Se cumplen 73 años de la partición de Palestina por la ONU y su recomendación de crear dos Estados en el territorio: uno para los recién desembarcados inmigrantes judíos europeos y otro para los habitantes palestinos. Esa naciente y minúscula ONU de 50 países miembros, la mayoría de ellos aún colonizados o subordinados a las potencias vencedoras de la guerra mundial, nunca consultó a los habitantes de Palestina sobre su futuro ni sobre la arbitraria resolución que iba a emitir.
Sólo dos semanas después de la resolución, los europeos llegados allí para colonizar el territorio iniciaron la expulsión de los nativos palestinos. El proceso se desarrolló bajo la mirada del ejército británico y se prolongó hasta 1949, después de haberse constituido el Estado de Israel. Significó la expulsión y desposesión de casi 800.000 palestinos, con varios miles asesinados, Aún así, el proyecto sionista de limpieza étnica fracasó al no conseguir expulsar a toda la población palestina de ese Estado, quedando unos 150.000 palestinos en Israel que hoy son el 21% (1,8 millones) de su censo.
El mito de la solución de dos Estados que busca distraer del apartheid colonial
Con la Resolución 181 de la ONU se instauró y perpetuó en la política internacional el dogma religioso de la “solución de dos Estados en Palestina” sin importar que fuese un injusto e impracticable engendro desde el momento en que se propuso.
Los políticos occidentales siempre han sido de imponer las fronteras al resto de habitantes del planeta, y siguiendo la estela de los fantasiosos mapas de los monjes medievales, han ido trazando delirantes mapas imaginando dos Estados en Palestina: desde aquel de la Comisión Peel en los años 30, pasando al mapa que elaboró la propia ONU en la partición de 1947, llegando al obsceno dibujo de las reservas indias palestinas que presentó Trump en su “Acuerdo del Siglo”.
Cada sucesivo mapa con sus absurdas líneas fronterizas se fue desvaneciendo con el éxito militar israelí en todo el territorio palestino. Desde 1967, el motor sionista de la colonización de colonos ha instalado en Cisjordania a más de 600.000 colonos israelíes apoyados por el ejército. Pero los políticos occidentales se mantienen como monjes de esa religión muerta con su sermón “proceso de paz” seguido de “solución de dos Estados”. Encubren así el apartheid de este nuevo régimen Afrikaner sobre toda Palestina, que desacata mucha más legalidad internacional que el régimen de Sudáfrica anterior a Mandela.
Palestina del río Jordán al Mediterráneo es una entidad geopolítica única de facto gobernada por Tel Aviv, o dicho de otra forma, es un Gran Israel. Pero a diferencia del Eretz Israel puro judío soñado por los líderes sionistas, en este espacio geográfico único viven dos grupos sociales numéricamente equivalentes y mezclados, con diferentes derechos y regímenes jurídicos. Exactamente eso es el crimen contra la humanidad llamado apartheid.
En esa única entidad geopolítica, Tel Aviv gobierna sobre la vida de todos los seres humanos. A pesar de que la demografía es un casi secreto de estado, las estadísticas israelíes asumen una paridad 50-50 en todo el territorio. Según sus datos, de un total de 13 millones de personas, 6,5 millones son palestinas (incluyendo como palestinas a las palestinas-israelíes), y con una natalidad muy superior a las judías israelíes.
Los censos de la Autoridad Palestina suben la cifra a un 51% de palestinos (7 millones) frente al 49% de judíos israelíes (6,7 millones). Cada vez más judíos israelíes se instalan en occidente en lo que empieza a parecer una huida en toda regla. Esa mayoría palestina la reconocen académicos sionistas como Benny Morris, quien lamenta que Israel no completase la limpieza étnica total. Sí, Israel también tiene intelectuales al servicio de los crímenes contra la humanidad.
Mostrar la similitud del apartheid de Israel con el de Sudáfrica sigue siendo tabú
En definitiva, Israel ha tomado toda la tierra, pero con los habitantes nativos encapsulados en ella. Fin del sueño sionista. Y como la mayoría judía no existe, el régimen israelí responde a la pesadilla reafirmando su apartheid con la Ley del Estado Nación Judío de 2018. Imaginemos las risas o la ira en occidente si el régimen de Pretoria hubiera promulgado una ley definiendo a Sudáfrica como un Estado democrático y Afrikaner a la vez. Con Sudáfrica todo se veía muy claro; con Israel se nubla la vista de occidente. Hasta el punto de que el Secretario General de Naciones Unidas, Antonio Guterres, eliminó de su web un informe de la ONU que denunciaba el apartheid israelí. Lo tienes aquí en español gracias a la Asociación Al Quds de Andalucía.
A pesar de la vista nublada occidental y de la impunidad concedida, los sionistas también tienen sus dilemas internos en su intento de disimular el apartheid. Netanyahu abortó su plan de proclamar la anexión formal del 40% de Cisjordania en verano no por hacer una concesión a los indígenas palestinos. Fue siguiendo el consejo de otros sionistas de que esa decisión mostraría al mundo muy claramente el apartheid de las reservas indias, y conllevaría el fin del espejismo de los dos Estados. Dilemas sionistas al margen, la realidad es que nada disimula el apartheid.
Y sin embargo, hasta ahora todo se le tolera al artefacto colonial israelí, que gobierna a esa mayoría nativa en un abanico jurídico que va desde la discriminación legal hasta el encarcelamiento y asesinato en masa, según la zona en que viva cada persona palestina. Como herramientas auxiliares cuenta con dos administraciones de asuntos indígenas en los guetos; una en Cisjordania subcontratada por Israel y occidente llamada Autoridad Palestina, y otra en Gaza sostenida por Qatar y Turquía, aliados de occidente, llamada Hamas.
Las siete políticas activas de apartheid del régimen de Sudáfrica se aplican hoy con mayor o menor disimulo por Israel. En esa escala de tonalidades tenemos que, dentro del Estado israelí, el 21% de su población palestina sufre 65 leyes de apartheid, algunas tan sutiles como que una comisión vecinal (judía) deba dar su permiso para que utilices un parque público o puedas instalarte a vivir en ese barrio. Jerusalén lleva décadas siendo vaciada de palestinos por la fuerza. De Jerusalén Oeste fueron expulsados todos, y en Jerusalén Este los palestinos que durante generaciones han vivido allí solamente tienen un permiso de residencia revocable. En cualquier momento pueden ser arrojados a los guetos de Cisjordania, en los cuales se aplica la jurisdicción militar del ejército israelí, con infinitas órdenes militares y tribunales castrenses con un 99,7% de condenas a los palestinos. Por último, los habitantes de Gaza están condenados al encierro en su campo de concentración y a ser declarados todos ellos combatientes irregulares hostiles, siendo bombardeados periódicamente o fusilados a sangre fría por francotiradores israelíes si exigen regresar a su hogar al otro lado de la verja. Es como una escalera descendente de degradación de la legalidad y un mayor confinamiento contra una de las dos poblaciones que viven mezcladas en el mismo espacio geográfico.
La desesperación israelí por evitar su colapso y el inevitable Estado único
Analizando todo esto, cualquiera, incluyendo a Benny Morris o Netanyahu, puede prever el futuro colapso del régimen israelí en las próximas décadas, ya sea por la mera demografía palestina (la pesadilla de Golda Meir) o por un cambio geopolítico orientado hacia las sanciones y el creciente boicot a Israel (la pesadilla que combate el Ministerio de Asuntos Estratégicos israelí).
Por eso, los dirigentes sionistas y EEUU manejan varias estrategias para intentar evitarlo. Una es fomentar la división en las élites palestinas, especialmente entre los administradores indígenas, Autoridad Palestina y Hamas. Otra es seguir haciendo las condiciones de vida tan duras para los palestinos que parezca que la limpieza étnica a cámara lenta es una emigración voluntaria. Como en 2018, cuando casi un 2% de la población gazatí huyó de Palestina a través de Egipto, y Tel Aviv les ofreció marcharse gratis en aviones israelíes. La alta natalidad palestina frustra esta apuesta.
Y por último, ante la imposibilidad de expulsar a millones de palestinos con las armas como en 1948, Israel tiene un sueño existencial: presionar a Egipto y Jordania para que cada uno gestione y acabe absorbiendo la población palestina de Gaza y Cisjordania, restaurando la situación anterior a 1967. Por un lado Egipto debería integrar a la población gazatí, de ahí que en el Acuerdo del Siglo se preveía la construcción de Las Vegas palestina en el Sinaí egipcio. Incluso Israel estaría dispuesto a ceder el territorio de Gaza a El Cairo. Por otro lado, Israel debería conseguir que Amman declare como jordanos a los palestinos de los guetos de Cisjordania y que la presión israelí sobre las condiciones de vida les haga evacuar el territorio masivamente cruzando a la otra orilla del río Jordán.
Esta gran apuesta estratégica de EEUU e Israel contra la “amenaza demográfica” parece bastante irrelevante frente a la demostrada resiliencia palestina. Israel sigue soñando con los Estados supremacistas de colonos en Australia, EEUU, Canadá y Nueva Zelanda, pero al mirarse al espejo contempla los fracasos coloniales de Argelia, Rhodesia, y especialmente Sudáfrica y sus bantustanes a semejanza de los palestinos.
Sumido Israel en sus dilemas y a falta de más ideas, cada vez más personas judías en el mundo, especialmente en EEUU, rechazan a Tel Aviv y los crímenes que dice cometer en nombre de todos los judíos del planeta. Más de 40 organizaciones judías del mundo llaman al Boicot a Israel, afirmando que obviamente ni es judeófobo ni antisemita, como tampoco el boicot a Sudáfrica era antiblanco. Reconocidas figuras judías que antes eran sionistas liberales, hoy rechazan esa ideología y defienden la solución de un único Estado democrático para todos los habitantes, e incluso piden activamente el boicot a Israel.
Palestina sabe que su victoria, como la de la población negra bajo el apartheid en Sudáfrica, es una cuestión de tiempo y sufrimiento.
30 años de acuerdos de rendición y 100 años de acorralamiento
Al igual que los nativos de Norteamérica o Australia, los nativos de Palestina han tenido que ir haciendo concesiones sucesivas a los colonos frente a la fuerza de sus armas. El masivo levantamiento civil contra la ocupación militar de la primera Intifada en 1987 rescató a la población palestina del olvido internacional, y forzó que Israel y la Organización para la Liberación de Palestina se sentasen en una mesa por primera vez. Paradójicamente la fortaleza y legitimidad de la población palestina contrastaba con la debilidad de los dos actores de la mesa: Israel tras su retirada de Líbano y muy criticada por la represión a los palestinos, y la OLP también expulsada de Líbano y sin liderazgo efectivo sobre las protestas.
Las conversaciones de Madrid en 1991 y después los Acuerdos de Oslo de 1993 coincidieron con la derrota del apartheid en Sudáfrica y sus reservas nativas mediante el Boicot y las sanciones. Mandela se convertiría en presidente en 1994. Se perdió la oportunidad de abordar dos procesos coloniales racistas simultáneamente. En su lugar la OLP aceptó debatir sobre el mito de los dos Estados, y para ello tuvo que aceptar el requisito previo de “reconocer el derecho de Israel a existir”, sin reciprocidad por parte de Israel sobre el Estado palestino. La falacia típica sionista. Los Estados, reinos o imperios no tienen ningún derecho intrínseco a existir, como no lo tenía el régimen de apartheid de Pretoria en Sudáfrica o el Imperio Austrohúngaro. Sí que tienen ese derecho a existir y a vivir dignamente las personas que los habitan, en plena igualdad legal; por ejemplo las personas judías, musulmanas, ateas o cristianas en la misma tierra palestina.
La Autoridad Palestina subcontratada por Israel también perpetúa el mito de los dos Estados y no es el camino para el pueblo palestino
El fracaso palestino en los Acuerdos de Oslo tiene muchas dimensiones y aquí no se van a detallar. La OLP sería reemplazada de facto por una administración de asuntos indígenas para Cisjordania y Gaza, llamada Autoridad Palestina. Por tanto fragmentando al pueblo palestino como sujeto, y debilitando la base social al excluir a los refugiados palestinos en la diáspora y a los palestinos de Israel. Se abandonaba el derecho inalienable de los refugiados de retornar a Palestina y ser compensados. Una lluvia de millones de dólares anuales por parte de gobiernos del mundo y ONGs para los líderes indígenas y su población haría funcionar una economía colonial en los guetos, que de forma indirecta enriquece a Israel. Esa ayuda estará condicionada a la sumisión y no resistencia política, con una élite palestina que estaría obligada a colaborar con la potencia ocupante en la represión a la población de Cisjordania y Gaza, aliviando a Tel Aviv de las consecuencias y costes de su ocupación. Fomentar la corrupción económica de esos gobernantes indígenas también sería útil para deshumanizar ante el mundo a los inferiores palestinos y evitar que recuperen la legitimidad de la primera Intifada. De la creación del Estado palestino nunca se supo ni se sabrá. En 1994, mientras los bantustanes y sus reyezuelos colaboradores del régimen de Sudáfrica eran suprimidos, en Oriente Medio se instauraban otros para asegurar durante unas décadas más la supervivencia del régimen colonial y de apartheid de Israel.
Desde los Acuerdos de Oslo ha habido incontables “conversaciones de paz” de no se sabe qué guerra. El término encubre el acorralamiento a un pueblo por un ejército. Cada sucesiva “conversación de paz” significa nuevas concesiones a cambio de renovadas promesas vacías o nada, como cuando el fallecido Saeb Erekat ofreció toda Jerusalén a Israel.
La Autoridad Palestina de Mahmoud Abbas no tiene ninguna alternativa para contrarrestar la anexión por Israel de más tierras del gueto cisjordano, con el aumento de la segregación, de la restricción de la libertad de movimiento y del despojo de la tierra, hogares y medios de vida. No tiene alternativa -salvo esperar que se marche Trump y pedir una nueva “conferencia de paz” a Biden- porque en realidad la Autoridad Palestina es el actor central subcontratado del apartheid de Israel. Si estuviese acorralado en los últimos metros cuadrados de Ramallah, seguiría exigiendo y hablando de la ficción del Estado palestino. “Resiste Mahmoud, sé fuerte”, le dijo John Kerry a Abbas hace dos años.
Un nuevo movimiento nacional palestino será el sujeto político que alcance la igualdad de derechos en un Estado único
Los reyezuelos de los bantustanes sudafricanos no podían ser el actor político emancipador de la población negra. Solo podía serlo un movimiento nacional de liberación como el Congreso Nacional Africano liderado por Mandela.
Esa es la coyuntura actual en Palestina. No se puede pedir a Abbas que renuncie a los Acuerdos de Oslo porque él ha nacido de Oslo y está encadenado a Oslo. Debe surgir un nuevo movimiento nacional palestino de masas que establezca las reivindicaciones centradas en el fin del apartheid e iguales derechos civiles para todos los habitantes desde el Jordán al Mediterráneo. A partir de ahí se construirá un nuevo Estado democrático, laico y multicultural que no arrojará a ningún judío al mar, como en Sudáfrica no se oprimió a ningún blanco o hindú. El creciente Movimiento por el Boicot, Desinversiones y Sanciones lanzado desde Palestina señala esos objetivos y una de las estrategias a seguir. Por eso Israel le considera su principal enemigo y dedica un Ministerio, sus lobbies en el extranjero y aparatos de propaganda para combatirlo.
Pero un nuevo Movimiento Nacional palestino requiere un compromiso de las masas y organizaciones palestinas mucho mayor.
En octubre de 2021 se cumplirán 30 años de las conversaciones de Madrid. Por ese motivo múltiples organizaciones y colectivos palestinos han convocado una conferencia también en Madrid para rechazar definitivamente el proceso de “conversaciones de paz”. Una vez que ese nuevo sujeto político palestino se consolide, los Acuerdos de Oslo y posteriores serán archivados en el basurero de la historia. El fin será alcanzar la misma meta que el Congreso Nacional Africano de Mandela: un país con un nuevo pacto social para todos sus habitantes en igualdad de derechos y el retorno de los refugiados.
Daniel Lobato es miembro de Rojava Azadi Madrid – Colectivo en solidaridad con la revolución social en Kurdistán, también pertenece a BDS Madrid , el Movimiento en solidaridad con Palestina y por el Boicot a Israel