se libró una batalla desigual ganada por el beneficio rápido y fácil. Queríamos lo mejor pero ocurrió lo de siempre, se lamentaba un grupo de científicos.

Los bordes urbanos descuidados se complementan con las edificaciones irregulares y los tejidos urbanos degradados de pueblos y ciudades que rompen el viejo tópico de un mundo rural a la medida de sus habitantes, sin comprender aun que el futuro o es mestizo o no será.

A menudo, la jungla de matojos resecos se ha convertido en un peligro para la seguridad sanitaria de las poblaciones colindantes. La ciencia fue solo un pretexto para los grandes negocios inmobiliarios y su víctima más ilustre y desconocida.

Todo ello no habría sido posible sin la complicidad activa de unas autoridades locales y autonómicas carentes de escrúpulos. La intervención de las mafias y la camorra en el negocio será cuestión de tiempo.

Ciencia y política parecen estar lejos, pero no tiene por qué ser así para siempre.