Lo que está sucediendo en Yemen parece llevarnos más de cincuenta años atrás en el tiempo, cuando en 1962 estalló la guerra civil que algunos libros denominan «Guerra civil de Yemen del Norte» y que se prolongó, con más o menos precisión hasta 1970. La denominación restrictiva resulta bastante errónea por cuanto lo que empezó […]
Lo que está sucediendo en Yemen parece llevarnos más de cincuenta años atrás en el tiempo, cuando en 1962 estalló la guerra civil que algunos libros denominan «Guerra civil de Yemen del Norte» y que se prolongó, con más o menos precisión hasta 1970. La denominación restrictiva resulta bastante errónea por cuanto lo que empezó como un conflicto interno dentro de ese país, derivó pronto en una especie de teatro de guerra civil a escala del mundo árabe. Porque lo cierto fue que tras al golpe que derrocó al Imán al-Badr (zaydí, es decir, chiita), y que llevó a la proclamación de la república, saudíes y egipcios se implicaron a fondo en el conflicto. Los saudíes, respaldando a los realistas, con el apoyo de cientos de mercenarios, muchos de ellos británicos. El Egipto del general Gamal Abdel Nasser, del lado de los republicanos, intervino con una escalada de tropas que en 1967 alcanzaba ya entre los 40.000 y 70.000 efectivos. No es casualidad que el Museo del Ejército en El Cairo tenga una sala dedicada a esta expedición, que para la mayoría de los analistas fue una especie de «Vietnam egipcio». Porque a la frustración de perder hombres y material en Yemen se añadió el golpe que supuso tener algunas de las mejores unidades militares en ese país mientras los israelíes atacaban a Egipto en la guerra de los Seis Días, en junio de 1967.
Sin embargo, los republicanos ganaron y los partidarios de devolver al trono al Iman al-Badr, perdieron. Y con ellos, Arabia Saudí. Que sin embargo, no renunció a meter cuchara en Yemen, una y otra vez y desde vías diversas. Quizá la más catastrófica de todas tuvo lugar en 1990, cuando 800.000 emigrantes yemeníes en Arabia Saudí fueron forzados a regresar a su país, de forma inmediata, como represalia contra el gobierno de Sanaa, leal a Saddam Hussein, que se había negado a condenar la invasión de Kuwait por Irak. La tajante expulsión de los trabajadores yemeníes tuvo un catastrófico doble impacto: generó una crisis humanitaria descomunal, que se combinó con el choque económico que supuso la pérdida de las remesas en divisas que dejaron de enviar los expulsados. Además, el desempleo subió de golpe al 25%. Medio millón de los retornados fue a parar a campos de refugiados; otros quedaron compensados con la adjudicación de cargos funcionariales, lo cual se llevó por delante la mitad del presupuesto yemení para 1991. Y todo ello sucedía casi inmediatamente después de la unificación. El impacto social y económico en Yemen fue descomunal, y en años sucesivos expertos internacionales hicieron completos estudios sobre el fenómeno, aunque no tuvieron apenas repercusión informativa en los medios occidentales.
El apetito saudí de injerencia en Yemen tiende a ser pantagruélico y no se detiene en matices. Así, en 1994, durante la guerra civil de Norte contra Sur, Riad suministró a los sureños aviones de combate MiG 29 rusos, por entonces de última generación. Lo llamativo era que el régimen del Sur (República Democrática de Yemen) era de orientación socialista y hasta marxista. A cambio, cuando Osama Bin Laden se largó de Arabia Saudí intentó utilizar a Yemen como base de operaciones -no en vano su padre había nacido allí- contra la monarquía de los Saud. Las tribus yemenitas se opusieron a esos planes y de ahí que Bin Laden terminara en Afganistan, desde donde organizó los atentados del 11-S. Y donde, por cierto, el contingente de voluntarios yemeníes era el tercero en efectivos de la naciente Al Qaeda.
Ya en 2009 fuerzas saudíes lucharon contra los insurgentes huzíes; su capacidad militar era tan deficiente que hubieron de incluir asesores o soldados de fuerzas especiales de Marruecos, Jordania y Pakistán, hasta un total aproximado de unos 3.000 hombres. Y, con todo, no pudieron evitar que los huzíes invadieran territorio saudí y tomaran más de 200 prisioneros.
Toda esta historia nos transmite la justa idea de que lo que está sucediendo en Yemen no es nuevo; sólo lo parece por la desatención que durante años le han dedicado los medios occidentales a ese fascinante y extraño país. Afirmar que Arabia Saudí lucha allí contra Irán es ignorar que en 1962 intervino al lado de los chiitas monárquicos contra los suníes republicanos. Como hemos visto en los párrafos anteriores, los motivos saudíes son cambiantes, según las circunstancias. Pero el objetivo siempre es el mismo: el miedo histórico que les produce el pobre pero irreductible y digno Yemen. Y últimamente, la pugna silenciosa pero muy real que se lleva Arabia Saudí contra Qatar. Una vez más, las alineaciones en los conflictos de Oriente Medio responden a tensiones internas que no siempre encajan en la lógica de los intereses o categorizaciones argumentadas por las potencias occidentales.
Mucho hemos de temer que, una vez más, la intervención saudí sólo sirva para incrementar la destrucción a cambio de unificar a los yemeníes contra Riad. Más que aventurado casi parece insensato suponer que los saudíes pueden «poner orden» en la política tribal yemení. ¿Reponer en el gobierno al presidente al-Hadi puede ser la solución? Quizás ha llegado el momento de recordar que el ya ex presidente Abd al-Rahman Rabbuh al-Mansur al-Hadi era en 1990 un general de las fuerzas armadas de la República Popular Democrática del Yemen. Es decir, del marxista Yemen del Sur. Llama la atención que los estadounidenses, tan puntillosos ante los líderes políticos y militares con pasado «rojo» defiendan ahora la calidad democrática de un hombre que terminó desertando al Norte y lideró a sus tropas en la toma de su propia ciudad natal, Adén, en la corta pero sangrienta guerra civil de 1994. Entre las unidades que tomaron la capital de los «marxistas del Sur», cabe recodarlo, se contaban milicias salafistas, entre ellas, muchos veteranos de Afganistán, de los que habían estado con Bin Laden. Llevaron a cabo un saqueo sistemático de Adén, llevándose todo lo que pudieron, desde los tiradores de las puertas a los camiones de la basura provenientes de donaciones internacionales. Como premio, el presidente Saleh, que años después sería derribado por la Primavera Árabe, nombró vicepresidente al general al-Hadi. Si, el mismo que ha corrido ahora a pedir ayuda a los saudíes. Mientras tanto, el denostado ex presidente Saleh apoya a sus anteriores enemigos, los huzíes, que acaban de conquistar Adén.
Tomado de http://eurasianhub.com/2015/03/27/eternas-paradojas-yemenies-f-veiga/
Fuente original: https://directa.cat/eternes-paradoxes-iemenites