Académicas, estudiantes y funcionarias de la Universidad de Chile se reunieron el pasado martes 7 de abril a reflexionar sobre las políticas de aborto y los derechos de las mujeres en Chile. Presentamos el texto que leyera la académica feminista chilena, Kemy Oyarzún.
PAISAJE INTERDICTO
El paisaje interdicto de nuestros cuerpos, sexo y género se escurre en Chile tras la censura y la criminalización del aborto. El vientre materno se convierte en una gigantografía ajena a nuestros cuerpos, a nuestros deseos. La maternidad obligatoria nos niega como sujetos, como sujetos deseantes, como sujetos de derechos, como ciudadanías deseantes. Entre la naturaleza y la cultura, el vientre de las mujeres, órgano sin cuerpo, es directamente anexable a la rentabilidad moral, a la represión, a la plusvalía. Hoy ese órgano (útero reproductivo) nos enfrenta ante un cuerpo ideológicamente falso: cuerpo natural, para otros, anexado a la Iglesia, al Estado Punitivo, al Hipermercado. Nunca un cuerpo íntegro y para sí. Tampoco para nosotras. Por eso, el aborto es hoy en Chile esa frontera mínima entre lo natural y lo cultural, entre las catástrofes corporales y los inmensos abismos de las desigualdades, entre las sexualidades y el derecho, pero también entre el goce y la criminalidad.
¿A nombre de qué intereses ha devenido el goce algo administrable, híper ideologizado y criminalizable? El aborto terapéutico existió en Chile entre 1931 y 1981. Fue precisamente la Ley Merino la que decretó a su prohibición en favor del proyecto natalista-familista de parir soldados para la patria. Hoy, durante 25 años, año tras año vemos que en democracia, los derechos de la mujer a decidir sobre su cuerpo se esfuman tras la defensa trascendentalista de la vida del cigoto, nudo de proyecciones biológico-religiosas, que no son nunca asumidas como tales. Compra clandestina, el misoprostol hoy. Pueden venderse pastillas falsas, enuncia una entrevistada por Lieta Vivaldi. Por no tener plata no pude acceder a la medicina privada de cierta calidad. Es violento que por ser pobre uno vaya al matadero-insiste.
La clandestinidad del aborto es maltrato y violencia de género; es violencia institucionalizada, simbólica y material. Si eres joven, mujer y pobre, siempre serás considerada un riesgo social. Nuda vida la de la joven a quien se le asigna una sexualidad «meramente biológica» y «natural», «irresponsable» y «promiscua», a expensas de la subjetividad. Pura tecnología sexual.
¿Cómo se agigantó ese órgano de las mujeres?
Canalizado en la antigüedad como contraceptivo, el siglo XIX convirtió el aborto en dispositivo de control biopolítico, patriarcal. Las plantas perdieron la batalla. También su prestigio. Los brebajes y las tecnologías abortivas fueron pasando a la clandestinidad. La preocupación por la demografía ocultaba la codicia de multiplicar la mano de obra higiénica en el conventillo urbano o en la minera, pero sobre una «mano de obra barata». Las mujeres más pobres estaban ahí para reproducir la fuerza de trabajo al mínimo costo, el de su sexualidad. Al fin y al cabo, un costo invisible, privado, de sus más privadas partes. Violencia simbólica y material en la madriguera de los domos, en el seno de la domesticación y lo doméstico.
La relación entre la gigantografía del útero reproductor es inversamente proporcional a la estatura de la mujer como persona cívica. Pero también inversamente proporcional a las democracias más radicales. No sólo en Chile. Basta recordar que el nazismo le adjudicó pena de muerte. La República española lo despenalizó y Franco lo criminalizó. Durante la ocupación en Francia una lavandera fue condenada a guillotina por aborto, porque para el nazismo éste era considerado un «crimen contra el Estado».
En Chile, se insertó el útero reproductivo en la Ley antes que se nos permitiera sufragar a las mujeres. Esto lo entendió el MEMCH (Moviemiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena) mejor que nadie en 1935. Insistió antes que nadie hablara de biopolítica que las mujeres nos «emancipáramos de la biología». Por eso los estudios de género, la homoerótica y los estudios queer, insisten: la sexualidad no es una. Ni pura naturaleza. Ni puro discurso. Nada puro. Sexualidades en devenir. ¿Por qué representar como riesgo, irresponsabilidad y hasta peligro el deseo productivo y la autopoiesis, las energías, la eroslución?
Aquí y hoy, la democracia chilena en deuda. Todo se desregula menos el sexo-cuerpo de las mujeres. Al término de las dictaduras del Cono Sur, el Consejo Latinoamericano de Obispos redefinió en Chiapas los derechos y puso en el centro a la Familia con mayúsculas. El Hipermercado se anexó la maternidad obligatoria: fija los límites de la vida digna y de la vida indigna; criminaliza precisamente a partir de la miseria, fijando fronteras entre las ciudadanías y las no-ciudadanías, entre el ser con derechos y de aquéllas que no los detentan. ¿Es posible una comunidad política que se oriente al goce pleno de la vida? ¿Cómo re pensar posibilidades reales y concretas para las autonomías?
Reducido el Estado a su mínima expresión, enteramente irresponsable en lo social, en los derechos, se les exige «responsabilidad sexual» a los jóvenes, a las mujeres, a las disidencias de la heterosexualidad mandatoria. Penalizado el aborto, tenemos al Estado represivo metido dentro de las vísceras, pura criminalización. El goce se va en moralina y la salud en poder comprador. La cultura mercantil se obsesiona con los genitales, con el útero y los cigotos… y sacan sus cuentas morales, sus cálculos, sus negocios y negociados. Imbunche patriarcal híper mercantil. Lo que se pierde en Derechos se «gana» en sectarismo moral. «Abyecta la mujer que no es madre», dirá el Obispo. El derecho no podrá hacer carne en ella sino para el castigo y la clandestinidad. En 25 años de democracia, la dictadura seguirá actuando al «interior» y «abajo» de nuestros cuerpos al subordinar los Derechos sexuales y reproductivos de las mujeres al del «feto en gestación». Desde lo interdicto, desde los cuerpos sexuados de las mujeres, la Constitución del 80 es nuevamente el tope, la frontera, la repulsa a los cuerpos propios, a los sujetos de derecho, a las ciudadanías deseantes.
Penalizados, los abortos se hacen igual: clandestinos, inseguros, violentos, sobre todo para las mujeres más pobres. Joaquín Lavín* fue tajante: abortar es asesinato. Las mujeres violadas deberían acatar lo que Dios les impone (sic). No hace mucho, murió la bebé que dio a luz una niña de 13 años, violada y embarazada en la «madriguera» de su hogar. El caso se incluye dentro de las tres causales propuestas por Michelle Bachelet para la despenalización: riesgo de vida de la madre, violación e inviabilidad del feto.
NUESTROS CUERPOS: PAISAJE MOVILIZADOR
Estamos ante una coyuntura histórica. No hace mucho, murió la bebé que dio a luz una niña de 13 años, violada y embarazada en la «madriguera» de su hogar. El caso se incluye dentro de las tres causales propuestas por Michelle Bachelet para la despenalización: riesgo de vida de la madre, violación e inviabilidad del feto. Los debates actuales nos instan a reflexionar críticamente sobre los pasos coyunturales y estratégicos en torno a la actual propuesta legislativa. Coyunturalmente, considero indispensable apoyar las tres causales presentadas por la Presidenta Michelle Bachelet, aunque estoy al mismo tiempo por una conquista de nuestros derechos sin adjetivos. El derecho a decidir nos pertenece. Pero creo que nos estamos entrampando si planteamos las propuestas de Bachelet en oposición a nuestras legítimas aspiraciones soberanas sobre nuestros cuerpos. No es esto O aquello. Es esto Y aquello: despenalización ya y ahora en las tres causales, pero en el horizonte de un paisaje ilimitado de derechos.
No sólo las feministas, sino las mujeres en general, estamos situadas ante una coyuntura que nos permite barajar el país como conjunto, fortaleciendo el desarrollo de políticas de alianzas, abiertas a la diversidad de opiniones, instalando nuestras demandas en el parlamento y en la calle. La democracia chilena está en deuda con las feministas y con las mujeres, con las y los heterosexuales no dogmáticos y con las disidencias sexuales.
¿Por qué nos pido a las mujeres sumarnos a un amplio horizonte de democracias radicales?
Desde 2006, un movimiento interrumpe los flujos del capital, se solaza en el tintineo feroz de los intercambios sexuales y los tráficos verbales. Re pliegue colectivo que se vuelca hacia atrás memorioso de un cuerpo (lenguado) cuyas resonancias catastróficas han quedado acumuladas en las calles de la ciudad. Con la validación de los proyectos identitarios múltiples, posicionales y situacionales, los movimientos alternativos por los que se apostaba Julieta Kirkwood ponen en el tapete no meramente una resignificación de la Nación-Estado, sino el rol protagónico que debemos y podemos jugar en el paisaje movilizador y transformador que nos merecemos: un Estado Garante. Es un tiempo nuestro, no sólo de yo. Podemos habitar nuestras tribus y al mismo tiempo tejer con otras y otros, constituyéndonos. Desde aquí. Desde esta Universidad laica y pluralista, rompiendo las fronteras de ese cuerpo ideológicamente falso que históricamente nos ha entrampado.
* Militante del partido político reaccionario Unión Demócrata Independiente, UDI.
Kemy Oyarzún es académica del Centro de Estudios de Género y Cultura en América Latina (CEGECAL) de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.
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