Magnífico escritor, comprometido activista, una de las almas de Espai Marx, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Girona, republicado de una pieza, colaborador de Ayer, mientras tanto, Historia Social, Revista de Historia das Ideias, Le Mouvement Social, Àngel Duarte Montserrat es un estudioso de la historia social de la política y de la […]
Magnífico escritor, comprometido activista, una de las almas de Espai Marx, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Girona, republicado de una pieza, colaborador de Ayer, mientras tanto, Historia Social, Revista de Historia das Ideias, Le Mouvement Social, Àngel Duarte Montserrat es un estudioso de la historia social de la política y de la cultura. Entre sus últimos libros, cabe señalar El otoño de un ideal. El republicanismo histórico español y su declive en el exilio de 1939.
Nuestra conversación se centra básicamente en El republicanismo. Una pasión política (Cátedra, Madrid, 2013).
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Después de felicitarte por tu nuevo libro -¡mil gracias por él!-, te pregunto por tu concepto de republicanismo. ¿Qué es el republicanismo?
Me temo, Salvador, que resulta inevitable que empiece contestándote «en pasado» aunque la interrogación sea de presente. Cosas del oficio. El republicanismo -con toda certeza sería más exacto hablar de republicanismos- ha sido una cultura política, un movimiento social y, en este país, casi, casi, un estilo de vida. El horizonte que procuraba ese republicanismo plural dependía, claro está, de los perfiles sociales que lo sustentaban y alimentaban. El republicanismo patricio diseñaba para España un horizonte de modernidad y racionalidad burguesa en el cual, superándose los rasgos arcaicos -pervivencias semi-feudales que sostenía Azaña aún en los años 1930-, sería posible un mañana de progreso material y de cultura liberal, un futuro de democracia estable -para nada dada a las «exageraciones» populares- y de laicización de la esfera pública. Interaccionando con él, se da desde los primeros momentos de las revoluciones burguesas y los procesos industrializadores un republicanismo plebeyo, alzado en defensa del principio de la economía moral de las multitudes -que diría E.P. Thompson-, combativo contra toda exclusión, dispuesto a convertir al cuarto estado, al proletariado o a las clases subalternas -que de todas esas maneras se dijo- en el actor principal de una escena política, social, económica y cultural emancipada.
Hoy en día, como es sabido, la filosofía política republicana, reactivada en el último cuarto del siglo XX, recupera el concepto clásico de libertad como no dominación; es decir defiende que sólo el individuo que tiene asegurada una mínima autonomía económica está en condiciones de rechazar aquellas propuestas que juzgue injustas o indignas y, por el contrario, en disposición de apostar, en las plazas de deliberación y participación, por el bien común y la justicia. En ese sentido, el republicanismo que a mí me interesa es el que, enlazando con el pasado de combates populares al que aludía, entiende que la autonomía sólo puede alcanzarse mediante una serie de iniciativas que quiebren la centralidad/exclusividad del mercado en la asignación de recursos.
Afirmas también que el republicanismo es una pasión política. ¿Y eso no es malo, no es inadecuado que rija o se ubique la pasión en asuntos políticos?
En absoluto. La tensión dialéctica entre razón y emoción, resuelta en una pasión republicana, ecologista, feminista y socialista, se encuentra, a mi entender, en el corazón de todo proyecto emancipador que se precie.
Se suele afirmar que desde mediados del XIX el republicanismo obró en España como movimiento político. Pues la verdad, más allá de nuestras preferencias personales, mucho éxito no ha tenido. Si sumamos la duración de la primera República y de la segunda apenas llegan a 10 años… ¡y entre 170, el 5% más o menos! ¿Por qué crees que en España no ha triunfado el movimiento republicano como en otros países?
En España los procesos institucionales republicanos han sido breves. Brevísimos. Por ello, no deja de resultar chocante que se estigmatice a la república como fuente de casi todos los males y de todas las inestabilidades patrias. No obstante, lo de que en España no haya habido suficientes republicanos y republicanas es falso. Basta echar una ojeada a la historia social y política contemporánea. La conformación de una ciudadanía activa y el aprendizaje de la democracia, la contestación a variadas formas de dominación y las prácticas alternativas de participación política han estado -por toda la geografía peninsular, de Gijón a los municipios más diversos de la provincia de Jaén, de la federal Figueres a la atlántica Cádiz,…-, vinculados al legado y la movilización republicana progresista y federal. En España ha habido -y hay- republicanos y republicanas, lo que no ha habido suficientes -ni por asomo- han sido repúblicas.
Antes de entrar propiamente en materia, ¿por qué tras la muerte de Franco no irrumpió en España un fuerte movimiento republicano? Yo mismo formé parte de la Convención Republicana que impulsó el FRAP y solíamos hablar en el desierto, nadie -y nadie aquí es casi nadie- nos oía.
El republicanismo se agosta en 1939.
Lo que había sido, si me permites la imagen clásica del árbol revolucionario de la libertad republicana, una planta que había sobrevivido a los avatares de las represiones, los exilios temporales, las derrotas políticas, las descalificaciones, las traiciones,… durante los cien años previos no pudo resistir con eficacia su traslado a tierras extrañas a lo largo de cerca de cuatro interminables décadas. La entrada de las tropas franquistas en una población suponía, entre otras cosas, la liquidación física de los maestros y maestras laicos, de las bibliotecas de los ateneos populares, de los centros de sociabilidad y cooperación democráticas. El cierre de ese instrumento de conformación de las experiencias colectivas que fue la prensa obrera, republicana, federal. Es decir, de todo aquello que constituía la materialidad de la herencia republicana plebeya y, en no pocos casos, de la patricia. Por lo demás, el franquismo se ocupó de denostar con insistente eficacia la memoria de lo que había sido la república asociándola a guerra civil, con sus atrocidades y penurias. Inicuo pero eficaz.
Como te puedes imaginar, el republicanismo de los años 1850 resultó ser distinto del de 1873, y éste del de los años primeros del siglo XX. Era distinto porque estaba vivo. Porque se adaptaba, como toda cultura política, a las conveniencias de sus productores / consumidores: el pueblo, los trabajadores cualificados, los artesanos, las mujeres que combatían contra la hegemonía clerical o la misoginia de sus compañeros,… Dilata la lista en el sentido que quieras. Algo de republicano habrá en las tradiciones libertarias, socialistas, cooperativistas, federales, autonomistas,… La capacidad de adecuación tiene que ver con la flexibilidad de los materiales y con la potencia de la aspiración fundacional -libertad, igualdad, fraternidad.
Bien, perdona que me haya alargado…
Perdonado
Todo ello será imposibilitado por casi cuarenta años de una dictadura contrarrevolucionaria que tuvo mucho cuidado en estigmatizar al republicanismo como la anti-patria y el caos, el prólogo a la guerra civil. El exilio, cuando dura tantos años, desconecta esos materiales de las experiencias de resistencia a la dominación y de combate a las prácticas de exclusión en el interior del país.
En consecuencia, intentos como los del FRAP lo tenían complicado. A pesar de querer, precisamente en la figura del Álvarez del Vayo, religar viejos y nuevos combates. Acaso no se recuerde que en las primeras elecciones democráticas, aquellas a las que ya pudo presentarse un PCE legalizado, no contaron con formaciones abiertamente republicanas dado que estaban ilegalizadas. De hecho, ni los primeros 14 de abril en democracia transicional pudieron celebrarse legalmente.
Tienes razón, había olvidado este nudo de prohibición. Te cito: «el republicanismo histórico, el que nace a mediados del XIX y queda brutalmente «liquidado» en 1939, era una cultura compleja y, si me permites, interclasista.». ¿Por qué compleja? El interclasismo de nuestro republicanismo ¿conllevó beneficios o pequeños desastres? Te vuelvo a citar de nuevo: «En su seno hay imágenes de sociedad futura que son, en última instancia y en contexto de agudización de la lucha de clases, incompatibles. Y eso se refleja claramente en el primer tercio del siglo XX».
Me refería a ello con el juego conceptual dicotómico de plebeyo/patricia. Conste, sin embargo, que no es un dato español. En todos los países de nuestro entorno opera esa convivencia, en ocasiones cooperativa, por momentos abiertamente hostil, entre un republicanismo que anhela una democracia liberal puesta al servicio de la propiedad privada y del progreso material y aquél otro en el que depositan sus esperanzas de liberación los sectores populares subalternos.
En otras palabras, en el seno del republicanismo, en tanto que cultura política contemporánea, se reflejan, en toda su potencia y como no podía ser de otra manera, los conflictos de clase.
¡Ay, esta lucha de clases de las que no han hablado Marx, Domenico Losurdo e incluso Mr Warren Buffett! Una imagen que habita hace años en mi mente. Me ubico en «Treball», la inolvidable y añorada fiesta del PSUC, finales de los 70. Un grupo de militantes del partido de los comunistas catalanes persigue, con rabia no siempre contenida, a otro grupo de militantes del Partido que aireaban la tricolor. ¿Aluciné? ¿Fue un mal sueño? ¿Mi memoria no ha acuñado bien lo sucedido? ¿Por qué?
Tu memoria se ajusta a los hechos. A mí me ocurrió otro tanto en una de las primeras concentraciones legales en el Fossar de les Moreres. Aunque ahí la razón sea más nítida. Por lo que dices de la fiesta del PSUC, la ojeriza puede tener dos explicaciones. Ambas reflejo, en cualquier caso, del corte en la memoria popular que se había producido a pesar de los esfuerzos del antifranquismo en el seno de la izquierda. Pudiera ser que fueran elementos ganados por la furia legalista, plagada de renuncias, de la dirección política del partido. Pudiera ser, también, que fueran nacionalistas catalanes a los que la sola idea de una bandera española, aunque fuese la republicana, les produjera urticaria. Vete tú a saber.
Leo en un libro de reciente aparición -Xavier Diez, L’anarquisme, fet diferencial català-: «Se entiende que esta declaración, no muy afable, se vincula con el conflicto entre Felip IV y la Generalitat en el contexto de la revuelta del Cuerpo de Sangre de 1640, la efímera Primera República Catalana de 1641 y la posterior guerra de los segadores…». ¿Esa fue la primera República en nuestro país de países?
De repúblicas en el sentido contemporáneo, y no tardo-medieval o moderno del término, yo no hablaría hasta 1873. Otra cosa es que el republicanismo, o los republicanismos, leyeran el pasado en clave de herencia. En ese sentido, la república catalana de 1641 se inscribe en una larga nómina de episodios reivindicados por la memoria democrática popular. Desde la reivindicación de los concejos abiertos como prácticas de democracia republicana municipal avant-la-lettre a los Comuneros y las Germanías, para no irnos más atrás.
Ocho capítulos componen tu libro más una coda republicana. Dos o tres preguntas por capítulo, no te exploto más. Antes de ello. Citas en los agradecimientos al maestro Ricardo García Cárcel. ¿Quién es este maestro?
El libro forma parte de una colección. El proyecto editorial, de hecho, ha sido pergeñado por García Cárcel, conocido historiador modernista. Su intención era la de facilitar unos materiales que sirviesen para aclarar el sentido histórico de conceptos que han devenido de uso habitual en la vida política de nuestros días.
Del primer capítulo: ¿no exageras cuando hablas de la erosión del capital simbólico de la Monarquía? Se les ve inquietos, no digo que no, pero bastante seguros de si mismos. ¿No es el caso?
Quizás sea, por mi parte, lo que podríamos denominar un pensamiento ilusorio. Admitirás, no obstante, que están en horas bajas. Lo que sí me parece incontestable es que durante décadas la monarquía resultaba intocable, se asociaba a la conquista de la democracia -al éxito de la Transición- y al progreso material. Todo ello, hoy en día, está francamente problematizado.
De acuerdo, están en horas bajas y «su narratividad» está problematizada. ¿Por qué, como sostienes, la reaparición del republicanismo no es un fenómeno exclusivamente español? ¿En qué otros lugares?
Si del pasado venimos lentamente al presente, el republicanismo reaparece en la filosofía política por la necesidad, entre otras, de plantar cara a la hegemonía cultural del neoliberalismo y del neoconservadurismo. Y de hacerlo en un contexto de crisis de las experiencias vinculadas a los relatos emancipadores de la modernidad que habían imperado en el siglo XX. Es ese un ejercicio, en cualquier caso, que no admite fronteras. Late, por otro lado, en el republicanismo una pulsión ecuménica, en el sentido más profundo de la palabra.
Paso ahora al segundo capítulo. ¿Te parece?
Me parece
Fuente: http://www.construirrepublica.org/entrevista-con-angel-duartesobre-el-republicanismo/
Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)
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