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La cumbre de Annapolis

Estados Unidos prepara la guerra civil en Palestina y suscita apoyos árabes contra Irán

Fuentes: World Socialist

Ha habido momentos en los que la reunión de Annapolis ha parecido una mala representación de una sociedad de aficionados al teatro- apretones de mano forzados, malas traducciones, el presidente Bush pronunciando mal el nombre del presidente palestino Mahmud Abbas, y el propio Abbas arrastrándose detrás de Bush y del primer ministro israelí como si […]

Ha habido momentos en los que la reunión de Annapolis ha parecido una mala representación de una sociedad de aficionados al teatro- apretones de mano forzados, malas traducciones, el presidente Bush pronunciando mal el nombre del presidente palestino Mahmud Abbas, y el propio Abbas arrastrándose detrás de Bush y del primer ministro israelí como si hubiera olvidado su papel. Pero esas meteduras de pata sólo han subrayado el hecho de que la puesta en escena en su totalidad se había montado exclusivamente para ocultar las ambiciones depredadoras de Estados Unidos en Oriente Próximo.

Testigo de las penosas actuaciones de Bush, Olmert y Abbas estaba una audiencia con representantes de 40 países, incluidas las potencias europeas, Rusia y 16 países árabes, entre ellos Siria y Arabia Saudí que no reconocen a Israel.

Se reunieron, en parte, para dar la bendición oficial a la quimérica afirmación de la Administración Bush de que Annapolis iba a inaugurar un largo y seguro camino para conseguir la paz entre Israel y Palestina y para el establecimiento de un Estado palestino. Lo fundamental de esta pretensión es que proporciona una cobertura vital para la intensificación de las hostilidades de Estado Unidos contra Irán, tanto económicas como militares.

El plan, presentado en las instalaciones de la marina estadounidense en Maryland, ha sido calificado pomposamente como el fin de siete años de congelación de las negociaciones de paz, gracias al patrocinio personal y al compromiso de Bush y a los miles de kilómetros de viajes de su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, en misiones de avanzadilla diplomática en Oriente Próximo. El objetivo, al margen de la propaganda, es que Bush legue como herencia un acuerdo entre Israel y Palestina- en lugar de la debacle de Iraq- cuando deje su cargo en enero de 2009. El calendario real sobre el que ambos están actuando se basa en el reconocimiento de que Irán debe ser neutralizado si se quiere asegurar la hegemonía estadounidense sobre la riqueza petrolera de Oriente Próximo.

Para conseguirlo, Bush ha intentado disfrazarse de intermediario desinteresado entre Israel y Palestina, confiando en la buena disposición de los medios de información y de los regímenes árabes para olvidar el hecho de que Israel es el principal Estado vasallo de EE.UU. La «declaración» de Annapolis (en las 437 palabras que la componen) de hecho confirma que Estados Unidos sigue sin plantear exigencia alguna que Israel pudiera considerar inaceptable, mientras insiste en que la Autoridad Palestina dirigida por Fatah aplaste cualquier resistencia contra Israel como condición previa para cualquier acuerdo.

Incluso el acuerdo para la elaboración conjunta de una declaración de principios sólo se alcanzó 30 minutos antes de que Bush lo leyera públicamente. Cómo se llegó finalmente a ello refleja una vívida estampa de las relaciones políticas reales en Annapolis: el bloque EE.UU.-Israel dictando la agenda a su marioneta, Abbas.

Haaretz cita fuentes palestinas afirmando que el punto muerto se resolvió en la propia Annapolis cuando: «Finalmente la secretaria de Estado, Condoleeza Rice se llevó aparte al presidente Mahmud Abbas de la reunión tripartita con el presidente de Estados Unidos y el primer ministro Ehud Olmert y le presionó para que aprobara el documento redactado. Lo que hizo al fin posibilitando que Bush lo leyera ante la Conferencia».

Fuentes israelíes reflejan una situación más penosa al afirmar que cuando los palestinos se negaron a firmar, la ministra de Asuntos Exteriores, Tzipi Livni, «que presidía la delegación israelí, perdió los nervios y dijo a Ahmed Qureia, negociador palestino: ‘que o aceptaban o estaban perdidos'».

Algunos negociadores de la delegación israelí le dijeron a Livni que la declaración «era ‘una pérdida de tiempo’ y le sugirieron que se olvidara del asunto».

Durante meses no había podido redactarse documento alguno porque Israel se negó a aceptar cualquier compromiso relativo a las principales reivindicaciones de los palestinos: el derecho al retorno [de los refugiados], paralizar el establecimiento de colonias judías, las fronteras, el suministro de agua y la aceptación de Jerusalén oriental como capital del futuro Estado palestino. Se ha dado mucha importancia a la declaración de ambas partes en el sentido de que iniciarán negociaciones para llegar a un acuerdo «que resuelva todas las cuestiones pendientes, incluidos los temas fundamentales sin excepción» pero ninguno de ellos ha sido explicitado.

El propio portavoz de Abbas, Nabil Abu Rudeina, despachó la declaración al afirmar que «hemos fracasado durante los últimos tres o cuatro meses en llegar a un documento de consenso. No hemos sido capaces de ponernos de acuerdo en un solo punto.»

El New York Times por su parte puso de relieve que «Si bien las dos partes afirman que sus negociaciones podrían llegar a un acuerdo que tenga en cuenta los «temas clave», han sido incapaces de enumerarlos ni de decir de qué manera pueden afrontarse».

Lo que realmente afirma la declaración final es que «la puesta en marcha de un futuro acuerdo de paz estará sometida a la realización de la Hoja de Ruta de conformidad con Estados Unidos».

Este párrafo confiere a Washington el derecho en exclusiva a decidir si se cumplen las previsiones de la Hoja de Ruta, acabando con la idea de que el «Cuarteto», formado por EE.UU., la ONU, Rusia y la Unión Europea, son actores igualitarios en la búsqueda de la paz.

La exigencia principal contenida en la Hoja de Ruta por la que habrá de juzgarse el éxito de Abbas es que garantice la «seguridad de Israel» mediante el desmantelamiento de las «organizaciones terroristas.» De hecho, a Abbas se le ha advertido una vez más que debe aplastar cualquier resistencia palestina contra Israel, empezando por recuperar el control de la Franja de Gaza, ahora en manos de Hamás.

Pero Abbas se encuentra en una posición muy débil desde la que atacar a Hamás, que por su parte, ha organizado manifestaciones de decenas de miles de personas en Gaza denunciándole como «colaboracionista» y «traidor» por haber acudido a Annapolis. Incluso en Cisjordania, el bastión de Fatah, han tenido lugar manifestaciones más reducidas, que la policía ha disuelto brutalmente, arrestando a centenares de personas y asesinando a un hombre de 36 años en Hebrón.

Las potencias europeas se han visto sometidas a un atraco a mano armada por parte de Washington para que financien a Abbas en su enfrentamiento con Hamás. El próximo mes, Francia acogerá una Conferencia de donantes.

Es posible que Israel decida intervenir por su cuenta con una incursión militar en Gaza, algo que el derechista Jerusalem Post ha sugerido como una posibilidad real, señalando incluso mientras Annapolis estaba en pleno desarrollo, que «responsables de la Defensa empiezan a anunciar la posibilidad de que el ministro de Defensa, Ehud Barak, a su vuelta de Estados Unidos ordene que se lleve a cabo una operación militar a gran escala en la franja de Gaza.

El periódico citaba a un representante de alto nivel: «Israel se ha abstenido de lanzar una operación semejante antes de la cumbre para que no se le culpara de haberla echado a perder. Pero una vez concluida la cumbre, existe la oportunidad de entrar en Gaza y devolver el golpe a Hamás.»

«Una operación a gran escala en Gaza requeriría que el ejército israelí llamara a filas a un gran número de reservistas y movilizara casi dos divisiones de infantería, blindados e ingenieros», concluía.

Los Angeles Times confirmó que Abbas había intentado «demostrar a Israel que hablaba en serio de garantizar el control, empezando por Cisjordania. Allí ha desplegado centenares de policías suplementarios en la rebelde ciudad de Nablus; ha cerrado docenas de instituciones benéficas de Hamás; arrestado a centenares de sus activistas, entre ellos hombres armados; confiscado armas y publicado un decreto con el fin de impedir que lleguen a Hamás millones de dólares de donaciones provenientes del extranjero.»

Pero todo esto no es suficiente para Israel. A Abbas se le ha exigido nada menos que desate una guerra civil total, que puede precipitar su propia caída a consecuencia de la oposición popular. Un representante de Hamás ha advertido: «Abbas sería un imbécil si volviera a la franja de Gaza a bordo de un tanque israelí. Cualquier palestino que entre en la franja de Gaza con la ayuda de Israel será tratado como un enemigo».

La propia situación de Olmert para mantenerse en el poder es precaria ya que incluso las concesiones verbales que ha hecho han provocado una furiosa respuesta de los partidos de la oposición encabezados por el Likud, de los colonos y de sus aliados gubernamentales de extrema derecha y de los ortodoxos, que pueden derribar a su gobierno.

Antes de la cumbre de Annapolis, el Parlamento aprobó una ley que impide cualquier acuerdo que divida Jerusalén. Eli Yishai, líder del partido Shas, amenazó con salirse del Gobierno si se mencionaba a Jerusalén en Annapolis». Unas 25.000 personas acudieron a un acto religioso masivo en el Muro Occidental para protestar contra Annapolis, antes de trasladarse a la residencia de Olmert en Jerusalén, y grupos nacionalistas cortaron las calles en Jerusalén y Tel Aviv.

Tras la cumbre de Annapolis, Zevulum Orlev, presidente del partido de Unidad Nacional, declaró que «el Estado de Israel se enfrenta a una liquidación por rebajas» y pidió al presidente del Shas, Eli Yishai, y al de Ysrael Beitenu, Avidgor Lieberman que dimitieran inmediatamente de la coalición gobernante. Yishai se defendió afirmando categóricamente que la división de Jerusalén no llegó siquiera a plantearse porque «los dirigentes palestinos no han sido capaces de cumplir con la primera fase de la Hoja de Ruta (el desmantelamiento de las organizaciones terroristas».)

Pero el verdadero éxito para Bush fue la participación de regímenes árabes en la farsa de Annapolis y la anuencia de las potencias europeas y de Rusia.

Cuando Bush afirmó en su discurso que «se está librando una batalla por el futuro de Oriente Próximo y no debemos ceder la victoria a los extremistas», las delegaciones presentes vieron con claridad que no se estaba dirigiendo exclusivamente a Hamás. La apreciación más honesta de lo sucedido en Annapolis aparecida en los medios estadounidenses ha sido la de Steven Erlanger en el New York Times: «La Conferencia de Paz en Oriente Próximo celebrada el martes, era oficialmente para acabar con el conflicto israelí-palestino pero había un objetivo tácito escondido: acabar con la creciente influencia regional de Irán y del radicalismo islámico.»

Un consejero de la delegación palestina en las negociaciones «que habló preservando el anonimato» le dijo a Erlanger que «los árabes no han venido aquí porque les gusten los israelíes ni tan siquiera los palestinos. Han acudido porque necesitan una alianza estratégica con Estados Unidos contra Irán».

Dan Gillerman, embajador de Israel ante la ONU, añadió que los gobiernos árabes habían acudido por «su miedo al extremismo islámico y a Irán, a quien denominan la amenaza persa. Esa es la razón de que estén aquí».

El Jerusalem Post fue también franco al decir que la reunión de Olmert con Bush tras Annapolis «intentaría aprovechar el impulso de la cumbre con esfuerzos más eficaces para frustrar la carrera nuclear de Teherán. Se congratulaba de que «junto a los estados árabes, potenciales y vitales aliados de EE.UU. e Israel en la ayuda para frustrar a Irán, tuvieron notable presencia en Annapolis, Francia, Alemania, Italia, China y Rusia, representados a nivel de ministros de Asuntos Exteriores».

Según indica el Post con satisfacción, China y Rusia, considerados los «dos principales opositores a la intensificación de las sanciones», «reconsiderarán sus posturas» tras el debate que tendrá lugar el próximo mes en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre el alcance y grado de cumplimiento iraní con las exigencias de inspección de la Agencia Internacional de la Energía Atómica».

Una vez claro que Irán era el objetivo de las maniobras de Washington en Annapolis, Teherán respondió anunciando el mismo día de la reunión que había desarrollado un nuevo misil Ashura con autonomía de 1.200 millas, capaz de atacar Israel y las bases estadounidenses en Oriente Próximo.

Traducido del inglés para La Haine por Felisa Sastre

World Socialist Web Site