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ETA rompe el «alto el fuego»

Fuentes: Rebelión

El 30 de diciembre, un coche bomba reivindicado por ETA puso fin a nueve meses de «alto el fuego» unilateral. Debajo de 40.000 toneladas de cemento quedaban los cuerpos de dos emigrantes ecuatorianos y las condiciones políticas del proceso de paz en Euskal Herria. La cuestión prioritaria de la izquierda es ahora desescombrar el proceso […]

El 30 de diciembre, un coche bomba reivindicado por ETA puso fin a nueve meses de «alto el fuego» unilateral. Debajo de 40.000 toneladas de cemento quedaban los cuerpos de dos emigrantes ecuatorianos y las condiciones políticas del proceso de paz en Euskal Herria. La cuestión prioritaria de la izquierda es ahora desescombrar el proceso de paz y recuperar una iniciativa política que quiere arrebatarle la derecha del PP, con la colaboración inestimable de sectores del propio PSOE.

Un proceso bloqueado

Las señales del bloqueo del proceso de paz han sido numerosas durante los meses de noviembre y diciembre. Otegui y Permach, dirigentes de Batasuna, declararon formalmente que «la represión y el acoso a la izquierda abertzale» hacían imposible un «diálogo político multilateral». La kale borroka reapareció con ataques a sedes del PSE, mientras la represión judicial se acentuaba. ETA por su parte robó 350 armas en Francia en octubre. El PP volvía a sacar por quinta vez más de 100.000 personas a la calle contra el proceso de paz. Mientras que la movilización a favor de las condiciones del proceso en Euskadi empezaban a encontrar algún eco de solidaridad en la izquierda de Madrid y Barcelona.

A pesar de este bloqueo político, cuyo nudo gordiano ha sido la situación de ilegalidad de Batasuna como consecuencia de la Ley de Partidos y la incapacidad del Gobierno Zapatero de romper las «líneas rojas» heredadas de la política antiterrorista del PP, tanto la izquierda abertzale como Zapatero reiteraron su voluntad de mantener vivo y abierto el proceso de paz. Aunque la evolución de la huelga de hambre de Juana de Chaos pendía sobre él como una espada de Damocles.

Así lo exigía la opinión pública vasca, como recogían distintas encuestas, y parecía corresponder a los intereses políticos últimos del PSOE -a quién un atentado de ETA le pondría a los pies del PP y en riesgo de perder las elecciones- y de la izquierda abertzale, que es bien consciente del precio político pagado por el fracaso de los dos proceso de paz anteriores.

Cuando Rubalcaba informó que el día 14 de diciembre se habían reunido emisarios del Gobierno y de ETA y que se había podido constatar la voluntad de mantener el «alto el fuego» por parte de ETA, la etapa de bloqueo parecía superada. Aunque fuese ganando tiempo hasta finales de febrero, cuando se cierre el plazo para la presentación de candidaturas municipales y se supiera definitivamente si la izquierda abertzale puede reintegrarse a las instituciones políticas como un actor reconocido.

Fin del «alto el fuego»…¿fin del proceso de paz?

Que menos de dos semanas después ocurriese el atentado de Madrid, de gran violencia destructora y causando heridos y muertos, pilló al Gobierno por sorpresa. La noche antes Zapatero había hecho un balance del 2006 lleno de optimismo, asegurando que la situación del proceso de paz sería mucho mejor al acabar el 2007. Otra cuestión es hasta que punto pilló también por sorpresa a la dirección de Batasuna -volcada desde hace meses en la movilización social con el horizonte de las municipales- y si la dirección política de ETA no se había visto desbordada una vez más por el aparato militar para cortar las expectativas reavivadas tras la reunión del 14 de diciembre.

La intervención de Otegui para solidarizarse con las victimas y proclamar que, por su parte, las perspectivas del proceso de paz seguían abiertas, se mantuvo dentro de las «líneas de solidaridad» de la izquierda abertzale con ETA. En medio del desastre político que implicaba el atentado para la campaña de movilización de Batasuna -que cortaba en seco- las declaraciones de Otegui parecían priorizar evitar una escisión política en ETA o entre esta y la izquierda abertzale, manteniendo su papel de responsable público del sujeto político interlocutor de la izquierda abertzale.

Zapatero por su parte, acosado por las declaraciones y la convocatoria de movilizaciones del PP y de sectores importantes del propio PSOE, constató que las condiciones de ausencia de violencia requeridas en el mandato parlamentario de mayo del 2005 para el dialogo Gobierno-ETA no se daban ya. Pero evitó cuidadosamente referirse al conjunto del proceso de paz. Pero cualquiera que fueran sus intenciones, veinticuatro horas después, Rubalcaba y Pepe Blanco se encargaban de aclarar que el propio proceso de paz estaba no solo enterrado sino muerto como los dos emigrantes ecuatorianos.

La izquierda necesita un horizonte político de paz

En realidad, si un sector de ETA ha demostrado ser incapaz de aguantar la tensión política del propio proceso ante la falta de movimientos del Gobierno en temas como la legalización de Batasuna o la situación de los presos, otro tanto parece en el PSOE ante la campaña de acoso y derribo del PP, recogida y sostenida dentro del propio aparato socialista por los barones territoriales y algunos ministros, cuya sola política parece ser darle a la derecha postfranquista un poder de veto sobre sus propias actuaciones.

Sin embargo, el único horizonte político para la izquierda -si no quiere que la desmovilización y la abstención de sus votantes le den en unas elecciones anticipadas de nuevo el Gobierno al PP- es recuperar el proceso de paz, sacarlo de debajo de los escombros y volver a crear las condiciones para su desarrollo. Ese convencimiento profundo, que por otra parte parece estar latente en los distintos electorados de las izquierdas, inevitablemente ira acompañado de la experiencia de que el proceso de paz es demasiado importante para dejarlo exclusivamente en manos del Gobierno y de ETA, o incluso de los partidos políticos institucionales. Que es necesario un tercer componente que cobre protagonismo, un movimiento por la paz lo suficientemente fuerte y enraizado socialmente en Euskal Herria y en el resto del Estado español como para imponer frente a la derecha y los intereses cuyunturales de unos y de otros, sus propias «líneas rojas» que hagan imposibles bloqueos y atentados como los que hemos sufrido.

Con solo un cuarto de la legislatura por delante, es una perspectiva muy difícil. Pero es la única que puede evitar que la acumulación de las consecuencias negativas del fracaso actual del proceso de paz se acumulen en un «círculo vicioso» que acabe abriendo una nueva dinámica de violencia y represión en Euskal Herria -sea a través de un nuevo Pacto Antiterrorista ampliado a otras fuerzas sin el PP o sometiendose de nuevo a la herencia de Aznar en este terreno-, y llevando de vuelta al PP al Gobierno. Es fundamental, por lo tanto, desde todas las izquierdas sociales y políticas del estado defender la perspectiva de un proceso de paz que resuelva democráticamente el conflicto vasco. Es en estos momentos de crisis cuando la izquierda debe tener una alternativa global, independiente de la derecha, y su propio proyecto de cambio social y político, que no podrá darse sin que tenga éxito un proceso de paz democrático en Euskal Herria.