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En el rompecabezas de las ruinas, tras tres semanas de crímenes de guerra

Fuentes: Il Manifesto

Traducido del italiano para Rebelión por S. Seguí

«Cuando se descubra la enorme destrucción de la Franja de Gaza, no voy a ir a Amsterdam a hacer turismo, sino para comparecer ante la Corte Internacional de La Haya.» Son palabras, recogidas por el diario Ha’aretz, de un ministro israelí que ha pedido seguir en el anonimato.

Organizaciones humanitarias y simples ciudadanos indignados, en todo el mundo, quieren efectivamente llevar ante los jueces al ejército y al gobierno [israelíes], y hacer que se les procese por los crímenes de guerra con que se han manchado las manos durante las tres semanas de masacres en Gaza.

En público, los altos cargos militares y gubernativos no parecen preocuparse, ya que afirman disponer de pruebas tangibles para demostrar que los edificios bombardeados eran bases logísticas utilizadas por los terroristas de Hamás. Entendámonos, estamos hablando de más de 20.000 edificios dañados por las bombas y de más de 1.500 víctimas, de las que el 85% eran civiles.

Para verificar la precisión quirúrgica con que han sido golpeados estos supuestos centros neurálgicos del terrorismo islámico, me desplacé a Jabal Al Dardur, al norte de la Franja, una de las zonas más intensamente golpeadas por la artillería israelí. Con decenas de edificios arrasados hasta el suelo, los mastodónticos bulldozers que Caterpillar -¡boicot a esta empresa!- monta especialmente para destruir las casas palestinas han colaborado decisivamente con los blindados en esta destrucción. Entre las ruinas he visto hombres y mujeres buscar algo todavía utilizable, algún instrumento, un par de carteras escolares recubiertas de polvo, fotos familiares en marcos desportillados. No he visto en ninguna parte restos de arsenales destruidos, sino sólo edificios sin techo en los que se intuyen salones, entradas a dormitorios y cocinas reducidas a cenizas.

Abu Omar, biólogo molecular, me ha invitado a ver lo que ha quedado en pie de su apartamento. Junto a su casa, su vecino Osama, pediatra, tiene la vivienda reducida a escombros. La fuerza de propulsión de los misiles ha arrastrado contra el edificio los frutos del naranjo cercano. El zumo de éstos, mezclado con la sangre coagulada sobre el pavimento, asemejaba la paleta de un pintor naíf.

Un anciano, con la cabeza cubierta por la keffiah, se ha acercado para informarse sobre el país de origen de Natalie, nuestra compañera del Movimiento Internacional de Solidaridad (ISM). Es libanesa. Agitando en el aire su bastón, como dibujando un largo arco, ante este panorama de devastación le ha dicho: «Beirut y Gaza, mismo cuadro, mismo artista.» Ni siquiera el palomar de Osama ha escapado a la ferocidad de las explosiones: las palomas yacen en el suelo como rendidas ante un cielo más pesado que ellas mismas, pesado como el plomo fundido. «Han querido aniquilar la aviación palestina, o quizás pensaron que tus aves eran mensajeras partidarias de Hamás…»

Con Ban Ki-moon nos hemos cruzado mientras nos trasladábamos en nuestro desvencijado taxi: un largo cortejo de 4×4 flamantes, con vidrios oscuros y distintivos de la ONU avanzaba entre un chirriar de neumáticos en plena ciudad de Gaza como si la tierra temblase debajo, lo que en efecto fue así hasta anteayer. Dando vueltas por el rompecabezas imposible de recomponer de las ruinas de Jabal Al Dardur, he oído llamar mi nombre y al girarme he reconocido la figura de Abu Ashrafa. Yo había asistido al velatorio por su hijo, asesinado en un bombardeo en noviembre, cuando teóricamente según Israel y los medios de información occidentales, se estaba en plena tregua. Ha perdido otro pariente, y su casa ha sido arrasada hasta los cimientos. «No han dejado en pie ni una piedra, ni un animal, ni un olivo; no son seres humanos», con estas palabras me ha acompañado a su huerto.

Muchos olivos, algunos centenarios, han sido arrancados por los bulldozers israelíes. Como para vengarse de esas vidas que parece imposible desarraigar de sus orígenes, de su identidad y hambre de justicia. Un poco más lejos, otro hombre de mediana edad ha venido a mi encuentro para preguntarme si, en mi opinión, cada palestino es un guerrillero de Hamás. De una ventana de su vivienda reventada, ondeaba una bandera amarilla de Al Fatah. «Nuestro Kalashnikov es nuestra fe y nuestro honor, defenderemos nuestra tierra con uñas y dientes como defenderíamos a nuestra hija de un estupro.» Si el objetivo de Israel era aislar y derrotar a Hamás de la Franja, a la vez que atizar el fuego de un pueblo últimamente fragmentado en diatribas fratricidas, Israel ha obtenido exactamente lo opuesto: las bombas han restituido, en parte, la unidad nacional en Gaza. La prueba de tornasol de esta nueva situación la presenta la al mukawama, la resistencia palestina, heroica en sus intentos de frenar la avanzada del ejército israelí. Las largas barbas de los islamistas de las brigadas Ezedin el Qassam, brazo armado de Hamás han combatido al lado de los muchachos guerrilleros pertenecientes al Frente Popular, y junto a los mártires de Al Aqsa, de Al Fatah. Sólo el tiempo dirá si este reencuentro de las milicias tiene reflejo en la sociedad civil y en la más comprometida políticamente.

Dejando atrás el paisaje lunar de la zona despojada de construcciones de Jabal Al Ardour, nos hemos parado ante un muchacho entristecido, sentado en un montículo de restos de lo que había sido el patio de casa. Le hemos preguntado qué le sucedía. En sus sencillas palabras dejaba entender que Hamás y su resistencia habían sido responsables de esta catástrofe. Entonces Fida, nuestra compañera del ISM, con atención materna lo ha tomado aparte y le ha contado brevemente su historia. Cómo los soldados entraron en Rafah en 2004 y arrasaron enteramente su barrio, exactamente como ha sucedido ahora en el lugar donde nos encontrábamos. Entonces no era Hamás, eran Arafat y Al Fatah los terroristas, el enemigo número uno que había que vencer y erradicar de Palestina. Pero, en lugar de Al Fatah Israel golpeó también entonces y mató indiscriminadamente a decenas de civiles, arrasando totalmente la casa de nuestra amiga. De vuelta a la ciudad de Gaza, el automóvil en el que viajamos se hunde en un foso excavado en el asfalto por las cadenas de los tanques. El taxista se ha girado y me ha dicho: «La muerte pasó por aquí y dejó su rastro.» Quién sabe cuánto tiempo será necesario para curar esta tierra y cicatrizar sus heridas. Sigamos siendo humanos.

S. Seguí pertenece a los colectivos de Rebelión y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la fuente.

http://www.ilmanifesto.it/il-manifesto/in-edicola/numero/20090121/pagina/01/pezzo/240007/