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Homenaje al escritor argentino Osvaldo Soriano

Esperando a Luppi

Fuentes: Página 12

El sábado estuvimos varios -Rep y Tito Cossa, entre otros- tomado frío y caña Legui en Capitán Sarmiento, cerquita de Carmen de Areco. No fue lo único, ni lo más importante que hicimos, claro. Estuvo la generosa gente de ahí, estuvo -sobre todo- el motivo que nos reunió, un homenaje a Osvaldo Soriano, y los […]

El sábado estuvimos varios -Rep y Tito Cossa, entre otros- tomado frío y caña Legui en Capitán Sarmiento, cerquita de Carmen de Areco. No fue lo único, ni lo más importante que hicimos, claro. Estuvo la generosa gente de ahí, estuvo -sobre todo- el motivo que nos reunió, un homenaje a Osvaldo Soriano, y los dos hechos puntuales con que se materializó: la proyección, después de 27 años de su estreno, de la película No habrá más penas ni olvido, de Héctor Olivera, sobre la novela del Gordo, y un hermoso mural que, a la intemperie, hizo -en el día, de la mañana al ocaso- Rep, sobre el tema y las circunstancias.

¿Por qué en Capitán Sarmiento? Porque si bien la mítica Colonia Vela donde transcurre el notable relato de Soriano existe, al menos como inspiración -Estación Vela o María Ignacia, partido de Tandil, a 50 kilómetros de la cabecera del partido-, la película se filmó acá y fue la comunidad de los sarmienteños (sic) la que por entonces (postrimerías de la dictadura, vísperas de Alfonsín) aportó locaciones, extras y alojamiento durante los tres meses de invasión/filmación de Olivera y su equipo.

Hoy, todo eso es memoria y leyenda en la zona, y la previa (y el durante) de la proyección de la película en el recuperado cine-teatro del pueblo fue la oportunidad de escuchar a quienes participaron de aquella filmación, entre anécdotas y exclamaciones de reconocimiento de lugares y personajes. Entrañable.

Cabe aclarar y señalar que organizó todo la Conabip (Comisión Nacional de Bibliotecas Populares) junto a la gente de Cultura del municipio y que, a mí al menos, lo único que me faltó para que me cerrara del todo la jornada fue que stuviera Federico Luppi (cuestiones de laburo, claro), uno de los protagonistas de la película, el ejemplar delegado municipal Ignacio Fuentes, hecho a su medida. No lo conozco a Luppi, nunca me lo crucé, y me hubiera gustado charlar con él. En realidad tampoco pudo ir Olivera, se excusó el laburante Tano Ranni -otro que está perfecto- y así, sin Julio De Grazia y el gran Ulises Dumont y con Solá lejos, no tuvimos actores para compartir el momento. Claro que estaba Tito Cossa, coguionista-adaptador y amigo del Gordo, compañero de lujo para escuchar y compartir reflexiones.

Antes de ir, teniendo en cuenta lo que me tocaría hacer/decir, releí la novela. No lo hacía desde hace treinta años… Me gustó tanto o más que entonces (creo que es la mejor novela del Gordo, la más redonda), pero ahora con otra distancia del texto, más saludable, supongo. Es que No habrá más penas ni olvido -la novela- tiene una historia interesantísima: la de su circulación. Publicada por primera vez en castellano durante la dictadura por Bruguera de España -habrá sido en el ’79 u ’80, acaso un poco después, no me acuerdo- cuando Osvaldo estaba en Bélgica o en París, la leímos de rebote clandestino por algunos ejemplares que llegaron en manos de amigos, ya que obviamente no se distribuyó acá. Aquella edición tenía un (necesario o no) prólogo explicativo para lectores no argentinos en el que se daba contexto político-ideológico a los hechos que se contaban. Visto en perspectiva, supongo que fue esa lectura interpretativa del peronismo de los ’70 y de la figura de Perón lo que me distanció entonces de un texto que me parecía, por otra parte, de una eficacia narrativa increíble.

Sentimientos encontrados, que le dicen: lo que no puedo encontrar aún hoy es la crítica-comentario que en aquel momento hice en una revista cultural más o menos partidaria del peronismo, impresa en papel marrón y de efímera duración. Si alguno la tiene, que me la alcance. Me servirá para recuperar exactamente qué pensaba/sentía yo en aquel momento. Me costaba digerir ciertas cosas, ciertas evidencias. Soy de digestión política lenta. Me tomó mis años.

Volviendo al texto, y contra lo que algunos podíamos suponer, el Gordo siempre sostuvo (y le creo) que no había escrito la novela en Europa sino antes de irse, y que acá le había resultado impublicable. Habrá sido en el ’74/’75, entonces, después de Triste, solitario y final. Los hechos que suceden en Colonia Vela (una contundente, alevosa crónica en escala o alegoría minimalista de la agonía peronista, del drama nacional) suponen un Perón vivo y en el gobierno, una derecha embrujada y dominante, y unos milicos aún prescindentes, ominosa y próxima sombra.

Sin embargo, el dato que remite o permite suponer una redacción o al menos revisión posterior del texto es el título: la cita de Le Pera -«de Gardel», elige Soriano, quedándose con el intérprete, con la voz que (le) dice el verso de «Mi Buenos Aires querido»- no alude a la historia en sí, no se justifica en ningún lugar del relato, sino que remite a la alevosa situación del autor autoexiliado, a sus sentimientos de desgarro. Por eso creo que No habrá más penas ni olvido, el texto final, está atravesado por una mirada trágica que sabe/conoce, ha visto, más de lo que dice o necesita decir.

Aquella edición española de Bruguera, naturalmente, apenas si se leyó en la Argentina. Hubo que esperar a que, en las postrimerías de la dictadura, en los primeros meses de 1983, el mismo sello la editara acá, ahora sin prólogo explicativo, junto con la exitosísima Cuarteles de invierno (ésta sí escrita durante la dictadura), y ambas hicieran que, cuando volvió definitivamente en 1984, el Gordo ya fuera el autor reconocido y popular que marcaría, con adhesiones masivas y críticas puntuales, una década entera de la narrativa argentina.

Pero cabe volver a ese momento crucial: la edición argentina de No habrá más penas ni olvido apenas si se anticipó a su versión cinematográfica. Tal vez me equivoque, pero deben haber sido meses, no más. Y las circunstancias fueron muy especiales y específicas: según repaso ahora, el estreno de la película de Olivera fue el 22 de octubre de 1983, apenas ocho días antes de las elecciones del retorno a la democracia en que triunfó Raúl Alfonsín. Se dice (y se dijo entonces) que el efecto sobre el electorado de clase media que tuvo la película sólo es comparable al casi simultáneo gesto pirómano y piantavotos de Herminio Iglesias…

Quiero decir: escrita casi diez años antes en el país y sobre hechos contemporáneos, publicada durante la dictadura, en el exterior para otro público, filmada en vísperas de la democracia tras hechos que la iluminan u oscurecen retrospectivamente, No habrá más penas ni olvido se resignifica cada vez según los contextos. Incluso en el presente. El sábado, viendo la película, con la relectura de la novela muy próxima, pude verificar en qué medida el film (a partir de elementos que están sin duda en la novela de Soriano) subraya con particular alevosía el componente violento del peronismo, tanto «por derecha» como «por izquierda», y sobre todo la figura de un Líder ambiguo, lejano y en definitiva responsable del espanto.

Me contaba María del Carmen Bianchi, lúcida, laburante y eficaz directora de la Conabip, que tras la proyección y todavía conmovidos por la notable potencia de las imágenes, se le acercó alguien emocionado, y le dijo: «Aquéllos eran peronistas, eh». «¿Cuáles de todos?», pensó/dijo ella y pienso/digo yo. Que sólo queden limpitos y sin contradicciones el delegado Fuentes, algún que otro muerto -entre ellos el loco Cerviño, inolvidable Dumont, simbólico enmerdador- y sólo sobrevivan con la mitológica fe de la afirmación político-meteorológica del final («es un día peronista») un borracho loco y un policía más ingenuo que oportunista, no deja mucho margen.

Por eso -entre otras cosas- me hubiera gustado encontrármelo a Luppi. Para charlar de estas cosas. Ya que no puedo hablar con Perón, ni con el Gordo…

Otra vez será.

Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-151440-2010-08-16.html