Traducido del inglés para Rebelión y Tlaxcala por Carlos Sanchis
Hoy es el Yom Kippur, y casi automáticamente mis pensamientos, como aquellos de todos los demás que estaban allí en aquel momento, se remontan 34 años a aquel Yom Kippur.
Estaba sentado en casa, absorto en una conversación con un amigo, cuando las sirenas empezaron a plañir de repente.
El sonido de sirenas siempre asusta pero las sirenas en el Yom Kippur son algo de otro mundo. Después de todo este es un día de total silencio, el día en que ni un solo automóvil se mueve por las calles de Israel.
Fuera, un remolino de inusual actividad. Vehículos militares acelerados, gente de uniforme presurosa con mochilas al hombro, el bramido de los aviones sobre la cabeza.
Sintonizamos la radio, que está normalmente en silencio en el Yom Kippur. Anunció que una guerra había empezado.
No fui movilizado pero en los días siguientes vi la guerra desde varios ángulos diferentes. En aquel momento era parlamentario en la Knesset y jefe de redacción de la revista de noticias Haolam Hazeh pero la Knesset estaba de vacaciones (todo sucedió en medio de una campaña electoral) y la redacción de la revista quedó casi inhabilitada, puesto que la mayoría de sus miembros habían sido llamados a filas. Rami Halperin, un joven fotógrafo que acababa de ser licenciado del servicio militar y había empezado a trabajar para la revista, no esperó a ser llamado sino que se apuró a alistarse en su anterior unidad a tiempo para la batalla de la «Granja China» donde fue muerto.
Un director de la televisión alemana muy conocido vino al país y me pidió consejo sobre como filmar la guerra. Mientras hablábamos se le ocurrió la idea de hacer una filmación sobre mí cubriendo la guerra.
De esa manera vi todos los frentes. Estábamos buscando a Ariel Sharon en el sur y lo seguimos al Canal de Suez. A pocos kilómetros del canal fuimos a caer bajo un fuerte bombardeo egipcio. Estábamos atorados en un gran atasco; una división entera con sus transportes de tropas, cañones, tanques, ambulancias y todo lo demás estaba en movimiento hacia el canal. De camino entramos en un hospital de campaña donde el médico militar Ephraim Sneh – ahora prominente diputado en la Knesset – estaba operando.
Luego nos apresuramos hacia el Frente Norte. Sobrepasamos un gran número de tanques quemados, suyos y nuestros, y llegamos a un pueblo a una docena de kilómetros de Damasco. De algún modo me acuerdo de una conversación con un muchacho pequeño sobre gatos.
De por medio examinamos un campo de refugiados cercano a Nablus y el casco antiguo de Jerusalén. De cada cafetería la voz del presidente egipcio, Anwar al-Sadat, salía explicando sus objetivos de guerra. Los miembros del equipo alemán se asombraban. Recordaron historias de la Segunda Guerra Mundial y hallaron increíble que a la población ocupada se le permitiera escuchar libremente la radio enemiga.
Pero el hecho que se grabó en mi memoria – y en la memoria de la mayoría de los israelíes que vivieron aquel momento – no pasó en el frente.
Estábamos sentados en el apartamento de un vecino, cuando una imagen apareció en la pantalla del televisor: docenas de soldados israelíes agachados en tierra con las manos sobre sus arqueadas cabezas, con los aterradores soldados sirios sobresaliendo por encima de ellos.
Nunca antes habíamos visto a los soldados israelíes así: sucios, sin afeitar, obviamente asustados y desgraciados como sólo los prisioneros de guerra pueden serlo.
Había silencio en la habitación. En ese momento el mito del superhombre israelí, del soldado israelí invencible que había dominado nuestras vidas durante una generación se murió. Este mito era la postrera víctima de la Guerra del Yom Kippur.
Ciertamente, el ejército israelí pasó la prueba. En tres semanas de guerra arrebató la victoria de las fauces de la derrota. Al principio de la guerra el Ministro de Defensa, Moshe Dayan, murmuró sobre «la destrucción del Tercer Templo» (esto es, el Estado de Israel), al final el ejército estaba amenazando El Cairo y Damasco.
Pero la leyenda del invicto ejército israelí estaba hecha pedazos. La imagen de los desvalidos y humillados prisioneros israelíes se niega a ser erradicada de la memoria. Justo después de la guerra, estalló la Batalla de los Generales. Sus riñas destruyeron el prestigio de los líderes militares que hasta entonces habían sido los ídolos del público. Nunca lo han recuperado del todo. (Pero, contrariamente a las expectativas de muchos, la oculta influencia del ejército en la política israelí no disminuyó.)
A esta ruptura psicológica le siguió un receso político. La generación de Golda Meir salió de la escena y la generación de Isaac Rabín tomó su lugar. Sólo tres años y media después sucedió lo increíble: Menajem Begin, el eterno líder de la oposición, asumió el poder.
El logro principal de Begin, la paz con Egipto, fue un resultado directo de la Guerra del Yom Kippur que los árabes llaman la Guerra del Ramadán. El haber cruzado el canal y la rotura de la línea Bar-Lev restituyó el orgullo egipcio y eso hizo posible la paz. Fui uno de los primeros cinco israelíes en llegar a El Cairo después de la visita de Sadat a Jerusalén, y recuerdo con claridad los centenares de carteles colgados en las calles: «¡Sadat, el Héroe de la Guerra, Héroe de la Paz!»
En Israel, también, muchos recuerdan a Begin como un héroe de la paz. Después de todo, fue el primer estadista israelí en hacer la paz con un país árabe – y no con cualquier país árabe, sino con el más central e importante. A pesar de todo lo que ha pasado desde entonces esta paz ha aguantado.
Algunas personas están recriminando a Bashar al-Assad y al rey Abdulah de Arabia Saudita de no seguir el ejemplo de Sadat. ¿Por qué no se atreven a venir a Jerusalén?
Esta línea de razonamiento está basada en una mala lectura de los hechos. Sadat no decidió sencillamente venir. No pasó de la manera en que él lo describió tantas veces (en una conversación conmigo también): que él regresaba de una visita a Europa y, mientras volaba por encima del Monte Ararat, tuvo de repente la inspiración de hacer algo incomparable en la historia: visitar la capital del enemigo pese a estar todavía en un estado de guerra.
La verdad es que antes de la visita, emisarios de Sadat y Begin habían celebrado reuniones secretas en Marruecos. Sólo después de que el Ministro de Exteriores, Moshe Dayan, hubiera prometido, en nombre de Begin, devolver todos los territorios egipcios ocupados, tomó Sadat su decisión.
¿Dónde está hoy el líder israelí listo para prometerle la devolución de todo el Golán a Assad, y prometerle a Mahmoud Abbas una retirada a la Línea Verde?
¿Cómo decidió Begin darle a Egipto «partes de nuestra patria madre»?
Muy simple: para él, esas no eran «partes de nuestra patria madre.»
Begin tenía ante sus ojos un mapa claro de la Tierra de Israel. Lo había heredado de su amo y maestro, Zeev Jabotinsky: el mapa del país al principio del Mandato Británico a ambas riberas del río Jordán.
En el curso de la historia las fronteras de este país han cambiado centenares de veces. Estaban las fronteras de la Promesa Divina, del Nilo al Éufrates. Estaban las fronteras del «el Reino de David» (qué nunca existió), llegando a Hamat en el norte de Siria. Hubo las fronteras del diminuto enclave alrededor de Jerusalén en los tiempos de Ezra y Nehemia. Estuvieron las fronteras de la Palaestina romana que de vez en cuando cambiaron. Estaban las fronteras de «Jund (zona militar) Filastin» de los conquistadores musulmanes. Y muchas más.
Como todas las fronteras precedentes, las del Mandato Británico fueron fijadas por accidente. En el sur estuvieron de acuerdo en las de antes de la Primera Guerra Mundial entre británicos (que gobernaban Egipto) y turcos (que gobernaban Palestina). En el norte acordaron – después de esa guerra – las existentes entre el gobierno colonial francés en Siria y el gobierno colonial británico en Palestina. En Transjordania (Jordania), una manga larga se estiró hacia Irak para permitir el libre flujo del petróleo de Mosul (entonces también bajo mando británico) a Haifa en el Mediterráneo.
Fue este mapa accidental el que fue santificado por Jabotinsky que escribió la canción famosa: » El Jordán tiene dos riberas / esta nos pertenece a nosotros, y la otra también». Era parte del emblema del clandestino Irgun y aparecía en la cabecera del Partido Revisionista de Jabotinsky, precursor del Likud de hoy. Conclusión de Begin: la Península del Sinaí no pertenece a la Tierra de Israel y por tanto puede rendirse sin escrúpulos morales. El propósito era sacar a Egipto de la guerra que para Begin tuvo sólo un objetivo: la posesión de toda la Tierra de Israel que otros llaman Palestina.
Begin no habría tenido ningún problema en dejar el Golán que, según este mapa, tampoco pertenece al país. Pero fue cautivado por Ariel Sharon que lo sedujo a invadir el Líbano para aniquilar la OLP, escondiéndole su segundo objetivo: poner fuera de combate a Siria. (Como es bien conocido, ambos objetivos fracasaron.)
Mientras, una nueva generación ha crecido, una que no sabe nada de Jabotinsky y de su mapa. En la conciencia de la derecha israelí, un nuevo mapa ha tomado forma: se ha quitado la ribera oriental del Jordán y se ha puesto el Golán. Pero allí en su centro está, como siempre, Cisjordania; la Ribera Occidental.
Antes de la Guerra de los Seis Días el historiador británico de las Cruzadas, Steven Runciman, me dijo que nosotros vivimos en una paradoja: «Israel se fundó en la tierra que una vez perteneció a los Filisteos, mientras que los palestinos que recibieron su nombre de los Filisteos viven en la tierra que perteneció al antiguo Reino de Israel». Las fronteras entre el Estado de Israel, Cisjordania y la Franja de Gaza fueron determinadas por la guerra de 1948.
Desde entonces el Estado de Israel ha estado trabajando duro para eliminar esta paradoja.
Todo lo significativo que sucede hoy en día es parte del esfuerzo israelí por tomar Cisjordania y convertirla en una parte del Estado de Israel. Todo lo demás es espuma sobre el agua.
La patética Condoleezza Rice sigue yendo y viniendo. Ehud Olmert está formulando un documento sin contenido para crear la ilusión de progresos hacia la creación de un estado palestino al lado de Israel. Los aviones israelíes bombardean una zona Siria para eliminar una amenaza de » armas de destrucción masiva». Israel se dispone a bombardear o no bombardear instalaciones nucleares en Irán. El presidente Bush está exigiendo una «reunión internacional» en fecha desconocida, con participantes desconocidos para un propósito desconocido.
Todos esto se supone realidad. La verdadera realidad real se despliega sobre el terreno todos los días y a todas horas: incursiones nocturnas en pueblos de Cisjordania, frenética construcción en los asentamientos, ampliación de la red de carreteras «sólo para israelíes», amplios incrementos a los aproximadamente 600 bloqueos de carreteras, empeorando de las condiciones de vida de los guetos palestinos de Cisjordania y la vida en la Franja de Gaza volviéndola un infierno.
Esta es la guerra real: la guerra por » toda la Tierra de Israel», una guerra que ha desaparecido del discurso público pero que está emprendiéndose enérgicamente lejos de los ojos de los israelíes que viven de allí a tan sólo 20 minutos en coche. Los palestinos están luchando con sus escasos medios pero con obstinada terquedad.
Si no se logra un compromiso histórico entre los pueblos, esta guerra seguirá durante generaciones. Un muchacho nacido hoy irá a la guerra en su decimoctavo cumpleaños, como los muchachos nacidos hace 18 años, y su padre, como otros antes que él, lo enterrará.
La Guerra del Yom Kippur fue sólo un pequeño episodio en esta campaña. Se luchó en el norte y en el sur contra sirios y egipcios. Los palestinos no estuvieron implicados. Pero nadie dudó ni un momento que fuera una parte del conflicto israelo-palestino.
Carlos Sanchis pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al traductor y la fuente.
Fuente: Artículo remitido por el autor