Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Las últimas tentativas de la ONU para resolver la crisis yemení han resultado todas ellas un fracaso al no aparecer por Ginebra los representantes hutíes. Pero el verdadero problema radica en que las potencias extranjeras están empeñadas en prolongar la guerra.
Tras el fracaso de las rondas de conversaciones de paz en Ginebra que trataban de resolver la crisis yemení, las esperanzas se volvieron hacia Kuwait, donde ni en cien días se ha logrado un avance en los esfuerzos diplomáticos internacionales para poner fin a la guerra que estalló en 2014. Este verano, tras una larga interrupción, la atención se centró en el renovado impulso conducido por el Enviado Especial de la ONU, Martin Griffiths, que intentaba producir «algo» nuevo en la crisis más complicada de Medio Oriente. En lugar de proseguir desde el punto donde se habían quedado sus predecesores, comenzó desde cero y, como explicó, se reunió con todas las partes y escuchó todos los puntos de vista conflictivos. Celebró innumerables reuniones con líderes hutíes en Sanaa, con líderes del gobierno internacionalmente reconocido con sede en Aden, con expertos en la crisis yemení y con numerosas figuras influyentes en Londres, Riad, Muscat y otros lugares. Los analistas sintieron que algunas de las reuniones fueron importantes pero que otras sólo sirvieron para recuperar a personas que ya no tienen capacidad para influir en los acontecimientos. Todo esto se demoró un tiempo considerable, sobre todo teniendo en cuenta la vida del pueblo yemení, que sigue sufriendo los estragos de la guerra, el bloqueo, las dificultades económicas, el hambre y las enfermedades.
Ese «algo» debía fructificar en Ginebra, donde Griffiths fijó el 6 de septiembre como fecha para las conversaciones entre los contendientes después de más de dos años de estancamiento diplomático. El enviado de la ONU intentó hacer todas las componendas necesarias para garantizar que este importante paso funcionara. También se le aseguró que los hutíes esperaban ansiosamente las consultas en Ginebra y que se sentían optimistas. Pero cuando llegó el momento, la delegación del gobierno yemení apareció a tiempo y no así la delegación hutí. Griffiths pidió a los presentes que dieran más tiempo a la delegación hutí para que pudiera resolver sus asuntos pendientes, pero siguió sin aparecer. En una conferencia de prensa del 8 de septiembre, confesó la incapacidad de «las discusiones y negociaciones y arreglos y opciones y alternativas» para llevar a la delegación de Sanaa a Ginebra. Para no tener que declarar el fracaso total y con la esperanza de mantener las vías abiertas, dijo, «es muy pronto para que pueda decir cuándo tendrá lugar o se realizará la próxima ronda de consultas», aunque expresó su determinación de viajar a Muscat y Sanaa en los próximos días.
Los comentarios de Griffiths enojaron a la delegación del gobierno yemení. Según el jefe de la misma, el ministro de Relaciones Exteriores de Yemen, Khaled Al-Yamani, lo que el enviado de la ONU le dijo a la prensa era diferente de lo que había comunicado a los miembros de su delegación. Denunció que Griffiths había hecho esas declaraciones ante la prensa para «apaciguar a los hutíes y justificar su comportamiento», mientras que en la reunión con la delegación del gobierno yemení había criticado su conducta.
Abdul-Malik Al-Houthi, el líder de Ansar Allah, afirmó que se estaba dificultando que la delegación de su movimiento pudiera abandonar la capital, Sanaa, para asistir a las conversaciones. En un discurso televisado transmitido por los medios de comunicación hutíes, explicó que a un número de personas heridas que iban a acompañar a la delegación se les negaba el permiso para viajar. También se quejó de que no había podido obtener las garantías suficientes de la ONU para que la delegación negociadora hutí pudiera regresar a Sanaa. Insistió en que la delegación debería tener derecho a viajar con seguridad en las líneas aéreas de un país neutral, como China o Rusia o incluso Kuwait. Evidentemente, los hutíes sospechaban de la oferta de un avión de la ONU.
En junio de 2015, el avión de la delegación hutí sufrió un retraso de un día entero en su viaje a Suiza porque, según los hutíes, las autoridades de la aviación civil sudanesa y egipcia se negaron a permitir que el avión de la delegación atravesara el espacio aéreo de esos países. Esas autoridades de la aviación civil lo niegan, tanto en El Cairo como en Jartum. Las conversaciones debieron posponerse del 14 al 16 de junio. Los hutíes se perdieron el primer día de las negociaciones de Biel sin ofrecer una explicación. La delegación hutí llegó con una semana de retraso a las conversaciones en Kuwait. Al final de esa larga sesión, se negaron a suscribir los acuerdos que habían sido firmados por la delegación gubernamental. Tales hechos son indicativos de cuán frágil es la confianza mutua entre las partes en el conflicto yemení, para quienes Ginebra III iba a ofrecer la oportunidad de hablar sobre el futuro de su país devastado por la guerra, y cuyas desavenencias se han visto agravadas por una intervención extranjera dedicada a explotarlas en beneficio propio.
A medida que las perspectivas de paz retrocedían y las recriminaciones mutuas se repetían a raíz del fracaso del enviado de la ONU para avanzar en el acercamiento de puntos de vista y la construcción de confianza, parece que la falta de franqueza y claridad al diagnosticar el problema y remediar sus efectos han socavado la capacidad para alcanzar y mantener acuerdos. Para agravar la situación, las resoluciones internacionales encuentran cada vez menos posibilidades de aplicación, lo que ha permitido a los golpistas aprovechar la debilidad de la ONU en su beneficio y explotar las rivalidades internacionales sobre la región.
¿Y ahora qué?
La falta de claridad respecto a las raíces y naturaleza de la crisis yemení en su conjunto sólo sirve para espesar la niebla que enturbia las avenidas hacia la paz. El golpe debería llamarse como lo que es y condenarse como acto político. Debería idearse un mecanismo para restablecer el gobierno legítimo y reconstruir el Estado respetando los tres marcos de referencia establecidos, y todas las partes deberían entender que las negociaciones deben abordar soluciones viables de acuerdo con las resoluciones internacionales y una descripción precisa del problema.
Devolver el proceso de consulta y negociación a la casilla número uno no es sólo una pérdida de tiempo. Es también un desperdicio de las vidas y esperanzas del pueblo yemení, cuyos sueños han sido destrozados por la maquinaria de la guerra. Deben adoptarse todos los medios posibles para poner fin a esta guerra lo más rápido posible, no sólo por sus consecuencias para el Yemen sino también por los peligros que representa para el Golfo y para el mundo en general. Esta es una guerra en la que el territorio yemení y el pueblo yemení están siendo explotados para promover otros proyectos. Que se perpetúe sólo sirve a las agendas de las potencias involucradas en otros conflictos de la región, como Irán, que ve a Yemen como un entorno de bajo coste para atraer a los países del Golfo a una guerra de desgaste sin reglas claras de compromiso. Para las potencias occidentales, el conflicto yemení es un medio para mantener a la región árabe envuelta en conflictos y debilitar aún más a sus gobiernos para que ellas puedan saquear más fácilmente los recursos de estos países y controlar sus destinos. Tales intenciones han quedado claras en las interminables pruebas con armas inteligentes letales en esta región plagada de enfrentamientos y en las innumerables transacciones de armas a precios astronómicos.
A nivel humanitario más amplio, el Yemen no sólo ha experimentado un golpe de Estado contra su gobierno y una usurpación del poder, sino que también ha sufrido un golpe mucho más doloroso. Todo ello va contra el valor de la vida en Yemen mediante el empobrecimiento deliberado, la degradación y la inanición del país en beneficio de un puñado de elites. Los alarmantes números citados en los informes internacionales y locales nos advierten que la gran mayoría de los yemeníes necesitan urgentemente ayuda humanitaria. La pobreza no tiene religión, no obedece ninguna regla y amenaza con empeorar la situación del Yemen y de la región en general.
Fuente: http://weekly.ahram.org.eg/News/25373.aspx
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