El que no esté seguro de su memoria debe abstenerse de mentir Michael de Montaigne Llevamos ya una temporada larga a vueltas con la memoria (histórica) como si sacáramos del arcón de la nostalgia los recuerdos del abuelo republicano cada vez que los tiempos invitan a mostrar aquello que, en realidad, queremos ocultar. Este fenómeno […]
El que no esté seguro de su memoria debe abstenerse de mentir
Michael de Montaigne
Llevamos ya una temporada larga a vueltas con la memoria (histórica) como si sacáramos del arcón de la nostalgia los recuerdos del abuelo republicano cada vez que los tiempos invitan a mostrar aquello que, en realidad, queremos ocultar. Este fenómeno de recuperación simbólica (política y psicológica) de la II República, de su tradición liberal de lucha por el progreso social, de sus descoloridas tricolores y de su talante democrático, está siendo organizado, con riqueza de medios materiales, desde las tranquilas orillas del pensamiento único. Poco importa que el evento en cuestión (el espectáculo capitalista gira al compás binario de acontecimientos programados por los poderes económicos y difundidos por su propaganda) sea una muestra antológica de fotografías de Robert Capa (con libro en tapa dura y tapa blanda, para todos los bolsillos), el aniversario de algún escritor olvidado y recuperado para distintas causas (Rafael Alberti, Manuel Azaña, Max Aub o María Zambrano por citar sólo algunos ejemplos recientes), una exposición sobre el exilio organizada por la Fundación Pablo Iglesias con sus discursos y carteles (que luego adornarán las casas de los bienpensantes junto al libro de Capa, se entiende) o un reciente e incalificable acto de desagravio sentimental (no político) con hilo musical de canciones protesta como el llevado a cabo por el Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid (el interesado desconocimiento de algunos ediles es sólo comparable con el tamaño de su vanidad organizativa).
Este concierto-homenaje, en una noche de estrellas y pequeñas llamas de mechero que recordaron emotivos instantes de la Transición (cuando matamos a Franco de muerte natural: la reforma política sin reforma política, los Pactos de la Moncloa -aquella definitiva claudicación sindical-, la legitimación constitucional de la hereditaria monarquía franquista o la dinámica del consenso y el olvido puesta en marcha por las cúpulas de los partidos) refleja, con triste exactitud, la esencia de lo correcto que se ha instalado, de forma mayoritaria, en el proceso de recuperación de la memoria (histórica). Con total desprecio de lo sucedido, sin secuencia argumental ni justificación política, sin saber de qué se trataba en realidad -ya que los hechos concretos del pasado se escamotearon-, sin mencionar ni una sola vez -para qué- la adscripción ideológica de los combatientes homenajeados (comunista, anarquista o socialista, ente otras variantes de la izquierda), sepultando la identidad bajo el genérico y nada comprometedor «republicanos», ignorando -como si fuera asunto menor- quiénes patrocinaron el evento, qué difusión mediática tuvo, quién le dio cobijo en sus ondas radiofónicas y, a modo de colofón, cuál ha sido la sorprendente trayectoria -cuando menos errática- de algunos de los participantes, el democrático ayuntamiento cubrió con brillantez el expediente, quedó bien con sus jóvenes votantes y alimentó la esperanza de una España mejor de la mano amable y mustia del presidente Rodríguez Z. Que el ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid (anfitrión del festival) esté en estos momentos gobernado por Izquierda Unida refleja tan sólo el descontrol ideológico y político que preside la vida cotidiana de esa triste organización. Sirva como significativa anécdota la ovación que recibió Paco Ibáñez, instantes antes de arrancarse por enésima vez con su célebre versión musical del poema de Alberti, A galopar, cuando recordó que el franquismo había terminado el 14 de marzo del 2004. Imagino que el insigne trovador del Olimpia parisino -una de las referencias musicales de la izquierda durante las grises tardes de la dictadura- incluyó en su contabilidad los catorce años del PSOE.
Esta supuesta reparación emocional, en la que participan desde asociaciones hasta partidos políticos del ámbito de la socialdemocracia -¿quién está, en realidad, fuera del reformismo?- está contando con la incorporación espontánea y activa de muchos artistas de variedades e intelectuales -del estelar elenco No a la Guerra– deseosos de reconquistar el tiempo perdido tras la oscuridad (para ellos, para todos) de dos furiosas y violentas legislaturas del PP, un período negro en el que, quizá, su proyección mediática como artistas progresistas -con la sustancial merma de ingresos económicos que eso representa- no ha sido como sus representantes deseaban. En fin, cosas que ocurren.
Tras la derrota electoral de PP, y coincidiendo -no deja de ser casualidad- con la boda real (la estudiada unión entre la católica monarquía hispana y una dinámica periodista formada en el singular universo PRISA-Sogecable), el PSOE se ha lanzado a una campaña de reivindicación de algunos de los valores de 1.931. La recuperación parcial e interesada de la memoria histórica (histérica y delirante en algunos casos) no es otra cosa que una enorme operación de maquillaje político, de relectura de un pasado marcado por el conflicto económico y militar (desde la lucha de clases a la lucha de trincheras) que ahora se presenta -gracias a la mediación del PSOE y sus satélites- como un conflicto de conciencias. En este sutil proceso recuperativo, la guerra de España (nombre preferible -por muchas razones- al de guerra civil) no es presentada como la expresión última, armas en mano, de la lucha de clases o como la resistencia de la república de trabajadores de todas clases contra el fascismo. En realidad, y al hilo del dulce revisionismo moral que se está instalando en el pensamiento colectivo, la guerra de 1936-1939 fue la consecuencia directa del empuje de los comunistas, anarquistas y demás fuerzas transformadoras que llevaron a la laica y burguesa república (una república moderada en sus planteamientos políticos y económicos aunque ambiciosa en la regeneración ética de la sociedad, algo parecido al no-programa de Rodríguez Z.) a una situación de caos, a una sovietización, que sólo pudo ser detenida -a golpe de crucifijo y fosa común- por el alzamiento militar.
En esta línea ideológica no sólo se encuentran los indescriptibles trabajos de los señores de la Cierva, Vidal o Moa sino todo un conjunto de historiadores y analistas (con el rigor científico por bandera rojigualda) que justifican el golpe militar africanista debido a esta supuesta y mencionada radicalización. Resulta curioso contemplar cómo el revisionismo (en un sentido amplio y en cualquiera de sus variantes teóricas e ideológicas) ha penetrado en la mentalidad colectiva con instrumentos tan variados como eficaces. Desde la aceptación de que en los dos «bandos» enfrentados -como si la palabra «bando» no estuviera ya cargada de significado- hubo tropelías y crímenes comparables, hasta la idea extendida de forma transclasista y casi transideológica de que, en el fondo, la guerra de España (y por extensión cualquier guerra) es un triste suceso del pasado que es preferible olvidar, evitando remover las subterráneas turbulencias de épocas ajenas en beneficio de nuestra nueva y feliz realidad democrática construida, entre todos, con mucho esfuerzo. La comparación no es inocente. Si se destaca la crueldad de la guerra, la injusticia y las barbaridades cometidas por «ambos frentes», se está insinuando que cualquier ataque a la línea de flotación de la democracia de mercado puede terminar con una involución del tipo que sea. De hecho, es costumbre nacional -como el bar y las tapas que tanto regocijo provocan en los turistas- que muchas conversaciones o debates políticos, en momentos de crispación electoral o tensión social, terminen con una invocación del estilo: «esto recuerda al 36».
Sin pretender llevar a cabo una tipología del revisionismo y de sus formas más comunes (materia más amplia que este breve comentario) y descartando lo que podríamos llamar el pensamiento tradicional-conservador español y de la reacción, dentro del abanico del moderno revisionismo moral, existe una fuerte corriente alimentada por la socialdemocracia, en la cual se pueden reconocer propuestas interpretativas de carácter mediático que atraviesan a la historia pasada y reciente con el fin de instruir deleitando a las jóvenes generaciones al tiempo que se reconstruye -de paso- la historia real. Sin pretender hacer un listado exhaustivo (se podría hacer), en esta línea pueden situarse fenómenos de apariencia dispar (aunque en el fondo responden a la misma lógica interna) como son la novela Soldados de Salamina (con una interpretación sui generis de los hechos y de las motivaciones) y la serie de TVE Cuéntame. Cuando se enarbola la bandera tricolor de la memoria (histórica) en lugar de hablar de la memoria de lucha de un pueblo, cuando se califica de histórico lo sucedido -apartándolo del presente- se está produciendo ya un fenómeno de alteración consciente del proceso en beneficio de un definitivo corte epistemológico: un ejercicio de manipulación. Como dice Vidal-Beneyto «el sepultamiento de la memoria política durante la transición, que se tradujo en una primera fase en una banalización de la dictadura, se ha transformado en una naturalización histórica del franquismo. El régimen del general Franco, se afirma, es un período más en la historia de España, un sistema autoritario necesario para poner fin al caos de la República, salvarnos del comunismo, modernizar el país, incorporarnos a Europa y proporcionarnos un rey demócrata.». Aunque la cita sea larga, la explicación que en ella se ofrece no deja lugar a dudas. Recordaba Bonaparte que una cabeza sin memoria era como una fortaleza sin guarnición. España es una cabeza sin memoria, o por mejor decir, un rabo de lagartija. Un pollo alocado al que le han cortado de un tajo, cimitarra africanista, la cabeza.
Si este proceso de desnaturalización ideológica del pasado reciente avanza, la construcción de una alternativa crítica será sólo una ilusión de café. Si la izquierda heredera de Octubre no consigue frenar el empuje de las huestes del pensamiento correcto -inclúyase aquí quizá por ignorancia, quizá por oportunismo, una parte sustancial de Izquierda Unida- en su desenfrenado camino hacia la asepsia histórica asistiremos, en un breve período de tiempo, a la pérdida total de la conciencia de sí de un pueblo. Por miedo e interés, por su natural deseo de situarse en la equidistancia de la componenda, con el fin de preservar los pactos con las fuerzas del franquismo aperturista -hoy llamada tecnocracia liberal-, la socialdemocracia escribe su pulcra historia a golpe de mentira y disfraz de raso. Bajo el manto de Soldados de Salamina y de Cuéntame, se esconde la otra historia de los perdedores. Esa historia que ninguna fuerza política mayoritaria tiene interés en contar.