El Festival de Eurovision de 2019 concluyó el sábado en Tel Aviv con un éxito rotundo: 200 millones de espectadores de 42 países que, gracias al muro de 800 kilómetros que separa a los judíos de los árabes, se libraron de contemplar el rostro ensangrentado de Palestina. El nuevo Israel, nacido el 14 de mayo […]
El Festival de Eurovision de 2019 concluyó el sábado en Tel Aviv con un éxito rotundo: 200 millones de espectadores de 42 países que, gracias al muro de 800 kilómetros que separa a los judíos de los árabes, se libraron de contemplar el rostro ensangrentado de Palestina.
El nuevo Israel, nacido el 14 de mayo de 1948, demostró que gracias a su escudo antimisiles ‘Cúpula de Hierro’ y a la protección que le brinda EEUU las 24 horas del día, puede albergar cualquier evento internacional, ya que «el enemigo palestino» está bien encerrado en el ‘campo de concentración de Gaza’ y los cohetes que salen de ahí son «como pollos sin cabeza» que caen en descampados o son destrozados (en su mayoría) en pleno vuelo.
Israel ya ha ganado «la guerra de los medios» (el lobby judío posee importantes editoriales, periódicos, cadenas de televisión, gran influencia en la industria del cine, etc), por lo que está «super entrenado» para poner a su favor a la opinión pública mundial.
Las decenas de miles de muertos, incluidos mujeres y niños, caídos al lado palestino, no son más que daños colaterales que la Europa del Himno de la Alegría de Ludwing van Beethoven y el 666 de la Casa Blanca, atribuyen a «los terroristas de la Franja». A esos fundamentalistas que, si les dejáramos salir con el suya, «acabarían instalando en la zona otro Estado Islámico».
Ningún cantante de los 42 países invitados a competir en Tel Aviv – ciudad convertida, mediante una campaña muy bien estudiada, en la Meca del orgullo LGBTI- mostró el mínimo apoyo (excepto cierta izquierda y gente con conciencia social) a la campaña de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) que promueve Palestina, al igual que hizo en su día Sudáfrica, para terminar con el ‘apartheid’ y la limpieza étnica que practica Israel.
Aunque la tolerancia que muestra el régimen ultraderechista de Benjamin Netanyahu con el colectivo LGBTI, en Tel Aviv, no es más que una estrategia para mostrar que los hebreos tiene ‘la mentalidad más abierta del mundo’ (al revés que los miserables y subdesarrollados palestinos), es necesario explicar que las parejas gays no pueden casarse en Israel. Eso sí, pueden contraer matrimonio en Europa o EEUU, hacer la luna de miel en el extranjero y luego volver a casa ya que, una vez hecha la cosa, «el problemilla está resuelto».
Los palestinos aprovecharon «el festival» para acudir (también a modo de denuncia) a un rezo masivo, el viernes 17 de mayo, en la explanada de la Mezquita de Al Aqsa de Jerusalén. La tradición islámica dice que desde allí ascendió a los cielos el Profeta Mahoma.
La mezquita de Al Quds (Jerusalén, en árabe), es la tercera más importante del mundo musulmán. La primera es la de La Meca y la segunda la de Medina.
El Festival de Eurovisión, que duró del 14 al 18 de mayo, contó con la participación estelar de Madonna, que recibió un cheque – por deleitar al público con su figura y su voz – de 1,25 millones de dólares, regalo del magnate judío-canadiense Sylvan Adams.
El vencedor de esta edición fue el holandés Duncan Laurence con su balada ‘Arcade’. Fue un digno sucesor de Netta Barzilai que se alzó con el trofeo con su tema ‘Toy’ en el certamen de 2018, celebrado en Lisboa.
Al final los fuegos ‘artificiales’ iluminaron el cielo de Tel Aviv. Quizás se vieron desde Gaza, allí donde las alambradas de púas electrificadas impiden acercarse «a la civilización».
Quizás también los vieron, desde algún agujero, los más de 6.500 presos políticos palestinos que nacieron sin infancia ni juventud, y que viven tras las rejas por atreverse a combatir para recuperar una patria que les fue robada «en aras del derecho internacional de los vencedores de las Segunda Guerra Mundial». Su tierra fue el regalo que hizo la ONU a los judíos como contrapartida al Holocausto.
Quizás también vieron el espectáculo los satélites estadounidenses que vigilan cada paso que dan ‘los terroristas’. Y esos robots, «made in Usa», que borran en las redes cualquier imagen de madres abrazando a sus bebés con los cuerpos destrozados por la metralla.
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