Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens y revisado por Caty R.
El levantamiento egipcio llegó frente a mi casa el viernes pasado y terminé por recibir mi parte del presupuesto de ayuda al exterior de EE.UU. al inhalar una dosis insalubre de gases lacrimógenos por cortesía de Combined Tactical Systems. La ‘ayuda’ de EE.UU. que inhalé provenía de granadas sorprendentemente atractivas de gas lacrimógeno con el logo de la compañía y una descripción de su contenido – ‘Humo CS para Disturbios 6230’ [‘6230 Riot CS Smoke’]. No estoy seguro de cuál era la ocasión porque yo no estaba participando en un disturbio. Lo único que hice para merecer el gas fue que me sumé a una marcha pacífica para pedir algunos cambios democráticos básicos en Egipto que comenzaran por la salida de Hosni Mubarak.
Todo comenzó de una manera bastante inocente cuando presencié un espectáculo peculiar mientras tomaba una taza de té en mi balcón: una manifestación en -precisamente- El Cairo suburbano. Heliópolis no es exactamente un centro de disidentes egipcios, de modo que no fui el único que se sorprendió ante lo extraño del evento. La gente se quedaba en sus balcones para vitorear a los jóvenes participantes y los jóvenes manifestantes respondían llamándolos a bajar y unirse a la festiva procesión. Como no tenía ninguna otra invitación en mi agenda, acepté su oferta y bajé para probar algunas consignas improvisadas de mi propia fabricación. Por eso recibí mi dosis de gas lacrimógeno.
Una vez que me sumé a la multitud, comencé a mezclarme con la gente y a hacer unas pocas preguntas: el tipo de preguntas que supuestamente debemos formular los periodistas. ¿De qué balcón viene? ¿Se ha manifestado antes? Un 90% respondió ‘no’ a esa pregunta. Las manifestaciones todavía se consideran una novedad en Egipto. Había muy pocas pancartas -sólo algunas banderas- otra indicación de que la mayoría de la gente se había unido espontáneamente. Para los no iniciados, la mayoría de los egipcios tienen banderas listas para celebrar cualquier tipo de victoria contra cualquier extranjero, especialmente equipos de fútbol argelinos. En todo caso, mi impresión fue que la vasta mayoría de los participantes, que eran en su abrumadora mayoría de clase media y sin afiliación política, se habían decidido impulsivamente a participar en lo que se convirtió en un evento histórico.
Si hubo una sola demanda en la que parecían estar de acuerdo los manifestantes, era la necesidad de que Mubarak renunciara. Su coro favorito era «Al’shaab yourid isqat al nizam» que se traduce «el pueblo exige la caída del régimen». La frase tiene más ritmo en árabe y parecía una demanda bastante razonable después de treinta años de dictadura. De vez en cuando comenzábamos a cantar el himno nacional, «Bilady Bilady«. Ya que sólo recuerdo como la mitad me limité a tararearlo.
Mientras íbamos hacia la plaza Tahrir, una caminata de unos buenos 11 kilómetros, la multitud creció con la gente que bajaba de sus balcones para sumarse a la marcha. Por el camino nos daban botellas de agua, repartían golosinas y nos deseaban todo lo mejor. Vi a hombres y mujeres mayores llorando porque muy pocos egipcios pensaban que verían algún día un día como el viernes, un grito primordial de toda la nación contra la dictadura, la corrupción y la mala administración por la implacable camarilla del octogenario que gobierna Egipto.
No había absolutamente ningún dirigente; no era un evento organizado. Pero todos conocíamos nuestro destino final, la Plaza Tahrir. No pensábamos que los gobernantes nos dejarían llegar tan lejos, y a medida que nos acercábamos muchos volvieron atrás, desalentados por las nubes de gas lacrimógeno y el humo negro que se podía divisar a unos 3 kilómetros. Entrábamos a una calle, veíamos que estaba bloqueada por la policía antidisturbios, dábamos media vuelta y buscábamos calles laterales para circunvalar sus barricadas. Lo que todos queríamos evitar era algún tipo de choque con la policía. Cada vez que encontrábamos densas concentraciones de fuerzas de seguridad, comenzábamos a gritar «Selmya» -mantened la paz- y encontrábamos otro camino para llegar a la plaza. Unos pocos llegamos armados de cebollas para aliviar los efectos del gas lacrimógeno, pero todos íbamos indefensos.
Algunos dudaron antes de seguir adelante, especialmente las muchachas, en la multitud. Si tuviera que dar una idea aproximada, diría que sólo uno de cada tres manifestantes que se unieron a la marchas hizo todo el camino y que tal vez los dos que se volvieron tomaron la decisión correcta. Porque lo que nos esperaba en la Plaza de la Liberación era una dosis liberal de gas lacrimógeno y balas de goma fabricados en EE.UU. Las fuerzas de seguridad tenían en su arsenal algunas otras armas exóticas de control de disturbios hechas en EE.UU. Vi heridas de perdigones que provenían de algún tipo de bomba de racimo no letal, pero pienso que los tenían reservados para manifestantes que se acercaban a la Universidad Americana o a la calle que conducía a la embajada de EE.UU. La policía no se limitaba al uso de armas no letales. Treinta personas murieron en el país por el uso de munición de guerra.
Los matones de la policía de Mubarak llegaron preparados para un disturbio y cuando encontraron a decenas de miles de manifestantes pacíficos, decidieron tratarlos en todo caso como alborotadores y tenían amplias cantidades de armas de control de disturbios financiadas y fabricadas por EE.UU. para hacer retroceder a la multitud. El gobierno también tomó la precaución de interrumpir los servicios de Internet y bloqueó los teléfonos móviles en todo el país.
Los manifestantes que llegaron a la Plaza Tahrir eran un grupo decidido, aunque ingenuo. Pocos eran activistas experimentados. Llegaron sin preparación; sin cebollas, sin vinagre, ni siquiera agua. Sabían menos de gas lacrimógeno que yo mismo. Pero una vez que llegamos a la plaza, la mayoría decidió quedarse y acampar toda la noche y entonces la policía antidisturbios intensificó sus ataques. Los matones de Mubarak estaban decididos a recuperar la plaza.
El gas lacrimógeno era abrumador y miles de personas corrieron por las calles laterales para evitar los vapores nocivos. Lo que descubrimos en ellas eran más policías antidisturbios que disparaban más gas lacrimógeno y balas de goma. Unos pocos se desmayaron y un joven que me vio toser me tomó por el brazo y me condujo al portal oscuro de un edificio residencial. Como la mayoría de los jóvenes egipcios refinados me llamó «tío». Subimos cinco pisos y nos sumamos a otros que habían sido invitados a un apartamento que dominaba la plaza y la Universidad Americana. Desde ahí observamos la acción bajo el balcón, un juego de gato y perro entre la policía antidisturbios y los jóvenes manifestantes que recogían las granadas de gas y las volvían a lanzar a las fuerzas de seguridad.
Las cosas comenzaban a ponerse bastante feas y tuve una premonición de lo que iba a suceder. Bajé los cinco pisos, volví a la plaza y comencé a caminar hacia la Plaza Ramsés. Era un poco antes de medianoche y al salir de la plaza, docenas de tanques y transportes de personal del ejército comenzaron a entrar. La joven multitud se puso eufórica al verlos. Hicieron signos de victoria y comenzaron a corear «el ejército y el pueblo son una misma mano» y «La policía nos golpea pero el ejército nos protege». Francamente, no sabía qué pensar. Aunque el ejército egipcio es la institución más respetada del país, una toma del poder por los militares no es exactamente mi idea de democracia. Después de aguantar horas de ataques por la policía, tal vez la multitud sólo estaba feliz de ver a alguien que no disparara balas de goma y granadas lacrimógenas. Por lo tanto, lo que comenzó como una manifestación pacífica se convirtió en un disturbio policial que requirió la intervención del ejército egipcio.
La próxima vez que oigas a Hillary y Obama perorando elocuentemente sobre su apoyo a la ‘estabilidad’ y las ‘reformas’ en Egipto, pregúntate por qué un país que pocas veces presencia una manifestación tiene tantas brigadas de control de disturbios con un arsenal tan vasto de balas de goma y granadas lacrimógenas fabricadas en EE.UU. Tal vez sea porque Obama e Hillary comparten la opinión de Mubarak de que cualquier manifestación egipcia tiene que ser un disturbio. Ahórrame el baboseo farisaico y pásame las cebollas.
by courtesy & © 2011 Ahmed Amr
Fuente: http://americas.mediamonitors.