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Euskadi, nuevas coordenadas

Fuentes: GEA Photowords

Ayer, 12 de julio, se cumplieron quince años de la muerte de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA. Una de las acciones más polémicas de la organización terrorista, que causó una tremenda conmoción en la población española, y generó una crisis en el seno de las posiciones abertzales que apoyaban la lucha armada. Afortunadamente, […]

Ayer, 12 de julio, se cumplieron quince años de la muerte de Miguel Ángel Blanco a manos de ETA. Una de las acciones más polémicas de la organización terrorista, que causó una tremenda conmoción en la población española, y generó una crisis en el seno de las posiciones abertzales que apoyaban la lucha armada. Afortunadamente, la fotografía actual de la sociedad vasca es bien distinta: sus componentes apuestan por la democracia pacífica como vía de gestión del conflicto vasco. En las siguientes líneas, trataremos de esbozar los frentes abiertos a través de la opinión de varios expertos. Sirva este artículo como homenaje a la memoria de Miguel Ángel Blanco y de todas las demás víctimas del conflicto.

El sábado 12 de julio de 1997, el cuerpo del concejal ermuarra de 29 años Miguel Ángel Blanco aparecía maniatado en Lasarte con dos disparos en la cabeza. Horas después, de madrugada, fallecía. Era el trágico broche de una grotesca «escenificación» (como diría el entonces ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja), de un secuestro exprés iniciado dos días antes por el comando Donosti, y que pretendía el agrupamiento de los presos vascos en las cárceles de Euskadi.

Bajo la presión del ultimátum, buena parte de la sociedad española se movilizó para evitar que la muerte se llevara a cabo. Tras el asesinato, la reacción y el rechazo crecieron hasta convertirse en los más importantes que nunca ha habido contra ETA, con manifestaciones en toda España e incluso enfrentamientos violentos entre vascos demócratas y simpatizantes de Herri Batasuna en Euskadi. La delirante tesis de la «socialización del sufrimiento» nunca había llegado tan lejos, y su efecto nunca fue tan inesperado por parte de quienes urdieron la acción.

La figura de Miguel Ángel Blanco fue trastocada en símbolo: se convirtió en un mártir civil. Matarle a él, a una persona cualquiera, era atacar a cualquier miembro de la sociedad. Afortunadamente, aquella amenaza igualitaria, aquel miedo total se convirtió en fortaleza, en defensa de unos valores compartidos, fruto de una de las peores decisiones estratégicas que jamás adoptó ETA. ¿Por qué lo hizo entonces? Quizá porque seguía anclada en esa vieja retórica épica del sacrificio, que tan bien ha bebido siempre la sociedad vasca: desde el profundo respeto por el trabajo, hasta el insoportable peso de la violencia etarra, pasando por el bombardeo de Gernika o la represión franquista en el País Vasco.

Nuevas coordenadas

Para María Oianguren, del Centro de Investigación por la Paz Gernika Gogoratuz, «la visión del sacrificio es común a una cultura que está siendo cuestionada de manera crítica desde una cultura de paz. La mirada sobre la vida y la muerte está cambiando. Ahora tenemos la oportunidad de elegir el sentido ético de la vida». Las coordenadas han cambiado: 1997 no es 2012. Después del anuncio del cese de la actividad armada, ha habido interesantes movimientos de reconciliación.

Uno de los más recientes han sido las palabras públicas de perdón por parte del antiguo dirigente etarra ‘Txelis’: «En la medida en que siendo en su día miembro de ETA contribuí de un modo u otro a la perpetuación de dicha violencia, pido públicamente perdón de todo corazón». Según Xabier Etxebarria, profesor de Derecho Penal en Deusto, se trata de «un texto riguroso, sincero, libre y valiente: una gran aportación a un relato justo para las víctimas. Hay unos sectores políticos y sociales, cada vez más marginales, que quieren imponer un determinado relato de la violencia ejercida en Euskadi y España, a los que las reflexiones autocríticas, la petición de perdón y el reconocimiento del daño de algunos exmiembros de ETA les impide mantenerse en un relato monolítico».

Etxebarria ha sido coordinador del Taller de Convivencia de Nanclares y de los encuentros restaurativos entre presos de ETA y víctimas directas. «En los casos que he conocido de presos que han rechazado la violencia, he comprobado la existencia de sólidas convicciones y una voluntad firme de ser agentes fundamentales en la construcción de una memoria de lo ocurrido. Desmarcarse de ETA en silencio es fácil y más habitual de lo que se cree; hacerlo públicamente es difícil, tiene costes», argumenta.

En coyunturas como la actual, la disputa por obtener una verdad clara sobre los hechos pasados es inevitable. Hablando de la organización terrorista, parece clara la bifurcación entre la verdad oficial y la extraoficial, entre una «retórica de triunfo para la consecución de objetivos políticos» y la reflexión de «muchos presos que saben que su lucha ha sido derrotada y ha resultado inútil», remata Etxebarria.

Aparte de la verdad dentro de la militancia de ETA, todavía queda por saber qué relato de la verdad se construirá desde otras partes del conflicto: si se asumirá como única vía de agresión la violencia ilegal de ETA, o si el Estado y otros agentes deberán asumir su papel como productores de discursos y prácticas conflictivas. En este sentido, para María Oianguren, «los medios de comunicación pueden contribuir a una pedagogía de paz que nos recuerde una responsabilidad ética desde criterios de rigurosidad para el esclarecimiento de los episodios más amargos».

Pero hay otros frentes en los que está trabajando la paz. Por ejemplo, las formaciones políticas. Para Paul Ríos, coordinador de la red ciudadana por el acuerdo y la consulta Lokarri, «todos se están implicando, aunque de manera muy distinta. El PP está mostrando poca disposición a cambiar su estrategia, aunque ha hecho avances significativos, como no haber promovido la ilegalización de Bildu y Amaiur». Sin embargo, al estar el País Vasco en precampaña electoral, «cada partido está desarrollando su estrategia sin compartir principios e iniciativas con los otros».

De momento, las cosas pintan bien para la coalición EH Bildu, principal apuesta electoral de la izquierda abertzale (a expensas de lo que ocurra con Sortu), que incluye desde miembros de este espectro político hasta opciones más socialdemócratas. Según el Euskobarómetro sobre ‘Estimaciones electorales para el Parlamento Vasco’, este partido lograría 22 escaños en los próximos comicios, disputándose el gobierno de la comunidad con el PNV, que lograría entre 23 y 24 parlamentarios. Así se reforzaría la estrategia de la izquierda abertzale, que para Paul Ríos se desarrolla «a largo plazo, lo que elimina la posibilidad de que ETA vuelva a cometer atentados».

Entonces, ¿por qué ha tardado tanto la izquierda abertzale en dar el salto a las vías democráticas? «La sociedad ha apostado por el final de la violencia, el respeto a los derechos humanos y el entendimiento. Este cambio también se ha dado en las bases de la izquierda abertzale, pero sus dirigentes han tardado en entenderlo», afirma Ríos.

Mirando al futuro

Otro de los frentes abiertos es el de las víctimas de la violencia política. Hace poco más de un mes se hacía público el documento conclusivo de las conversaciones de Glencree. Esta iniciativa surgía en 2007 desde la Dirección de Atención a Víctimas del Terrorismo del Gobierno Vasco, y consistía en impulsar varios encuentros entre víctimas de ETA y de otros grupos terroristas, como los GAL o el BVE, que causaron numerosas muertes en los setenta y ochenta.

«Se trataba de explorar las conclusiones de un reconocimiento mutuo entre víctimas de organizaciones terroristas diferentes. Gente que habían sufrido experiencias de victimización idénticas, pero por diferentes vías. Queríamos ver cómo se reconocían en palabras de otra persona». Quien habla es Txema Urkijo, uno de los dinamizadores de la iniciativa, que ha logrado superar el obstáculo de las diferencias ideológicas: «Los miembros han sido conscientes de los elementos comunes que tienen todos ellos, que han logrado destilar y sintetizar. El gran mérito es que han podido soslayar esas diferencias para encontrarse en aquellos postulados que sí comparten», añade.

Respecto a las opiniones recibidas, Urkijo afirma que «quien ha conocido en profundidad las conclusiones ha mostrado un gran respeto. La superación de clichés y trincheras tiene mucho poder pedagógico de cara a la ciudadanía». Sin embargo, «algunos sectores de las víctimas lo han rechazado. Sólo por el hecho de que algunas víctimas de ETA se presenten con actitudes y mensajes diferentes. Hay gente a la que no le gusta reconocer que hay diversidad en este colectivo, no sólo ideológica, sino en la propia forma de concebir su condición de víctima. Hay que respetar y comprender a todas las víctimas. Pero reivindico el mismo respeto para aquellas personas que están en su misma situación y tienen una actitud diferente», concluye.

No, 2012 no es 1997. Todos los hechos arriba mencionados han ocurrido en los últimos meses. Muestran un panorama complejo, pero que avanza en la dirección correcta. Puede que muchos de los que eran (éramos) niños en 1997 se bautizaron en el conflicto vasco con la transformación de Miguel Ángel Blanco, con la sublimación de la carne, con la lenta decadencia del mito del gudari. Y puede que los niños de entonces sean (seamos) hoy, en 2012, corresponsables. Corresponsables en la consecución de una Euskadi en paz, en la certeza de que nunca volverá a repetirse ese pasado oxidado de plomo, sangre y lluvia.

Álvaro Ramírez Calvo, riojano, ha trabajado en prensa, radio, televisión, medios online, consultoría y gabinete de prensa. Escribe sobre cultura, cambio social y desarrollo. Además, está realizando una tesis doctoral sobre comunicación para la paz. Su twitter es @alvarorcalvo»

Fuente: http://geaphotowords.com/blog/?p=15714

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.